martes, 28 de diciembre de 2010

I, homo

Drama del hombre: ser al mismo tiempo
un conformista siempre insatisfecho.

Invierno del amor

Pasar de ser quien te calienta en la cama a ser aquel que te calienta la cama.

viernes, 10 de diciembre de 2010

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Desnudo

Amas el misterio que me confiere belleza pero ensombrece mi rostro. Arder a media luz, vetearme de penumbra son dones estratégicos: me protegen del riesgo de ser comprendido. Ámame a mí, bautízame con la mirada: este corazón enigmático sueña con un desnudo irreversible.

Patria

Patria: concavidad de tus manos. Tócame, tierra.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Gafapasteando

(Para ecc, que me pide canciones.)





martes, 9 de noviembre de 2010

Cambiar para que nada cambie

En febrero de 1920, poco más de un año después de la revolución de noviembre de 1918, el levantamiento espartaquista del 5 de enero de 1919 y el asesinato, diez días después, de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, la revolución reapareció en Berlín de la mano de Max Reinhardt, que puso en escena Danton, una obra de Romain Rolland. El crítico Kurt Tucholsky salió del teatro y escribió un poema, "La muerte de Danton":

El acto tercero de la obra de Reinhardt fue impresionante...
Seiscientos extras moviéndose de un lado a otro.
¡Escuchad bien lo que dice el crítico!
Todo Berlín la encuentra estremecedora.
Pero en todo este asunto veo
una parábola, si queréis saberlo.
"¡Revolución!", grita y aúlla el Pueblo.
"¡Libertad, eso es lo que necesitamos!"
Hace siglos que la necesitamos...
nuestras arterias se desangran.
El escenario se estremece. El público se balancea.
Todo acaba a las nueve en punto.

(Greil Marcus. Rastros de carmín)

***

Cambio de rueda (Bertolt Brecht)

Estoy sentado al borde de la carretera.
El chófer cambia la rueda.
No me gusta el lugar de donde vengo.
No me gusta el lugar a donde voy.
¿Por qué miro el cambio de rueda
con impaciencia?

jueves, 4 de noviembre de 2010

¡Ay!

Ni el silencio ni el discurso (índices de serenidad): en estos tiempos apresurados, vertiginosos, precipitados, el aforismo es el último de los argumentos posibles.

Mañana, ¿la interjección?

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ardides

para convertirse en un autor de culto: morir joven (aun mejor si acontece en circunstancias trágicas), precipitarse a una existencia desaforada o guarecerse en una invisible. El mercado literario sólo tolera tres operaciones con la divisa de la vida: el sacrificio, la sobreexposición y el sfumato.

lunes, 25 de octubre de 2010

Historias para mujeres inverosímiles

Para ti (por el lecho que compartimos en tu oído).

En alguna página perdida, Javier Marías confirma mi convicción de que no hay nada que engatuse más a una mujer que un hombre con talento narrativo. El corazón de la mujer está abierto de continuo al contador de historias como las plazas (y conventos) al goliardo. Por ese mecanismo de compensación omnipresente en la naturaleza, la mujer, el animal cabal y razonable, vive sedienta de ficción (más deliciosa cuanto más inverosímil): de ahí que sean tan propensas a creer en el zodíaco, en la sinceridad viril o en el amor eterno.

Por otra parte, la (cierto es que intermitente) exigencia femenina hacia nuestro rendimiento, nos impele a ir siempre un paso por delante de nosotros mismos. A su lado, la convivencia deviene en tribunal abierto veinticuatro horas en el que sólo hay fiscales inclementes (ellas) y acusados de oficio (nosotros). No veo motivo de lamento, sin embargo: si al acusado le asiste el derecho a mentir para salvarse, al hombre cuestionado lo espolea la mujer a reinventarse: a hacer de su carencia una oportunidad. La censura es la madre de la metáfora; la mujer, de la mentira bella (alias ficción). Por trajinarse a una madame, el provenzal urdió toda una mitología: el amor cortés. De qué mentira seríamos incapaces por evitar la femenil desilusión...

***

Pero vamos al asunto... Este verano, recorriendo Europa, corroboré una vez más que a la mujer se la penetra por el oído. He aquí las tres últimas inverosímiles historias con las que engatusé a mi esposa inverosímil:

En nuestro último destino, Venecia, mi mujer se sorprendía de la escasa vigilancia que había en los vaporetti. Salvo en momentos y estaciones puntuales, nadie reclamaba los billetes. Acostumbrada a mi andaluza (y vergonzosa) picaresca, me preguntó si había pensado en comprar o no el (abusivo) pase.

- No hay más remedio -contesté. -La última vez que estuve aquí, asistí a una escena bochornosa. El vigilante, de improviso, se puso a reclamar el ticket a los pasajeros. A mi lado, un orondo austríaco, ataviado con el traje tirolés tradicional, se removía con angustia y rezongaba sudoroso, hasta que el vigilante se encaró con él.

- ¿Y qué le pasó?

- Muy desagradable. Muy desagradable. Tras rebuscarse en los bolsillos y farfullar excusas en italiano agermanado, acabó por confesar, con muda súplica, que no tenía billete. El vigilante lo agarró por los tirantes y lo zarandeó ante la tripulación estabulada y cariacontecida, para lanzarlo de cabeza sobre las pestilentes aguas del canal.

- ¡Pero qué dices! -se indignasustaba mi señora esposa...

- Como lo oyes... Allí quedó braceando el gordo entre las góndolas, inmortalizado por los objetivos japoneses, hasta que un veneciano misericordioso le echó un cabo para devolverlo a tierra firme. Sólo quedó vagando, sobre los canales de la Serenissima, como testimonio y advertencia de su crimen y castigo, su sombrero egregiamente coronado por la pluma... Pero no te angusties, que no suele pasar nada.

(Bien me costó que la mentira no arruinara mi tacaña picaresca.)

***

Un par de horas después, andando hacia la plaza de San Marcos, me preguntaba por los edificios más insignes.

- Pues mira: a ése de ahí [el Palazzo Ducale] lo llaman La caja de costura...

- Oye, pues es verdad: ¡se parece un montón! ¿Y a ése?

- A ése [el Campanile] lo llaman El pincho moruno.

- ¿Pincho moruno? Qué cosa más rara...

- Ya... Es la influencia sarracena. Bueno, también lo llaman El pirindolo...

- ¡Pirindolo! ¿Y ése qué?

- A ése [la catedral] lo llaman Los heladitos. Por las cúpulas...

- Venga ya...

- Que sí, que sí...

- Pero ¿por qué esos nombres? ¿Es que hay alguna relación entre ellos?

- Sí, cariño: que todos me sirven para tangarte...

***

Dos días antes, en Liubliana [sí, tenía que ser Liubliana: las nubes atigraban el cielo y tú me parecías felina y desconcertantemente hermosa], improvisaba otra tangada:

- ¿Sabes que, según una leyenda cherokee, existe para cada persona otra cuyo corporal olor provoca...

- ¿El enamoramiento?

- No: la muerte subitánea.

- ¿Y cómo es eso?

- Los cherokees confirmaron su leyenda cuando su jefe...

- (Con comprensible suspicacia) A ver, a ver, ¿quién era ese jefe?

- Fisgón Aciago.

- Ah...

- Decía que los cherokees acabaron convencidos cuando Fisgón estiró la pata en cuanto le echó nariz a su enemigo, el general Smelly... Los cherokees interpretaron la olfativa y repentina muerte como un augurio infausto de que sus dioses estaban apoyando al enemigo. Los rostropálidos, más pragmáticos, se confesaban en secreto que el deceso bien pudo estar causado por el atroz olor de los sobacos de su general, con quien nadie toleraba arracimarse.

