Recuerdas hoy a las mujeres -nombre, rostro y su dolor- y las plegarias que trataron de acercarte y mantenerte cerca. ¿Sólo es humo tibio lo que ofrecen a tu carne nunca trémula? ¿O es que son sus labios al besarte los que besan la ceniza?
viernes, 28 de marzo de 2008
Todos los fuegos el fuego
Recuerdas hoy a las mujeres -nombre, rostro y su dolor- y las plegarias que trataron de acercarte y mantenerte cerca. ¿Sólo es humo tibio lo que ofrecen a tu carne nunca trémula? ¿O es que son sus labios al besarte los que besan la ceniza?
miércoles, 26 de marzo de 2008
El primer paso
lunes, 24 de marzo de 2008
Aristóteles contemplando el busto de Homero
Decía Pessoa que todo pensamiento nace de una sensación contrariada. Esta perplejidad pessoana quiere ser una puesta en claro del carácter consolador del pensamiento. Como el amante despechado que anestesia su contrariedad entre abrazos mercenarios, el pensamiento se convierte en el refugio del deseo cuando éste se estrella contra la realidad amurallada. "Defensa frente a las ofensas de la vida", el pensamiento es una distracción ante los reclamos del dolor y de la muerte: ese juguete que cuelga del cabezal de un lecho donde agoniza un niño mortalmente enfermo.
Pero hay algo más.
Ha planeado siempre sobre el pensamiento no utilitario la sombra constante y ominosa de la sospecha. Innumerables son las voces que han establecido -y que establecerán- un hiato entre el pensamiento y la "auténtica vida". Todo pensamiento debería recordarnos la ruina de una sonrisa. Se entrega al pensamiento quien encuentra su voluntad derrumbada ante la sombra, el jugador que se ha resignado a convertirse en juguete del azar, cuyo nombre es el destino: Cada vez que tenemos una idea -sentencia Cioran-, algo se pudre en nosotros. La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios. El pensador, lejos de la imagen heroica que de él labrara Rodin, actúa como el mendigo que contara y recontara ensimismado y rencoroso la miserable calderilla de la vida.
Y sin embargo, recuerdo hoy este cuadro:
Homero, Aristóteles, Alejandro. Nombres que aun hoy desafían al polvo. Rembrandt los reúne en su cuadro Aristóteles contemplando el busto de Homero. Sobre un fondo velado, que sólo se entreabre para mostrar unos libros, el viejo filósofo posa su mano derecha sobre el busto del poeta y apoya su izquierda sobre un cordón dorado del que pende la efigie de su discípulo Alejandro. Encuentro en esta obra una meditación sobre la naturaleza del pensamiento. Una apología y un homenaje.
Aristóteles contempla con una serenidad que mezcla admiración y melancolía el rostro ciego del aedo. Sus manos son el puente que une al poeta y al guerrero. Su función es hacer inteligible a Alejandro, insuflar en el joven el élan homérico. El filósofo, el pensador, no es más que un mediador, un sirviente de esos héroes transfiguradores de la vida. Su territorio son las sombras. Su destino, el polvo que azotará las efigies inmortales que acarician sus manos.
Y sin embargo, sostiene Tanizaki, la belleza nace a veces de la conversión de la necesidad en virtud. Así como los japoneses, obligados por el pragmatismo a convivir en sus hogares con la sombra, aprendieron a encontrarle o inventarle su belleza, el hombre, necesitado del pensamiento para sobrevivir, ha aprendido a convertir el medio en fin y su menesterosidad en trayecto hacia la gracia. Las altas torres del pensamiento también deben edificarse sobre la sombra, como el rostro de Aristóteles corona iluminado su oscurísima pechera. ¿Despreciaremos también el agua porque a ella nos empuje la sed? ¿Rehuiremos el retorno a Ítaca porque nos arrastre a ella la dolorosa huella en la memoria? Porque la acción es ciega si antes no ha sido templada en la forja de la reflexión. El mundo humano es mudo hasta que el pensamiento lo aferra con su garra o lo despierta con su caricia. ¿Cómo desdeñar la suerte de Aristóteles, la amorosa delicadeza de sus manos?
Pero hay algo más.
A medida que el tiempo se acorta ante mí y el panorama de la vida deja de ser un horizonte ilimitado, empiezo a comprender que la vida que se entrega al pensamiento encuentra al fin la mirada de Aristóteles. Y hay algo -lo sé- infinitamente humilde y compasivo en esa mirada. La convicción inabrogable de que la acción, por brillante y grandiosa que se presente, nunca deja de ser parcial y es siempre injusta, de que no hay caricia sin dolor ni generosidad sin herida.
Por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, y tantas las dudas, y tal tormento.
"Nunca estamos en casa", se lamentaba Montaigne por nuestra incapacidad para habitar el presente. Pero sin el recuerdo del pasado y el horizonte del futuro, el presente es ciego, inhabitable y cerrada nuestra casa. Pensar es la fidelidad al legado que nos ha conformado y "un mecenazgo a favor del futuro". El pensamiento es el latido de la vida y en su sístole y diástole perseveramos en el polvo ardiente que somos.
Contemplo una última vez a Aristóteles. La penumbra de su casa y la promesa de los libros, al fondo; la claridad, el agradecimiento, allí donde entrelaza su mirada con la mirada del poeta. Con su mano tendida hacia las cosas, el pensamiento traza un puente entre el corazón y el mundo. Ondea como una bandera allí donde no ha triunfado aún el deseo de desaparecer y abandonar la casa que es -hoy lo sé- mi casa.
miércoles, 12 de marzo de 2008
Babel
A veces, en la secreta página de un libro, en el alba agotada de una alcoba, en el tortuoso laberinto de una plegaria creían descubrir una palabra perdida del lenguaje común, una señal del antiguo vínculo, fugaz y esquiva como la dicha.
