viernes, 30 de noviembre de 2007

La costilla de Adán (1). La mujer discotequera

Aspecto físico. Son fibrosas, tienen pechos de tamaño medio o siliconados y piernas y culos increíbles. Sus rostros rara vez sonríen sin sarcasmo o procacidad. Tienen ojeras. Se escancian con perfumes de olor atrozmente penetrante y se aplican cantidades industriales de maquillaje. Visten con pantalones ajustados (muy ajustados), minifaldas levantiscas y escotes obsequiosos. Usan -con absoluta desenvoltura- tangas rojos, medias de redecilla, botas y prendas de imitación de piel de cebra y leopardo. Su reloj biológico adelanta: alcanzan la madurez muy pronto y envejecen con la misma velocidad; a los treinta están hechas ya unos zorros y a los sesenta parecen cacatúas ajadas y enloquecidas.

Sexo y pareja. Son sexualmente precoces y activas; pero de forma más compulsiva que placentera, lo que les lleva a ser infieles con escasa discriminación y, no pocas veces, con consecuencias nefastas. Les excita arañar y ser dominadas físicamente en la cama. Durante su juventud, son celosa y obsesivamente deseadas; pero no amadas. En su madurez, despreciadas. Se sienten atraídas por jóvenes musculosos de gimnasio, mujeriegos, con el pelo corto y punzante y mandíbulas prominentes, brutales y distraídamente alfabetizados.

Alimentación.
Ingieren todo tipo de alimentos grasientos y frecuentan las cadenas de fast food. Poseen un hígado resistente y trabajado y, a veces, se drogan cuando salen (salen mucho). Fuman como carreteros. Aunque les encanta llevarlas largas, se comen las uñas.

Costumbres y temperamento.
Se emplean en trabajos inhóspitos, subalternos o mercenarios. Se dejan hacer hijos por indiferencia o despiste, a los que descuidan y tratan con escaso miramiento. Su casa es una leonera. No saben cocinar y se les quema la comida. Ven los programas de telebasura y nunca leen (si acaso, prensa rosa). Son ateas. Ignoran la política y no votan. Mientras conservan la línea y la lozanía, les gusta bailar provocativamente. Viven de noche y jamás madrugan. Toman pastillas para dormir. Recién levantadas presentan un aspecto que mueve, a partes iguales, al espanto y a la compasión. A partir de los treinta -o aun antes- empiezan a sentir que su vida carece de sentido y se envilecen con los años. A veces, quedan paralizadas y ensimismadas por una tristeza sorda. Aceptan el machismo y se pelean físicamente con sus parejas. Tienen un carácter de mil demonios y un gesto casi permanentemente mohíno. Ríen poco; pero, cuando lo hacen –por motivos perversos o escatológicos-, sus carcajadas son estentóreas, cavernosas y roncas. Usan un lenguaje barriobajero y han orinado más de una vez de pie.

Creen en la astrología.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Tilos

Paseando, he recordado hoy un momento que compartí con mi abuelo pocas semanas antes de su muerte. Tenía en mente el proyecto de plantar tilos en su jardín.

-Abuelo- le preguntaba yo -¿cuánto tardarán en ponerse grandes?-

Él pasaba las botas por el suelo, como buscando una respuesta en la tierra.

-Pues... unos cincuenta años-

Me quedé mirándole a un punto intermedio entre sus ojos y su gorra. Sabía que mi abuelo estaba a esas alturas muy enfermo. Abriendo las manos con un gesto que entonces tenía ya grabado en mi memoria, me dijo:

-Así que podrás verlos bien grandes para cuando tú tengas mi edad...-

Los tilos no han dejado de crecer. Son inmensos, abuelo.

Efectos visuales, defectos sociales (las no todo apariencias es lo que engañan parece)

martes, 27 de noviembre de 2007

El invierno ya

Variación sobre un tema de Luis Corrales Vasco


Atraviesas la luminosidad del otoño dejando un rastro intenso de trazos ocres, por cada hoja un sueño, por cada paso un miedo.

Caminas. El espejo del pasado se quiebra en infinitos fragmentos al golpe de la luz. El sol penetra en las ramas y tú en el otoño, que se deshace a tus pies en infinitas hojas (únicas, ardientes como cada instante que has vivido). No hay miedos. Entre la vida y el sueño, envés y revés del tiempo que el viento desprende, caminas.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Duda (para desarrollar)

Tras muchos años de visitas a todo tipo de museos (o casi: los de cera y los de porcelana me dan grima) y tras observar a miles de visitantes, me pregunto, les pregunto: ¿han visto alguna vez en algún museo a alguien -descartados los recién llegados- con cara de felicidad?

lunes, 19 de noviembre de 2007

Una mecedora y el viento

[Para Ana y Amanda, que saben encontrar la belleza donde yo la pierdo]

La verdad, la dura verdad

miércoles, 14 de noviembre de 2007

La vida

Qué sencillez, qué limpieza, qué arte -a un tiempo compasivo y agudo- para apresar y dar luz a esa cosa frágil, escurridiza y manida.

