viernes, 23 de mayo de 2008
Envidia de los dioses
Raíces
jueves, 22 de mayo de 2008
Humanidades e inhumanidad (Prólogo)
Las respuestas de Steiner a estas preguntas son a un tiempo esclarecedoras y provisorias.
El primer supuesto que hace siquiera posible la filología es la familiaridad con la cultura clásica. Hablo de familiaridad en el sentido histórico de continuidad: somos los herederos encargados de su transmisión. Pero también en un sentido profundamente carnal; no somos albaceas casuales de ese legado: somos hijos de la cultura clásica. Nos vincula a ella una filiación y un compromiso de sangre. Sólo en este sentido se hace justicia a la etimología de la palabra filología: estamos ligados a la palabra de los clásicos por un vínculo de amor familiar.
No es así extraño que, para los grandes filólogos decimonónicos:
El estudio crítico, textual, histórico de la literatura griega y latina no sólo suministró antecedentes y justificaciones para un estudio similar de las lenguas vulgares: también proveyó de las bases para la implantación de esos estudios. (...) La idea de que un individuo pudiera estudiar o editar honradamente un texto sin tener una formación clásica habría parecido algo reprobable o inverosímil.
Como lo proclamaban francamente Herder, los hermanos Grimm y toda la dinastía de profesores y críticos alemanes, el estudio del propio pasado literario resultaba vital para afirmar la identidad nacional. Taine y los positivistas históricos añadieron a esta opinión la teoría de que el genio racial específico de un pueblo, de nuestro propio pueblo, se conoce mediante el estudio de su literatura.
El tercer supuesto. En la trasmisión de las humanidades:
yace una especie de optimismo racional y moral. En sus métodos filológicos e históricos el estudio de la literatura refleja una enorme esperanza, un positivismo grande, un ideal de parecerse a la ciencia (...) Se suponía que el estudio de la literatura implicaba casi necesariamente una fuerza moral. Parecía evidente que no sólo habría de enriquecer el gusto o el estilo sino también la sensibilidad moral; que cultivaría la facultad de juicio y actuaría contra la barbarie. (...) Henry Sidgwick (...) ve en la literatura -creo que ésta es la frase clave- "el origen de una cultura verdaderamente humanizadora". Y esta gran ambición se prolonga desde la idea de Mathew Arnold de la poesía como sustitutivo del dogma religioso hasta la definición del doctor Leavis del estudio de la literatura (...) como "humanidad básica".
Como he intentado demostrar, estos tres supuestos constituyen una poética de la familiaridad. Hijos de la cultura clásica, el cultivo de su tradición literaria (la religación con el ayer y el mañana) nos hace accesible nuestro yo más profundo, nos revela que ese yo está necesariamente vinculado con el pasado, que está firmemente hermanado en el presente y que, si somos fieles a nuestra herencia ancestral, dejará un legado de perfectibilidad progresiva para el futuro.
Sin embargo, Steiner se pregunta:
¿Son válidos aún estos supuestos -la formación clásica, la conciencia nacional, la esperanza racional moralizante?-, esas costumbres y tradiciones de la sensibilidad?
En lo que respecta a los clásicos nuestra situación ha cambiado radicalmente. (...) Las referencias clásicas [en la época del Renacimiento y el Neoclasicismo] le eran en gran parte conocidos a una gran parte de la audiencia (...) eran parte reconocible para cualquiera que hubiera tenido un poco de educación elemental (...) ¿Pero hoy? (...) El asunto no es trivial. A medida que aumentan las notas al pie, a medida que los glosarios se hacen más elementales (...) la poesía pierde su impacto directo. Se desplaza de un foco de visión inmediato a un territorio de conocimientos especializados. (...) El mundo de la mitología clásica, de la referencia histórica, de la alusión a las Escrituras, en que se basa lo esencial de la literatura (...), se aleja cada vez más de nuestro alcance natural.
Tomemos el segundo supuesto, la visión de gloria y esperanza del genio nacional. De sueño decimonónico que fuera, el nacionalismo se ha convertido hoy en una pesadilla. Con dos guerras mundiales casi ha aniquilado la cultura de occidente. Es muy posible que acabe por llevarnos a nuestra destrucción, como ratas enloquecidas.
Como las flores del mal que con su belleza disimulan su carga de veneno, como las serpientes que con su cascabeleo embrujan a la víctima que acechan, las políticas culturales nacionalistas han demostrado cumplidamente que el primer adjetivo es un engañoso adorno que hermosea la afilada hoja asesina del segundo. El humanismo tribal fue el delicado velo que ocultaba y embellecía el monstruoso rostro del nacionalismo caníbal y segregador. Aún lo es hoy.
