martes, 29 de enero de 2008

El quinto jinete (2)

(Continuación de:

La presentación ante sus alumnos concluye sin incidentes. No podía ser de otro modo; tras:

a) pasar lista en el parte oficial del centro y firmarlo,

b) anotar las ausencias en su cuaderno oficial de profesor y en el de tutor,

c) recolocar a los alumnos por orden alfabético y pedirles que saquen boli y cuaderno (esos alumnos que al toque de la sirena de fin de clase semejan gráciles garzas se convierten, por arte de birlibirloque, en paquidermos hastiados o plantígrados hibernantes en cuanto se les encomienda la más sencilla y directa de las tareas),

d) anotar las incidencias en los susodichos parte y cuadernos y cumplimentar la hoja de la programación de aula, para no violar el prescriptivo "subproceso de actividades de aula" (nuestro héroe enseña -es un decir- en un Centro de Calidad -no se interroguen, tampoco él sabe de qué va el asunto-)

e) etc...

... apenas le ha quedado tiempo, en una hora de clase, para escribir su nombre y su infrecuente apellido (ha constatado que sus alumnos se pierden con el deletreo) en la pizarra.

Así que baja cabizbajo las escaleras, para toparse con la orientadora del centro. El profesor Sianes procura siempre eludirla: teme su costumbre de endosarle actividades vergonzantes -bautizadas con rimbombantes nombres que es incapaz de repetir a sus alumnos sin sonrojo- y largarle incómodas maletas de cartón de colores chillones [1] -ver pasear por los pasillos a profesores ya talludos portando tan psicodélicos artefactos le hace sentir bochorno y vergüenza ajena-.

Pero hoy está de suerte: la orientadora sólo quiere presentarle a una chica -"psicopedagoga", añade con altivez y orgullo corporativos- que dará a sus alumnos unas charlas sobre sexualidad. La chica, que debe de rondar los veinticinco y que parece haber pasado los últimos veinticuatro practicando halterofilia y consumiendo cantidades industriales de esteroides, se le acerca con la cara atravesada por piercings y embutida en un poncho multicolor. La orientadora los deja solos y Sansona -así la bautiza mentalmente nuestro joven-, estampa a Sianes dos besos recios y lo sujeta del bracito:

- Soy Berta- dice Sansona.

- Francisco- contesta él.

- Puedo llamarte Paco, ¿verdad?

- Francisco. O Fran, si no te importa.

Ni caso.

- Uy, no me seas antiguo, Paco... Verás: he estado dando este verano unos cursillos en Madrid y les voy a enseñar a tus alumnos y alumnas todo lo del sexo. Ya sabes: de buen rollito... Tú tienes pinta de ser un tío enrollao.

- Mis alumnos piensan que soy un hueso y me asignan motes injuriosos.

- Jo, ¡cómo mola! Seguro que te llaman Jesucristo, con esas melenas y barbas... ¡O Camarón! ¿No te dicen: "¡qué arte tienes, maestro!?" Jajaja. ¡Yo me meo, miarma! Aunque te pareces más al Melendi. Ufff, está superbueno ese niño...

El profesor Sianes, aterrado, da un paso atrás al escuchar esto último; pero Sansona le aprieta aun más el bracito y lo devuelve a su sitio. Intentando escabullirse del tema, Sianes pregunta:

- Así que pasaste el verano en Madrid... Tendrías tiempo para visitar muchos museos, ¿no?

- Sí, sí: me pasaba las tardes en la Plaza Real.

- ¿En la Plaza Real? No conozco allí ningún museo...

- Sí, hombre: "El Museo del Jamón". Me ponía como una cerda, vaya. ¡Pata negra, chaval! Se me hace la boca agua sólo de acordarme...

Y, en efecto, Sansona comienza atrozmente a salivar cual perra de Paulov. Con un nudo en el estómago, y pese a que intenta evitarlo, a Sianes le resulta imposible no imaginarla solazándose entre una piara de cerdos incontinentes y nefandos [2]:

- Bueno, Berta: ¿y qué les vas a enseñar a mis alumnos?

- Pues... un poco de todo. -Y enumera con los porcinos ojos vueltos al techo y contando penosamente con los morcillantes dedos- Lenguaje sexista... prácticas de riesgo... métodos anticonceptivos... masturbación...

- Un momento, ¡un momento! ¿Masturbación? ¿Cómo masturbación?

- Pero ¿en qué mundo vives, chaval? ¿Es que tú no te la pelabas a su edad, hombre? ¿No eras tú un monoloco? Que me estás hecho un carca, Paco. ¡Que estás desfasao! ¿O es que crees que tus alumnos y alumnas no se masturban? Yo flipo...

Sianes agradece ignorar -y desea seguir ignorando- si sus alumnos se lo hacen o no, reflexiva o recíprocamente. El tema parece enardecer a la musculosa psicopedagoga, que empieza a mirar con ojos voraces y orificios nasales desmesuradamente abiertos al joven profesor, mientras le magrea el ya sobado bracito. Sianes, aterrado, farfulla con timbre agudo y acobardado:

-Mira, Berta: hablamos más tarde. Tengo que rellenar unos papeles y pegar fotos. Ya me cuentas otro día, ¿vale?