Despertado por rumores lejanos que no entiendes o por el silencio intolerable, también hoy te asomas a la ventana que se abre a la noche y acechas el cielo que tus antepasados quisieron alcanzar en Babel. Y encuentras otra vez las nuevas torres, las pequeñas estrellas cuadradas que desaparecen una a una, gota a gota, en lo oscuro.
Y tú, respetando uno de las pocos gestos que te vincula aún con tus semejantes, apagas la luz y vuelves a la cama entre sombras.
La costilla de Adán (7). Libros y mujeres
jueves, 6 de marzo de 2008
lunes, 3 de marzo de 2008
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
lunes, 25 de febrero de 2008
La costilla de Adán (6). Cambio de planes
- ...
- Voy a dedicarme al mundo del arte -sentenció, mientras descruzaba estudiadamente las piernas y estudiadamente posaba el martini sobre la mesa, para clavar su mirada felina en los acorralados ojos del Barón Von Thyeso.
Cara a cara. El enterramiento en urnas
Más que al escepticismo, la idiosincrasia (¿o idiosingracia?) de la política española me lleva a un estado de inagotable perplejidad, cuando no al desaliento o al pavor. No quiero abordar cuestiones graves como la partitocracia, la difusa (o quizá es desleída) separación de poderes, la discriminación de los partidos minoritarios no nacionalistas por vía de una lamentable ley electoral, y tantas otras calamidades del estilo. Sí recordaré la ingenuidad (o acaso es astucia y picardía) de aquellos que invalidan sumarísimamente toda crítica de amplio espectro a nuestro sistema con el "argumento" de que, a fin de cuentas, se trata de una democracia. Habría que recordarles (si esto sirviera para algo: de sobra sé que son incorregibles) que no hay democracias ni dictaduras puras: la "democraticidad" y la "dictadureza" son polos ideales respecto a los que los sistemas realmente existentes se encuentran más o menos cercanos o alejados [1].
Pero no quiero distraerme de mi tema -advertencia: las personas que nunca pierden el hilo son temibles-. Mis perplejidades del día son otras. Me preocupa la cuestión de las campañas electorales. En este ámbito, nuestra cultura democrática alcanza sus cotas más gloriosas de desvergüenza y desvarío.
No quiero hacer chanza -aunque bien que me tienta- sobre los lemas del PP y del PSOE ("Vota con todas tus fuerzas", "Con cabeza y con corazón", etc.), sobre la mirada medusea de Zapatero y la sonrisa de mueca de Rajoy estampadas en los carteles o las peripecias del muñeco "Llamazitos", o como se llame, que rula por internet. Demasiado fácil. Pero sí me encantaría que me lo aclararan, si es tienen una respuesta: ¿para qué coño sirve una campaña electoral (descartada la nada desdeñable posibilidad de exaltarse indecorosamente ante el favorito y vituperar sangrientamente al adversario. El ultraísmo político.) ?
Porque: tras cuatro años de gobierno, uno ha tenido ocasiones suficientes para conocer las líneas políticas del partido gobernante y de los partidos de la oposición. Poco añadirá una campaña electoral histriónica y bullanguera, de promesas pantagruélicas y no vinculantes, donde además hasta el más chato acaba como Pinocho (o tal vez como aquel hombre a una nariz pegado). Disparate es grande que alguien vaya a votar sin haber prestado atención a lo que en su país pasó durante cuatro largos años (los años electorales son, contra todas las reglas de la lógica, infinitamente más largos que los que principian y concluyen con nuestro cumpleaños o con la indigestión de uvas); pero, si tal caso se diera (y vive Dios que se da), no parecen los milimetrados y bien ataditos debates entre dos candidatos la más fiable y limpia fuente de información. No digamos los mítines, ese inenarrable horror.
Uno diría que los políticos nos toman por tontos si uno no supiera que, efectivamente, hacen bien en tomarnos por lo que somos: tontos. ¿Qué se puede esperar de un electorado que cambia su intención de voto en virtud de un despiste de Zapatero o un chascarrillo de Rajoy? ¿Qué esperar de una cuidadanía que ignora los conceptos políticos más elementales (hagan la prueba charlando con sus vecinos, en un taxi o en la barra de un bar y asústense) [2]? ¿Qué de un pueblo que ha robado la venda a la Justicia para colocársela voluntariamente sobre los ojos y ante las urnas?
And yet, and yet... Haciendo justicia a la impertinencia de Borges, que la consideraba "ese curioso abuso de la estadística", nuestra "democracia" continúa su andadura, imparable. Reconozco mi error de enfoque. Los políticos tienen razón: estos debates son pertinentes. ¿Dónde podríamos encontrarnos mejor -y descubrir que no nos preocupa encontrarnos- con nuestra consentida ceguera política, al fin sin vendas y cara a cara?
***
[1] Escuchando los panegíricos a las "democracias" y los vituperios a las "dictaduras", uno se siente en aquel mundo que cartografiara Sánchez Ferlosio: Cada vez más, mirándolos a la luz que discrimina los buenos y los malos, se diría que los hombres habitan un crudo planeta sin atmósfera; tan tajante es la raya, tan intenso el gradiente en que se parten la sombra y el sol.
[2] Por no hablar del "voto ciego" (esto es: la confianza ciega en los dicterios de "tu" partido). Aún recuerdo una discusión que tuve con unos conocidos que habían votado en el referendum para la Constitución europea. Yo sostenía que votar sin haberla siquiera leído era un completo disparate. Ellos replicaban que yo era un elitista y un exquisito (sic).
miércoles, 20 de febrero de 2008
Exegi monumentum (Orgullo de poeta)
Horacio. (Odas, 3, XXX)
Emily Dickinson, pasados dos milenios:
De Bronce - y Fuego -
Mis Esplendores son Fieras enjauladas -
martes, 19 de febrero de 2008
Momentos musicales
Lo que siempre me ha gustado del hombre es que, siendo capaz de construir Louvres, pirámides eternas y basílicas de San Pedro, pueda contemplar fascinado la celdilla de un panal de abejas o la concha de un caracol.
