jueves, 10 de abril de 2008

Rebeldes sin causa

[Continuación y final de:

Pero no quiero abusar de la ironía y las simplificaciones. El asunto que analizo aquí no es la globalización (que, además, Baricco defiende en su libro), sino la idolatría acrítica del rebelde.

Si dirijo mis anatemas (rebeldes, por cierto) contra los turiferarios de la rebeldía no es porque me parezcan más peligrosos que los adalides de lo fáctico, sino porque cuentan con un mayor prestigio ideológico. En el imaginario colectivo (hablo, ante todo, de la cultura occidental), el "rebelde" pertenece a aquellos arquetipos ante los que la admiración se siente eximida de precisar argumentos; el "hombre de orden", por el contrario, adquiere en nuestra mitología política una coloración al tiempo siniestra y ridícula. En el duelo propagandístico, el conservador no le duraría ni un asalto al insurrecto.

No es difícil elucidar los motivos.

Decía Samuel Beckett que no hay pasión más poderosa que la pereza: y aun más poderosa que la del cuerpo, añadiré, es la del pensamiento. Nada nos resulta más cómodo que simplificar y polarizar nuestra imagen del mundo. Nuestra secreta lengua materna es el maniqueísmo. Por otra parte, el ser humano es experto en el paradójico hábito de quererse (y creerse) distinto y mejor que los demás, mientras se solaza en los hábitos más prosélitos y aborregados: un bovino con complejo de fiera. Estas irritantes tendencias son tan inextirpables como peligrosas, tan extendidas como impermeables a la crítica.

Los apologetas de la rebeldía argumentan que, sin ella, las sociedades no habrían avanzado: seguiríamos habitando en cavernas y machacándonos a hachazos las liendres. Aparte de la ingenuidad de reducir el "avance" social a los efectos de la ideología, obviando que la ética "progresa" (entendiendo el progreso en un sentido puramente denotativo) en buena medida de la mano del desarrollo técnico y gracias a la sostenibilidad de los modelos sociales más "solidarios" que éste desarrollo procura (somos, digámoslo así, tan solidarios como nuestro estómago nos permite), estos vindicadores parecen olvidar que el encomio de la rebeldía per se es una solemne perogrullada o una monstruosa dejación de la racionalidad.

A nadie se le escapa que, para que una sociedad funcione, es necesaria una dosis de crítica, de cuestionamiento de lo fáctico, que prevenga la gangrena de las rutinas inoperantes y nocivas: de lo contrario, esa sociedad inmovilista acabaría muriendo por esclerosis. Y no es menos evidente que, para que esa sociedad funcione, es imprescindible una fuerza de control y de conservación que mantenga a raya las fuerzas disgregadoras que, extremadas, acabarían por hacer imposible toda convivencia, toda norma y, por tanto, toda racionalidad (de ahí el estólidamente malinterpretado apotegma de Goethe de que es preferible la injusticia -eventual- al desorden-permanente-).

Tanto los apriorísticos defensores de la rebeldía como los del orden olvidan que es preciso distinguir entre la categoría y el episodio. La existencia de la rebeldía es tan imprescindible como necesaria la existencia de las fuerzas de conservación; la cuestión verdaderamente compleja, y la propiamente política, es determinar cuándo es deseable la rebeldía y cuándo el mantenimiento del orden.

Porque, además, se plantea la tragicómica circunstancia de que sólo solemos considerar rebeldes a aquellos que se levantan contra un orden que detestamos. Es raro que un abogado (biempensante) de la rebeldía reconozca que los skin heads, los terroristas de la ETA o el mismísimo general Franco sean rebeldes. Estos biempensantes se negarían a otorgarles la misma etiqueta que a Luther King, las sufragistas, Fidel Castro o el subcomandante Marcos. Todos ellos (y los jacobinos, y los bolcheviques y los nazis y cualquier individuo o colectivo que se levanta contra cualquier orden imperante) son rebeldes. Ante esta evidencia lógica, el argumento del apologeta de la insurrección suele ser que hay rebeldes "buenos" y rebeldes "malos". Esta simplificación es, sin embargo, el camino hacia la cordura. Y es que lo esencial no es defender al rebelde o al conservador, sino examinar sus razones para rebelarse o conservar. Sin duda, estoy con el rebelde Luther King frente a los conservadores WASP; pero estoy a favor de los conservadores constitucionalistas españoles frente a los rebeldes etarras.

Por supuesto, el panegirista de la insurrección olvida -voluntaria o involuntariamente- que el rebelde no puede limitarse a destruir un orden ya existente; es rebelde en cuanto pretende destruir ese orden para imponer otro. Los (absurdamente) célebres eslóganes de los jovencitos (y no tan jovencitos) sesentayochistas No sabemos lo que queremos, pero sí lo que no queremos o Prohibido prohibir pueden servir para el primer minuto de la revuelta; pero en el segundo minuto uno necesita preguntarse ¿Y ahora qué?, si no desea que aquello de la imaginación al poder adquiera tintes irónicos.