Nuestro héroe, con la fuerza que otorga la desesperación, se suelta el brazo de un tirón, da media vuelta y, sin escuchar la respuesta de Sansona, pone pies en polvorosa y se esconde en la sala de profesores.



Encuentra allí a Ralph: un veinteañero tostado, con coleta rubia, camisa de tirantes, pantalón corto y sandalias -un chuloplaya, en suma-, leyendo el Diario de Cádiz. Ralph es un joven californiano que el año anterior ejerció oficialmente de auxiliar de conversación (el instituto de Francisco también es bilingüe, por más que no haya un solo alumno que hable inglés en condiciones) y oficiosamente de auxiliar de surf y cama de las alumnas más descocadas del centro.

- Hombre, Frank... ¿Cómo va eso, man?

- Ralph: ya te he dicho que es Fran. "Fran", sin "k" al final. ¿Qué tal el verano?

- De puto madre, colega. Las españolas son tan hot... Me he llenao hasta el culo de todo, joder.

Sin corregir sus barbarismos léxicos y mentales, el profesor Sianes se sienta a su lado en silencio. Ralph vuelve a enfrascarse en el periódico.

- ¿Qué lees con tanto interés?

- Es la página de Contactos, colega.

- ...

- Oye: ¿qué significa esto? "Yamila. Puedes hacerme de todo. He vuelto a Cádiz más cachonda que nunca". ¿Qué es "cachonda", Frank?

A Sianes le tienta la opción de no contestar. Finalmente, claudica:

- Quiere decir que es muy graciosa, Ralph. Debe de ser carnavalera.

- Ah, ok.

El rubiales sigue desentrañando el periódico. Sianes intenta marcharse en secreto a la biblioteca (allí no lo encontrará nadie hasta su próxima hora de clase); ya casi está saliendo por la puerta -ha comprobado que no hay pedagogos en la costa-, cuando Ralph le grita:

- Joder, Frank, escucha esto: "Madurita dominante busca a joven sumiso. ¿Te gusta el castigo? Tengo mi látigo listo". ¿No te la pone dura, colega?

El joven Sianes calla y, con el corazón en un puño, huye hacia la biblioteca, implorando con los últimos restos de sus ya declinantes fuerzas, rezando con la poca fe que le queda, por que la madurita castigadora no sea, por favor, por favor, por favor, la madre de ninguno de sus alumnos.

***

[1] Especialmente sangrantes son dos hits de la tribu psicopedagógica: la Mochilita de la paz y la Maletita tabaquera. La primera incluye un kit compuesto por un vídeo donde unas macarras -perdón: alumnas disruptivas- agreden a una empollona en los servicios -nadie alertó a los guionistas del peligro de dar ideas- y una cámara de fotos. El tutor, tras poner el vídeo a sus jovenzuelos, debe animarlos - la sangre ya les hierve en las venas- a fotografiarse unos a otros simulando las más violentas y desatinadas estampas: un zagal saltándole el ojo a un compañero, una moza orinando en la mochila de su comadre... Todo con la sana intención de que aprendan por el cuestionable método de la enseñanza ex contrario. En las dos sesiones de fotos a las que asistió -de hito en hito- nuestro héroe, acabaron sus alumnos a tortas; no hubo que lamentar que engrosara el número de tuertos -ni orinadas-, por fortuna. Más pavorosa fue su experiencia con la Maletita tabaquera, artefacto cargado de transparencias sobre los efectos deletéreos del tabaco y que incluye unos infames pulmones de espuma blanca. Se trata de colocar un pitillo encendido en un tubito adosado a los "pulmones", con objeto de que el humo vaya ensuciando su inmaculada espuma y así alertar a los críos contra su pernicioso veneno. Nuestro profesor aún recuerda cómo le fue imposible encender el cigarrillo -no fuma y casi se quema el bigote- y cómo debió recurrir a la ayuda del inveterado porreta de la clase, que tan bien cumplió con la tarea asignada que recibió en premio los pulmones ya amarillentos. Lo último que Sianes supo de ellos fue que un cafre -perdón: alumno disruptivo- de Segundo de ESO los utilizaba bajo la camiseta para lamentarse ante la anciana y crédula profesora de Ciencias Naturales de que, debido a los experimentos en el laboratorio, "le habían salido peras".

[2] Al niño Sianes le marcó de por vida una escena presenciada en la granja de su tío Ramiro, donde un cerdo de obesidad morbosa -incapaz de mantenerse ya sobre sus cuatro patas- resoplaba tumbado y ahíto, con las patas rígidas y los ojos en blanco,
mientras ingería espasmódicamente monstruosas cantidades de comida con un lateral del hocico.


(Sigue...)

lunes, 28 de enero de 2008

Infierno. Canto V. Resplandores






















Y como dos palomas enceladas
con ala abierta y firme al dulce nido
van por el aire del amor llevadas,
así del grupo donde se halla Dido
vinieron ellas por el aire inmundo,
tal mi afectuoso grito hirió su oído.