Confesaré que siento debilidad por este pianista. Hay algo acuático en su arte: no un océano en calma, sino un mar antártico atravesado por gigantescos bloques de hielo brillantes, afilados. O es quizá como esas grutas erizadas de estalagmitas y estalactitas formadas por el moroso e incesante goteo del agua. Imágenes que no dan idea del absoluto control de las dinámicas, la riqueza de la coloratura, la sobriedad y la precisión del pedal, el dominio a vista de águila del conjunto y los detalles más recónditos de la obra. Matemática y arte: un geómetra de la poesía pianística.
En perfecta consonancia con su música, su mera presencia física resulta ya impactante: un cuerpo y un rostro anfractuosos, sombríos, cortantes, rotundos. Gestos al tiempo poderosos y contenidos: con algo de la violencia y la belleza muda, concentrada y al acecho de los felinos. Al verlo, al escucharlo, resulta imposible no pensar en la terribilità de las tempestades de Miguel Ángel: corporeidades delicadas y grandiosas que parecen compendiar en sus miembros retorcidos y en sus multicolores atavíos toda la fuerza de la creación. Sokolov tiene, en suma, personalidad y encanto: atributos ante los que la admiración puede permitirse prescindir de justificaciones.
En esta ocasión, interpretaba en Sevilla las sonatas sonatas KV 280 y KV 332 de Mozart y los Preludios op. 28 de Chopin (a los que generosamente añadió ocho "propinas"). La interpretación, magistral, fue una muestra más de la polivalencia del artista ruso.
Pero no quiero centrarme en los aspectos musicales del recital. Es el público lo que me interesa.
Incontables son las penalidades que un aficionado al teatro o la música [habrá otra ocasión para hablar de las heroicas penalidades del cinéfilo] debe padecer para disfrutar de su afición (un disfrute que, como se verá, no puede ser sino masoquista).
Empecemos por los olores. En la víspera de un concierto, parece apoderarse del público un perverso frenesí escanciador. ¿Qué desvarío mental lleva a pensar a los asistentes de un concierto que deben perfumarse como si fueran a encontrarse en una cochiquera? La aritmética de los olores no engaña: sumen los efluvios de dos millares de asistentes progresivamente caldeados y sudorosos. El resultado: una sala de conciertos convertida en perfumada y mareante pocilga.
No debemos olvidar los comentarios de los descansos (pueden escucharse incluso durante la propia ejecución de las obras). ¿Por qué esa costumbre no ya de intercambiar sino de gritar, para que bien se escuchen, juicios estéticos -por lo demás, absolutamente prescindibles y banales- que resulta imposible escuchar sin condescendencia?
Mucho más sangrante es, sin embargo, el asunto de los ruiditos. Supongo que habrás advertido, lector, que basta con que se apaguen las luces y se haga el silencio en cualquier teatro o sala de conciertos para que los espectadores allí reunidos se conviertan, por razones para mí inexplicables y sin duda inquietantes, en pacientes de un pabellón de tísicos. Hete aquí las toses estentóreas y los brutales carraspeos del caballero, hete allá los licuados sorbos de nariz de la señora. Un reflejo pauloviano que transforma a individuos civilizados en irritantes generadores de flemas incontinentes y mucosidades emergentes.
Confieso que pasé buena parte de este último recital enervado por tres presuntos pianistas jovencitos que, a mi izquierda, comentaban -cual periodistas deportivos- las proezas del virtuoso.
- ¡Dadme una valeriana, que me va a dar un infarto!- rebuznaba, incansable, uno de ellos.
No menos pavorosa era la aternativa de mi derecha, donde una ancianita con el pelo brutalmente cardado secundaba con espasmódicas inclinaciones y elevaciones de cabeza los fortissimi de Sokolov. Lo aterrador del asunto es que, en las pausas entre sus contoneos, podía yo advertir cómo se le caía la moquilla por uno de sus orificios nasales. Cierto es que ella no parecía tener pudor en sorberse; pero tenía yo la inquietud de que, al no controlar del todo sus violentos bamboleos -no tenía edad la señora para tales efusiones-, me pusiera perdido en uno de sus azarosos contoneos laterales.
Inverosímilmente, esto no fue todo. A la ristra habitual de toses y expectoraciones, se añadieron en esta ocasión toda una antología de ruidos: envoltorios de caramelitos, exploraciones de bolsos, crujidos de butacas, taconeos y -agárrate, lector- tintineo de monedas desparramadas por el suelo, quizá de un aparcacoches despistado y melómano [raro me resultó que, en Sevilla, el público no se lanzara al suelo, arañándose o mordiéndose para hacerse con el modesto botín]. Teniendo en cuenta la elevada edad media del público asistente [¿por qué la inmensa mayoría de los acontecimientos culturales "clásicos" se han convertido en francachelas geriátricas?] y sus bamboleantes costumbres, fantaseé -en un momento de rencorosa ensoñación- con la posibilidad de que los molestos y extraños ruidos pudieran pertenecer a desprendimientos y caídas de postizas dentaduras y piernas ortopédicas.
Y sin embargo, ¡oh sin embargo!, las zozobras de este evento musicoexpectorativo no han logrado destruir mi convicción de que "la vida, sin música, sería un error", de que nuestros quehaceres cotidianos (los trabajos y los días del hombre, sus enfrentamientos y fidelidades, sus pasiones, sus renuncias, el odio que nos consume y el amor que nos enaltece) no son sino conmovedores intentos de "mantenernos en la vida cuando la música ha cesado"; la convicción de que la música, en suma, es capaz de amansar incluso a fieras como quien ahora al fin calla y con ella al fin os deja.
jueves, 14 de febrero de 2008
Terapia
miércoles, 6 de febrero de 2008
El último batallón
Pero esta singladura sólo era posible en un orbe donde el conocimiento aún era respetado.