¿Qué hacer?
No digo que debamos abandonar nuestra herencia clásica; no podemos hacerlo. Pero me pregunto si no debemos aceptar su supervivencia limitada y dificultosa en nuestra cultura, y si esa aceptación no debe llevarnos a preguntar si existen otras coordenadas culturales que afecten con más apremio el entorno actual de nuestra vida, la manera como pensamos y como sentimos y como tratamos de encontrar el camino. Esto es, muy sencillamente, una petición en favor de los estudios comparativos modernos.
Puede que Monsieur Etiemble, en París, tenga razón cuando dice que la familiaridad con una novela china o con un poema persa es casi indispensable para la cultura literaria contemporánea. Ignorar a Melville o a Rimbaud, a Dostoievski o a Kafka, no haber leído a Thomas Mann o El doctor Zivago de Pasternak es una descalificación tan grave dentro de la idea de cultura viva que debemos preguntar, ya que no contestar, la pregunta de si el estudio detenido de una sola literatura tiene algún sentido.
Para la supervivencia actual de la sensibilidad, ¿no resulta tan importante conocer a fondo otro idioma vivo como lo era conocer a fondo los clásicos y las Escrituras? (...) El señor Etiemble alega que las sensibilidad de Europa occidental y de los países anglosajones, la manera como en occidente pensamos y sentimos e imaginamos el mundo actual, seguirá siendo en gran parte artificial y peligrosamente obsoleta si no nos esforzamos por aprender un idioma importante fuera de nuestro ámbito -por ejemplo, el ruso, el hindú o el chino.
El estudiante de literatura puede acceder hoy, y puede ejercer en él su responsabilidad, a un terreno riquísimo, a mitad de camino entre las ciencias y las artes, un terreno que limita por igual con la poesía, la sociología, la psicología, la lógica e incluso las matemáticas. Me refiero al campo de la lingüística y de la teoría de la comunicación (...): cuestiones que van al corazón mismo de de nuestras preocupaciones poéticas y críticas.
He eludido responder a la última pregunta que plantea Steiner. Ha sido formulada retóricamente demasiadas veces. Hoy debemos atrevernos a formularla con toda seriedad. ¿Es posible seguir manteniendo la interesada ficción de que las humanidades “humanizan”? Se teme que la posibilidad de no hallar una respuesta enteramente positiva es, sencillamente, demasiado monstruosa. Sostengo que no es así. Ante estas preguntas, es cierto, las respuestas salen siempre derrotadas. Pero por provisionales, por precarias y frágiles que sean, necesitamos -hoy más que nunca- esas respuestas.
Humanidades e inhumanidad (Diálogo)
Si la relación de los estudios y la conciencia literarios con el conjunto de los conocimientos y medios expresivos de nuestra sociedad se ha alterado radicalmente, otro tanto, con seguridad, le ha acontecido al confiado vínculo que unía la literatura con los valores de la civilización. Este es, me parece, el punto clave. El hecho, sencillo pero desconsolador, es que tenemos muy pocas pruebas de que los estudios literarios hagan mayor cosa por enriquecer o estabilizar las cualidades morales, de que humanicen. No hay demostración alguna de que los estudios literarios hagan, efectivamente, más humano a un hombre. Y algo peor: ciertos indicios señalan todo lo contrario.
Cuando la barbarie llegó a la Europa del siglo XX, en más de una universidad la Facultad de Filosofía y Letras opuso muy poca resistencia moral, y no se trató de un incidente trivial y aislado. En un número inquietante de casos la imaginación literaria dio una bienvenida servil o extática a la animalidad política. En ocasiones, esa animalidad fue apoyada y cultivada por individuos educados en la cultura del humanismo tradicional. El conocimiento de Goethe, el fervor por la poesía de Rilke no servían para contener la crueldad personal e institucionalizada. Los valores literarios y la inhumanidad más detestable pueden coexistir dentro de la misma comunidad, dentro de la misma sensibilidad individual, y no nos salgamos por la tangente diciendo: "el hombre que hizo esas cosas decía que leía a Rilke. Pero no lo leía bien". Me temo que se trata de una evasión. Podía leerlo perfectamente.
En Italia, durante 30 años de dominación de los Borgia, hubo guerras, terror, sangre y muerte, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza hubo amor y fraternidad y quinientos años de democracia y paz ¿Y qué nos ofrecieron? El reloj de cuco.