***

La tierra en que nací tiene su asiento
sobre la costa en la que el Po desciende
para hallar en el mar acabamiento.
Amor, que pronto en almas nobles prende,
prendió en éste a favor de mi persona,
arrancada de un modo que aún me ofende.
Amor, que a nadie amado amar perdona,
prendió por éste en mí placer tan fuerte
que aún, como tú ves, no me abandona.
Amor nos dirigió a la misma muerte.

***

Mas dime, entre el suspiro fugitivo,
¿cómo os puso en la mano Amor la llave
que a luz sacó el deseo más furtivo?"
Ella me dijo: "No hay dolor más grave
que recordar la bienandanza en la hora
del infortunio: tu doctor lo sabe.
Si la raíz de nuestro amor, ahora,
tienes por conocer tanto deseo,
hablaré como lo hace el que habla y llora.
Leíamos un día por recreo
del gentil Lanzarote la aventura,
solos, mas sin afán de devaneo.
Varias veces quedó, con la lectura,
blanco el rostro y prendida la mirada;
mas fue un punto el que indujo la locura.
Al leer que la risa de la amada
se quebró con el beso del amante,
éste, que nunca se me aparte en nada,
la boca me besó todo temblante.
Galeoto el libro fue y quien lo escribiera:
ya la lectura no siguió adelante."


jueves, 24 de enero de 2008

Sexo, mentiras y cintas de vídeo

... más gente pillada en actos sexuales normales, pero que si se hacen públicos o son presenciados se transforman extrañamente en anómalos, sobre todo si los llevan a cabo personajes célebres, o muy serios, o de cierta edad, o respetables, siempre hay algo de afanoso y ridículo en el sexo objetivado, no se comprende cómo hay ahora tantas personas que se filman en ello por gusto, para recrearse luego en el parcial bochorno.

Javier Marías. Tu rostro mañana

La costilla de Adán (5). Rectificación

Busco Eva para compartir un Paraíso sin serpiente.
Busco serpiente para que expulse a Eva de mi Paraíso.

martes, 22 de enero de 2008

Dos anécdotas cotidianas y cuatro citas de imperios y crepúsculos

Paseaba yo despistado -permitidme los que me conocéis el pleonasmo- por Sevilla, circunstancia que me condujo frente a una parada de autobús de esas que los chicos pintarrajean o destrozan en saludable ejercicio de protesta cívica -así diría una concejala políticamente correcta [1]-, cuando hete aquí que doy con un cartel publicitario de un programa de televisión de la cadena Cuatro: Fama, su nombre. Ocupan la parte central del cartel un chico con sombrero Fedora sobre el rasurado cuero cabelludo y una chica con camiseta de tirantes y pantalones bombachos que se cimbrean en lo que entiendo que es una animada coreografía (aunque -es justo decirlo- más semeja las contorsiones de una pareja de epilépticos o de hipotecados -o ambas cosas al tiempo-). Abajo y a babor, una buena -aunque semianoréxica- moza, armada con una contundente caja de dientes, sonríe -con desproporción: no veo dónde está el motivo- a quien contempla el cartel buscando su escote en vano. Ocupa al fin la franja inferior, junto a indicaciones horarias, el lema del programa:

20 concursantes peleando a muerte por conseguir la fama.

Esta misma tarde he comido -contra mi costumbre- en el salón, frente al aparato televisivo [2]. En un programa presentado por un plumífero viperino y otra buena moza -ésta sí, de obsequioso escote-, me entero de que una tal Tamara, hija de una tal Isabel Preysler [3], se presenta a una entrevista donde "tras llegar con una hora de retraso, cambiarse siete veces de ropa y alargar hasta el desmayo una sesión de posados imposibles" -cito al entrevistador de memoria-, la chica se somete, entre otras, a esta pregunta:

"¿A qué inquietud aún no le has encontrado respuesta?"
Su contestación:

"A cómo mantenerme en forma sin hacer esfuerzo".

***

Hasta aquí el relato de mis humildes aventuras domésticas.

No he podido ver hoy la competición de futuribles famosos -coincidía con el programa chismoso-. Me interesa, sin embargo, el reclamo al telespectador: "20 concursantes peleando a muerte para conseguir la fama".

Piensa en ello, lector: peleando a muerte por conseguir la fama (uno ignora si la fama se deberá al desnudo hecho de pretender alcanzarla mediante el asesinato mediático). Piénsalo bien y pon este proyecto en relación con la frase de la señorita Tamara. Reflexiona con tranquilad.