A la sombra, los maestros esperaban su turno: en otro tiempo habían sido esos alumnos con escasas luces, rencorosos con los "empollones", astutamente trepas y con una ambición política desmesurada que comprendieron pronto que su poder no es el saber y planificaron hacerse con el poder a secas. Con la perseverancia del vengativo, se hicieron con las antiguas fortalezas políticas (las directivas y los cargos sindicales y políticos) y levantaron otras nuevas (APAS, departamentos de orientación y pedagogía). Manejando los hilos del "politiqueo", ocuparon también las facultades "blandas" (quién ignora que el acceso a la docencia universitaria es cualquier cosa menos meritocrático).
¡Lo que les esperaba a los profesores! Atenazados por la cuádruple pinza del rencor maestril, sindical, psicopedagógico y universitario, habían quedado vendidos en tierra de nadie. ¿Reaccionaron? Claro que no. Ellos estaban hechos de otra pasta: detestaban la sangre, fajarse en la batalla cuerpo a cuerpo: ¡ellos eran ilustrados! ¿Acaso no se disolverían las sombras cuando la sociedad se estrellara contra los muros del corazón de la tiniebla? Pero los profesores habían subestimado la fuerza del rencor que tantos padres y maestros (Iagos escondidos tras sus máscaras de directivos, pedagogos y políticos) habían acumulado contra ellos durante décadas. Los más viles no tardaron en repetir el beso infame de Iscariote. Casi todos acabaron cediendo, ignorantes de que la cesión ante los airados nunca calma el rencor: sólo lo enardece. Hoy se sienten incapaces de recuperar el terreno perdido: se han rendido.
Sólo unos cuantos -se dice que son trescientos- resisten aún. Irreductibles, estragados, mantienen firmes sus mermadas filas, conscientes de la derrota "pero nunca en doma". A veces, una ligera brisa hace crujir y ondear sus parcheados estandartes. Entonces sus mandíbulas y puños apretados se relajan un instante y ríen juntos. En esos momentos luminosos, incluso la victoria parece posible.
Ni ellos mismos saben cuánto depende de que ese último batallón no rompa filas jamás.
martes, 5 de febrero de 2008
Lo que teme la razón el fervor lo grita
William Maxwell. La hoja plegada.
Si la cabeza cortada, que, como una piedra más, rueda hacia el mar por la empinada ladera pedregosa, acelerándose en rebotes cada vez más largos, pudiese, antes de ahogar su voz en el fragor y en la espuma de las olas que han de estrellarla contra el acantilado, gritar el nombre de la amada, no cabe duda de que lo gritaría, sin hacerse cuestión de la inutilidad de malgastar así su aliento postrimero.
Rafael Sánchez Ferlosio. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.
jueves, 31 de enero de 2008
martes, 29 de enero de 2008
El quinto jinete (2)
a) pasar lista en el parte oficial del centro y firmarlo,
b) anotar las ausencias en su cuaderno oficial de profesor y en el de tutor,
c) recolocar a los alumnos por orden alfabético y pedirles que saquen boli y cuaderno (esos alumnos que al toque de la sirena de fin de clase semejan gráciles garzas se convierten, por arte de birlibirloque, en paquidermos hastiados o plantígrados hibernantes en cuanto se les encomienda la más sencilla y directa de las tareas),
d) anotar las incidencias en los susodichos parte y cuadernos y cumplimentar la hoja de la programación de aula, para no violar el prescriptivo "subproceso de actividades de aula" (nuestro héroe enseña -es un decir- en un Centro de Calidad -no se interroguen, tampoco él sabe de qué va el asunto-)
e) etc...
... apenas le ha quedado tiempo, en una hora de clase, para escribir su nombre y su infrecuente apellido (ha constatado que sus alumnos se pierden con el deletreo) en la pizarra.
Así que baja cabizbajo las escaleras, para toparse con la orientadora del centro. El profesor Sianes procura siempre eludirla: teme su costumbre de endosarle actividades vergonzantes -bautizadas con rimbombantes nombres que es incapaz de repetir a sus alumnos sin sonrojo- y largarle incómodas maletas de cartón de colores chillones [1] -ver pasear por los pasillos a profesores ya talludos portando tan psicodélicos artefactos le hace sentir bochorno y vergüenza ajena-.
Pero hoy está de suerte: la orientadora sólo quiere presentarle a una chica -"psicopedagoga", añade con altivez y orgullo corporativos- que dará a sus alumnos unas charlas sobre sexualidad. La chica, que debe de rondar los veinticinco y que parece haber pasado los últimos veinticuatro practicando halterofilia y consumiendo cantidades industriales de esteroides, se le acerca con la cara atravesada por piercings y embutida en un poncho multicolor. La orientadora los deja solos y Sansona -así la bautiza mentalmente nuestro joven-, estampa a Sianes dos besos recios y lo sujeta del bracito:
- Soy Berta- dice Sansona.
- Francisco- contesta él.
- Puedo llamarte Paco, ¿verdad?
- Francisco. O Fran, si no te importa.
Ni caso.
- Uy, no me seas antiguo, Paco... Verás: he estado dando este verano unos cursillos en Madrid y les voy a enseñar a tus alumnos y alumnas todo lo del sexo. Ya sabes: de buen rollito... Tú tienes pinta de ser un tío enrollao.
- Mis alumnos piensan que soy un hueso y me asignan motes injuriosos.