- Pues sí: eso resulta mucho más verosímil...

***

["Te quiero", última historia inverosímil. Pero en mi caso, y sólo en este caso, mi realidad siempre supera a la ficción.]

***

¿A qué seguir? Lo sabía Jean François Revel: La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira. ¿Quién no admitiría, sin embargo, el carácter promisorio de esas mentiras tan hermosas que merecen ser reales (la justicia última que nos resarce, el ratoncito Pérez, la hermandad de los humanos, perseverar como una huella en tu memoria), esas ficciones que preservan un deseo tan potente que nos impelen a volverlo realidad? Del deseo a la realidad sólo hay un paso, infranqueable, acaso ahora franqueable. Pues mantenernos en ese poder ser que nunca llega a ser del todo es estar siendo siempre en cierta forma.

[Pienso en el padre que convierte cada cucharada del yogur que da a su hija en otra cosa: ahora el avión y ahora el barco y al fin el caballito que galopa hacia la boca. (Así hago yo contigo para salvar la sima que me aparta de tu boca.)]

La emoción y la complicidad que suscitan en el amado la nitidez de nuestras fabulaciones dependen de su conciencia (también nítida) de las leyes rígidas que vuelven improbables esas ficciones tan reales. La admiración desaparecería si el fabulador no tuviera que enfrentarse a las limitaciones de su imaginación y a la deficiencia de los hechos. El fabulador es una figura cordialmente movilizadora pues consigue persuadir al absorto seducido (pobre mortal sometido –como aquél– a la tiranía de la realidad y a la insuficiencia de los hechos) de que, durante el breve espacio de tiempo que dura su relato, esas leyes despóticas han podido ser si no burladas, sí cuestionadas. Acaso trascendidas. Y es que el amor también precisa la invención, la imposible profecía autocumplida. Sólo quien se hace creíble en lo inverosímil, tangible en lo improbable, puede aspirar a ser amado.

***

Un viejo dictum periodístico advierte, irónico: "No dejes que la realidad te arruine una bonita historia...". A lo que habría que añadir, sin ironía: "... podría hacerse realidad".

viernes, 15 de octubre de 2010

Como las hormigas

Ante la femenina ingenuidad, me vuelvo pura zoología.

- Cariño: ¿me quieres más que a nada? ¿Me vas amar toda la vida?

- Mi amor: del mismo modo que la hormiga -criatura estoica, cuya afanosidad queda fuera de toda duda- es incapaz de soportar el peso del zapato que la pisa, tampoco el hombre puede sobrellevar la eternidad y el infinito (ya me resulta sorprendente que sobrelleve una hipoteca o una suegra).

martes, 5 de octubre de 2010

¡Ojo!

Clamar contra la idolatría a un artista, a una idea, a un duce, a un amado (sobre todo: a un ombligo). Nada más pertinente. Pero cuidado, iconoclastas: vuestra desautorización de los idólatras no justifica necesariamente la del idolatrado.

(No niega la fe ciega la ciencia de la luz.)

lunes, 4 de octubre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

El enamorado,

ese actor subabastecido de emociones y sobreabastecido de lemas autoexaltantes que se pavonea sobre un escenario ajado y demasiado grande.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Bala perdida

En una ocasión escuché decir a André Glucksmann que el revolucionario puro es quien cree que son las balas y no los muertos quienes siempre tienen razón. Pienso en aquéllos -amantes demasiado puros o necesitados (¿no es lo mismo?)- que confían en que el amor nunca se equivoca. Y pienso en mí -bala que ha hendido almas todavía vivas- y en las mujeres que acertaron a amarme. Y se equivocaron.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Tiempos modernos

Ella: ¿Perdonarías una infidelidad?

Él
: Sin duda... ¡Me la he perdonado a mí mismo tantas veces!

(Ella y él son, sin duda, intercambiables.)

jueves, 9 de septiembre de 2010

¡Temazo!

Noches en vela

Mis noches de soltero intelectual: poner notas a pie de página y alimentarme con galletas caducadas.

jueves, 2 de septiembre de 2010

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Yo, Saulo,

fui deslumbrado para ver la luz.
Amor, misterio que lo aclara todo.

martes, 31 de agosto de 2010

Un abrazo que culmina

en tu mano que resguarda,
sobre mi ignorante espalda,
cobarde, su despedida.

Padres e hijos

Uno empieza a envejecer cuando se convierte en el padre de sus padres y es definitivamente viejo cuando ya se ha convertido en el hijo de sus hijos.

jueves, 26 de agosto de 2010

Un tigre que me destroza...

Para Elena, río que me nutre, flecha en mi diana.

Luego, liberado tanto del dios del momento como del de la eternidad, aunque sin aquel afán por quitarles la fuerza a los dos, siguió el período de un tercer poder, de un poder meramente del aquí, declaradamente mundano, y éste –qué me importa, helenos, vuestro culto al kairós, vuestra felicidad celestial, cristianos y musulmanes– apostó por algo que estaba en medio de los dos, por el logro de cada una de mis cosas de aquí, por que se lograra el tiempo único de la vida. (Peter Handke)


En 1877, cuando el pintor norteamericano Whistler expuso sus ocho “Nocturnos” en la galería Grosvenor de Londres, el crítico John Ruskin publicó una violenta diatriba acusando a Whistler de pedir, sin pudor alguno: “doscientas guineas por arrojar un cubo de pintura a la cara del público”. Temiendo por su reputación y celoso de su libertad como artista para comerciar con la belleza según sus propios criterios, Whistler demandó a Ruskin por difamación. Así lo refieren Robert Rosenblum y Horst Woldemar Janson en El arte del siglo XIX:

En 1878, tras un proceso judicial largo y, con frecuencia, grotesco (la ofensiva pintura fue mostrada al revés al jurado) y tras el testimonio de muchos artistas británicos sobre si el cuadro era una obra de arte legítima y satisfactoria, Whistler obtuvo una victoria simbólica al recibir un cuarto de penique por los daños, exigua compensación por los enormes gastos del juicio.

Fue una victoria pírrica y una baudelaireana advertencia para todos los artistas del siglo XX: Whistler salvó su honor como artista; pero quedó arruinado como burgués. Borges añade a la historia una anécdota jugosísima. Interrogado en el juicio sobre cómo podía exigir doscientas guineas por una obra que le había pintado en sólo unas horas, Whistler contestó, impertérrito: “Para pintar ese cuadro no he necesitado unas horas: he necesitado toda mi vida”. A lo que añade Borges: “En rigor, puede afirmarse que había necesitado toda la historia del Universo”. La historia de quien consuma una experiencia estética es paralela a la de Whistler. En ella, el sujeto actualiza lo que su sensibilidad ha ido incorporando a lo largo de toda su vida. Así lo explica Jonh Dewey:

Cuando un relámpago ilumina el paisaje oscuro, hay un momentáneo reconocimiento de los objetos, pero el reconocimiento no es un mero punto en el tiempo, sino que es la culminación focal de un largo y lento proceso de maduración; es la manifestación de la continuidad de una experiencia, temporalmente ordenada, en un repentino y limitado instante de clímax.

Tanto al crear como al recrear una obra artística (y sucede los mismo con cualquier experiencia) actualizamos el bagaje completo de nuestra sensibilidad, de nuestros contactos con el mundo. Eso es lo que provoca que un poema leído en la vejez no sea el mismo que leímos siendo adolescentes; que un cuadro, una catedral, un paisaje ante los que pasamos con indiferencia ayer nos deje hoy paralizados (y viceversa).