Piensa ahora en el Imperio Romano:

Los romanos, con sus anfiteatros, sus peleas de animales, sus juegos de lucha a muerte y sus espectáculos de ejecución, tenían montada una red de medios para el entretenimiento de masas más exitosa del mundo antiguo. En los rugientes estadios de toda el área mediteránea, el desinhibido Homo inhumanus lo pasaba tan a lo grande como casi nunca antes y raras veces después. Durante la época del imperio, la provisión de fascinaciones embrutecedoras a las masas romanas había llegado a ser una técnica imprescindible de gobierno cuya estructura se ampliaba y se perfeccionaba de manera rutinaria: algo que gracias a la jovial fórmula de "pan y circo" se ha mantenido hoy en la mente de todos. Sólo puede entenderse el humanismo antiguo si también se lo comprende como la toma de partido en un conflicto de medios, es decir, como la resistencia del libro frente al anfiteatro, y como la oposición de las lecturas filosóficas, humanizadoras, apaciguadoras y generadoras de sensatez, contra el deshumanizador, efervescente y exaltado magnetismo de sensaciones y embriaguez que ejercían los estadios. Eso que los romanos eruditos llamaron humanitas sería impensable sin la exigencia de abstenerse de consumir la cultura de masas en los teatros de la brutalidad. Si alguna vez hasta el propio humanista se pierde por error en la multitud vociferante, ello sólo sirve para constatar que también él es un ser humano y, en consecuencia, puede verse infectado por el embrutecimiento. Retorna el humanista entonces del teatro a casa, avergonzado por su involuntaria participación en contagiosas sensaciones, y casi está tentado de reconocer que nada humano le es ajeno.

Eso dice Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano [4].

Los antiguos historiadores romanos cifraban la decadencia del imperio en la entrega social al lujo y a esa mezcla fatal de autoritarismo y libertinaje. Salustio, con dos milenios de antelación, apostilla así a Sloterdijk:

Cuando han irrumpido en lugar del trabajo la desidia, en lugar de la continencia y de la equidad el placer y la soberbia, la fortuna se muda al compás de las costumbres. [5]

Y Cioran concluye, en cita ya conocida y con retórica al mismo tiempo superfetatoria y concisa:

La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!

Te pido ahora, lector, que traces mentalmente las palas del arco que une una cuerda tensada por dos milenios de sabiduría y dolor. La palas del antiguo y del nuevo imperio de Occidente. Piensa en los orgullosos relieves de los arcos triunfales, dorados por un sol a quien cantan poetas que reniegan del polvo, y piensa después en el casco que el bárbaro pisa y en la espada teñida por la sangre romana y un sol en ocaso. Piensa en las altas torres que acarician un cielo al fin habitado por altivos mortales y piensa después en las dos torres que se derrumban en fuego, alarido y ceniza. Piensa en la virtud de Marcia, "la perennemente pura", y piensa después en el vicio de Mesalina, "la de entrañas de acero". Piensa en la joven de Delacroix que, desnuda y pobre, enardece y orienta a un pueblo indomable y piensa después en la chica de hoy, que en su lujo alienante no encuentra respuestas. Piensa en la gloria pasada y presente. Piensa en su fin. Coloca la flecha en el punto de encoque y apunta al ayer, que será el mañana.

¿Haremos diana, lector, pensando así? [6]


***

[1] Uso transgresoramente el femenino como género no marcado, para evitar las arrobas y las fastidiosas y mareantes barras "o/a" que prescribe la corrección política.

[2] Poseo un aparato televisivo cuya evidente antigüedad me siento incapaz de calcular -se acciona con botones insertos en la carcasa y sólo tras golpearlo reciamente en el costado izquierdo-, que recibí de mi vecina Cuqui cuando -Dios la tenga en Su Gloria- falleció su anciana madre (me cuenta Cuqui, pedagógica y acaso con coquetería -es soltera-, que la señora manipulaba el aparato desde su sillón, ayudándose con el palo de una escoba).

[3] Confieso que he consultado en Google, para no errar en la trascripción de tan singular apellido.

[4] Opúsculo al que, si el tiempo y la pereza me lo permiten, hincaré el diente antes o después.

[5] Te ruego, lector, que compruebes en alta voz qué grado de dignidad comporta despotricar en lengua latina: Verum ubi pro labore desidia, pro continentia et aequitate lubido atque superbia invasere, fortuna simul cum moribus immutatur.

[6] Pienso ahora en Borges, que dejó estas palabras para burlar la ceniza de que está hecho el olvido:

¿Es un Imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

jueves, 17 de enero de 2008

Tiempo perdido

Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.

miércoles, 16 de enero de 2008

El "ser de masa" (1). El caudillo especular

De todos los clásicos es quizá Epicuro quien mejor ha sabido despreciar a la muchedumbre. Otro motivo más para celebrarlo. ¡Qué idea la mía de haber admirado tanto a un payaso como Diógenes! Lo que yo debería haber frecuentado es el jardín del sabio y no el ágora y menos aun el tonel...

E.M. Cioran. Ese maldito yo.


Perdonadme, utopistas. Lo que sigue no os va a gustar. El desprecio de las masas, ensayo de Peter Sloterdijk, será la materia prima inspiradora que, con dosis similares de paciencia e impaciencia, iré maleando hasta darle forma. Intentará ser a la vez un retrato de la masa y de mí mismo temiéndola, execrándola, combatiéndola.

