viernes, 23 de mayo de 2008

Envidia de los dioses

Ante el fulgor de lo que nace y muere, oh mortales, ¿quién querría celebrar lo perdurable?

Raíces

Resguardaste tus vacilaciones del ladrón de la paciencia y no olvidaste mantener bien arriagado el ardor de sus cipreses. Firmes y erguidos perserveran en la maduración de tus incertidumbres, esperando la lluvia en que florecen las verdades.

Venero

Conviértete en el predador de tus epifanías, cuidándote de no agotar su fuente postrimera.

jueves, 22 de mayo de 2008

Humanidades e inhumanidad (Prólogo)

¿Bajo qué supuestos se fundaron las facultades de Literatura? Con esa pregunta comienza "La formación de nuestros caballeros", un artículo de George Steiner escrito en 1965 y publicado en Lenguaje y silencio . Pero subyace en el planteamiento de Steiner una pregunta más amplia: ¿En qué supuestos se sostiene la pertinencia de la enseñanza y el estudio de las disciplinas humanísticas? Al final del artículo encontramos otra, aun más apremiante: ¿Merece la pena la enseñanza y el estudio de la literatura y las humanidades?

Las respuestas de Steiner a estas preguntas son a un tiempo esclarecedoras y provisorias.

El primer supuesto que hace siquiera posible la filología es la familiaridad con la cultura clásica. Hablo de familiaridad en el sentido histórico de continuidad: somos los herederos encargados de su transmisión. Pero también en un sentido profundamente carnal; no somos albaceas casuales de ese legado: somos hijos de la cultura clásica. Nos vincula a ella una filiación y un compromiso de sangre. Sólo en este sentido se hace justicia a la etimología de la palabra filología: estamos ligados a la palabra de los clásicos por un vínculo de amor familiar.

No es así extraño que, para los grandes filólogos decimonónicos:

El estudio crítico, textual, histórico de la literatura griega y latina no sólo suministró antecedentes y justificaciones para un estudio similar de las lenguas vulgares: también proveyó de las bases para la implantación de esos estudios. (...) La idea de que un individuo pudiera estudiar o editar honradamente un texto sin tener una formación clásica habría parecido algo reprobable o inverosímil.

El segundo supuesto en que se sustenta la enseñanza y el estudio de las humanidades es su religación con el nacionalismo.

Como lo proclamaban francamente Herder, los hermanos Grimm y toda la dinastía de profesores y críticos alemanes, el estudio del propio pasado literario resultaba vital para afirmar la identidad nacional. Taine y los positivistas históricos añadieron a esta opinión la teoría de que el genio racial específico de un pueblo, de nuestro propio pueblo, se conoce mediante el estudio de su literatura.

De nuevo el concepto de familiaridad: la única forma de conocer nuestro yo personal (indisoluble de nuestro yo social) pasa por recuperar fielmente la herencia del pasado: sólo podemos acceder a las fuentes de nuestro yo remontando el curso de la sangre. Es el estudio de la historia de la literatura lo que hace inteligible nuestra identidad.

El tercer supuesto. En la trasmisión de las humanidades:

yace una especie de optimismo racional y moral. En sus métodos filológicos e históricos el estudio de la literatura refleja una enorme esperanza, un positivismo grande, un ideal de parecerse a la ciencia (...) Se suponía que el estudio de la literatura implicaba casi necesariamente una fuerza moral. Parecía evidente que no sólo habría de enriquecer el gusto o el estilo sino también la sensibilidad moral; que cultivaría la facultad de juicio y actuaría contra la barbarie. (...) Henry Sidgwick (...) ve en la literatura -creo que ésta es la frase clave- "el origen de una cultura verdaderamente humanizadora". Y esta gran ambición se prolonga desde la idea de Mathew Arnold de la poesía como sustitutivo del dogma religioso hasta la definición del doctor Leavis del estudio de la literatura (...) como "humanidad básica".

Se cierra el círculo de la familiaridad. El estudio de la literatura y las humanidades obra con el yo como un padre con su hijo: disciplina y reconduce nuestros instintos bajo los imperativos de la razón y la religación con los otros. La música, según el adagio tradicional, amansa a las fieras. El cultivo de las letras hará posible el mito utópico de la Edad de Oro, en el que las fieras trocarán rapacidad por fraternidad. El concepto de paternidad implica necesariamente el de hermandad. Las humanidades nos hermanan con todos aquellos que han sido educados por ellas: nos hacen humanos en cuanto reconocemos al otro como semejante y hermano.