Las relaciones entre la democracia, entre los ideales de libertad, igualdad y fraternidad y la eminencia estética, como sugiere Welles en El tercer hombre -y el propio Steiner en casi todas sus obras- son, de hecho, incómodamente problemáticas. Pero es un tema que analizaré en otro artículo. Quiero centrarme ahora en esta pregunta. ¿Por qué la sensibilidad artística es con tanta frecuencia ensimismada, hermética, antisocial? Incluiré dos largas citas de Steiner, tomadas de varios artículos. La clarividencia, la terrible lucidez de la argumentación disculpan la extensión y hacen superfluo cualquier comentario:
A diferencia de Matthew Arnold y del doctor Leavis, me siento incapaz de afirmar con seguridad que las humanidades humanizan. De hecho, quisiera ir más allá: se puede pensar al menos que la concentración de la conciencia en un texto escrito que constituye la sustancia de nuestros conocimientos y de nuestros esfuerzos, pueda amortiguar la brusquedad y prontitud de nuestras reacciones morales efectivas. Como estamos preparados para dar credibilidad psicológica o moral a lo imaginario, al personaje de teatro o de novela, a la condición espiritual que nos produce un poema, es posible que nos resulte más difícil identificarnos con el mundo real, tomar a pecho el mundo de la experiencia fáctica; "a pecho" es una expresión interesante.
En cualquier ser humano la capacidad de reflejo imaginativo, de riesgos morales no es ilimitada; al contrario, puede ser absorbida por las ficciones, y así el grito del poema podrá resonar con más violencia, con más urgencia que el grito que nos llega de la calle. La muerte novelística nos podrá conmover más poderosamente que la muerte en el cuarto de al lado. Así, puede existir un vínculo oculto, traicionero, entre el cultivo de la reacción estética y el potencial de inhumanidad personal.
La influencia de lo imaginario, de las "ficciones supremas", como dice Wallace Stevens, sobre la conciencia humana es hipnótica. Lo imaginario, la abstracción conceptualizada puede invadir la morada de nuestra sensibilidad hasta el punto de obsesionarla.
Después de haber pasado horas, días, semanas leyendo, aprendiendo de memoria explicando, a nosotros mismos o a otros, una oda trascendente de Horacio, un canto del Inferno, los actos tercero y cuarto del Rey Lear, las páginas sobre la muerte de Bergotte en la novela de Proust, volvemos a nuestro estrecho universo doméstico. Pero seguimos poseídos. En la calle, un grito lejano. Apenas lo oímos. Atestigua un desorden, una realidad contingente, vulgarmente transitoria, sin ninguna relación con nuestra conciencia de poseídos. ¿Qué es ese grito en la calle en comparación con el grito de Lear por Cordelia, o el que lanza un Acab a su demonio blanco?En un mundo de monotonía aseptizada, precondicionada, miles, centenares de miles de seres humanos mueren cada día en nuestras pantallas de televisión. La destrucción de unas remotas estatuas por fanáticos afganos enfurecidos, la mutilación de una obra maestra en un museo nos llegan a lo más hondo del alma.
El sabio, el verdadero lector, el que hace libros está saturado de la terrible intensidad de la ficción, está formado para responder al más alto grado de identificación con lo textual, con lo ficticio. Esta formación, esta manera de centrarse en las antenas nerviosas y en los órganos de la empatía -cuyo alcance nunca es ilimitado-, puede mutilarlo, aislarlo de lo que Freud llamaba el "principio de la realidad".
Es en este sentido paradójico como el culto y la práctica de las humanidades, del bibliófago y del sabio pueden perfectamente deshumanizar. Debido a ellas, nos es quizá más difícil responder activamente a las intensas realidades de las circunstancias políticas y sociales, comprometernos plenamente. ¿Qué estamos haciendo entonces al estudiar y enseñar literatura?
Antes de seguir enseñando debemos preguntarnos: ¿son humanas las humanidades? y si lo son ¿por qué se esfumaron al caer las tinieblas? (...) Creo que la gran literatura está llena de la gracia secular que el hombre ha obtenido en su experiencia y con gran parte de la verdad comprobada de que dispone. Pero más que nunca debo atender escrupulosamente a quienes refutan, a quienes ponen en duda la pertinencia de mis palabras. En suma, a cada instante debo estar listo para contestarles, y a contestarme a mí mismo, la pregunta: ¿Qué quiero hacer? ¿En qué se ha fracasado? ¿Existe siquiera la posibilidad de triunfo?