Pero quiero ir más allá. Debo insistir en que, incluso por encima de las posiciones concretas, lo verdaderamente relevante son las razones que nos llevan a defender una posición. Puedo estar de acuerdo con mi vecino en que la última invasión de Irak fue un despropósito político; pero me sentiré ideológicamente más cerca de quien justifique esa invasión con argumentos matizados y racionales que de mi vecino, si éste se opone a la invasión en virtud a su convicción de que toda propuesta política que propongan los Estados Unidos es necesariamente perversa.

Esta concatenación de obviedades es (me temo) mucho más pertinente de lo que pueda parecer. Hablé antes de maniqueísmo; no menos familiar es en España (no sólo en España) la tentación cainita. Especialmente en los países mediterráneos, nuestras convicciones políticas se confunden con la pasión del tifosi y con la irracionalidad del fiel: no apoyamos coyunturalmente -según nos convenzan más o menos sus propuestas- a un partido: somos de él, como somos del Betis o del Sevilla, trianeros o macarenos. Nuestra filiación política no es tanto una decisión racional y mudable como una herencia y un destino de sangre (y sanguinario).

No es fácil vivir a la intemperie. Paul Claudel lo sabía: Estoy con todos los Júpiter frente a todos los Prometeos. Es, ciertamente, una frase cobarde y monstruosa que hace despertar -si hacemos caso a Cioran- al terrorista que hay en nosotros. Pero no menos negligente es la postura del que está incondicionalmente con todos los Prometeos: tantas veces se entrega el fuego -el poder- a quien no lo merece. Los estereotipos, lo lamento, no sirven. No deberían servirnos.

Sí, habitamos la guardería global. La vulnerabilidad y la grandeza del hombre es que, para serlo, se ve kantianamente obligado a abandonar la infancia y decidir por sí mismo, bajo su completa e intransferible responsabilidad, cuándo defenderá la casa de Júpiter y cuándo ayudará a Prometeo a robar el fuego de los dioses.

4 comentarios:

Idea dijo...

Tema complejo si los hay para desarrollar y exponer en pocas palabras y en el que debatir no es muy cómodo. Estimado, es difícil decirte si uno está de acuerdo contigo o no, pues expusiste un sin fin de opiniones, y tal vez se pueda coincidir con unas pero no con otras. Por remitirme sólo a un punto, tu dijiste que estarías más cerca de alguien que defienda la invasión a Irak con argumentos, que de alguien que esté en contra por el sólo hecho de haber sido ordenada por los EEUU. Me parece ver una trampa allí, pues quien está en contra de esa guerra por el sólo hecho de haber sido planeada y ejecutada por EEUU tiene un argumento muy poderoso aunque no lo exprese. El “orden” que el gobierno de Estados Unidos quiere conservar, a cualquier costo humano, es el que le garantiza a un puñado de hombres la supremacía sobre el resto de la humanidad, es el que garantiza que millones y millones de seres humanos se mueran de hambre en un planeta en el que todos deberían tener para comer, es el orden que pretende imponer una ideología sobre otras, decidiendo bajo las sagradas premisas de la constitución americana que es lo que está bien y qué es lo que está mal en este mundo. No creo que sea “ingenuo” pensar que la “ideología” es el motor de los cambios sociales, no al menos así, a vuelo de pájaro. El orden conservador es siempre una respuesta a la rebeldía, al intento de modificar las estructuras establecidas, y por ahora, y hasta que el hombre no logre producir a nivel del pensamiento otras estructuras, las que existen no parecen garantizar un mundo muy justo para todos.

Francisco Sianes dijo...

Querida Idea,

Soy consciente de que tu réplica merecería más atención y tiempo; pero, aunque no me falta lo primero, me escasea lo segundo. Sólo puedo contestarte ahora a toda prisa: prefiero pecar de simplificación que dejarte sin respuesta durante más tiempo.

Respecto a mi complicidad con mi presunto vecino belicoso: me siento más cerca de alguien con el que discrepe en una posicíón política concreta, pero con quien comparta una visión del mundo parecida y el mismo modo de razonar, que de aquel que defienda esa misma posición política concreta, pero por motivos que revelan un profundo hiato entre nuestra visión del mundo y modo de razonar.

Otro ejemplo: estoy, en política española, con aquellos que defienden que la política educativa debe ser competencia del Estado y no de las Comunidades Autónomas. Ahora bien, me sentiré más cerca de quien sostenga lo contrario con motivos (que yo considere) estrictamente políticos y racionales que de quien apoye mi propuesta porque (pongamos) "España es una unidad de destino en lo universal que no puede delegar competencias a las regiones que la conforman, por riesgo de perder su alma".

Espero haberme explicado mejor.

Soy consciente de que basta citar a los EE.UU. para despertar la polémica. No voy a defender "in toto" una política internacional de la que tantas veces discrepo; pero considerar racional que alguien se oponga a cualquier propuesta SIN HABERLA SIQUIERA ANALIZADO (que es de lo que yo hablaba), por el mero hecho de que provenga de EE.UU. (o de China, Cuba, Francia o Rusia), constituye una manera de pensar ante la que toda réplica sobra.