En Hannover me alojé una vez en una habitación cuya ventana daba a una calle estrecha que servía de enlace entre dos grandes. Era muy divertido ver cómo la gente cambiaba de cara al llegar a esa callejuela, en la que se creía menos observada; uno orinaba allí al lado, otro se ataba las medias un poco más allá, éste se reía a solas, mientras que aquél meneaba la cabeza. Las jovencitas sonreían pensando en la noche anterior y se acomodaban las cintas para hacer nuevas conquistas en la próxima gran calle.

A lo humano (¿ridículo o milagro?)

A lo divino (¿milagro o ridículo?)

lunes, 12 de noviembre de 2007

El quinto jinete (1)

El otoño ya ha venido: nadie sabe cómo ha sido; pero, ay, la ignorancia rara vez nos libera del deber. Volviendo la cara al sol (más por defender los últimos restos del bronceado que por ideología política), luchando por mantener vivos en la memoria y en las yemas de los dedos los recuerdos de las noches de gloria veraniegas, Francisco Sianes sube la cuesta (real y simbólica) que lo separa de su instituto.

Resoplando, acalorado, sudado en suma, entra en el hall del centro con la prevención de quien comprueba el calor de la plancha con el dedo. Se acerca ya a la salita de profesores cuando, contra todas las reglas de la verosimilitud, este canto de sirena llega a sus oídos:

- Mirad: ¡le he cortado la cabeza a Oliver!-

¿Será posible? ¿Habrá escuchado bien? ¿Por fin se han decidido sus compañeros a aplicar sus métodos pedagógicos? Como toro bravío espoleado por el capote, se lanza hacia la salita; pero no es sangre ni revolución jacobina lo que allí encuentra: una luz de San Telmo inunda la sala. Empeñados en refutar las acusaciones a la ociosidad funcionarial, sus compañeros trabajan con laboriosidad y silencio de scriptorium. El joven Sianes se permite la paradoja mística de sentir un cálido escalofrío que acaricia su espina dorsal, hasta que un chasquido regular y un olor penetrante lo despiertan de su embeleso; aterrado, descubre que sus compañeros, armados con unas tijeritas ridículas y de colores chillones, recortan las fotografías de sus tutorandos, las embadurnan de pegamento y las colocan en una plantilla. El último resto de bronceado se precipita de su semblante, sobre el que se enseñorea la mortal palidez que ya lo acompañará durante el resto del curso. El profesor de matemáticas se levanta para enseñarle la foto del tal Oliver, al que le ha cortado la "cresta", y le da los buenos días y unas palmaditas en el lomo en el punto exacto donde los toros reciben el estoque. Al fondo, el orondo profesor de Música se lamenta de que los dedos no le quepan en las tijeras.

Pero suena ya el timbre y los maestros de corte y confección se dirigen al salón de actos. Sianes entra charlando con el profesor de Educación Física, que despeja de un zurdazo la cabeza de una de las catorce gambas que aderezaron la comida de apertura del curso (catorce gambas para cincuenta profesores: hubo tortas). El claustro comienza con la entrega de una carpetilla con un boli rojo, uno azul y otro negro inestablemente sujetos con Fixo a la cubierta; faltan varias carpetillas y, como son entregadas por orden alfabético, nuestro protagonista se queda un año más sin ella. Hora y media más tarde, mientras los más jóvenes siguen intentando descifrar el papeleo y los veteranos descifran el escolástico lenguaje de los diarios deportivos, el director ataja la verborrea del coordinador TIC (que ha tardado más en hacer funcionar el cañón digital que Agustina de Aragón en disparar ciento) para anunciar con solemnidad cardenalicia:

- Compañeras, compañeros (vocativo que hace dar un respingo y soltar el Marca al jefe del departamento de Sociales): debo anunciaros una importante noticia. Al fin podremos hacer realidad una de nuestras más antiguas reivindicaciones...-

(Sianes se endereza en su asiento. ¿Se reducirán las "ratios"? ¿Se establecerán grupos flexibles desde Primero de ESO? ¿Verá a algún orientador o inspector dar clases o al menos un palo al agua? ¿Podrá prejubilarse a los treinta?)

-... ¡Este año se alicatará al fin el baño de profesores y profesoras!-

Segundos de mudo y trémulo estupor que concluyen en una ovación cerrada. La profesora de Biología agita el puño en alto:

-¡Hacer pipí allí era indigno!-

El clasutro acaba. La jefa de estudios endosa a los tutores la lista de sus alumnos y los manda a presentarse ante sus grupos.

Francisco Sianes coge la lista de Tercero de ESO C, sube las escaleras y abre el aula. Los chicos entran apretujándose e imitando a todo tipo de animales salvajes y domésticos; quince minutos después están todos sentados y en silencio (nuestro protagonista ensayó por la noche ante el espejo diecisite variantes de miradas asesinas). Echa una rápida ojeada a la lista: Yanira, Malena, Jennifer, Cinthya (o Cynthia -nunca se aclara-)... Por un momento se siente como el director de casting de una película porno.