Si no hacemos que nuestros estudios humanistas sean responsables, si no distinguimos en nuestra distribución del tiempo y el interés entre lo que tiene primordialmente una significación histórica o particular y lo que no es sino influjo de la vida cotidiana, entonces las ciencias harán valer sus demandas. La ciencia puede ser neutral. En esto consiste tanto su esplendor como su limitación, y es una limitación que en última instancia convierte a la ciencia en algo casi "trivial". La ciencia no puede ponerse a decirnos cómo se implantó la barbarie en la moderna condición humana. No puede enseñarnos a salvar las cosas que nos importan por más que haya contribuido a ponerlas en peligro. Un gran descubrimiento en física o en bioquímica puede ser neutral. Un humanismo neutral es una pedantería o un preludio de lo inhumano.
Enseñar literatura como si se tratara de un oficio superficial, un programa profesional, es peor que enseñarla mal (...) Como dijo Kierkegaard: "No vale la pena recordar un pasado que no puede convertirse en presente".
Es un asunto de seriedad y de equilibrio emocional la convicción de que la enseñanza de la literatura, en el caso de que sea posible, es un oficio sumamente complejo y peligroso, puesto que se sabe que se tiene entre las manos lo que hay de más vivo en otro ser humano.
Leer la gran literatura como si ésta no fuera un apremio, ser capaz de contemplar impertérritos el discurrir del día tras haber leído el Canto LXXXI de Pound, equivale más o menos a hacer fichas para el catálogo de una biblioteca. A los veinte años, Kafka escribía en una carta: "Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? Dios mío, también seríamos más felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro".
(Dejemos ahora que Harold Bloom concluya, bellamente)
En definitiva leemos –algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson- para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y ello es la causa de que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus universitario, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales. No se puede mejorar de forma directa la vida de nadie leyendo mejor o más profundamente. No puedo por menos que sentirme escéptico ante la tradicional esperanza de la sociedad, que da por sentado que el crecimiento de la imaginación individual ha de conllevar inevitablemente una mayor preocupación por los demás, y pongo en cuarentena toda argumentación que relacione los placeres de la lectura personal con el bien común. (...) Con frecuencia, aunque no siempre nos demos cuenta, leemos en busca de una mente más original que la nuestra. (...) Hago un llamamiento a que descubramos aquello que nos es realmente cercano y podemos utilizar para sopesar y reflexionar. A leer profundamente, ni para creer, ni para contradecir, sino para aprender a participar de esa naturaleza única que escribe y lee (...), la única trascendencia que nos es posible alcanzar en esta vida, si se exceptúa la trascendencia todavía más precaria de lo que llamamos «enamorarse».
Humanidades e inhumanidad (Epílogo)
Pienso ahora en un grabado de Picasso:
Ante el Minotauro: el terror del caballo; la cobardía del hombre; la piedad medrosa y la perversa complacencia de las mujeres, en su torre; la indiferencia, ante lo que acontece en tierra, del pájaro que habita el aire. Y sin embargo, la niña que no teme. Sus flores y su luminaria. La vela que iluminará la voluntad y los anhelos de los hombres y aventará lo oscuro a los rincones. No para mostrarnos o mostrar a otros un camino noble: tan sólo iluminando lo que somos. También el minotauro tiene miedo y palpa el aire. También somos el minotauro y el caballo. También somos el hombre y las mujeres y los pájaros. A la luz que proporciona el arte comprendemos -y todos los mortales cometemos el error de distinguir tajantemente- que somos uno con la oscuridad que nos acecha, y junto a ella fuimos conformados en un mismo polvo. Allí donde el peligro impera, crece lo que nos salva -o acaso no nos salva-. El arte nos provee de una luz y de un escudo y de una lanza. Escudo y lanza que pondremos al servicio de esa luz que solamente fue encendida por nosotros y que a nosotros solos corresponde defender y mantener ardiendo hasta que el Minotauro, que es la oscuridad y que es la muerte y que es también nosotros y que tiene miedo, acabe consumiéndola al palpar el aire y atraparla, haciendo al fin que nuestro tiempo muera entre sus manos.