Como he intentado demostrar, estos tres supuestos constituyen una poética de la familiaridad. Hijos de la cultura clásica, el cultivo de su tradición literaria (la religación con el ayer y el mañana) nos hace accesible nuestro yo más profundo, nos revela que ese yo está necesariamente vinculado con el pasado, que está firmemente hermanado en el presente y que, si somos fieles a nuestra herencia ancestral, dejará un legado de perfectibilidad progresiva para el futuro.

Sin embargo, Steiner se pregunta:

¿Son válidos aún estos supuestos -la formación clásica, la conciencia nacional, la esperanza racional moralizante?-, esas costumbres y tradiciones de la sensibilidad?

Sus respuestas a esta pregunta van demoliendo sistemáticamente los cimientos de la ciudad utópica que ha proyectado el humanismo clásico.

En lo que respecta a los clásicos nuestra situación ha cambiado radicalmente. (...) Las referencias clásicas [en la época del Renacimiento y el Neoclasicismo] le eran en gran parte conocidos a una gran parte de la audiencia (...) eran parte reconocible para cualquiera que hubiera tenido un poco de educación elemental (...) ¿Pero hoy? (...) El asunto no es trivial. A medida que aumentan las notas al pie, a medida que los glosarios se hacen más elementales (...) la poesía pierde su impacto directo. Se desplaza de un foco de visión inmediato a un territorio de conocimientos especializados. (...) El mundo de la mitología clásica, de la referencia histórica, de la alusión a las Escrituras, en que se basa lo esencial de la literatura (...), se aleja cada vez más de nuestro alcance natural.

Nos hemos convertido en el heredero necio e indolente que dilapida la cuantiosa herencia familiar. Somos traidores de nuestro legado, huérfanos voluntarios de la pasada grandeza. La cadena familiar, nuestro vínculo de sangre con los clásicos, se ha roto.

Tomemos el segundo supuesto, la visión de gloria y esperanza del genio nacional. De sueño decimonónico que fuera, el nacionalismo se ha convertido hoy en una pesadilla. Con dos guerras mundiales casi ha aniquilado la cultura de occidente. Es muy posible que acabe por llevarnos a nuestra destrucción, como ratas enloquecidas.

En este caso, se trata de una traición sincrónica, dialéctica, a la familiaridad. Los alemanes son hermanos de los franceses, los italianos, los españoles; pero sabemos que el mito de la hermandad –particularmente en la tradición judaica- es trágicamente agónico. El mito de la sangre deviene en mito sangriento. Así ha sido desde la fuente remota e inagotable del Antiguo Testamento. Siempre hay un hermano elegido: el verdadero continuador de la dinastía, cuya singularidad declara imperfecta la herencia de los hermanos, a los que con aterradora frecuencia hay que destruir.

Como las flores del mal que con su belleza disimulan su carga de veneno, como las serpientes que con su cascabeleo embrujan a la víctima que acechan, las políticas culturales nacionalistas han demostrado cumplidamente que el primer adjetivo es un engañoso adorno que hermosea la afilada hoja asesina del segundo. El humanismo tribal fue el delicado velo que ocultaba y embellecía el monstruoso rostro del nacionalismo caníbal y segregador. Aún lo es hoy.

¿Qué hacer?

No digo que debamos abandonar nuestra herencia clásica; no podemos hacerlo. Pero me pregunto si no debemos aceptar su supervivencia limitada y dificultosa en nuestra cultura, y si esa aceptación no debe llevarnos a preguntar si existen otras coordenadas culturales que afecten con más apremio el entorno actual de nuestra vida, la manera como pensamos y como sentimos y como tratamos de encontrar el camino. Esto es, muy sencillamente, una petición en favor de los estudios comparativos modernos.

Es el abandono de la cueva de la sangre, la diáspora -siguiendo el dictado del daimon judaico- en busca del espíritu.

Puede que Monsieur Etiemble, en París, tenga razón cuando dice que la familiaridad con una novela china o con un poema persa es casi indispensable para la cultura literaria contemporánea. Ignorar a Melville o a Rimbaud, a Dostoievski o a Kafka, no haber leído a Thomas Mann o El doctor Zivago de Pasternak es una descalificación tan grave dentro de la idea de cultura viva que debemos preguntar, ya que no contestar, la pregunta de si el estudio detenido de una sola literatura tiene algún sentido.

Nuestro espíritu, nuestro nuevo hogar deben ser políglotas.