Los hombres del siglo XX nos vimos obligados a constatar:

La preocupación de que todo poder y todas las formas legítimas de expresión proceden de las mayorías.

El poder, de forma directa o indirecta (por acción, por omisión, por imposición, por delegación, por sumisión), ha estado y estará siempre en manos de las masas. Antes, Dios, los dioses y sus delegados en la tierra (los patriarcas, las iglesias, las monarquías de origen divino y la nobleza, los chamanes) parecían dominar la escena. ¿Quién podría negar su brillantez, su estudiada elocuencia para representar ese papel? Pero los que manejaban en la sombra a estos diligentes y vistosos títeres acabaron cansándose. Tras la muerte de Dios, sus deudos -que seguían vagando por el escenario con la mirada vacía, perdida y estupefacta de los ciegos de Brueghel- fueron barridos cuando el titiritero decidió salir de bambalinas y romper la ilusión escénica: un nuevo personaje coral reclamaba el protagonismo que siempre había secretamente tenido: "Nada se había anunciado, nada se esperaba. Mas, de repente, todo está lleno de gente" (Canetti). Pero la masa, todavía balbuceante, necesitaba un delegado que hablara en su nombre: un Aarón que pronunciara la palabra que le faltaba.

El fascismo constituye (...), probablemente, una fase relativa y no inevitable, dentro de la aplicación del programa del desarrollo de la masa como sujeto -por la razón tan compleja como comprensible de que las masas en acción y en busca de descarga pueden proyectar de manera imaginaria en sus líderes su propia subjetividad incompleta como completa. (...) Las masas (...) se entregaron a la idea de que su yo ideal se presentaba bajo la forma visiblemente encarnada del Führer.


En su constitución como sujeto, la masa eligió -su condición no admitía otro camino- la representatividad especular en un caudillo. Su propia naturaleza adocenada y autorreferencial exigía un individuo (...) capaz de representar la existencia de la masa de un modo tan rotundo que pueda convertirse en núcleo del tumulto.

A través de su caudillo, la masa sólo toma conciencia de sí misma para regodearse en su propio poder, del que no había sido consciente durante milenios; pero, en su proceso de constitución, las masas han evolucionado. Ya no es necesario que se reúnan. ¿Para qué? Llevamos la masa en el corazón del corazón de lo que somos. La masa es la sustancia de que estamos hechos.

Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, posmodernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades famosas. Es este punto donde el individualismo de masas propio de nuestra época tiene su fundamento sistémico. (...) La masa posmoderna es (...) una suma de microorganismos y soledades que apenas recuerdan ya la época en la que ella-excitada y conducida hacia sí misma a través de sus portavoces y secretarios generales- debía y quería hacer historia en virtud de su condición de colectivo preñado de expresividad (...) Su estado es comparable al de un compuesto gaseoso, cuyas partículas, respectivamente separadas entre sí y cargadas de deseo y negatividad prepolítica, oscilan en sus espacios propios, mientras, inmóviles ante sus aparatos receptores de programación, consagran individualmente sus fuerzas una y otra vez a la solitaria tentativa de exaltarse o de divertirse.


Una vez que ya ha sido reconocida (y autorreconocida) como agente y poder absoluto de la historia, la masa exige -por encima de cualquier otra cosa- ser ininterrumpidamente exaltada y divertida. Su implacable narcisismo la empuja a un histérico e insaciable apetito de reconocerse como lo que ya es: "diminutas partículas elementales, de una vulgaridad invisible" que "se abandonan precisamente a aquellos programas generales en los que ya se presupone de antemano su condición masiva y vulgar". Industria del entretenimiento. Telebasura. Metástasis sexual.

Política. Sí: la masa actual ya no sólo exige líderes que la reflejen y halaguen: necesita líderes que la diviertan. Es ahí donde aparece el duce showman, el caudillo pop, el Führer mediático.

Pero comencemos por el principio. La masa no exige un líder numinoso y reverencial -el tiempo de los títeres áureos ha pasado-: exige un pelele verborreico y mimetizable.

Allí donde se venera de este modo, el objeto de la idolatría no se busca en un plano vertical: puede encontrarse vis à vis a la misma altura. (...) Para ningún culto a la persona en este siglo resulta esta fórmula de la idealización horizontal más pertinente que para la hitlermanía, la cual, en lo esencial, nunca fue otra cosa que la autoidolatría de una ávida mediocridad apoyada por la figura del Führer como medio de culto público.

¿Qué podía encontrar la masa al mirarse en el espejo de los grandes hombres sino su propio embrutecimiento irrebasable y su atroz vulgaridad? [1]

La específica adecuación del papel desempeñado por Hitler dentro del psicodrama alemán no estriba en sus extraordinarias aptitudes o en su incomprensible y evidente vulgaridad, por no hablar de su disposición a vociferar sin rebozo delante de grandes multitudes. Hitler parecía llevar de nuevo a los suyos a una época en la que gritar todavía servía para algo. Desde este punto de vista, fue el artista de la acción más exitoso del siglo.