- Jo, ¡cómo mola! Seguro que te llaman Jesucristo, con esas melenas y barbas... ¡O Camarón! ¿No te dicen: "¡qué arte tienes, maestro!?" Jajaja. ¡Yo me meo, miarma! Aunque te pareces más al Melendi. Ufff, está superbueno ese niño...
El profesor Sianes, aterrado, da un paso atrás al escuchar esto último; pero Sansona le aprieta aun más el bracito y lo devuelve a su sitio. Intentando escabullirse del tema, Sianes pregunta:
- Así que pasaste el verano en Madrid... Tendrías tiempo para visitar muchos museos, ¿no?
- Sí, sí: me pasaba las tardes en la Plaza Real.
- ¿En la Plaza Real? No conozco allí ningún museo...
- Sí, hombre: "El Museo del Jamón". Me ponía como una cerda, vaya. ¡Pata negra, chaval! Se me hace la boca agua sólo de acordarme...
Y, en efecto, Sansona comienza atrozmente a salivar cual perra de Paulov. Con un nudo en el estómago, y pese a que intenta evitarlo, a Sianes le resulta imposible no imaginarla solazándose entre una piara de cerdos incontinentes y nefandos [2]:
- Bueno, Berta: ¿y qué les vas a enseñar a mis alumnos?
- Pues... un poco de todo. -Y enumera con los porcinos ojos vueltos al techo y contando penosamente con los morcillantes dedos- Lenguaje sexista... prácticas de riesgo... métodos anticonceptivos... masturbación...
- Un momento, ¡un momento! ¿Masturbación? ¿Cómo masturbación?
- Pero ¿en qué mundo vives, chaval? ¿Es que tú no te la pelabas a su edad, hombre? ¿No eras tú un monoloco? Que me estás hecho un carca, Paco. ¡Que estás desfasao! ¿O es que crees que tus alumnos y alumnas no se masturban? Yo flipo...
Sianes agradece ignorar -y desea seguir ignorando- si sus alumnos se lo hacen o no, reflexiva o recíprocamente. El tema parece enardecer a la musculosa psicopedagoga, que empieza a mirar con ojos voraces y orificios nasales desmesuradamente abiertos al joven profesor, mientras le magrea el ya sobado bracito. Sianes, aterrado, farfulla con timbre agudo y acobardado:
-Mira, Berta: hablamos más tarde. Tengo que rellenar unos papeles y pegar fotos. Ya me cuentas otro día, ¿vale?
Nuestro héroe, con la fuerza que otorga la desesperación, se suelta el brazo de un tirón, da media vuelta y, sin escuchar la respuesta de Sansona, pone pies en polvorosa y se esconde en la sala de profesores.
- Hombre, Frank... ¿Cómo va eso, man?
- Ralph: ya te he dicho que es Fran. "Fran", sin "k" al final. ¿Qué tal el verano?
- De puto madre, colega. Las españolas son tan hot... Me he llenao hasta el culo de todo, joder.
Sin corregir sus barbarismos léxicos y mentales, el profesor Sianes se sienta a su lado en silencio. Ralph vuelve a enfrascarse en el periódico.
- ¿Qué lees con tanto interés?
- Es la página de Contactos, colega.
- ...
- Oye: ¿qué significa esto? "Yamila. Puedes hacerme de todo. He vuelto a Cádiz más cachonda que nunca". ¿Qué es "cachonda", Frank?
A Sianes le tienta la opción de no contestar. Finalmente, claudica:
- Quiere decir que es muy graciosa, Ralph. Debe de ser carnavalera.
- Ah, ok.
El rubiales sigue desentrañando el periódico. Sianes intenta marcharse en secreto a la biblioteca (allí no lo encontrará nadie hasta su próxima hora de clase); ya casi está saliendo por la puerta -ha comprobado que no hay pedagogos en la costa-, cuando Ralph le grita:
- Joder, Frank, escucha esto: "Madurita dominante busca a joven sumiso. ¿Te gusta el castigo? Tengo mi látigo listo". ¿No te la pone dura, colega?
El joven Sianes calla y, con el corazón en un puño, huye hacia la biblioteca, implorando con los últimos restos de sus ya declinantes fuerzas, rezando con la poca fe que le queda, por que la madurita castigadora no sea, por favor, por favor, por favor, la madre de ninguno de sus alumnos.
***
[1] Especialmente sangrantes son dos hits de la tribu psicopedagógica: la Mochilita de la paz y la Maletita tabaquera. La primera incluye un kit compuesto por un vídeo donde unas macarras -perdón: alumnas disruptivas- agreden a una empollona en los servicios -nadie alertó a los guionistas del peligro de dar ideas- y una cámara de fotos. El tutor, tras poner el vídeo a sus jovenzuelos, debe animarlos - la sangre ya les hierve en las venas- a fotografiarse unos a otros simulando las más violentas y desatinadas estampas: un zagal saltándole el ojo a un compañero, una moza orinando en la mochila de su comadre... Todo con la sana intención de que aprendan por el cuestionable método de la enseñanza ex contrario. En las dos sesiones de fotos a las que asistió -de hito en hito- nuestro héroe, acabaron sus alumnos a tortas; no hubo que lamentar que engrosara el número de tuertos -ni orinadas-, por fortuna. Más pavorosa fue su experiencia con la Maletita tabaquera, artefacto cargado de transparencias sobre los efectos deletéreos del tabaco y que incluye unos infames pulmones de espuma blanca. Se trata de colocar un pitillo encendido en un tubito adosado a los "pulmones", con objeto de que el humo vaya ensuciando su inmaculada espuma y así alertar a los críos contra su pernicioso veneno. Nuestro profesor aún recuerda cómo le fue imposible encender el cigarrillo -no fuma y casi se quema el bigote- y cómo debió recurrir a la ayuda del inveterado porreta de la clase, que tan bien cumplió con la tarea asignada que recibió en premio los pulmones ya amarillentos. Lo último que Sianes supo de ellos fue que un cafre -perdón: alumno disruptivo- de Segundo de ESO los utilizaba bajo la camiseta para lamentarse ante la anciana y crédula profesora de Ciencias Naturales de que, debido a los experimentos en el laboratorio, "le habían salido peras".