Para la supervivencia actual de la sensibilidad, ¿no resulta tan importante conocer a fondo otro idioma vivo como lo era conocer a fondo los clásicos y las Escrituras? (...) El señor Etiemble alega que las sensibilidad de Europa occidental y de los países anglosajones, la manera como en occidente pensamos y sentimos e imaginamos el mundo actual, seguirá siendo en gran parte artificial y peligrosamente obsoleta si no nos esforzamos por aprender un idioma importante fuera de nuestro ámbito -por ejemplo, el ruso, el hindú o el chino.

Es el definitivo mentís a la idea del humanismo nacionalista. En la cultura, como en política, el chovinismo y el aislamiento son opciones suicidas. Y no sólo el aislamiento de otras culturas humanísticas, también de la cultura científica. Es imprescindible el retorno del uomo universale.

El estudiante de literatura puede acceder hoy, y puede ejercer en él su responsabilidad, a un terreno riquísimo, a mitad de camino entre las ciencias y las artes, un terreno que limita por igual con la poesía, la sociología, la psicología, la lógica e incluso las matemáticas. Me refiero al campo de la lingüística y de la teoría de la comunicación (...): cuestiones que van al corazón mismo de de nuestras preocupaciones poéticas y críticas.

Steiner parece confiar en que sólo el universalismo del saber calmará la tempestad de sangre a que nos aboca el enajenado aislamiento, hostil a las "contaminaciones", de las tradiciones culturales nacionalistas. Hoy, aunque nos empeñenos, nada humano puede sernos ajeno. Fatalmente, habitamos la aldea global. La tempestad, sin embargo, no ha arreciado. Hemos salido de la tribu; seguimos manchados de sangre.

He eludido responder a la última pregunta que plantea Steiner. Ha sido formulada retóricamente demasiadas veces. Hoy debemos atrevernos a formularla con toda seriedad. ¿Es posible seguir manteniendo la interesada ficción de que las humanidades “humanizan”? Se teme que la posibilidad de no hallar una respuesta enteramente positiva es, sencillamente, demasiado monstruosa. Sostengo que no es así. Ante estas preguntas, es cierto, las respuestas salen siempre derrotadas. Pero por provisionales, por precarias y frágiles que sean, necesitamos -hoy más que nunca- esas respuestas.

Humanidades e inhumanidad (Diálogo)

Si la relación de los estudios y la conciencia literarios con el conjunto de los conocimientos y medios expresivos de nuestra sociedad se ha alterado radicalmente, otro tanto, con seguridad, le ha acontecido al confiado vínculo que unía la literatura con los valores de la civilización. Este es, me parece, el punto clave. El hecho, sencillo pero desconsolador, es que tenemos muy pocas pruebas de que los estudios literarios hagan mayor cosa por enriquecer o estabilizar las cualidades morales, de que humanicen. No hay demostración alguna de que los estudios literarios hagan, efectivamente, más humano a un hombre. Y algo peor: ciertos indicios señalan todo lo contrario.

El ídolo ha sido definitivamente profanado. No hay ya fe en las virtudes "humanizadoras" del arte. No es, de hecho, difícil encontrar pruebas históricas y psicológicas que justifican el descreimiento.

Cuando la barbarie llegó a la Europa del siglo XX, en más de una universidad la Facultad de Filosofía y Letras opuso muy poca resistencia moral, y no se trató de un incidente trivial y aislado. En un número inquietante de casos la imaginación literaria dio una bienvenida servil o extática a la animalidad política. En ocasiones, esa animalidad fue apoyada y cultivada por individuos educados en la cultura del humanismo tradicional. El conocimiento de Goethe, el fervor por la poesía de Rilke no servían para contener la crueldad personal e institucionalizada. Los valores literarios y la inhumanidad más detestable pueden coexistir dentro de la misma comunidad, dentro de la misma sensibilidad individual, y no nos salgamos por la tangente diciendo: "el hombre que hizo esas cosas decía que leía a Rilke. Pero no lo leía bien". Me temo que se trata de una evasión. Podía leerlo perfectamente.


Fiel a sus fidelidades, Steiner tiende a considerar una singularidad histórica la cultura del Tercer Reich, que culminaría en la Shoah. Esa presunta singularidad es, sin embargo, lugar común. La incapacidad “civilizatoria” del gran arte es tanto más evidente cuanto que se ha manifestado una y otra vez a lo largo de toda la historia. Pensemos precisamente en el Renacimiento, época de apoteosis del arte y del hombre, época donde el arte supremo se consideró la manifestación más elevada de la divinidad del ser humano.

En Italia, durante 30 años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad y quinientos años de democracia y paz ¿Y qué nos ofrecieron? El reloj de cuco.