No obstante, no debemos confundir esta dinámica temporal con el mero recuerdo. El pasado, sí, se recupera; pero sólo para actualizarse: para aportar, aquí y ahora, densidad y hondura a la experiencia presente. Presente y pasado se sintetizan en un proceso en el que ambos resultan enriquecidos. De nuevo Dewey:

El organismo que responde con la producción del objeto experimentado, es aquél cuyas tendencias de observación, deseo y emoción están moldeadas por experiencias anteriores. En la experiencia estética, […] el material del pasado ni llena la atención, como en el recuerdo, ni está subordinado a un propósito especial. Hay en verdad una restricción impuesta al material admitido, cuya medida viene dada por la contribución a la materia inmediata de una experiencia que se tiene ahora. El material no se emplea como un puente para alguna experiencia posterior, sino como un incremento e individualización de la experiencia presente. El fin de la obra de arte se mide por el número y variedad de elementos que vienen de las experiencias pasadas orgánicamente absorbidos en la percepción aquí y ahora. Le dan su cuerpo y su capacidad de sugestión. Vienen a menudo de fuentes muy oscuras para ser identificadas de algún modo consciente en la memoria y, en consecuencia, crean el aura y la penumbra en que se mueve la obra de arte.

... pero yo soy el tigre

Es preciso subrayar que, en la experiencia estética, el pasado no se revive de manera nostálgica, sino siempre ligado al momento actual. Para no abortar esa experiencia, debe producirse una selección de aquellos materiales ya vividos que acentúan, en la circunstancia presente, la intensidad del contacto con el mundo. Una sobrecarga de elementos del pasado puede ser tan nociva para la experiencia actual como la ausencia de materiales acumulados en nuestra sensibilidad: en el primer caso, el material del pasado no dejaría espacio al material presente; en el segundo, el material presente no tendría dónde arraigarse: su peso tan leve que se volatilizaría, mero instante: nada.

Imaginemos esta escena. Un espectador contempla un paisaje marítimo en un museo. La obra le evoca otras obras de tema similar que, en el pasado, le han conmovido; recuerda otros cuadros del autor, con los que establece, inmediatamente, toda suerte de relaciones; recupera también sus propios contactos directos con el mar; las innumerables asociaciones (artísticas y existenciales) que, en su sensibilidad, van unidas a este tema, etc. Puede entonces suceder que el cuadro, por sí mismo, recoja una dinámica de fuerzas lo suficientemente poderosa como para mantener la atención del espectador: en ese caso, la obra artística lograda se convierte en un vórtice de energía centrípeta que atrae, filtra y redirige todo ese material del pasado para consumar, en el momento presente, la experiencia estética. Puede suceder también que (o bien porque el cuadro no sea en sí mismo suficientemente persuasivo o porque el espectador esté desconcentrado) la contemplación de la obra se convierta en un mero acicate para revivir un poema marítimo o escenas del pasado vividas junto al mar. En este último caso, el cuadro provocaría una dinámica de energía centrífuga, dispersando la atención del espectador. El material del pasado sería, sí, recuperado; pero no contribuiría a consumar una experiencia presente.

Así pues, debe producirse una verdadera incorporación del pasado en el presente. E incorporar no constituye una adición, un amontonamiento de experiencias: "incorporar" es una experiencia vital, algo más que colocar algo en la cima de la conciencia, sobre lo previamente conocido. Incorporar implica una reconstrucción que puede ser dolorosa.

No podemos recuperar el pasado como si se tratase de una reproducción objetiva de un material inmutable: cada vez que lo recuperamos lo estamos recreando (en la dinámica temporal también debe aplicarse la frase de Nietzsche: “No hay hechos, sólo interpretaciones”). Esa recreación tiene siempre un propósito: dar un sentido al pasado en nuestro presente y dar sentido al presente en relación con nuestro pasado. La incorporación no es, pues lineal (incluir el pasado en el presente), sino circular.

La mujer que recuerda para su pareja un pasado en el que “no éramos así”, en el que “todo horizonte nos parecía pequeño”, no realiza un mero ejercicio de nostalgia o de resentimiento: evoca su pasado (inventa su pasado) porque comprende su presente a la luz de aquél, porque desea transformar ese presente a la luz de aquel pasado evocado, recreado. Quiere que el presente sea (como en aquel pasado creativamente recuperado) el ámbito de la aventura y de la posibilidad. Recordarlo es inventarlo.

Se trata de una dinámica temporal en la que también está implicado el futuro. Cualquier acto que realizamos está condicionado por el porvenir. Si el presente posee un sentido es porque no se reduce a una pura instantaneidad, sino porque emprende (o continúa) una trayectoria dirigida a un cumplimiento.

Mientras escuchamos una sinfonía o vemos una película, mientras mantenemos una conversación, la experiencia no es una mera acumulación de instantes, sino una sucesión concatenada en la que el pasado fecunda y se actualiza en cada momento presente, aportándole densidad significativa. Pero pasado y presente están también condicionados por las anticipaciones del porvenir. En una película asistimos a la aparición de los personajes y los acontecimientos preguntándonos por su importancia y sus consecuencias futuras e incluso anticipándolas. En la conversación, nos percatamos de los silencios, los titubeos y el rubor de nuestro interlocutor interpretándolos como un indicio de lo que nos dirá a continuación; elegimos nuestras palabras y gestos en función de hacia dónde deseamos que, en el futuro, se mueva esa conversación, urdiendo un laberinto de propuestas y profecías. De este modo, las anticipaciones del futuro condicionan las acciones del presente y lo dotan de sentido (literalmente: de dirección y significado).

Conviene aclarar, sin embargo, que sólo podemos hacer esas anticipaciones porque ya hemos experimentado situaciones similares en el pasado; de tal manera que la vivencia de cada momento supone siempre una interacción del presente con el pasado y el futuro: sin la perspectiva de éstos, aquél sería, sencillamente, ciego. Es por eso que puede sostenerse que el tiempo es el organizador de la experiencia.

Ahora bien, para que ésta sea posible, es preciso que la interacción temporal sea equilibrada y se retroalimente. En ocasiones, experimentamos en pasado como un peso que nos hunde, una red que nos apresa, un pozo que nos abisma en la nostalgia, las antiguas heridas y las vivencias traumáticas no resueltas; también en ocasiones, el futuro es la trampa que nos acecha, la dificultad que nos paraliza, la amenaza que nos espanta. En estos casos, pasado y futuro nos hurtan la posibilidad de experimentar el presente en toda su amplitud y claridad, en su intensidad lograda. La experiencia (artística y existencial) sólo se verifica cuando el pasado es una fuente que permea y fecunda el momento que vivimos, como río que se desborda y fertiliza la tierra del ahora; cuando el futuro es presentido como el blanco adonde se dirige la trayectoria que trazamos implacablemente, el horizonte cierto de la consumación, de las promesas cumplidas. Pasado, río que nos nutre; futuro, flecha en la diana.

Heráclito sabía que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. No porque el río del tiempo fluya, ajeno, alejándose incesantemente de nosotros. Somos nosotros quienes conducimos el caudal de tiempo que cada uno somos para que fluya hacia el futuro y nos distancie incesantemente de lo que hemos sido. Este distanciamiento no es una quiebra: es una recreación. Nuestro quehacer con el tiempo es una constante donación de sentido a nuestra vida: una tarea siempre por hacer y deshacer y que nos hace y nos deshace cada día. Hay consumación de una experiencia cuando esta integración del tiempo concentra y afina la percepción del ahora, a la vez que amplía el horizonte vital hacia donde esta percepción puede dirigirse: cuando el ciclo temporal que cerramos –no en torno, sino en nosotros– traza un círculo más amplio que aquel en el que antes habitábamos. En el ámbito de la experiencia, esa amplitud es también fecundidad.

Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.

