martes, 27 de enero de 2009

In memoriam David Foster Wallace


Buscamos el hogar,
aunque el hogar sólo es querer estar
donde se está.
Estamos siempre en casa,
amigo Wallace;
pero de qué nos sirve una verdad
que no ha acudido a tiempo.

Alimentamos nuestra soledad
para saciar el hambre de la angustia,
monstruos que tienen nuestro rostro
y se devoran por nuestras esquinas.

El día es largo
y, sin embargo, ya es de noche.
La noche es una nitidez del tiempo.
El tiempo es esta oscuridad
que ahoga nuestra lucidez inútil.

(Un joven, una soga,
la gravedad, la lámpara encendida:
Teseo, el hilo, el minotauro cruento
arden sólo un momento
en una misma llama temblorosa
que es la vida)

La lucidez apenas es
un estertor entre tinieblas.

Tú has encontrado al fin tu hogar,
hermano Wallace,
entre la tierra ahora inhabitable
y el siempre inaccesible cielo.

Cincuenta

Leo en un libro de Auden que una de las hazañas de Hércules consistió en hacer el amor a cincuenta vírgenes en una sola noche. Quedo estupefacto. ¡Hubo alguna vez cincuenta vírgenes!

viernes, 23 de enero de 2009

Querer saber si llueve (y 2)

No quiero ser apocalíptico. Leo a Ortega:
Lo de menos es que el lenguaje sirva también para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.
No quiero ser ingenuo. Contemplo el mundo: el mentiroso es aquel que pretende obtener el mayor beneficio con la menor inversión de sinceridad. Esta dinámica, convertida en valor de cambio, extrapolada a todos los órdenes, sostenida por todos los individuos, genera una economía social especulativa e inflacionaria que, inexorablemente, acaba colapsando el sistema. La vida se ha convertido, como los créditos hipotecarios y el matrimonio, en un fraude institucionalizado.

Mentimos porque hemos aprendido que es más fácil engañarnos que arrostrar los hechos. Si logramos convencer y convencernos de que somos como deseamos ser, de que deben ser las cosas como son, nos exoneramos de la ingrata y ardua tarea de cambiar el mundo y de cambiarnos. Un mundo feliz, perfecto, no precisa que lo transformemos. El emperador, todos, vamos desnudos; pero hemos alcanzado un pacto tácito para disimulárnoslo. Aquel que nos obliga a reparar en nuestra desnudez es declarado loco o convertido en mártir.

Pero ¿qué sucede cuando el oxígeno de la caverna se ha agotado, cuando los presos nos vemos obligados a salir a la despiadada y heridora luz de lo real? Somos cegados por la intensidad de la desilusión. En Norteamérica, profecía encarnada de Europa, los ciudadanos pasan el 90% de su tiempo libre frente a una pantalla; el 30% es dependiente de los antidepresivos. ¿No escuchamos exigir a nuestras almas más Prozac y menos Platón? En el laberinto de los días enmascarados, para los ciegos voluntarios, el hilo de la verdad acaba conduciendo fatalmente a la morada de Asterión.

¿Dónde está la verdad? Antaño se disimulaba, retorcida, en la profecía y en el oráculo. Se ocultaba bajo siete sellos esperando su apocalipsis, su revelación. Hoy se guarece en los archivos de nuestros ordenadores, en el vientre hinchado de los celulares, en las susurradas confidencias telefónicas, en desnudos a la luz forense de nuestras webcam.

Parece absurdo y, sin embargo, es la pura verdad que, puesto que todo lo real es una nada, la única realidad y la única sustancia del mundo consiste en las ilusiones. (Leopardi) ¿Hay una realidad al norte de la desilusión? La hay. Aquella que desvela el arte, esa cosa trémula y precisa. Así nos la describe Samuel Beckett:
Pero he terminado por comprender su lenguaje. Lo he comprendido, lo comprendo, quizás erróneamente. No es ése el problema. ¿Es decir, que ahora soy más libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces entré en casa y escribí Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía.
En su capacidad para decir lo que no es se cifra la miseria y la grandeza del verbo: sus laberintos enmarañados y su claro abierto al cielo; engaño y epifanía. La mentira y la poesía son hermanas que, como Caín y Abel, están emparentadas por el sacrificio y por la sangre: no pueden habitar la misma tierra; pero han de hacerlo. La mentira es el pecado original porque enturbia la limpieza y la claridad del mundo: tergiversa el pasado y engatusa al futuro. La poesía es un relámpago que resquebraja la más densa niebla: ilumina lo real, es presente continuo. La poesía nos libra del mandamiento único del engaño: haz de la verdad, que no existe, una mentira mejor que ella. El poeta (y quién puede serlo siempre; y quién no lo es alguna vez) está comprometido con la lluvia. Pero, para desear que llueva, es preciso saber (querer saber) que no llueve.

Pienso en la figura de Marichalar, disimulada en su cerúlea fiesta taurina. Y la imagino contemplando, a través de los vacíos e interminables pasillos del museo, las sombras de la familia real de la que fue arrancada (por qué el adiós; quizá tan sólo fue mi sombra la que acompañó a sus cotidianas sombras); contemplando más allá, a través de los inalcanzables ventanales, fugitivos pájaros al otro lado de todas las distancias; contemplando la lluvia inútil que azota los cristales y que cae interminablemente sobre el mundo (de qué manera cobijarme, de qué manera deshacerme bajo su invisible manto) con sus abiertos ojos ciegos.

Querer saber si llueve (1)

Unos pilotos y sus azafatas se han desnudado (aunque sorprenda, no recíproca sino reflexivamente) para aparecer posando en un aéreo calendario; a unos policías talluditos les han regalado su peso en botellines de cerveza (es de esperar que no para consumo propio); un ciudadano chino transpira sudor azul (su gesto, asegura, carece de connotaciones ideológicas); un pastor alemán, entrenado por un pastor español, ha resultado vencedor en las Olimpíadas caninas. Me enteré de todas estas noticias hace unas semanas, mientras almorzaba viendo el telediario.