Sin embargo, Sloterdijk olvida algo esencial: gritar servía y sigue sirviendo. El grito es el canto de sirena con que la masa se embelesa a sí misma: el acicate que la anima (como si se transmutara en tifosi de sí misma) en la perpetración de sus sevicias. El caudillo grita porque la masa quiere ver su propio aullido animal narcisistamente celebrado en el epifonema que constituye el duce.

Pero la masa se hastía pronto de sus propias figuraciones. Necesita más, siempre más. Esa insaciabilidad la calman hoy los caudillos mediáticos, de quien Hitler fue el genial precedente [2].

Es en este plano horizontal de resonancia ya apuntado donde se asienta la continuidad funcional existente entre el culto al líder de las masas encaminadas a la descarga durante la primera mitad de nuestro siglo y el culto al estrellato de las masas ansiosas de entretenimiento que surge en la segunda mitad. El misterio que envuelve tanto al antiguo líder como a las estrellas de nuestra actualidad reside presisamente en el hecho de ser tan similares entre sí y sus embotados admiradores.


Los consumidores de telebasura, los ultras deportivos de hoy, serán respectivamente los turiferarios y los brazos ejecutores de los movimientos totalitarios (sean etiquetados de tiranías o democracias) de mañana. Lo son ya. Lo han sido siempre: "una mayoría que se deja dominar tanto por los movimientos totalitarios como por los medios de entretenimiento totales" (Hanna Arendt).

En lo que concierne a las actitudes de Adolf Hitler, el diagnóstico es claro. Mientras cumplió sus labores como Führer, no actuó en absoluto como la ensalzada contrafigura de una masa guiada por él mismo, sino como su delegado y catalizador. En todo momento adoptó el mandato imperativo de la vulgaridad. No alcanzó el poder gracias a algún tipo de aptitudes excepcionales, sino merced a su inequívoca grosería y a su manifiesta trivialidad (...) Hans Pfitzner ha analizado de un modo concluyente el fenómeno de Hitler al definir a vuela pluma al Führer como un "plebeyo desencadenado" -una expresión en la que el affaire de las masas con su héroe recibe un título adecuado, definitivo y suficientemente cómico-. En realidad, Hitler no fue sino el producto inconfundible de una figura inventada según un modelo de proyección horizontal y mediático-masivo.


La masa, como la Catherine de Cumbres borrascosas respecto a Heathcliff, podía decir: "Yo soy Hitler" (de hecho, el propio Hitler decía -con razón- que él era Alemania).

Él era la encarnación de un deseo de reconocimiento que se había convertido en enfermizo. Sin embargo, dado que masas psíquicamente hambrientas y las partes lábiles de las elites sintieron ante este hombre público su propio yo más manifiesto; dado que no era necesario venerarlo para exprimirlo; porque bastaba con relacionar su propia vulgaridad encolerizada y la engreída incapacidad vital a la misma altura que las suyas para encumbrarlo y creerse uno mismo elevado hacia su propia gloria; porque él no era ningún señor, sino alguien procedente de las amplias masas; puesto que era un delegado horizontal, un accionista, un gran maestro de ceremonias del odio, el experto vocero de aquí al lado, que se ofrecía como contenedor de las frustraciones de las masas, sólo por eso -decimos-, porque él no era demasiado diferente ni superior ni alguien realmente bien dotado ni bien parecido, así como porque él, sobre todo, no actuaba con buenos modales, pudo asegurarse la aprobación de la mayoría para cumplir sus directrices y medidas, para desarrollar su biología pendenciera y su croar en torno a la crueldad y la grandeza [3].


Como los enjambres de moscas alrededor de las heces, las masas sienten la atracción irreprimible de la sangre. Pues el "ser de masa", semejante al niño que, antes que erigir el suyo propio, prefiere destruir el castillo de arena que otro morosa y amorosamente ha edificado, elegirá siempre el placer de pisotear la sangre del enemigo que la deferente complacencia de derramar la sangre de la compañera que ha sido por primera vez amada. Eso ofrecía Hitler: no el amor, la sangre. [4] Nihil novum sub sole. Pero Hitler -como hacen hoy los lobotomizados presentadores de las teletiendas- supo ofrecerlo de forma espectacular, estentórea, vendible, gozosamente consumible.

Y es precisamente a la luz de este rasgo característico (...) donde nos queda reconocer su figura como portadora de una función que también ha seguido subsistiendo de un modo particular después de que la antigua descarga política volviera a encauzarse por otros medios: por las vías del entretenimiento apolítico orientado a la disposición afectiva de las democracias liberales de masas.

El individuo que se ha configurado como tal se aburre si se entanca en un nivel de profundidad que ya ha superado. Necesita siempre más hondura. El "ser de masa", incapaz de orientarse en el eje vertical, sustituye la exploración por el impacto: necesita descargas sucesivamente más fuertes: de ahí que tanto en la industria del entretenimiento como en la política exija siempre un extra de histrionismo, de truculencia [5].