CODA
Novena sinfonía de Beethoven (interpretada por Wilhelm Furtwängler para el cumpleaños del Führer Adolf Hitler)
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Toda la cultura después de Auschwitz, junto con la imperiosa crítica a él, es basura. (...) Quien aboga por la conservación de la andrajosa y culpable cultura se convierte en cómplice, mientras que quien la rechaza promueve directamente la barbarie que demostró ser la cultura. (...) Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. (Theodor W. Adorno)
***
FUGA DE LA MUERTE
(Paul Celan, después de Auschwitz)
Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace allí estrecho
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos en la mañana y al mediodía te bebemos al atardecer bebemos y bebemos
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita cavamos una tumba en el aire no se yace allí estrecho
Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad sonad
empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos son azules
cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y la mañana y al atardecer bebemos y bebemos
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita él juega con las serpientes
Grita sonad más dulcemente la muerte la muerte es un maestro de Alemania
grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire
y tendréis una tumba en las nubes no se yace allí estrecho
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos en la tarde y la mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro de Alemania sus ojos son azules
te hiere con una bala de plomo con precisión te hiere
un hombre habita en la casa tus cabellos de oro Margarete
azuza contra nosotros sus mastines nos sepulta en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro de Alemania
tus cabellos de oro Margarete
tus cabellos de ceniza Sulamita.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Pájaro
Circo
martes, 20 de mayo de 2008
Ancestro
¿Quijotismo o darwinismo?
lunes, 19 de mayo de 2008
Fruto
Savia
domingo, 18 de mayo de 2008
Amigos
sábado, 17 de mayo de 2008
viernes, 16 de mayo de 2008
Ficciones
jueves, 15 de mayo de 2008
Tú
miércoles, 14 de mayo de 2008
lunes, 12 de mayo de 2008
Código binario
-Hijo... Hay que ver lo cuesta arriba que se te hace empezar desde cero.
-Mamá... -le contesto yo con sinceridad conquistada y, acaso, redentora- Lo que se me hace difícil es continuar desde el uno.
Ouroboros

domingo, 11 de mayo de 2008
Carta de una desconocida
miércoles, 7 de mayo de 2008
Un caso ejemplar (U2)
martes, 6 de mayo de 2008
Ocaso
Y aquí en la orilla, bajo la oscura tierra abierta por tus propias manos, un niño que ya nunca será huérfano.
lunes, 5 de mayo de 2008
Génesis, XIX, 26
domingo, 4 de mayo de 2008
Peregrinatio vitae. Un fin de semana cualquiera
Me cuenta una amiga que su exnovio ha dado con mi blog y que ha leído algunos de los textos escritos en segunda persona. Me dice que le dijo, al parecer muy extrañado: "Oye, ¿y por qué Fran escribe de otra gente?"
2
[Nota para saciar la curiosidad de esa misma amiga] La última vez que una mujer preparó el terreno para llevarme a la cama puso -imagino que para darle densidad al ambiente- música de un cantante de voz ronca y gorgorito constante, de esos que comparecen en las púdicas aunque aparentemente tórridas escenas de las películas norteamericanas. Mientras la besaba o me besaba, escuchaba la voz arrastrada del tipo, la melodía pegajosa de su tonada, y no podía evitar verme desde fuera, como si estuviera rodeado de cámaras haciendo multitud de planos cortos, contrapicados y todo tipo de volatines a mi alrededor, sintiéndome tan disociado y atrozmente autoconsciente como un analfabeto asaltado por un micrófono. La velada, claro está, se fue al traste. Cualquier presunto calentón que hubiera experimen- tado hasta el momento fue irreversiblemente laminado por la compulsión melódica de mi partenaire (temporalmente, espero). Si alguien considera que -aunque fuera por un acaso- le podría corresponder tomar nota, le ruego que -por su bien y por el mío- lo haga.
3
Al llegar esta noche a casa he encontrado, a la entrada de mi cocina, dos gigantescas hormigas enganchadas por la boca. Me he quedado un rato observándolas: frotaban sus antenas y se acariciaban la cabeza con sus patitas tan delgadas, absolutamente ajenas a mis intentos de apartarlas de ahí -temía pisarlas en un despiste-. ¿Es una pelea? ¿Se han quedado apresadas y no saben cómo soltarse? ¿Se trata de una suerte de cortejo ensimismado e interminable? Entro y salgo de la cocina y ahí siguen. Hay tantas cosas humildes que no comprendo...
4
El viernes salí a cenar con Rocío y Antonio. En los baños del restaurante, me encontré con un cartel que decía: "Por favor, no tiren el papel higiénico a la taza". Una mano anónima había escrito debajo: "Pero ¿por qué? El papel higiénico es hidrosoluble y, por tanto, no puede provocar atascos". Son estos pequeños gestos razonables los que me reconcilian modestamente con el mundo.