Borges, sabio para tantas cosas, olvida que la elocuencia no es siempre un índice de veracidad. Del tiempo puede decirse y negarse (y se ha dicho y se ha negado) casi todo; posee, sin embargo, dos atributos incuestionables: es maleable y es reversible. No hay acto que no lo modifique. De nuestro trato con el mundo depende que esa modificación inapelable nos aprisione y nos consuma o nos libere en el espacio de la incandescencia.

miércoles, 25 de agosto de 2010

En sus manos

Noticia, comentario y vídeo.

***

http://www.elconfidencial.com/espana/eva-almunia-educacion-curriculum-magisterio-aragon-20100825-68871.html

***

70 .- Un buen amigo estudió Magisterio con Eva Almunia.
Realmente sí empezó Magisterio, fueron compañeros de promoción.

Según cuenta mi amigo, era la peor alumna de todos, posiblemente, según sus palabras era la mollera más dura de la clase. Muy corta pero con buena delantera.

Cuando mi amigo y otros compañeros acabaron los estudios, Eva Almunia se quedó rezagada y ya no sabemos si los acabó o los abandonó.

De todos modos, como Consejera de Educación del Gobierno de Aragón, su mayor logro fue nombrar portavoz de su Consejería en Las Cortes a ISABEL TERUEL, señora que generó semejante verguenza ajena en su primera intervención en el Parlamento que fue destituida la día siguiente.

El vídeo de su intervención está en Youtube. Pongan ISABEL TERUEL y vean el vídeo, son 9 minutos inborrables que te dejan sin saber si reír o llorar.

Y Eva Almunia la nombró su segunda de a bordo. Háganse una idea.

***

Descuiden: yo les cuelgo el vídeo.

Sin comentarios.

lunes, 23 de agosto de 2010

Tiene el amor,

como la mar
su mácula, declives
cuando el dolor
es la verdad
que las heridas dicen.

Seré serás,
cuando el tú y yo
del nosotros desiste,
la luz del sol
que aguarda y sobrevive en el eclipse.

Brama tu nombre

en un aquí que mortifica.

Redobla nunca
la percusión que tu recuerdo brama.

sábado, 14 de agosto de 2010

La línea de sombra

One goes on. And the time, too, goes on —till one perceives ahead a shadow-line warning one that the region of early youth, too, must be left behind.

[Uno avanza. Y el tiempo avanza también: hasta que uno descubre ante sí una línea de sombra que le advierte que la región de la primera juventud también debe ser dejada atrás.]

jueves, 22 de julio de 2010

lunes, 19 de julio de 2010

Entregaremos nuestras libertades
salvo la libertad que nos permite
mostrarnos siempre libres ante el otro.

domingo, 11 de julio de 2010

jueves, 1 de julio de 2010

Love like a sunset

Amigos, tomo un tren en unas horas. Nos vemos en otoño.

Les deseo amores y viajes.

Viajeros (René Char. Fragmentos)

Una vez desaparecido el tren, la estación sale riendo en busca del viajero.

Camarada, he aquí tu salvoconducto para dirigirte a donde quieras -y para sufrir allí.

La sombra de la vida interviene a tiempo para preservar el lugar que le debemos en nosotros. Cuanto más altas son las montañas, mayor derecho asiste a los clarividentes de llevar el rayo de las cumbres en su bastón.

Construyeron una barca con la espuma del mar a fin de apoderarse de la orilla más distante. Esta cadena de arrecifes son ellos.

Nuestro presente se ha inflamado tanto que invocarlo es alabárselo al viento.

lunes, 28 de junio de 2010

Crónicas vampíricas

Montaigne certificaba que filosofar es aprender a morir. Sólo es sabio quien accede a la lucidez tras aprender a imaginarse muerto. ¿Qué es el personaje del vampiro -anémico, nocturno, decadente, ultracultivado, femenilmente atractivo y sofisticadamente cruel-, el "ya no vivo", sino la prueba de que, en el imaginario de Occidente, sólo se accede a la verdad, a la experiencia, a la lucidez al precio de la muerte de la vitalidad?

Contra Montaigne, uno diría que la sabiduría -sinónimo de la salud- es el divino olvido de sí, el éxtasis del ahora.

Criaturas de la noche, ¿seremos aún capaces de una sabiduría solar?



viernes, 25 de junio de 2010

El segundo 223

Para Alicia, el segundo 223, por las veces que hace lo mismo en su blog.

martes, 22 de junio de 2010

jueves, 17 de junio de 2010

Maquiavelo era italiano

Axioma

El fútbol es la guerra por otros medios.

Teoremas

Con la selección italiana, el fin justifica los medios.

Con la selección española, el fin justifica los miedos.

miércoles, 16 de junio de 2010

La "Roja" ¡sonroja!

(Glosa: España 0 - Suiza 1)

El verano

Ya no quedan desiertos, ya no quedan islas y, sin embargo, se siente su deseo... (Albert Camus)

Nuestro deseo le quitaba al mar su cálido vestido antes de nadar sobre su corazón. (René Char)

Baila mi corasón

Vitalidad del Amor: es una gran injusticia denigrar un sentimiento que ha sobrevivido al romanticismo y al bidé. (E.M. Cioran)

viernes, 11 de junio de 2010

Sic transit gloria mundi

El logro y el deseo
celebran su distancia.
Vivimos en un tiempo
que no suscitará nostalgia.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Tales of mere existence

http://www.youtube.com/watch?v=iueb7lFqEwc

http://www.youtube.com/watch?v=BAzBU1S3-uo

viernes, 16 de abril de 2010

Blanco

Amarnos es trazar la trayectoria
entre la flecha y la diana.

jueves, 8 de abril de 2010

Amarnos es hacernos

merecedores de una claridad
que no precisa ser verificada.

miércoles, 7 de abril de 2010

Díptico

I

La palabra primera del hombre, Quiero, es un retraso ontológico. Su condena: no haber podido preceder a la primera palabra de Dios: Hágase.
II

Toda carencia anuncia
su imposiblidad de ser saciada.
El mundo es la respuesta
a una petición informulable.

jueves, 25 de marzo de 2010

La arquitectura del ocaso (1)

Hace unos días, una compañera me pidió que escribiera un artículo para animar a la huelga del 14 de abril. Reelaboré un par de artículos antiguos y añadí una brevísima explicación de los motivos que nos impulsan a la huelga. Por si fuera de alguna utilidad, lo publico también aquí*.

* [Originalmente, será publicado en el periódico de mi centro. De ahí al New York Times...]

La arquitectura del ocaso (2)

Estamos en derrota, nunca en doma. Claudio Rodríguez


¿CÓMO Y POR QUÉ HEMOS LLEGADO A ESTA SITUACIÓN?

Durante los últimos veinte años (desde la fecha de promulgación de la LOGSE hasta hoy), nuestro sistema de enseñanza ha sufrido un deterioro rápido e imparable, dificultando que los alumnos puedan recibir una formación adecuada y que los docentes puedan realizar su trabajo en condiciones dignas. Es la historia de una decadencia imparable. Quizá estemos a tiempo de que no sea la crónica de una muerte anunciada.

Aunque sólo desde hace poco tiempo se ha empezado a prestar atención mediática (y frívola) a este diagnóstico, las críticas a nuestro sistema educativo no son recientes. Aun antes de su aplicación, muchos docentes advirtieron que, si no se financiaba con más generosidad, la LOGSE supondría un empeoramiento del sistema educativo: el proyecto era bueno -aseguraban-; pero podía fracasar por una desacertada aplicación. Algunos docentes (pocos) eran incluso más críticos; no se trataba de un problema de financiación: la LOGSE era perniciosa por sí misma. Estaba basada en una filosofía errada que, de ser llevada a la práctica, conduciría inevitablemente a la decadencia del sistema de enseñanza.