La que más llamó mi atención, sin embargo, fue ésta: en el museo de cera de Madrid, han retirado la figura de Jaime de Marichalar del grupo integrado por la familia real. Tras su separación de la infanta Elena, la presencia de don Jaime resultaba soberanamente extemporánea y embarazosa. La directiva del museo se aprestó a tomar medidas: consultó al departamento artístico y decidió ocultar discretamente su figura entre los aficionados de una cerúlea corrida. Haberla destruido sin más o haberla colocado ante el cornudo toro habría resultado, parece, incivil.

Una noticia es un acontecimiento que se engalla y nos interpela. El mundo, a tenor de lo visto en el noticiero, se encuentra pavorosamente amilanado. O es más bien que las hazañas y los cataclismos que agitan el inagotable discurrir del tiempo han visto erosionados su perfil anfractuoso por obra de su mera recurrencia entre nosotros. Los indesmayables gritos de victoria, los innumerables alaridos de dolor conforman un espectro sonoro tan denso que resulta ya inaudible. Ensordecidos por acontecimientos tan aullantes como monótonos, ya no nos conmueve la intensidad de los hechos sino, a lo sumo, su extravagancia. El fin de la historia no lo ha precipitado el agotamiento de la ideología, sino la saturación neurológica. Lo sabía Borges: basta con que lo milagroso se repita para que se nos antoje baladí. Basta con que lo infernal se propague para que nuestra resignación lo acepte: lo sabemos todos.

Paralelamente, la verdad ha desaparecido como marco de interpretación del mundo, de los otros, de nosotros mismos. Sabedores de nuestra miseria, de nuestra inanidad y nuestra nada, temerosos de que el prójimo descubra nuestra indefensión y nuestro miedo, nos precipitamos a representar nuestro papel en el teatro de la vida. Si creemos a Leopardi:
La impostura vale y surte efecto incluso sin lo genuino; mientras que lo genuino, sin ella, nada vale. Y esto no viene dado, creo yo, por mala inclinación de nuestra especie, sino porque siendo lo genuino siempre demasiado pobre y defectuoso, para deleitarse y estimularse el hombre necesita que todas las cosas tengan algo de ilusión y de prestigio, y que prometan ser mayores y mejores de lo que en realidad son. La propia naturaleza es impostora con el hombre, y no le hace la vida amable o llevadera sino por medio principalmente de imaginación y de engaño.
No somos malvados; somos menesterosos. La verdad no nos basta. Sin edulcorantes y sin condimentos, la vida nos resulta tan insípida (tan inquietante) como el agua destilada, las hamburguesas de un McDonald, un amor de discoteca. Todas las personas sinceras se parecen; pero cada uno es mentiroso a su manera: la prestidigitación es el único camino hacia la magia (y un mago sincero es un oxímoron intolerable). ¿Cómo habría de dolernos habitar entre espejismos, errar por un desierto donde no podemos aferrar esas verdades que arden tan sólo un instante al viento? Nuestra humilde condición es el engaño. Vivimos tejiendo y destejiendo la mentira de que estamos hechos.

Quién no ha emborronado el cristalino mundo y avanzó como miope voluntario entre tinieblas. Quién no ha desgastado el nombre de su Dios en vano, ni sembró la duda y la cizaña en la fertilidad de un oferente oído, ni solicitó secreta absolución para pecados clandestinos. Quién no juró sobre la Biblia que no ocurrió lo que afrentó el curso del tiempo, ni convocó a lo más sagrado a declarar que fue lo que jamás aconteció bajo la luz del cielo. Quién no se convirtió en el héroe de aventuras ajenas, ni adoptó el papel de víctima en la obra en la que fue el verdugo. Cuántas veces dijimos sí a lo que era no, cuántas se impuso el parecer al ser e hicimos que lo negro pareciera blanco y vimos claro lo que era oscuro. Tantas como flaqueamos y murió ahogada la verdad en la saliva de la temerosa boca, una furtiva lágrima bajo el rostro enmascarado y la sonrisa bajo el corazón helado y duro.

miércoles, 21 de enero de 2009

Diluvio

(A Elena)

Palabra, amada,
corazones de águila
con alas de paloma,
seguid latiendo allá
donde mi aliento cesa.
Traedme en vuestro pico
una rama de olivo
a través del diluvio
de campanas que doblan;
preciso el mundo para amaros
y os necesito para amarme.
Poesía, amor,
ojos que sólo pueden contener
ceguera y sol.

sábado, 17 de enero de 2009

Fatum

Murió de su morbosa inclinación a contraer suegras.

Negocio

Antaño, el desheredado
era siempre el culpable de su estado.
Hoy no hay negocio más rentable
que declararse víctima
y encontrar un culpable.

viernes, 16 de enero de 2009

La huella de tus manos en mi carne

se engasta en una senda
ahora impracticable.
La soledad tiene la forma de mi corazón.
Lágrima, brasa de la lejanía,
con qué inclemencia brillas
en el meridiano del dolor.

martes, 13 de enero de 2009

martes, 6 de enero de 2009

Noche de Reyes

Nada nuevo bajo el sol.
Pero estamos bajo el sol.

jueves, 1 de enero de 2009

Estrella polar (deseo)


Quisieron tentarte con invulnerabilidad. Tú has preferido un lecho de hojas secas, tiempo no segmentable, un despertar sin arneses. Y, mientras se preparan aras para la adoración de la adoración, para la servidumbre, tú sigues mojando el pan en humo.