Los alumnos asisten a su perorata barajando los motes más ridículos, injuriosos y precisos que asignarle. Al fin, les pregunta:

-Bueno, ¿tenéis alguna duda?-

Un mozo un palmo más alto que él, considerablemente más musculoso, y que sólo tras un duelo de miradas ha accedido a quitarse la gorra, pregunta:

- ¿Dónde se ha comprado esas deportivas?-

- Un regalo... ¿Alguna duda académica?-

Una chica, maquillada con unos "rabillos" tan largos que podría atárselos al cogote, pregunta:

- Profe: ¿si me porto bien y saco un tres apruebo?-

- No; pero puede que llegues a ministra...-

(Sigue...)

miércoles, 7 de noviembre de 2007

La más dócil de las formas del tiempo

La nota "pedal" a partir de -1:42. A la ascesis por vía de la pasión.

lunes, 5 de noviembre de 2007

París, 3 de abril

Versalles. Las colas para entrar al palacio -incesantes-, las obras que irrumpen con violencia ortopédica aquí y allá no logran perturbar la inhumana belleza, tensa a fuerza de serena, de los jardines. Árboles con las copas guillotinadas flanquean las rectas avenidas. En lontananza: el azul plata del cielo y el azul ceniza de unos árboles que condescienden a convertirse en horizonte. Una infinitud ordenada fuera de la medida, de los ritmos del hombre. Un frío primordial que congela todo lo humano. El mundo resuelto en imagen, no en vida.

Más tarde, en la cola de acceso al palacio, un joven resuelve con rapidez ensimismada un cubo de Rubik ante la discreta y atenta mirada de los que allí esperamos. Por un instante, esa habilidad oscurece los arrogantes edificios, excesivamente seguros de su monumentalidad para conmover en lo más hondo. El virtuosismo mental y físico del joven que juega es de una belleza más viva que la altivez de la roca.

Para acceder al palacio hay que esperar durante horas. ¿Es sólo rutina turística y enajenada? ¿O es la esperanza en esa promesa de felicidad que Nietzsche recibía de todo lo bello?

Por el exacto centro de la plaza, entre la cola de la compra de entradas y la de acceso, cruza una muchacha vestida con un abrigo rojo. Avanza con la irrevocabilidad de una gota de sangre que recorre e impregna una sábana blanca. Como hambrientos polluelos en el nido, hombres (y mujeres) se revuelven, parpadean inquietos, estiran el cuello con avidez depredadora. Por un momento, el silencio se adensa. Puede ocurrir cualquier cosa. Pero la chica pasa y nada sucede. Con el extraño malestar de quien se ha descubierto en una falta, los turistas vuelven abruptamente a los quehaceres con que engañaban la espera. Un hombre rechoncho y con bigotito, sin embargo, queda rezagado intentando robar el último contoneo de la joven. Su esposa lo observa estupefacta y, con indignado ímpetu, le clava uno de sus tacones en el empeine. El hombre da un respingo y abochornado, sin mirar a su mujer, se enfrasca cabizbajo en su guía turística.

Hasta la entrada al palacio, el rastro de la joven se mantiene indeleble. Su taconeo resuena en la memoria como un remordimiento por la vida no vivida.

Al atardecer, en las Tullerías, hombres y mujeres de piedra se cubren el rostro, elevan sus manos, trazan un mudo discurso de gestos sobre el papel plomizo de un cielo impasible. En la tierra, una anciana con inequívoco aspecto de viuda sigue con fatigado caminar a un joven cetrino, que arrastra de la mano a una chica frágil y huidiza; la anciana parece intentar proteger, con la endeble atalaya de su muda presencia, a la que entiendo que es su hija. Otro anciano, vestido con traje de pana, cierra cuidadosamente el periódico que ha estado leyendo, se levanta de su asiento y se ajusta la ropa y el sombrero: toda la rectitud de un carácter confirmada en un gesto forjado durante decenios. Un poco más allá, una niña de no más de cinco años, cubierta con un gorrito verde, contempla a un mendigo que monda una naranja con las manos; el mendigo levanta la vista y la observa fijamente hasta pelar completamente la naranja; durante un instante, se contemplan quietos y en silencio; el mendigo alza la mano y le ofrece con un gesto ancestral la fruta desnuda; entonces la niña echa a correr y se reúne con sus padres; el mendigo la persigue con la mirada y no deja de mirarla mientras esparce las peladuras por el suelo.

París se multiplica en infinitas escenas y el centro de la ciudad está en todas partes.

En el puente del Carrusel, un grupo de muchachos interpreta música jazz entre una algarabía de trompetas, saxos, contrabajos. El cielo se cierra precipitadamente y una paloma acude a posarse sobre una de las farolas que esperan la noche. Espoleados por su propio estrépito y el fenecimiento del día, los instrumentos trazan abigarradas líneas melódicas en las que me siento desorientado, perdido. La música cesa, un golpe de viento dispersa las últimas notas y las cenizas del día y una calma sin orillas se cierne sobre el puente, sobre París, sobre el universo. De pronto, un solitario relámpago restalla sobre nosotros. La paloma emprende el vuelo y arrastra mi mirada hacia lo alto, hacia el hogar del rayo donde el trueno retumba y, confundidas, mi mirada y la paloma se pierden en lo oscuro.