Los creadores y los entusiastas de la LOGSE desatendieron las tímidas advertencias de los primeros y anatemizaron las críticas de los segundos. Éstas últimas -fue su argumento- provenían de docentes anclados en un paradigma educativo obsoleto: defensores de un modelo de profesor autoritario, conservador, elitista... No habían sabido o querido adaptarse a un nuevo rol que les restaba parte del poder abusivo que habían ido acumulando durante el franquismo.

Pese a que muchos de estos profesores críticos provenían de movimientos de izquierda, casi todos acabaron atemperando o silenciando sus reservas, temerosos de ser acusados de reaccionarios y amedrentados por la presión de una mayoría social que veía en la LOGSE un modelo revolucionario que finiquitaría los últimos residuos culturales del franquismo. Si la Constitución de 1978 había supuesto el fin del anterior sistema político, la LOGSE supondría un cambio análogo: la democratización del antiguo, clasista y autoritario sistema educativo.

Sin embargo, los primeros síntomas empezaron advertirse pronto: hasta los profesores más devotos se veían obligados a reconocer que los primeros alumnos educados en el modelo LOGSE estaban peor preparados, a la misma edad, que los alumnos educados en el sistema anterior. Ante estas críticas, en principio discretas y tímidas, las administraciones encontraron varias disculpas: la primera (tópica) fue negar la realidad; el nivel no era inferior: en el nuevo sistema se valoraban otros aspectos inapreciados en el modelo antiguo. El nuevo alumno debía desarrollar un espíritu creativo y actitudes constructivas y democráticas: no ser un reproductor acrítico de conceptos aprendidos de memoria. Los profesores que defendían valores como la disciplina y el respeto, el esfuerzo por aprender, el gusto por la cultura y la excelencia intelectual fueron condenados como reaccionarios (incluso como nostálgicos del franquismo).

Convencidos o no, muchos docentes cerraron los ojos ante la realidad. Pero sólo por un tiempo. Los hechos se obstinaron en negar la verdad oficial: los nuevos alumnos no sólo demostraban adquirir menos "conceptos" que los antiguos; manifestaban, también, una actitud más pasiva hacia su formación y un comportamiento nada democrático: el ambiente en las aulas era cada vez más crispado. Los profesores, para poder realizar su trabajo en unas condiciones mínimas de orden, respeto y silencio, se vieron obligados a expulsar a alumnos de sus clases con alarmante frecuencia.

Las administraciones educativas, temerosas de que esta nueva situación se hiciera pública, abrieron un doble frente: una política de normalización y control dentro de los institutos y otra, propagandística e ideológica, orientada a convencer a los padres de que el modelo funcionaba.

Internamente, se encargó al equipo de inspectores, psicopedagos y directivas afines (con un perfecto reparto de papeles: de perfil duro y blando) la tarea de persuadir a los docentes para que asumieran que el fracaso escolar y los conflictos en el aula no eran responsabilidad de los alumnos, sino de los propios profesores: eran culpables de no motivar a sus pupilos, de no saber enseñar. Los (pocos) docentes rebeldes fueron acallados: unas veces mediante presiones “oficiosas” (críticas durante las sesiones de evaluación por exceso de suspensos, acoso psicológico para minar la autoestima profesional...); otras, mediante presiones oficiales (seguimiento de inspección, apertura de expedientes...). El temor cundió entre los profesores. La ley del silencio se impuso en los centros.

Externamente, ante las familias, los políticos presentaban la LOGSE como un avance social incuestionable: los jóvenes españoles, escolarizados obligatoriamente hasta los dieciséis años, recibían dos años más de formación académica; las nuevas conductas en clase, de hecho, no eran producto de actitudes pasivas, irrespetuosas o indisciplinadas: nacían del espíritu crítico e inconformista que la LOGSE estaba inculcando en los antiguamente enajenados estudiantes.

Mientras se socavaba la autoridad de los profesores, se otorgó a las asociaciones de padres (tradicionalmente mal avenidas con los docentes) un poder sin precedentes en la historia del sistema educativo español. Pese a que muchos padres se percataban de que el nivel de conocimientos de sus hijos descendía año tras año, la promoción obligada (apenas se podía repetir curso) y la expedición casi indiscriminada de títulos silenciaban la evidencia; de hecho, la mayoría de los padres había asumido, desde el principio, la política de la Administración educativa: lo importante era obtener un título. Que ese título certificara o no la adquisición de conocimientos era secundario.

Sin embargo, la política de ocultación comenzaba a mostrar sus fallas. El punto de inflexión lo marcaron indicadores imposibles de ocultar. Externamente, los Informes PISA situaban el nivel educativo de España en la cola de los países económicamente desarrollados. Internamente, pese a las facilidades para la obtención del título de Secundaria, el llamado fracaso escolar se hacía endémico: el número de alumnos de bachillerato disminuía al tiempo que aumentaba el número de alumnos que abandonaban, inconclusa, la Enseñanza Obligatoria. La demolición de la Formación Profesional dejaba a estos alumnos desarmados. Desconocedores de un oficio y en un estado de semianalfabetismo, debían integrarse en un mercado laboral altamente competitivo: el sistema los había convertido en mano de obra barata, sin cualificar y fácilmente manipulable.

Por otra parte, la indisciplina en las aulas había dado paso a episodios de violencia cada vez menos anecdóticos. Empezaban a ser frecuentes las agresiones a profesores por parte de alumnos y padres. Aun en esta situación, muchos profesores siguieron asumiendo (convencidos o resignados) la política de culpabilización de los delegados administrativos: inspectores, psicopedagogos y directivas fieles.

Ante la indiferencia o incluso la suspicacia social, las bajas por depresión entre el profesorado aumentaron hasta niveles inauditos. Sólo cuando los episodios de violencia salpicaron al propio alumnado, empezaron los padres a ser conscientes del problema. Los alumnos violentos no sólo impedían que los demás recibieran sus clases con normalidad: habían instaurado una auténtica oligarquía matona en infinidad de centros. Más que la preocupación por la salud del sistema educativo, la alarma de los padres y el sensacionalismo periodístico convirtieron el "acoso escolar" en un fenómeno mediático que alcanzó su culminación en la cobertura del caso Yokin, el suicidio de un chico vasco hostigado por sus compañeros.

En un desesperado intento por eximirse de su responsabilidad, algunos sectores sociales y políticos intentaron una vez más, sutil y taimadamente, convertir a los profesores (el sector minoritario y más desprotegido de la comunidad escolar) en el chivo expiatorio. En principio, culpables de autoritarismo, se les desposeyó de toda autoridad; más tarde, culpables de indiferencia, se les acusó de no ejercerla. Pero era ya una situación insostenible.

Las administraciones educativas reconocieron, si bien con matices atenuantes, la realidad que algunos profesores valientes habían venido denunciando durante años. Los cambios en la sociedad, el acceso masivo de las madres al mundo laboral, la impericia para reconducir a los estudiantes pasivos escolarizados hasta los dieciséis años, la influencia de los medios de comunicación, la inmigración... cualquier excusa era válida para no asumir el fracaso del sistema. Un sistema educativo con un nivel de gasto sin precedentes y una indigencia de resultados que, por primera vez en la historia de la democracia, había formado a promociones peor preparadas que las precedentes.

Mientras tanto, la educación concertada y privada (marginal hasta los años noventa) había crecido a la sombra del sistema logsiano. Las familias con recursos económicos, ante el deterioro de la enseñanza pública, matriculaban a sus hijos en colegios concertados y privados donde los alumnos problemáticos o de familias humildes no tenían cabida. Paradójicamente, un sistema de enseñanza “progresista” y (presuntamente) establecido para disminuir las diferencias sociales había agrandado el escalón social entre los estudiantes de clases desfavorecidas y de clases pudientes.