[2] Al niño Sianes le marcó de por vida una escena presenciada en la granja de su tío Ramiro, donde un cerdo de obesidad morbosa -incapaz de mantenerse ya sobre sus cuatro patas- resoplaba tumbado y ahíto, con las patas rígidas y los ojos en blanco,
mientras ingería espasmódicamente monstruosas cantidades de comida con un lateral del hocico.
(Sigue...)
lunes, 28 de enero de 2008
Infierno. Canto V. Resplandores

Mas dime, entre el suspiro fugitivo,

jueves, 24 de enero de 2008
Sexo, mentiras y cintas de vídeo
Javier Marías. Tu rostro mañana
La costilla de Adán (5). Rectificación
Busco serpiente para que expulse a Eva de mi Paraíso.
martes, 22 de enero de 2008
Dos anécdotas cotidianas y cuatro citas de imperios y crepúsculos
20 concursantes peleando a muerte por conseguir la fama.
Esta misma tarde he comido -contra mi costumbre- en el salón, frente al aparato televisivo [2]. En un programa presentado por un plumífero viperino y otra buena moza -ésta sí, de obsequioso escote-, me entero de que una tal Tamara, hija de una tal Isabel Preysler [3], se presenta a una entrevista donde "tras llegar con una hora de retraso, cambiarse siete veces de ropa y alargar hasta el desmayo una sesión de posados imposibles" -cito al entrevistador de memoria-, la chica se somete, entre otras, a esta pregunta:
"¿A qué inquietud aún no le has encontrado respuesta?"
"A cómo mantenerme en forma sin hacer esfuerzo".
***
Hasta aquí el relato de mis humildes aventuras domésticas.
No he podido ver hoy la competición de futuribles famosos -coincidía con el programa chismoso-. Me interesa, sin embargo, el reclamo al telespectador: "20 concursantes peleando a muerte para conseguir la fama".
Piensa en ello, lector: peleando a muerte por conseguir la fama (uno ignora si la fama se deberá al desnudo hecho de pretender alcanzarla mediante el asesinato mediático). Piénsalo bien y pon este proyecto en relación con la frase de la señorita Tamara. Reflexiona con tranquilad.
Piensa ahora en el Imperio Romano:
Los romanos, con sus anfiteatros, sus peleas de animales, sus juegos de lucha a muerte y sus espectáculos de ejecución, tenían montada una red de medios para el entretenimiento de masas más exitosa del mundo antiguo. En los rugientes estadios de toda el área mediteránea, el desinhibidoHomo inhumanus lo pasaba tan a lo grande como casi nunca antes y raras veces después. Durante la época del imperio, la provisión de fascinaciones embrutecedoras a las masas romanas había llegado a ser una técnica imprescindible de gobierno cuya estructura se ampliaba y se perfeccionaba de manera rutinaria: algo que gracias a la jovial fórmula de "pan y circo" se ha mantenido hoy en la mente de todos. Sólo puede entenderse el humanismo antiguo si también se lo comprende como la toma de partido en un conflicto de medios, es decir, como la resistencia del libro frente al anfiteatro, y como la oposición de las lecturas filosóficas, humanizadoras, apaciguadoras y generadoras de sensatez, contra el deshumanizador, efervescente y exaltado magnetismo de sensaciones y embriaguez que ejercían los estadios. Eso que los romanos eruditos llamaron humanitas sería impensable sin la exigencia de abstenerse de consumir la cultura de masas en los teatros de la brutalidad. Si alguna vez hasta el propio humanista se pierde por error en la multitud vociferante, ello sólo sirve para constatar que también él es un ser humano y, en consecuencia, puede verse infectado por el embrutecimiento. Retorna el humanista entonces del teatro a casa, avergonzado por su involuntaria participación en contagiosas sensaciones, y casi está tentado de reconocer que nada humano le es ajeno.
Eso dice Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano [4].
Los antiguos historiadores romanos cifraban la decadencia del imperio en la entrega social al lujo y a esa mezcla fatal de autoritarismo y libertinaje. Salustio, con dos milenios de antelación, apostilla así a Sloterdijk:
Cuando han irrumpido en lugar del trabajo la desidia, en lugar de la continencia y de la equidad el placer y la soberbia, la fortuna se muda al compás de las costumbres. [5]
Y Cioran concluye, en cita ya conocida y con retórica al mismo tiempo superfetatoria y concisa:
La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!
¿Haremos diana, lector, pensando así? [6]
***
[1] Uso transgresoramente el femenino como género no marcado, para evitar las arrobas y las fastidiosas y mareantes barras "o/a" que prescribe la corrección política.
[2] Poseo un aparato televisivo cuya evidente antigüedad me siento incapaz de calcular -se acciona con botones insertos en la carcasa y sólo tras golpearlo reciamente en el costado izquierdo-, que recibí de mi vecina Cuqui cuando -Dios la tenga en Su Gloria- falleció su anciana madre (me cuenta Cuqui, pedagógica y acaso con coquetería -es soltera-, que la señora manipulaba el aparato desde su sillón, ayudándose con el palo de una escoba).
[3] Confieso que he consultado en Google, para no errar en la trascripción de tan singular apellido.
[4] Opúsculo al que, si el tiempo y la pereza me lo permiten, hincaré el diente antes o después.
[5] Te ruego, lector, que compruebes en alta voz qué grado de dignidad comporta despotricar en lengua latina: Verum ubi pro labore desidia, pro continentia et aequitate lubido atque superbia invasere, fortuna simul cum moribus immutatur.