Las relaciones entre la democracia, entre los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y la eminencia estética, como sugiere Welles en El tercer hombre -y el propio Steiner en casi todas sus obras- son, de hecho, incómodamente problemáticas. Pero es un tema que analizaré en otro artículo. Quiero centrarme ahora en esta pregunta. ¿Por qué la sensibilidad artística es con tanta frecuencia ensimismada, hermética, antisocial? Incluiré dos largas citas de Steiner, tomadas de varios artículos. La clarividencia, la terrible lucidez de la argumentación disculpan la extensión y hacen superfluo cualquier comentario:

A diferencia de Matthew Arnold y del doctor Leavis, me siento incapaz de afirmar con seguridad que las humanidades humanizan. De hecho, quisiera ir más allá: se puede pensar al menos que la concentración de la conciencia en un texto escrito que constituye la sustancia de nuestros conocimientos y de nuestros esfuerzos, pueda amortiguar la brusquedad y prontitud de nuestras reacciones morales efectivas. Como estamos preparados para dar credibilidad psicológica o moral a lo imaginario, al personaje de teatro o de novela, a la condición espiritual que nos produce un poema, es posible que nos resulte más difícil identificarnos con el mundo real, tomar a pecho el mundo de la experiencia fáctica; "a pecho" es una expresión interesante.

En cualquier ser humano la capacidad de reflejo imaginativo, de riesgos morales no es ilimitada; al contrario, puede ser absorbida por las ficciones, y así el grito del poema podrá resonar con más violencia, con más urgencia que el grito que nos llega de la calle. La muerte novelística nos podrá conmover más poderosamente que la muerte en el cuarto de al lado. Así, puede existir un vínculo oculto, traicionero, entre el cultivo de la reacción estética y el potencial de inhumanidad personal.

La influencia de lo imaginario, de las "ficciones supremas", como dice Wallace Stevens, sobre la conciencia humana es hipnótica. Lo imaginario, la abstracción conceptualizada puede invadir la morada de nuestra sensibilidad hasta el punto de obsesionarla.

Después de haber pasado horas, días, semanas leyendo, aprendiendo de memoria explicando, a nosotros mismos o a otros, una oda trascendente de Horacio, un canto del Inferno, los actos tercero y cuarto del Rey Lear, las páginas sobre la muerte de Bergotte en la novela de Proust, volvemos a nuestro estrecho universo doméstico. Pero seguimos poseídos. En la calle, un grito lejano. Apenas lo oímos. Atestigua un desorden, una realidad contingente, vulgarmente transitoria, sin ninguna relación con nuestra conciencia de poseídos. ¿Qué es ese grito en la calle en comparación con el grito de Lear por Cordelia, o el que lanza un Acab a su demonio blanco?

En un mundo de monotonía aseptizada, precondicionada, miles, centenares de miles de seres humanos mueren cada día en nuestras pantallas de televisión. La destrucción de unas remotas estatuas por fanáticos afganos enfurecidos, la mutilación de una obra maestra en un museo nos llegan a lo más hondo del alma.

El sabio, el verdadero lector, el que hace libros está saturado de la terrible intensidad de la ficción, está formado para responder al más alto grado de identificación con lo textual, con lo ficticio. Esta formación, esta manera de centrarse en las antenas nerviosas y en los órganos de la empatía -cuyo alcance nunca es ilimitado-, puede mutilarlo, aislarlo de lo que Freud llamaba el "principio de la realidad".

Es en este sentido paradójico como el culto y la práctica de las humanidades, del bibliófago y del sabio pueden perfectamente deshumanizar. Debido a ellas, nos es quizá más difícil responder activamente a las intensas realidades de las circunstancias políticas y sociales, comprometernos plenamente. ¿Qué estamos haciendo entonces al estudiar y enseñar literatura?


¿Debe edificar el intelectual en torno a sí una torre de marfil impermeable a la sangre? ¿Sería esterilizado su talento al confrontarse diariamente con las miserias del mundo, semejante al hierro que se oxida al contacto con el aire? O, hipótesis aun más perturbadora: ¿necesita el intelectual -presuntamente alejado del "corazón salvaje de la vida" (Joyce)- las heridas propias (y las ajenas) para edificar sus "ficciones supremas"? Ningún artista, ningún transmisor del legado artístico debería rehuir la pregunta: el arte ¿anestesia nuestra humanidad o la multiplica? Con esta pregunta comenzamos un camino hecho de riesgo y esperanza.