Ante esta realidad, muchos profesores se atrevieron a denunciar al fin los males del sistema. Y muchas familias, alarmadas, empezaron a atender a las denuncias. Esa caída de la venda social podía suponer una importante pérdida de votos. El pánico cundió entre los políticos responsables del desastre.

Hace dos años, en un desesperado intento por silenciar a los docentes, la administración formuló una nueva propuesta: el “Programa de Calidad y Mejora de los Rendimientos”. En contra de lo que indica su nombre, no se trataba de un plan para enmendar los errores y establecer una enseñanza pública donde realmente se favoreciera el aprendizaje. La propuesta consistía en pagar a los profesores por eliminar el fracaso estadístico, no el verdadero fracaso escolar. El programa no controlaba que los alumnos efectivamente aprendieran y que, por ello, obtuvieran su título: lo importante es que aprobaran y titularan, fuera como fuese. Dicho crudamente: si el porcentaje de aprobados y titulados aumentaba en un centro, los docentes cobrarían más.

La mayoría de los profesores consideró este plan como un vergonzoso intento de soborno. Pese a que en muchos centros se realizaron varias votaciones en los claustros, el 80% de los institutos rechazó el plan. Por primera vez en muchos años, los profesores secundaron masivamente una huelga contra la administración educativa. Por primera vez en veinte años, la administración educativa reconocía su fracaso.

Hasta aquí, el pasado.

La arquitectura del ocaso (3)

¿QUÉ ES EL ROC Y POR QUÉ ES TAN PELIGROSO?

Conscientes del desastre educativo, pero incapaces de reconocer sus errores, nuestros responsables políticos han dado un paso definitivo en su huida hacia adelante.

Debido a que los claustros se negaron mayoritariamente a apoyar el “Programa de Calidad”, la administración educativa ha cambiado la táctica de la seducción por la del castigo. Gracias al nuevo ROC (Reglamento Orgánico de Centros), los profesores pagarán cara la rebeldía de no haber aceptado cobrar más dinero a cambio de más aprobados. El ROC supone una tentativa desesperada por silenciar a los claustros y limitar (aun más) sus competencias.

El método para lograrlo es sencillo: la administración pretende conceder a los Directores de los centros plenos poderes y competencias, sin establecer, además, ningún criterio claro para ejercerlas.

El Director no será ya un profesor más que asume la dirección de un instituto durante un tiempo. Pasará a regir, con poder casi ilimitado, todas las esferas del centro: pedagógica, didáctica, administrativa y, por supuesto, disciplinaria.

Con el nuevo ROC, el Director tendrá –entre otras- estas atribuciones:

- Decidirá qué bajas se cubren y cuáles no.
- Determinará qué puestos de su centro son vacantes y diseñará los perfiles para cubrir esas plazas.
- Nombrará y cesará a los jefes de departamento y a los jefes de áreas de competencias.
- Detentará la dirección pedagógica del instituto; es decir, tendrá la potestad de enjuiciar si un profesor imparte correctamente sus clases.
- Se encargará de apercibir al profesorado por cualquier “incumplimiento de deberes y obligaciones” que no han sido especificados.

Para todo ello, no tendrá que rendir cuentas ante el claustro, degradado en mero órgano consultivo. Los profesores que han padecido el poder de un director despótico apreciarán el peligro de un nuevo Reglamento que los convierte en meros “operarios de aula” al arbitrio de los designios de su director.

Con el nuevo ROC, la organización de los centros sufrirá otros cambios relevantes:

- Los actuales departamentos didácticos (Lengua, Matemáticas…) se integrarán en cuatro grandes áreas de competencias.
- De ellos, las áreas más importantes serán las que responden del control ideológico y pedagógico del centro: el de Orientación y el de Formación, Evaluación e Innovación educativa.
- Este último departamento decidirá cuáles son las “buenas prácticas docentes” y tendrá la potestad de prescribirlas al profesorado.
- Los coordinadores de estas áreas, al igual que los jefes de departamento, serán elegidos por el director, sin criterio público y por cuatro años.

Este reglamento supondrá la mordaza definitiva para los docentes críticos, cuya situación laboral dependerá de un director cuasi omnipotente. Para los más dóciles, para los que renuncien de forma más servil a su criterio profesional, la administración (a través del director, su delegado en los centros) podrá retribuirle con gratificaciones: puestos de responsabilidad, autoridad delegada, cargos jerárquicos, reducciones horarias. No se escatimarán esfuerzos para premiar la servidumbre voluntaria.

Con la libertad de cátedra eliminada, los institutos dejarán de ser definitivamente lugares de profundización en el conocimiento para convertirse en una suerte de centros sociales especializados en desmeduladas “competencias básicas”. Como es obvio, los alumnos serán también seriamente perjudicados por esta situación. La diferencia entre los institutos privados y concertados y los institutos públicos se ahondará aun más. Las familias que deseen una formación rigurosa para sus hijos, imprescindible para su futuro laboral y su enriquecimiento personal, tendrán que pagársela.

El ROC, lejos de ser una terapia para curar a un paciente moribundo (nuestro sistema educativo) supone, al mismo tiempo, la eutanasia forzada y el maquillaje de su cadáver.

Hasta aquí el presente.

[Agradezco a la asociación de profesores PIENSA su útil síntesis del ROC, de la que he tomado, con ligeras modificaciones, algunos pasajes.]

La arquitectura del ocaso (4)

¿QUÉ PODEMOS HACER PARA SALVAR LA ENSEÑANZA PÚBLICA?

Hoy, pese al agónico e inexorable naufragio del sistema, ningún partido político parece dispuesto a reconocer el error y rectificar; ni siquiera los partidos más críticos apuestan por una reforma radical del sistema de enseñanza.

Muchos padres, desorientados, se reconocen sin tiempo ni capacidad (ni ganas) para reconducir la conducta de sus hijos. No menos profesores, desalentados por años de desprotección y desprestigio y entregados a un fatalismo no exento de irresponsabilidad, confían en que las cosas se arreglen por sí mismas. La mayoría de los sindicalistas, sesteando en sus despachos y liberados de dar clases, proponen planes superficiales y demagógicos para salvar la cara ante a sus electores. Las administraciones educativas, inmutables, insisten en invertir más dinero en políticas que han demostrado cumplidamente su inoperancia y en aumentar el control político e ideológico.

La sociedad española está sufriendo ya los frutos de un sistema educativo que ha malogrado a una generación deteriorándola cívica e intelectualmente, educándola en un modelo que entronizó lo lúdico y la libertad sin normas, mientras desprestigiaba los valores de la autoridad intelectual, la disciplina, el esfuerzo, el conocimiento y la excelencia. Llevamos ya demasiado tiempo sufriendo las consecuencias y, si no ponemos pronto remedio, se acentuarán en los próximos años.

¿Qué hacer, entonces? Lo primero: no engañarnos. Nadie solucionará el problema por nosotros.

En el pasado, el claustro perdió muchas de sus competencias. Los docentes no nos pusimos en huelga. Se multiplicó la burocratización inútil (valga el pleonasmo) en los centros, restándonos tiempo para preparar nuestras clases. Los docentes no nos pusimos en huelga. Aumentaron vertiginosamente los conflictos, las faltas de respeto y los episodios violentos en las aulas. Los docentes no nos pusimos en huelga. Las leyes educativas provocaron una bajada sin precedentes del nivel educativo de nuestros alumnos. Los docentes no nos pusimos en huelga.

Ayer, se nos propuso un plan: más dinero a cambio de más aprobados. Los docentes nos pusimos en huelga. El plan resultó un fracaso. Hoy, el nuevo ROC amenaza con eliminar los últimos restos de nuestra dignidad profesional. ¿Qué vamos a hacer?