[6] Pienso ahora en Borges, que dejó estas palabras para burlar la ceniza de que está hecho el olvido:
¿Es un Imperio
jueves, 17 de enero de 2008
Tiempo perdido
miércoles, 16 de enero de 2008
El "ser de masa" (1). El caudillo especular
De todos los clásicos es quizá Epicuro quien mejor ha sabido despreciar a la muchedumbre. Otro motivo más para celebrarlo. ¡Qué idea la mía de haber admirado tanto a un payaso como Diógenes! Lo que yo debería haber frecuentado es el jardín del sabio y no el ágora y menos aun el tonel...
E.M. Cioran. Ese maldito yo.
Perdonadme, utopistas. Lo que sigue no os va a gustar. El desprecio de las masas, ensayo de Peter Sloterdijk, será la materia prima inspiradora que, con dosis similares de paciencia e impaciencia, iré maleando hasta darle forma. Intentará ser a la vez un retrato de la masa y de mí mismo temiéndola, execrándola, combatiéndola.
Los hombres del siglo XX nos vimos obligados a constatar:
La preocupación de que todo poder y todas las formas legítimas de expresión proceden de las mayorías.
El poder, de forma directa o indirecta (por acción, por omisión, por imposición, por delegación, por sumisión), ha estado y estará siempre en manos de las masas. Antes, Dios, los dioses y sus delegados en la tierra (los patriarcas, las iglesias, las monarquías de origen divino y la nobleza, los chamanes) parecían dominar la escena. ¿Quién podría negar su brillantez, su estudiada elocuencia para representar ese papel? Pero los que manejaban en la sombra a estos diligentes y vistosos títeres acabaron cansándose. Tras la muerte de Dios, sus deudos -que seguían vagando por el escenario con la mirada vacía, perdida y estupefacta de los ciegos de Brueghel- fueron barridos cuando el titiritero decidió salir de bambalinas y romper la ilusión escénica: un nuevo personaje coral reclamaba el protagonismo que siempre había secretamente tenido: "Nada se había anunciado, nada se esperaba. Mas, de repente, todo está lleno de gente" (Canetti). Pero la masa, todavía balbuceante, necesitaba un delegado que hablara en su nombre: un Aarón que pronunciara la palabra que le faltaba.
El fascismo constituye (...), probablemente, una fase relativa y no inevitable, dentro de la aplicación del programa del desarrollo de la masa como sujeto -por la razón tan compleja como comprensible de que las masas en acción y en busca de descarga pueden proyectar de manera imaginaria en sus líderes su propia subjetividad incompleta como completa. (...) Las masas (...) se entregaron a la idea de que su yo ideal se presentaba bajo la forma visiblemente encarnada del Führer.
En su constitución como sujeto, la masa eligió -su condición no admitía otro camino- la representatividad especular en un caudillo. Su propia naturaleza adocenada y autorreferencial exigía un individuo (...) capaz de representar la existencia de la masa de un modo tan rotundo que pueda convertirse en núcleo del tumulto.
A través de su caudillo, la masa sólo toma conciencia de sí misma para regodearse en su propio poder, del que no había sido consciente durante milenios; pero, en su proceso de constitución, las masas han evolucionado. Ya no es necesario que se reúnan. ¿Para qué? Llevamos la masa en el corazón del corazón de lo que somos. La masa es la sustancia de que estamos hechos.
Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, posmodernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades famosas. Es este punto donde el individualismo de masas propio de nuestra época tiene su fundamento sistémico. (...) La masa posmoderna es (...) una suma de microorganismos y soledades que apenas recuerdan ya la época en la que ella-excitada y conducida hacia sí misma a través de sus portavoces y secretarios generales- debía y quería hacer historia en virtud de su condición de colectivo preñado de expresividad (...) Su estado es comparable al de un compuesto gaseoso, cuyas partículas, respectivamente separadas entre sí y cargadas de deseo y negatividad prepolítica, oscilan en sus espacios propios, mientras, inmóviles ante sus aparatos receptores de programación, consagran individualmente sus fuerzas una y otra vez a la solitaria tentativa de exaltarse o de divertirse.
Una vez que ya ha sido reconocida (y autorreconocida) como agente y poder absoluto de la historia, la masa exige -por encima de cualquier otra cosa- ser ininterrumpidamente exaltada y divertida. Su implacable narcisismo la empuja a un histérico e insaciable apetito de reconocerse como lo que ya es: "diminutas partículas elementales, de una vulgaridad invisible" que "se abandonan precisamente a aquellos programas generales en los que ya se presupone de antemano su condición masiva y vulgar". Industria del entretenimiento. Telebasura. Metástasis sexual.
Política. Sí: la masa actual ya no sólo exige líderes que la reflejen y halaguen: necesita líderes que la diviertan. Es ahí donde aparece el duce showman, el caudillo pop, el Führer mediático.
Pero comencemos por el principio. La masa no exige un líder numinoso y reverencial -el tiempo de los títeres áureos ha pasado-: exige un pelele verborreico y mimetizable.
Allí donde se venera de este modo, el objeto de la idolatría no se busca en un plano vertical: puede encontrarse vis à vis a la misma altura. (...) Para ningún culto a la persona en este siglo resulta esta fórmula de la idealización horizontal más pertinente que para la hitlermanía, la cual, en lo esencial, nunca fue otra cosa que la autoidolatría de una ávida mediocridad apoyada por la figura del Führer como medio de culto público.
¿Qué podía encontrar la masa al mirarse en el espejo de los grandes hombres sino su propio embrutecimiento irrebasable y su atroz vulgaridad? [1]
La específica adecuación del papel desempeñado por Hitler dentro del psicodrama alemán no estriba en sus extraordinarias aptitudes o en su incomprensible y evidente vulgaridad, por no hablar de su disposición a vociferar sin rebozo delante de grandes multitudes. Hitler parecía llevar de nuevo a los suyos a una época en la que gritar todavía servía para algo. Desde este punto de vista, fue el artista de la acción más exitoso del siglo.