Por otra parte, defender que los EE.UU. tienen como exclusivo interés mantener un perverso orden social similar a una trituradora de pobres es decir, por exageración o por simplificación, poco. El orden social (capitalista) en que nos movemos no ha sido impuesto ni es exclusivamente defendido por los EE.UU.: tiene su origen en Europa (para Max Weber, en los países protestantes) y lo apoyamos, con mayor o menor entusiasmo, todos los que nos beneficiamos de él. Yo ahora mismo, por ejemplo, que navego con mi ordenador por internet para contestarte y que pienso en qué voy a comprar mañana en los grandes almacenes de la esquina.

Las causas de la pobreza de los países subdesarrollados no se reducen -me temo, contra nuestras buenas conciencias- a la perversidad estadounidense. Pero no puedo entrar en eso ahora. Me temo también que ese mundo justo para todos (también habría que perfilar con mayor precisión cómo sería tal mundo: pavor me producen ciertas utopías) lo alentamos o ahogamos entre todos.

Por lo demás y, como he insistido una y otra vez (es el tema de mi artículo), establecer que el orden conservador es pernicioso y la respuesta rebelde salvífica, sin analizar cuidadosamente qué es exactamente lo que se desea conservar y qué es exactamente lo que se propone como alternativa, es rendir la racionalidad al más deletéreo y vagaroso de los pensamientos míticos.

Podemos alcanzar, qué duda cabe, órdenes más solidarios, menos mezquinos, que el que hoy impera; pero para ello es imprescindible analizar sin anteojeras ideológicas quiénes mantenemos ese orden y juzgar con el mayor de los escrúpulos y con absoluto detenimiento la probidad de las alternativas que se ofrecen.

Aquí tengo que dejarlo...

Un abrazo.

Idea dijo...

Te explicaste mejor o yo lo comprendí ahora, y estoy de acuerdo contigo.

Es cierto que no es “racional” que alguien se oponga a una propuesta por el mero hecho de considerar su procedencia, pero muchas veces, las personas no cuentan con las herramientas suficientes para hacer un análisis adecuado, y terminan por apelar a su intuición de por dónde viene su oponente, y no estoy segura que tal actitud los descalifique plenamente. La mayoría de las veces aciertan y por las buenas razones en las que no pudieron refugiarse racionalmente.
Respecto a los EEUU, yo creo efectivamente que en tanto potencia mundial, que gobierna una buena parte del destino de la humanidad, haciendo guerras a su antojo aquí y allá, decidiendo en nombre de todos qué es lo que está bien y qué es lo que está mal, financiando golpes de estado en aquellos países en que las fuerzas sociales reclaman una vida digna, todo esto y mucho más, básicamente impone su fuerza para mantener un orden establecido que es beneficio a sus intereses. Esto nada tiene que ver luego con los “individuos” que allí habitan, seres humanos como tu y como yo, algunos más racionales que otros, algunos más poderosos que otros, y que poco pueden hacer desde lo individual para modificar o cambiar el mundo. Poco importa ahora el origen del capitalismo, sino cómo y en qué medida se garantiza a través de la violencia su perpetuidad. El que tú y yo estemos sentados frente a una computadora y pensemos en las compras de mañana, tampoco hace a la diferencia, pues insisto, no creo que los grandes cambios sean posibles desde lo individual sino desde lo colectivo, y tampoco es posible escapar de las estructuras a voluntad, justamente por aquello de la globalización.
Coincido contigo en que la pobreza de los países subdesarrollados no se reducen a la “perversidad” de los EEUU, en todo caso tienen que ver con la “perversidad” del sistema que los necesita para poder sobrevivir.
Dibujar en el papel un “mundo más justo” no es tan difícil, y presumo que podríamos ponernos de acuerdo tu y yo, porque seguramente nos molestan las mismas cosas aborrecibles que vemos en el mundo, lo difícil sin embargo es pensar cómo es posible alcanzarlo y trabajar en ello, sabiendo que también habrá quienes prefieran hacer la vista gorda a las atrocidades para seguir en la comodidad de sus beneficios.
Yo sí creo que el orden conservador es pernicioso, porque bajo la pretensión de analizar cualquier propuesta de rebeldía frente a él, muchas veces se encubre el deseo de dejar todo como está, siempre y cuando el papel que a uno le haya tocado en el reparto no sea el lado trágico de la vida. Pero coincido contigo en que habrá que analizar las propuestas de rebeldía, pues siempre es posible que exista en el porvenir un orden aún más perverso que el que nos gobierna. En ese caso, tal vez nos volveremos rebeldes frente a la rebeldía, pero no conservadores del orden imperante.
Me choca cuando decís “anteojeras ideológicas” pues no creo que se pueda pensar fuera del terreno ideológico, lo que no supone necesariamente tener anteojeras.

Tendrás que perdonarme, el impulso me precede, pero juro que no tenés que obligarte a contestar, encuentro de todas formas constructivo el esfuerzo de pensar y escribir.
Otro abrazo para ti.

Anónimo dijo...

Muy buena argumentación. Me ha resultado muy útil. Gracias.

Saludos.