Antes de seguir enseñando debemos preguntarnos: ¿son humanas las humanidades? y si lo son ¿por qué se esfumaron al caer las tinieblas? (...) Creo que la gran literatura está llena de la gracia secular que el hombre ha obtenido en su experiencia y con gran parte de la verdad comprobada de que dispone. Pero más que nunca debo atender escrupulosamente a quienes refutan, a quienes ponen en duda la pertinencia de mis palabras. En suma, a cada instante debo estar listo para contestarles, y a contestarme a mí mismo, la pregunta: ¿Qué quiero hacer? ¿En qué se ha fracasado? ¿Existe siquiera la posibilidad de triunfo?

Si no hacemos que nuestros estudios humanistas sean responsables, si no distinguimos en nuestra distribución del tiempo y el interés entre lo que tiene primordialmente una significación histórica o particular y lo que no es sino influjo de la vida cotidiana, entonces las ciencias harán valer sus demandas. La ciencia puede ser neutral. En esto consiste tanto su esplendor como su limitación, y es una limitación que en última instancia convierte a la ciencia en algo casi "trivial". La ciencia no puede ponerse a decirnos cómo se implantó la barbarie en la moderna condición humana. No puede enseñarnos a salvar las cosas que nos importan por más que haya contribuido a ponerlas en peligro. Un gran descubrimiento en física o en bioquímica puede ser neutral. Un humanismo neutral es una pedantería o un preludio de lo inhumano.

Enseñar literatura como si se tratara de un oficio superficial, un programa profesional, es peor que enseñarla mal (...) Como dijo Kierkegaard: "No vale la pena recordar un pasado que no puede convertirse en presente".

Es un asunto de seriedad y de equilibrio emocional la convicción de que la enseñanza de la literatura, en el caso de que sea posible, es un oficio sumamente complejo y peligroso, puesto que se sabe que se tiene entre las manos lo que hay de más vivo en otro ser humano.

Leer la gran literatura como si ésta no fuera un apremio, ser capaz de contemplar impertérritos el discurrir del día tras haber leído el Canto LXXXI de Pound, equivale más o menos a hacer fichas para el catálogo de una biblioteca. A los veinte años, Kafka escribía en una carta: "Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos más felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro".

(Dejemos ahora que Harold Bloom concluya, bellamente)

En definitiva leemos –algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson- para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y ello es la causa de que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus universitario, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. No se puede mejorar de forma directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. No puedo por menos que sentirme escéptico ante la tradicional esperanza de la sociedad, que da por sentado que el crecimiento de la imaginación individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás, y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura personal con el bien común. (...) Con frecuencia, aunque no siempre nos demos cuenta, leemos en busca de una mente más original que la nuestra. (...) Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos utilizar para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, ni para creer, ni para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee (...), la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos «enamorarse».

Humanidades e inhumanidad (Epílogo)

El arte es un castillo de pureza cuyo acceso nunca nos ha sido vedado; tan sólo habíamos confundido los muros con sus puertas. Lo hemos hostigado con esperanzas que no puede cumplir. No nos hace más compasivos, más “humanos”: enriquece, afina nuestra sensibilidad, sea ésta dócil o depredadora, oscura o luminosa. Tampoco nos evade del mundo, nos hace vivirlo sin disociación, bajo la especie de la eternidad. Al amparo de su luz, aquello que es el mundo y lo que somos brilla. Los presuntamente bienintencionados apologistas del arte como motor del cambio histórico anulan su verdadera función, su único sentido: hacer de la mera supervivencia verdadera vida. Cuando nos sentimos más seguros ocurre algo, una puesta de sol, el final de un canto de Eurípides, y otra vez estamos perdidos. Repetir agredecidos un poema de René Char, un hexámetro de Virgilio; bailar con el cuerpo o con el pensamiento una suite de Bach, un lied de Schubert; conservar en la memoria de la mirada un bodegón de Caravaggio, una ventana de Vermeer y ver el mundo así, con los transfigurados ojos; o tal vez cerrarlos soberanamente, acompasándolos al ritmo del ya nunca fatigado mundo, sin dejar de sentir la presencia intolerable del Partenón -corona de la Acrópolis-, de la pirámide que impone el orden entre los desiertos, del esclavo huyendo de la piedra muda o el David que en ella encarna a resguardo del avaro tiempo.