En este último ámbito, Hitler, como estrella pop de la política espectáculo, ha alumbrado una vasta -una basta- progenie, que hoy domina el mundo. Caudillos especulares y espectaculares a caballo entre el duce, el showman y la estrella pop. Berlusconi (el tonadillero italiano), Nicolas Sarkozy (el Don Juan o Casanova francés), ZP (el caballero andante o superhéroe ontológico español) el inefable Hugo Chávez [6]... cuyo epítome lo constituye quizá la larmoyante Evita Perón o, más específicamente, la estrella pop Madonna en su papel de Evita cantando a las masas: escena cinematográfica que es, acaso, la culminación simbólica y artística del caudillo especular.

Perdonadme, utopistas: éste es nuestro mundo.

Lo dijo Cioran:

La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!


Esto es lo que queda del pasado, perdido e hipócrita ideal. Restos del naufragio ya irreconocibles, pecios de sombra.

Con el "ser de masas":

El proceso de subjetivización constituido a través de la exaltación de los otros se presenta como una interrupción de la auténtica comprensión de uno mismo (...) Bajo este signo se inicia un proceso de desjerarquización cuya ambivalencia se desarrolla de manera creciente en el experimento de la Modernidad.


No dudes ni por un segundo, amigo y abrumado lector, que voy a seguir temiendo, execrando, combatiendo ese cáncer.

***

[1] Todavía los antiguos amos necesitaban una iconografía justificatoria que, si bien hipócrita y enmascaradora, exhortaba a la transfiguración personal. Como delegados divinos en el mundo, representaban y a la vez alentaban la ascesis religiosa, la configuración de un yo ideal y un arte sublime. Hoy, los caudillos mediáticos nos solicitan sólo aquello para lo que les hemos permitido ocupar su puesto: nos exhortan a ser lo que ya somos y nos agasajan por ello.

[2] De ahí el ascendente, la larga sombra que, aun hoy, mantiene su figura. Es la impericia, la insulsez mediática de Stalin -en modo alguno su apocalíptica protervia-, la que ha convertido en inoperante su modelo. Para la masa, Stalin -al contrario que Hitler- ha cometido un solo pecado: no ser fashion.

[3] Las masas vieron en el armígero y tonante Hitler la puesta en abismo de su sanguinaria perfidia. Un frágil tópico biempensante imputa a la avidez crematística, al pragmatismo mercantil, la compulsión bélica de las masas. Alessandro Baricco, en Next, lo cifra así: Sea lo que sea lo que os hayan dicho sobre la guerra, lo que hay siempre detrás es el dinero. Rafael Sánchez Ferlosio, sin haber leído al italiano, le responde: Otras armas mucho más fuertes harían falta contra el mito que las del optimismo desmitificador de un estrecho racionalismo economicista que pretende luchar contra el mito simplemente negando su poder real incluso en el pasado, y cuya manifestación historiográfica es suprimir, por anecdótica, la narración de las batallas. Entre tanto, han logrado que la racionalidad utilitaria se vuelva la ideología enmascaradora de los antiguos demonios renacientes. Y remata, con la encendida retórica de quien se sabe a punto de apresar una verdad esquiva: Pero mientras la estrella del Yo no desaparezca del horizonte humano, la batalla seguirá siendo el acontecimiento histórico por excelencia, el hecho capital en la vida de los hombres y los pueblos. Y Niké, la victoria, se reirá infinitamente de la mala gracia, de la poca malicia, de la ninguna agudeza, las míseras artes, desvirtuados hechizos e inhábiles poderes de Venus Afrodita para la seducción de los humanos, para los cuales una sola ondulación de un pliegue de la orla del vestido en la levísima brisa levantada por el paso flotante de Niké tiene todo el arrebato de una tempestad infinitamente más irresistible que lo que la entera belleza de Afrodita, ofrecida en el máximo esplendor de las espumas marinas que la entregaron a la playa, soñó jamás en provocar.

[4] Preguntados por mí acerca de sus motivaciones, unos chicos que se divertían pisoteando hormigas en fuga me respondieron: "Mola ver cómo intentan escapar y no pueden". "Pero ¿por qué?". "Porque sí".

[5] Este recrudecimiento es paradigmáticamente ostensible en la industria del porno. Arrumbadas las películas desenfadadamente sexuales que están en el origen del género y que predominan hasta los años 60 del siglo pasado, la sociedad ha asistido impertérrita y complacida, en los últimos cuarenta años, a una pavorosa ascensión en la crueldad a la que se somete a los cuerpos y las almas. De la mera exposición (estilizada) de la intimidad sexual, se ha pasado a la despiadada representación de abusos, maltratos, violaciones apenas enmascaradas (incluso de mujeres ancianas, embarazadas o que simulan ser -o son- menores). Sabemos muy bien cuál es el final del trayecto: el crimen real, filmado e inmisericorde: la snuff movie.

