miércoles, 30 de abril de 2008

Espejos

Nunca has podido ser como la hierba, que ofrece su verdor y su frescura ante los pies desnudos y el hocico hambriento que agradecen su solicitud callada. Tampoco el roble que merece de tu muda admiración un nombre noble. No la fiebre acechante de la sierpe, que enrosca su belleza envenenada entre la piel iridiscente. ¿En qué podrás reconocerte tú sino en los vidrios afilados que coronan los muros oscurísimos de roca? Laceran. Pero, al sol, brillan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Caray¡¡

escribes con una periodicidad increíble.
Que more de inspiranción más innata tienes.
Y con esa cara tan bonita, que hombres por Dios¡¡

Tu hermano (el de la voz idéntica) está soltero???

Un saludo,

¿Estás un pelín bucólico?

Francisco Sianes dijo...

Lou,

Después te paso la minuta convenida por los halagos.

¿Acaso soy el guardián de mi hermano? Creo que voy a empezar a cobrarle por el capote que le estoy echando.

Más que bucólico estoy hipotenso. El calor de mi ciudad me tiene derrotado, amiga.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Tal vez los incisivos cristales sean fieles centinelas que protegen la frescura del prado, la nobleza del árbol y el fervor de la serpiente que tras la pared aguardan.

O quizá, como ciertos juntapalabras, resulten ser fingidores y sólo intentan ocultar que nada esconde la tapia.

O puede también que los espejos habiten en la mirada y, en realidad, no exista ningún remate con hojas vítreas que clavan, ni recia noche en la piedra, ni tan siquiera muralla.

Chi lo sa?...

Francisco Sianes dijo...

Evidentemente, la tapia no esconde nada que no conozcamos: no hay más misterio que el hecho de que no veamos que todo es transparente.

Por lo demás, lo dijo Emerson: todo muro es una puerta.

Abrazos, Inés.