Pienso ahora en un grabado de Picasso:


Ante el Minotauro: el terror del caballo; la cobardía del hombre; la piedad medrosa y la perversa complacencia de las mujeres, en su torre; la indiferencia, ante lo que acontece en tierra, del pájaro que habita el aire. Y sin embargo, la niña que no teme. Sus flores y su luminaria. La vela que iluminará la voluntad y los anhelos de los hombres y aventará lo oscuro a los rincones. No para mostrarnos o mostrar a otros un camino noble: tan sólo iluminando lo que somos. También el minotauro tiene miedo y palpa el aire. También somos el minotauro y el caballo. También somos el hombre y las mujeres y los pájaros. A la luz que proporciona el arte comprendemos -y todos los mortales cometemos el error de distinguir tajantemente- que somos uno con la oscuridad que nos acecha, y junto a ella fuimos conformados en un mismo polvo. Allí donde el peligro impera, crece lo que nos salva -o acaso no nos salva-. El arte nos provee de una luz y de un escudo y de una lanza. Escudo y lanza que pondremos al servicio de esa luz que solamente fue encendida por nosotros y que a nosotros solos corresponde defender y mantener ardiendo hasta que el Minotauro, que es la oscuridad y que es la muerte y que es también nosotros y que tiene miedo, acabe consumiéndola al palpar el aire y atraparla, haciendo al fin que nuestro tiempo muera entre sus manos.




CODA

Novena sinfonía de Beethoven (interpretada por Wilhelm Furtwängler para el cumpleaños del Führer Adolf Hitler)




***


Toda la cultura después de Auschwitz, junto con la imperiosa crítica a él, es basura. (...) Quien aboga por la conservación de la andrajosa y culpable cultura se convierte en cómplice, mientras que quien la rechaza promueve directamente la barbarie que demostró ser la cultura. (...) Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. (Theodor W. Adorno)


***


FUGA DE LA MUERTE

(Paul Celan, después de Auschwitz)


Negra leche del alba la bebemos al atardecer

la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos

cavamos una tumba en el aire no se yace allí estrecho

Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe

escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete

lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines

silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra

ordena tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer bebemos y bebemos

Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe

escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete

tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no se yace allí estrecho

Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad

empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules

cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer bebemos y bebemos

un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete

tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes

Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro de Alemania

grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire

y tendréis una tumba en las nubes no se yace allí estrecho

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos a mediodía la muerte es un maestro de Alemania

te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos

la muerte es un maestro de Alemania sus ojos son azules

te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere

un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete

azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire

juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro de Alemania

tus cabellos de oro Margarete

tus cabellos de ceniza Sulamita.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Retórica (autorretrato)

Oxímoron de la pena. Epíteto de la dicha. Sinécdoque de la eternidad.

Felicidad

La felicidad es un garbanzo duro en la boca de un viejo hambriento y desdentado.

Experiencia

La mirada de la experiencia está velada por las turbias cataratas de la desilusión.

Lírica

Lo puramente lírico nos arroja a una soledad desconcertante y multitudinaria.

Pájaro

Los vientos te enseñaron a sortear la jaula de los policías del caos y del orden. Que el pájaro que alza el vuelo sea el valedor de tus insumisiones.

Circo

Para que el esclavo sea devorado por la fiera, para que los gladiadores saluden a la muerte por la espada, no basta la existencia del emperador. Mirad los fervorosos graderíos. Mirad la indiferencia ciudadana. Mirad la mansedumbre de la arena.

martes, 20 de mayo de 2008

Ancestro

Tuvo que esperar cientos de siglos a que desenterraran su paciente esqueleto, para sentirse por primera vez acariciado, admirado en su rareza. Encerrada en la vitrina de un museo, su truncada dentadura me sonríe con inquietante complicidad.

¿Quijotismo o darwinismo?

Habiendo constatado que su sedienta ambición no la calmaban las arduas conquistas en los campos de batalla ni las ardorosas victorias en el lecho de las vírgenes, desestimados por insípidos los laureles de la gloria y los fastos del poder, vino a alumbrar la más extraña aspiración que engendrara hombre alguno: las asombradas muchedumbres saludarían a su paso al primero de una estirpe sin ancestros, al patriarca inopinado de una vasta progenie: el primitivo hombre virtual.

lunes, 19 de mayo de 2008

Fruto

Vive y ama con el brío del relámpago de savia que hace madurar el fruto. Caerás tan sólo cuando el árbol -rúbrica del orden del mundo- no pueda sostener el esplendor del trueno.

Savia

Cobija el relámpago del agradecimiento y el trueno del dolor. En ellos hallarás la lágrima que resquebraja el corazón de escarcha del invierno.

domingo, 18 de mayo de 2008

Amigos

Ha muerto la mujer de mi mejor amigo. Lo acompaño al entierro y allí, en el crematorio, nos asalta un olor a despedida y a ceniza. En silencio, frente a frente, sin miradas de reproche, compartimos el último perfume de la mujer que amamos más que a nuestra propia vida.