[6] Todos ellos con atributos comunes: una verborrea incansable y machacona, una insaciable avidez mediática y una ensimismada y cancerosa egolatría. Tan profundo es el cambio de paradigma que estos caciques ocupan ya todos los puestos socialmente relevantes. Piensen en el deporte: líderes como Manuel Ruiz de Lopera (don Manué) o Jesús Gil (que, semejante al Dios uno y trino, presenta la triple condición de jeque deportivo, cacique político y protagonista de un programa televisivo -Noches de tal y tal- anunciado con el más pegajoso e infame de los estribillos, que me avergüenzo de no haber olvidado, al tiempo que lo considero la más abrumadoramente genial condensación del espíritu del caudillo especular: Gil y tal y tal, Gil y tal. Y Gil y tal y tal: Gil superstar).

martes, 15 de enero de 2008

La transparencia es todo lo que queda


(Per speculum et in enigmate.) Toda ya se me va antojando tan imaginario, que nada puede perder siendo fingido, como nada puede ganar siendo real.

Rafael Sánchez Ferlosio. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

lunes, 14 de enero de 2008

Mi poesía es un arma cargada de futuro

Nunca dejes que una buena mentira te arruine la realidad*

* [Aclaración innecesaria: respuesta al apotegma periodístico Nunca dejes que la realidad te arruine una buena historia]

jueves, 10 de enero de 2008

Do fuir

Te ocultas tras las máscaras de lo vulgar y lo sublime, con la esperanza inconfesable de que nunca alcancen a aprender dónde encontrarte. Dónde necesitarte.

Modestia aparte


No poseemos más conciencia que la literatura... La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar el mundo.

John Cheever.

miércoles, 9 de enero de 2008

La costilla de Adán (4). Anécdota y confesión

Camino de su fusilamiento en la checa de Fomento, con una sublimidad que sólo los humoristas pueden permitirse, Pedro Muñoz Seca sentenció:

Me podéis quitar el reloj, la cartera, las llaves y hasta la vida; pero hay una cosa que no me vais a poder quitar nunca, hagáis lo que hagáis: el miedo que tengo.

Eso mismo pienso cuando, semejante a la desconocida que ayuda al desvalido anciano a cruzar la mitad de la calle, me enfila una Eva.

La costilla de Adán (3). Impertinencia y desafío

Camino hacia el desánimo, abonando rencores, Cioran sentenció:

La mujer fue importante mientras simuló pudor y reserva. ¡Qué deficiencia demuestra empeñándose en dejar de jugar el juego! Ahora ya no vale nada, pues se asemeja a nosotros. Así desaparece una de las últimas mentiras que hacían tolerable la existencia.

lunes, 7 de enero de 2008

"La refutación de todos mis anatemas"

Uno de mis primeros recuerdos vinculados con la música es ya muy lejano; pero la memoria ignora la cronología y sabe remontar los veneros del tiempo. Una amiga soprano nos había visitado: a mí me admiraba cómo su voz pausada, aparentemente frágil, casi susurrante, se encendía y llegaba a alcanzar proporciones cataclísmicas cuando cantaba (más de una vez la empujé a que quebrara una copa con sus altísimos agudos -siempre en vano, para tranquilidad de mi cuidadosa madre-). Nos contaba cómo, en unos ensayos para la representación de la octava sinfonía de Mahler, los miembros del primerizo coro al que pertenecía eran incapaces de terminar el Veni Creator: a la mayoría se le formaba un nudo en la garganta; a muchos se les saltaban las lágrimas; algunos incluso enmudecían y lloraban. Imposible cantar. El director, comprensivo -acaso también conmovido-, les recordaba que un músico debe aprender a embridar el entusiasmo o está perdido.

Innumerables son las imprudencias -las injusticias- que cometemos y cometeremos espoleados por la euforia. Incontables los amantes que comprometieron y comprometerán su largo futuro por un instante de vértigo. Qué difícil -qué inhumano- controlar la emoción, mantener la cabeza fría cuando el éxtasis tienta y asoma.

Tantas veces ha sido la música acicate del caos, la violencia, la barbarie. Y sin embargo:

Todo parece miserable e inútil cuando la música enmudece. Se comprende así que pueda ser odiada y se sientan tentaciones de considerar su absoluto como un fraude. Porque cuando se la ama demasiado hay que reaccionar contra ella como sea. Nadie percibió su peligro mejor que Tolstoi, pues sabía que podía dominarlo completamente. De ahí que comenzara a execrarla por miedo de convertirse en su juguete.

Juguete de la música: he ahí una definición del hombre. Y sin embargo:

Una pasión es perecedera, se degrada como todo aquello que participa de la vida. Sólo la música puede crear una complicidad indestructible entre dos seres.

Las gargantas que enmudecen y arden ante lo que aman dicen siempre más de lo que callan.


Habré de amar una piedra

Tumba.


Inscripciones.




Y adiós.


Las dos caras de la verdad

Romanticismo y vanagloria.



Realismo y piedad.

Autorretrato con retoques


Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ése fue todo su patrimonio.

***

Pienso en C., para quien beber café era la única razón de existir. Un día en que le hablaba de los méritos del budismo, me respondió: "El Nirvana, de acuerdo; pero con café".

Todos tenemos alguna manía que nos impide aceptar incondicionalmente la dicha suprema.

martes, 1 de enero de 2008