En el futuro, se nos hará responsables de las decisiones que, cada uno de nosotros (alumnos, padres, profesores, directivos, sindicalistas, políticos, votantes), adoptemos frente al problema educativo de nuestro país. "Ésa es", en palabras de George Steiner, "la democracia de la gracia y de la condenación".

La arquitectura del ocaso (y 5)

UNAS PALABRAS DE ESPERANZA

Siempre que pienso en el sistema educativo español, recuerdo estos versos de Jaime Gil de Biedma:

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal.

Los profesores hemos aprendido a conjugar los verbos del desaliento; pero nuestra profesión supone siempre una apuesta por la esperanza. Al comienzo de este artículo sugerí que la historia de nuestro sistema educativo es la historia de una decadencia. Sin embargo, el final de la historia no está escrito: la escribimos nosotros día a día, con cada uno de nuestros actos. Hasta ahora, los profesores nos hemos limitado a lamentar el deterioro de nuestras condiciones laborales. Nos corresponde ahora luchar para cambiarlas. Los verdaderos profesores, profesionales de la esperanza, sabemos que es una batalla que merece la pena librar. Una batalla que merece la pena ganar. Que incluso merece la pena perder.


Francisco Sianes, profesor de Lengua y literatura del IES Delgado Brackenbury.

miércoles, 24 de marzo de 2010

lunes, 15 de marzo de 2010

Una vez más, el mundo no ha acabado.

Lo restituimos cuando nos hallamos
de nuevo frente a frente.
No hay más mundo que éste,
contigo lo comparto
y éste es suficiente.

Animal agradecido, animal ingrato

El sujeto se encuentra en la situación donde se presenta el trance definitivo para la pasión del encuentro así como para el sufrimiento de la separación: una vez que el estar presente [el sujeto] despacha su obsesión por el segundo [el amado] como el gran otro, pronuncia su decisión sobre si el sujeto se convierte en el animal agradecido o en el animal ingrato.

Gracias es un enamorado adiós
al que le fue amputado su dolor.

Cuando el amor se ha ido,

sólo persisten tras sus esplendores
la inútil compañía del universo,
una dolencia convertida en verso,
dos desconocedores
y dos desconocidos.

Pérdidas

Lo peor del desamor es perder la imagen del amado (y con esa pérdida perder también el yo que éramos con él).

jueves, 11 de marzo de 2010

La pirámide

Miro tus fotografías y releo nuestras cartas como órdenes de amarte que ya no quiero obedecer. Inquebrantable, nuestro amor se yergue como la pirámide, ya que desde el comienzo, sobre nuestro cadáver, lo erigimos de acuerdo con la forma que habría de asumir tras su derrumbe.

lunes, 15 de febrero de 2010

Averías

Recuerdo que, cuando vivía en la sierra de Cádiz, mi casera insistió en que me quedara con un viejo televisor que, en un principio, había rechazado. Por no resultar incivil ni despertar excesivas sospechas entre el vecindario (¿Qué va a hacer un muchachito como tú sin tele ¡y solo!?, se alarmaba ella), acabé cargando con el cacharro. Mi televisor no disponía de mando a distancia por lo que, para cambiar de canal, usaba el palo de una escoba (la misma con la que ahuyentaba, como un basilisco en pijama, a las culebras que entraban desde el patio hasta mi pasillo, en el crepúsculo). Tenía además otro problema: cada diez minutos, como máximo, la señal de las cadenas desaparecía para dejar paso a esa ensaladilla de nódulos grises y alborotados donde -dicen- aún resuena el origen del universo. El único método plausible para hacer retornar la señal consistía en descargar un golpe seco en el flanco derecho del aparato, con el inconveniente de que la cadena que volvía nunca era la misma que había desaparecido. Todo ello, unido a mi desapego televisivo, hacía que le prestara poca atención a mi vieja tele. Una tarde, sin embargo, viendo un programa de ligue al por mayor que me tenía fascinado, la señal se fundió tras un fuerte ruido y no hubo palo de escoba ni golpe recio que enmendase el tuerto.

Misteriosamente enterada de mi contratiempo doméstico, mi casera se empeñó en mandarme a un electricista de confianza para que arreglase la avería. Como me sentía culpable por la somanta de palos y las azotainas a las que había sometido al cacharro, recibí al electricista quien, contemplándome de hito en hito tras revisarlo, me preguntó:

- Pero a ver, muchacho... ¿qué es lo que ha pasado?
- Pues nada: que un día la tele hizo un ruido y desapareció la señal.
- ¿Un ruido? -impacientábase ante mi electrónica impericia léxica- Pero ¡cómo un ruido!
- Sí. Un ruido... no sé... fuerte.
- Pero a ver, muchacho -me alentaba, pedagógico- ¿en verdad que ha sido: un traquío, un zumbío o un explotío?

Terminológicamente desconcertado, consideré el asunto y acabé concediendo:

- Sí... Yo diría que fue un traquío...

Su cara se relajó, iluminada:

- ¡Ah, entonces te lo apaño! Es que si hubiera sido zumbío o explotío no te lo arregla ni la virgen.

Y, en efecto, el electricista acabó arreglando la avería. Pude volver al programa de ligues al por mayor, a sus amores y desamores apresurados que cabían (siempre cabían) en los diez minutos (nunca más de diez minutos) durante los que sobrevivía la señal antes de fundirse (y con ella canal, amores, desamores) en la ensaladilla de nódulos grises y alborotados donde -dicen- aún resuena la musica auroral del universo.

***

Hoy te contemplo, oh inútil, abatido corazón. También tú has recibido tu azotaina y tu somanta. Hace tiempo que he perdido tu señal. Y está lejos (está muy lejos) nuestra electricista de confianza. Confío, sin embargo, en que sólo fuera un traquío el desgarro que precedió a nuestro fundido.

***

(Mi antigua casa no es ya mi casa; pero, por lo que sé, mi vieja tele, intermitentemente, sobrevive.)

jueves, 11 de febrero de 2010

Abstenerse y escuchar a Bach:

nueve de cada diez depresivos lo recomiendan.

(El otro está demasiado ocupado suicidándose)

lunes, 18 de enero de 2010

Summertime Clothes

Para mis amigos modernillos (Meri, especialmente va por ti), la mejor canción del mejor disco del año, según las modernillas revistas que están en el ajo. [Y el caso es que la canción está chula; pero el vídeo es de esos que nos hacen sospechar que músicos, técnicos de sonido, director y cámaras sufrieron un ataque de locura rampante al mismo tiempo.]

sábado, 16 de enero de 2010

Maratón

La visión clásica del hombre es la de alguien subyugado por las necesidades que busca la libertad. Lo que ocurre hoy, sin embargo, es que los hombres viven en libertad, incluso con ciertos lujos, y se imponen simular unos padecimientos que no tienen. Esta comedia de la necesidad es la gran ideología de nuestro tiempo. Así que ese hombre rico y feliz sólo tiene dos opciones: suicidarse o dedicarse a correr maratones. La pasión por el deporte es uno de los síntomas más elocuentes de nuestra actual sociedad. Y los españoles podrían preguntarse por qué antes tuvieron tantos santos y hoy tienen tan buenos corredores de maratón.

(Peter Sloterdijk)

Corolario

[El contraste entre imágenes y musiquilla hace que todo resulte aun más aterrador y espeluznante.]

lunes, 11 de enero de 2010

Un jirón (1)

A ti, que fuiste real por ser imaginaria.