Falsa alarma

La eternidad nunca ha durado más de cuatro sílabas.

sábado, 17 de mayo de 2008

¡Alarma!

La eternidad dura cada vez menos...

Sordera

¿Cómo es el mundo que ha perdido el oído para escucharos?



Die englischen Stimmen
Ermuntern die Sinnen,
Daß alles für Freuden erwacht.

viernes, 16 de mayo de 2008

Ficciones

Tu mano imprimió sobre el papel las huellas del amor, la fortaleza, la promesa y el temor del mar, las lealtades, el coraje. Las ficciones imperecederas que justifican una vida. Cuánto te habría gustado haberlas conocido. Haberlas merecido.

jueves, 15 de mayo de 2008

Rapaz vendimiadora de deseos, no reconozco más autoridad que tu sonrisa, el sagrado rubor de tu amapola. Ya no hay exilio que me aceche; floreces tú en todas mis esquinas. Me has enseñado a despreciar las bravatas del dolor, las mentiras marmóreas del discurso del polvo. La muerte es un rumor confuso del que sólo guardo el nombre. Qué flecha soy de ti, qué pájaro de alturas, cómo me lanzo y atravieso a tu contacto el corazón del corazón de lo que soy. Como un hilo secreto que mantuviera irrevocablemente unidas las quebradas imágenes del mundo, el redentor -en él todo es fulgor, nada premura- relámpago de tu figura.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Precox eiaculator warholianus

Todas tenéis conmigo vuestros cinco minutos de gloria.

lunes, 12 de mayo de 2008

Código binario

Muy superficialmente al tanto de mi -por otra parte modesta y moderada- vida sentimental, me recrimina cariñosamente mi madre:

-Hijo... Hay que ver lo cuesta arriba que se te hace empezar desde cero.

-Mamá... -le contesto yo con sinceridad conquistada y, acaso, redentora- Lo que se me hace difícil es continuar desde el uno.

Ouroboros

Escribir es mi manera de curarme las heridas de la vida. Vivir es mi manera de calmar el dolor de la escritura.


domingo, 11 de mayo de 2008

Carta de una desconocida

A veces, en las noches, te recuerdo. ¿Recuerdas tú cómo me conociste? Lo sé: no lo recuerdas. Estábamos en tu terreno. Allí tú eras el dueño. Eras el amo. Maestro de la calma, con qué docilidad me desnudaste. Dejé que penetrara en mis oídos tu veneno. Dos partes de placer y una de dolor. Eso fue todo. ¿Y yo? ¿Qué fui yo para ti? No era la primera. Pronto dejé de ser la última. ¿Sabrías reconocerme entre las otras o escribiste mi nombre sobre el agua? ¿A cuántas, como a mí, hiciste llorar? ¿Qué ardiente sed te hizo buscar mis lágrimas? Sacaste mis palabras enterradas a tu luz. Dijiste sin decir, una vez más: acércate, cuenta tu historia y vete. ¿Qué oscuridad retaste? ¿Qué poder anhelabas? Llegaste con las sombras. Te fuiste con el alba. Trocaste el lecho en tálamo y el tálamo en mortaja. Fuiste el aliento y fuiste la guadaña. ¿Quisiste ser como los dioses que visitan y derraman su semilla en nuestro seno y el rostro vuelven, impasibles, cuando el rostro les reclaman? ¿Para qué roturar la tierra que no florecerá por ti? ¿A qué arrojarte en tan estériles entrañas? ¿Por qué quisiste penetrarme con tu voz, con tu cuchillo, con tu lanza? ¿Conoces el dolor, la fiebre del reproche? ¿Conoces las heridas y la llaga? (¿Sangras?) ¿Recuerdas todo aquello? Lo sé: no lo recuerdas. Qué has sido sino el cáliz de luz y de veneno que una sola vez bebimos y bebimos, temblando. Adiós, Francisco. Te amé esa noche en la que no me amaste. No vuelvas nunca más. Te doy las gracias.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Un caso ejemplar (U2)

