martes, 17 de marzo de 2009

La biblioteca está en llamas (9)

La habitación del suicida

Seguramente crees que la habitación estaba vacía.
Pues no. Había tres sillas bien firmes.
Una lámpara buena contra la oscuridad.
Un escritorio, en el escritorio una cartera, periódicos.
Un buda despreocupado. Un cristo pensativo.
Siete elefantes para la buena suerte y en el cajón una agenda.
¿Crees que no estaban en ella nuestras direcciones?

Seguramente crees que no había libros, cuadros ni discos.
Pues sí. Había una reanimante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor cordial.
Alegría, divina chispa.
Odiseo sobre el estante durmiendo un sueño reparador
tras las fatigas del canto quinto.
Moralistas,
apellidos estampados con sílabas doradas
sobre lomos bellamente curtidos.
Los políticos justo al lado se mantenían erguidos.

No parecía que de esta habitación no hubiera salida,
al menos por la puerta,
o que no tuviera alguna perspectiva, al menos desde la ventana.

Las gafas para ver a lo lejos estaban en el alféizar.
Zumbaba una mosca, o sea que aún vivía.

Seguramente crees que cuando menos la carta algo aclaraba.
Y si yo te dijera que no había ninguna carta.
Tantos de nosotros, amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.

lunes, 16 de marzo de 2009

El pan nuestro de cada día (1)

Política.

¿Dónde encontrar hoy Ulises que arrostren ese ogro filantrópico? No en las aulas de los institutos. Cuando, incidentalmente, aparece este asunto en mis clases de bachillerato, la respuesta de mis alumnos es, aunque esperada, desalentadora: los jóvenes, dicen, pasan de la política. Es difícil hacerles comprender que no se trata de una opción viable. Lo sabía Aristóteles: el hombre socializado es, constitutivamente, político; y pasar de la política es, por supuesto, una opción política.

Pero, ¿qué es la política?. ¿Ese dinamismo de los crímenes? ¿El arte de hacer felices a los pueblos? ¿Esa pesadilla de la que nunca despertamos? ¿El arte de enriquecerse a costa del contribuyente? Definiciones de grandilocuencia romántica o coqueto cinismo que condicen mal con nuestro amodorrado tiempo.

Atendiendo a lo que vemos en la tele, podríamos sostener, sin injusticia, que la política (como los cómics de superhéroes, como los videojuegos, como la vida marital, como las películas porno) se ha convertido en una sucesión de insípidos tiempos muertos que el cliente padece con impaciente desinterés, hasta que sus protagonistas (profesionales estereotipados, infatigables, monomaníacos) deciden (nunca tardan) darse caña.

jueves, 12 de marzo de 2009

La biblioteca está en llamas (8)

En la Apertura, el trovador. Villon no anda lejos; Dante, sensual señor feudal, empareja al ciprés con la carne del arce; D'Aubigné es el más devastado; Petrarca dibuja con Giotto el doble crisantemo; Shakespeare es la posteridad de Shakespeare; Louise Labé ganó sus espuelas en la tregua de lis, ella es amante; Scéve vitrifica; aunque cuadrada, la vela de Ronsard tiene rizos de serpentina; Teresa de Ávila y Sade, los más audaces, son los más expuestos; Racine nos incendia en claroscuro; Chénier tiene la entereza del desastre; el capitán de loberos Pushkin; el regüeldo profético de Blake; Keats, semejante a Endimión, no ha cumplido su tiempo, no ha tocado muro alguno, luminoso nudo corredizo; Leopardi poetiza su miedo adivino en la noche de la naturaleza; la mano de Hugo venda el pecho de Ruth, un canto perfecto se alza; Chateaubriand llena con sus voluntades la urna de la palabra; la inspiración de Vigny perdura en un ángulo insigne; Nerval posee la gracia que provoca hambre; Baudelaire funde las heridas de la inteligencia en un dolor que rivaliza con el alma; las alas de Hölderlin son espaciosas, sabe tanto como los mudos; Mallarmé es a la vez único y condicional; Nietzsche destruye la galera cósmica antes de que cobre forma; Melville es digno de confianza; Poe, de frente o de espaldas, sirve de testigo; en la extenuación Emily Brontë alienta; Rimbaud no humilla al País que revela; en la obscenidad Verlaine se desenvuelve con la máxima elegancia; Lautréamont, blasfemo, hombre de bien, pone fin; el timbre de la bicicleta de Jarry no provoca aluciones más que en la periferia de París capital; Apollinaire empalma el canto hondo con la facundia; Claudel es irresponsable; Sygne nos sonríe desde su verde otero; Kafka es nuestra pirámide; Rilke nos tiende el trébol de cuatro hojas de la muerte; Proust de repente es Píndaro; Reverdy se hunde y desdeña el beneficio; veo de nuevo a Éluard; aquel a quien olvido fue feliz.

lunes, 2 de marzo de 2009

Coda


Ella predice el porvenir. Y yo estoy encargado de verificarlo.

Caballo que camina a nuestro paso

1898. Un oscuro párroco andaluz seduce a una joven feligresa. El sacrilegio enciende las lenguas, pero está al servicio de una causa humana. El apellido Sianes prevalece.

Setenta y cinco años después, bajo la lluvia, escoltada por las gotas que percuten contra su paraguas, Adela acoge el olor a cigarrillo que precede al hombre, aún desconocido, cuyo primogénito se llamará, como él, Francisco.

No llovía la tarde en la que Eduardo conoció a la antigua amiga de su hermano; unas asignaturas aprobadas abren la puerta del verano y de Mariele.

Un cuarto de siglo antes, en una Viena cercada por las aguas de la historia, Frederike Sylvie espera a Gonzalo, el médico sevillano que viaja a su encuentro (Ambos lo ignoran). En los atardeceres guineanos, durante siete largos años, Luis desteje una pasión que minuciosamente teje en el papel la jovencita Elena. Destinos de Penélope, hoy sólo quedan dos ancianas que se apagan lentamente. Nadie sabe de las cartas.

(Allá, en el horizonte, Adán y Eva.)

Hace apenas seis meses, tormenta de verano en Halstatt (es preciso extraviarse por las sendas de Oku para regresar a Austria). En el balcón (bajo la misma lluvia), geranios que se mecen ante el lago y los relámpagos. Más adentro, sobre el lago tibio y encrespado de las sábanas, dos cuerpos que se mecen en el lecho de los rayos, cuyo trueno son. La improbabilidad juega con cartas marcadas; pero el azar reposa y vela junto a ellos.

Mañana. Un 19 de marzo cualquiera. Nuestro amor sobrevive en un ángulo acosado cuyo vértice es inexpugnable.