Levanto la vista del libro y la encuentro ante mí. Tiene el pelo castaño, levemente ondulado; cuerpo menudo, atlético. Sus ojos son dos almendras redondas. Los labios dibujan su hambre. Sus manos y pies, tan pequeños. Sobre su rostro, una constelación de pecas. Qué dolorosa juventud. ¿Peruana? Tiene la luz y la penumbra en las que al fin me siento deseando.

No es infrecuente que, cruzando la ciudad en metro, atravesando el campo en tren, el cielo en un avión, se nos acerque una mujer desconocida a la que, tras un cruce de miradas (a veces ni siquiera llegan a cruzarse), desearemos mientras permanecemos junto a ella (y a veces esa permanencia se prolonga el curso entero de una vida, tan sólo en el recuerdo). Sólo mirándola, adivinándola con detenimiento, uno podría conjeturar (y conjetura) cómo será su olor, cómo su abrazo y sus ansiosos besos, cómo su espalda contra nuestro pecho, su mano entre las nuestras, cómo su despertar, cómo su sueño. No es fácil olvidar a esas mujeres (a veces es un rostro, un ademán; otras, tan sólo la palpitación; con eso basta), aun cuando se acercaron a nosotros sólo un breve instante, como emergiendo del azar en sombra, para volver a oscurecerse luego; mujeres a quienes rescatamos tenuemente del cerco de la inexistencia, sin acogerlas en el ámbito de lo tangible, hasta que al fin nos despedimos de ellas agradeciéndoles la vida conjetural y deseable que no compartiremos.

Sucede, pues, que renunciamos casi siempre a hacer real lo que prefiguramos; renuncia uno así a las palabras, a los gestos y silencios crueles y tenaces con los que dañará y será dañado (así acontece siempre, no se engaña). Y así sucede porque a uno ya no lo deslumbran los principios y teme los finales; teme el revés en sombra del deseo, su corolario (y el tránsito al dolor también lo teme).

Pero no es sólo miedo al sufrimiento lo que nos previene contra el curso de la realidad. También nos mueve el desengaño. Aquello que emprendemos está contaminado siempre por la insuficiencia. Hacer es elegir y elegir descartar. Cada elección es una garra que, cuando atrapa, obtura el hontanar de lo posible. ¿Qué hay que merezca ser salvado a costa de sacrificarlo todo? También sabemos que hay un poso de tristeza en todo lo que de verdad sucede, que nunca se hace nada a fondo, a corazón abierto, sin coraza. Incluso allí donde prevalecimos, algo susurra que nos nos ofrecimos por entero, que nuestra acción, por honda y luminosa que se precie, nunca deja de ser parcial y es siempre injusta, que no hay caricia sin dolor ni entrega sin herida. Tenemos nuestra historia por testigo.

Atravesando la ciudad en metro, miro a la chica que se ha sentado frente a mí y cierro el libro donde tal vez leía: No es el amor, sino sus alrededores, lo que vale la pena... La represión del amor ilumina sus propios fenómenos con mucha más claridad que la experiencia misma. Hay virginidades con un alto grado de conocimiento.

¿Qué resistencia, qué miedo, qué sordo rencor contra la vida impide que mis manos acompañen a mis ojos y mi pensamiento y que te busquen hasta darle alcance? ¿Qué me encadena a la constante y lenta rumia de lo que nunca ha sucedido ni sucederá jamás? ¿Qué instinto me previene contra descorrer el velo que te oculta en la penumbra de lo no vivido? Miro a la chica, que también me mira. Bastaría un gesto para descorrer el velo y alcanzarla. Bastaría; pero no lo hago.

Bellamente, me sonríe y vuelve al libro en el que acaso lee: Te lo he comunicado por carta no enviada. Has tenido tiempo para no llegar a la hora prevista. El tren entra por la vía tres. Se apea mucha gente. La ausencia de mi persona sigue a la multitud hacia la salida. De prisa entre tanta prisa varias mujeres ocupan mi vacío.

Un jirón (y 2)

Y, sin embargo, la renuncia no siempre es una capitulación; es también una táctica. Necesitamos descansar de lo efectivo, salir de la trayectoria donde el deseo fue convertido en una inercia y donde el corazón es una roca. A medida que avanzamos en el tiempo, se va agotando el remanente de experiencias no vividas. Buscarlas con precipitación es quemarlas y quemarse en ellas. La renuncia es una calma, un alto desde el que inventamos qué vivir de nuevo, la escuela del deseo y su oportunidad. Allí podemos vislumbrar, en la penumbra del deseo apagado, la luz de lo que desearemos ser. Para aprender a desear (y a desear también se aprende), necesitamos esa calma.

Igual que en el verano descubrimos la piel que se ha ocultado en el invierno, liberamos en la imaginación y damos curso a los deseos que en lo efectivo se resguardan. Del mismo modo, hay notas sostenidas (hay susurros) que sólo podemos atacar (y desnudar), anticipándolas en el silencio. ¿O es que podemos besar a corazón abierto sin cerrar los ojos?

Nuestra imaginación es la hermana de la noche: en su ámbito, todo brilla tenuemente pero sin aristas. Necesitamos esa noche de recogimiento para cobijar nuestra desilusión y nuestro hastío. En ella, no justificaremos nuestro desapego, no cultivaremos la inacción; bajo su manto de penumbra, en su calma redentora, ofreceremos aliento a los renovados deseos, despejaremos el camino que conduce a la región de las promesas del porvenir. La soledad es una gran maestra. También la pérdida. En la renuncia, reaprenderemos el arte de comenzar de nuevo.

Bellamente, la chica me sonríe anulando las distancias; y yo tenuemente le sonrío sintiendo el desgarrón de mis deseos, sintiendo que deseo su tibieza presentida, sus leves manos que no me alcanzarán, los labios que dibujan esa hambre que nunca saciaré, esa constelación de pecas que no descifraré (y nuestro permanecer -aquí mi mano, allá mi hombro, mi regazo- y nuestra fiebre fiel y nuestro cómplice memorizarnos).

Hay quienes lamentan sus amores imposibles. Sólo el desalojado por el hábito de la conquista y su epílogo de sombras alaba los amores truncados; sabe que sólo en ellos es aún, siempre será, todo posible. Necesitamos lo que pudo ser pero no fue para que un día sea.

La chica sigue junto a mí hasta que, sabedora de que ha llegado a su destino o fatigada de esperarlo en vano, me dirige una mirada última y cierra el libro que hace tiempo yo cerré y en el que quizá leíamos: cuando nada quede de ti y de mí habrá agua y sol y un día que abra las puertas más secretas más oscuras más tristes y ventanas vivas como grandes ojos despiertos sobre la dicha y no habrá sido en vano que tú y yo sólo hayamos pensado lo que otros hacen porque alguien tiene que pensar la vida. Y yo sigo mirándola cuando se levanta al fin y al fin se aleja (relámpago fugaz que vuelve a la avaricia de la inexistencia), llevándose con ella la vida que ya no compartiremos. Pero, en el momento último, me tienta traicionarme, alzar la mano en ademán que ya no es una despedida, sino que busca retenerla. Bastaría ese gesto para descorrer el velo y alcanzarla. Bastaría; pero no lo hago.

Sé que mi imaginación hoy rompe contra una costa que nunca habitaremos. La vida no vivida y la vivida discurren sin cesar en paralelo; y no podemos renunciar a ellas. A ninguna. Y, misteriosamente, nada nos pertenece tanto como lo no vivido.

Adiós, amada imaginaria. Se han perdido en el mundo demasiadas cosas valiosas. La memoria las conserva más hermosas, más edificantes. No es imposible que tú y yo nos ganemos perdiéndonos. Aferrándome a la renuncia necesaria para avanzar, mantengo mi lugar entre los que aguardan. Huérfana de nosotros, mi mano vuelve junto a mi otra mano y yo preservo este jirón de vida no vivida entre mis dedos.