De ti han dicho que eres extremadamente erótico, te han llamado hombre de hielo; para alguno eres ingenuo, para alguna eres un cínico; para ésta eres un frívolo, para aquél eres severo; te han tildado de elitista, no menos veces de utópico; dice alguno que vas de iluminado, dicen otros que desprecias a las masas; te han amado -o eso dicen- por tu cuerpo, también por tu cabeza y tu carácter apacible; no pocas te han usado como báculo y pañuelo, para muchos serás siempre esteta y egoísta; una mujer te aseguró que has sido la persona que más daño le ha hecho nunca, otra te susurraba con sonrojo -tuyo- que serás su Dios hasta su muerte... Y a tus veintiocho años, te sorprendes de lo fácil que te ha sido comprender lo que hoy te es evidente: cada hombre debe resignarse a ser - y tú entre ellos, qué remedio- todos los hombres.

martes, 6 de mayo de 2008

Ocaso

Delante de tus ojos fluye el río. A su marcha majestuosa se cimbrean los juncos -cada una de sus lanzas al servicio de la eternidad-. Y es el viento quien los mece y es también el viento quien convierte la piel acariciada de las aguas en un manojo de centellas titilantes. E irrumpen sin premura los caballos salvajes y hunden paso a paso sus pezuñas en el río y en él abrevan sus gargantas y la tarde despaciosos, despaciosamente. Y allá arriba, el relámpago encendido de un pájaro que avanza irrevocable hacia la arquitectura del ocaso, hacia el desgarramiento de la luz en sombra y el naufragio sangriento del sol en lontananza.

Y aquí en la orilla, bajo la oscura tierra abierta por tus propias manos, un niño que ya nunca será huérfano.

lunes, 5 de mayo de 2008

Génesis, XIX, 26

Hoy sabes que has llegado ya a ese punto en el que ya no es demasiado pronto para nada. Te corresponde en adelante avanzar, con la sola guía de tu voluntad y tu razón y tu coraje, hacia el momento en el que, siendo ya demasiado tarde para casi todo, puedas volver la vista atrás y sostener, desde la última vuelta del camino, la mirada del yo que eres ahora sin avergonzamiento y sin reproche.

domingo, 4 de mayo de 2008

Peregrinatio vitae. Un fin de semana cualquiera

1

Me cuenta una amiga que su exnovio ha dado con mi blog y que ha leído algunos de los textos escritos en segunda persona. Me dice que le dijo, al parecer muy extrañado: "Oye, ¿y por qué Fran escribe de otra gente?"

2

[Nota para saciar la curiosidad de esa misma amiga] La última vez que una mujer preparó el terreno para llevarme a la cama puso -imagino que para darle densidad al ambiente- música de un cantante de voz ronca y gorgorito constante, de esos que comparecen en las púdicas aunque aparentemente tórridas escenas de las películas norteamericanas. Mientras la besaba o me besaba, escuchaba la voz arrastrada del tipo, la melodía pegajosa de su tonada, y no podía evitar verme desde fuera, como si estuviera rodeado de cámaras haciendo multitud de planos cortos, contrapicados y todo tipo de volatines a mi alrededor, sintiéndome tan disociado y atrozmente autoconsciente como un analfabeto asaltado por un micrófono. La velada, claro está, se fue al traste. Cualquier presunto calentón que hubiera experimen- tado hasta el momento fue irreversiblemente laminado por la compulsión melódica de mi partenaire (temporalmente, espero). Si alguien considera que -aunque fuera por un acaso- le podría corresponder tomar nota, le ruego que -por su bien y por el mío- lo haga.

3

Al llegar esta noche a casa he encontrado, a la entrada de mi cocina, dos gigantescas hormigas enganchadas por la boca. Me he quedado un rato observándolas: frotaban sus antenas y se acariciaban la cabeza con sus patitas tan delgadas, absolutamente ajenas a mis intentos de apartarlas de ahí -temía pisarlas en un despiste-. ¿Es una pelea? ¿Se han quedado apresadas y no saben cómo soltarse? ¿Se trata de una suerte de cortejo ensimismado e interminable? Entro y salgo de la cocina y ahí siguen. Hay tantas cosas humildes que no comprendo...

4

El viernes salí a cenar con Rocío y Antonio. En los baños del restaurante, me encontré con un cartel que decía: "Por favor, no tiren el papel higiénico a la taza". Una mano anónima había escrito debajo: "Pero ¿por qué? El papel higiénico es hidrosoluble y, por tanto, no puede provocar atascos". Son estos pequeños gestos razonables los que me reconcilian modestamente con el mundo.

viernes, 2 de mayo de 2008

Herencia

La herencia de tu amor es esta rosa. El presente es las espinas que desgarran, el perfume de la flor y de la sangre: tus heridas. Del pasado sólo queda la corola inaccesible.

Legado

El hombre es esta ausencia y esperanza de coraje ante la noche.