Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
6 comentarios:
Qué lástima, porque tú te forrarías...
¿Lo dice, fiel anónimo, por mi talento literario o por mi pinochismo?
(Alégreme el día)
Pinochismo.
(Sabía que podía contar con su miopía) ;)
Por las dos cosas.
Lo he dicho más arriba y más abajo, ruego a los anónimos que me eviten la incomodidad de poner un filtro a los mensajes.
(¡Con lo sencillo que es dirigirse a mí con nombre propio o con anónimos iracundos y/o tediosos e infatigables, pero en privado!)
Anónimo primero,
Acabará suspirando por las dimensiones de mi nariz. ;)
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