Sin embargo, Sloterdijk olvida algo esencial: gritar servía y sigue sirviendo. El grito es el canto de sirena con que la masa se embelesa a sí misma: el acicate que la anima (como si se transmutara en tifosi de sí misma) en la perpetración de sus sevicias. El caudillo grita porque la masa quiere ver su propio aullido animal narcisistamente celebrado en el epifonema que constituye el duce.
Pero la masa se hastía pronto de sus propias figuraciones. Necesita más, siempre más. Esa insaciabilidad la calman hoy los caudillos mediáticos, de quien Hitler fue el genial precedente [2].
Es en este plano horizontal de resonancia ya apuntado donde se asienta la continuidad funcional existente entre el culto al líder de las masas encaminadas a la descarga durante la primera mitad de nuestro siglo y el culto al estrellato de las masas ansiosas de entretenimiento que surge en la segunda mitad. El misterio que envuelve tanto al antiguo líder como a las estrellas de nuestra actualidad reside presisamente en el hecho de ser tan similares entre sí y sus embotados admiradores.
Los consumidores de telebasura, los ultras deportivos de hoy, serán respectivamente los turiferarios y los brazos ejecutores de los movimientos totalitarios (sean etiquetados de tiranías o democracias) de mañana. Lo son ya. Lo han sido siempre: "una mayoría que se deja dominar tanto por los movimientos totalitarios como por los medios de entretenimiento totales" (Hanna Arendt).
En lo que concierne a las actitudes de Adolf Hitler, el diagnóstico es claro. Mientras cumplió sus labores como Führer, no actuó en absoluto como la ensalzada contrafigura de una masa guiada por él mismo, sino como su delegado y catalizador. En todo momento adoptó el mandato imperativo de la vulgaridad. No alcanzó el poder gracias a algún tipo de aptitudes excepcionales, sino merced a su inequívoca grosería y a su manifiesta trivialidad (...) Hans Pfitzner ha analizado de un modo concluyente el fenómeno de Hitler al definir a vuela pluma al Führer como un "plebeyo desencadenado" -una expresión en la que el affaire de las masas con su héroe recibe un título adecuado, definitivo y suficientemente cómico-. En realidad, Hitler no fue sino el producto inconfundible de una figura inventada según un modelo de proyección horizontal y mediático-masivo.
La masa, como la Catherine de Cumbres borrascosas respecto a Heathcliff, podía decir: "Yo soy Hitler" (de hecho, el propio Hitler decía -con razón- que él era Alemania).
Él era la encarnación de un deseo de reconocimiento que se había convertido en enfermizo. Sin embargo, dado que masas psíquicamente hambrientas y las partes lábiles de las elites sintieron ante este hombre público su propio yo más manifiesto; dado que no era necesario venerarlo para exprimirlo; porque bastaba con relacionar su propia vulgaridad encolerizada y la engreída incapacidad vital a la misma altura que las suyas para encumbrarlo y creerse uno mismo elevado hacia su propia gloria; porque él no era ningún señor, sino alguien procedente de las amplias masas; puesto que era un delegado horizontal, un accionista, un gran maestro de ceremonias del odio, el experto vocero de aquí al lado, que se ofrecía como contenedor de las frustraciones de las masas, sólo por eso -decimos-, porque él no era demasiado diferente ni superior ni alguien realmente bien dotado ni bien parecido, así como porque él, sobre todo, no actuaba con buenos modales, pudo asegurarse la aprobación de la mayoría para cumplir sus directrices y medidas, para desarrollar su biología pendenciera y su croar en torno a la crueldad y la grandeza [3].
Como los enjambres de moscas alrededor de las heces, las masas sienten la atracción irreprimible de la sangre. Pues el "ser de masa", semejante al niño que, antes que erigir el suyo propio, prefiere destruir el castillo de arena que otro morosa y amorosamente ha edificado, elegirá siempre el placer de pisotear la sangre del enemigo que la deferente complacencia de derramar la sangre de la compañera que ha sido por primera vez amada. Eso ofrecía Hitler: no el amor, la sangre. [4] Nihil novum sub sole. Pero Hitler -como hacen hoy los lobotomizados presentadores de las teletiendas- supo ofrecerlo de forma espectacular, estentórea, vendible, gozosamente consumible.
Y es precisamente a la luz de este rasgo característico (...) donde nos queda reconocer su figura como portadora de una función que también ha seguido subsistiendo de un modo particular después de que la antigua descarga política volviera a encauzarse por otros medios: por las vías del entretenimiento apolítico orientado a la disposición afectiva de las democracias liberales de masas.
El individuo que se ha configurado como tal se aburre si se entanca en un nivel de profundidad que ya ha superado. Necesita siempre más hondura. El "ser de masa", incapaz de orientarse en el eje vertical, sustituye la exploración por el impacto: necesita descargas sucesivamente más fuertes: de ahí que tanto en la industria del entretenimiento como en la política exija siempre un extra de histrionismo, de truculencia [5].
En este último ámbito, Hitler, como estrella pop de la política espectáculo, ha alumbrado una vasta -una basta- progenie, que hoy domina el mundo. Caudillos especulares y espectaculares a caballo entre el duce, el showman y la estrella pop. Berlusconi (el tonadillero italiano), Nicolas Sarkozy (el Don Juan o Casanova francés), ZP (el caballero andante o superhéroe ontológico español) el inefable Hugo Chávez [6]... cuyo epítome lo constituye quizá la larmoyante Evita Perón o, más específicamente, la estrella pop Madonna en su papel de Evita cantando a las masas: escena cinematográfica que es, acaso, la culminación simbólica y artística del caudillo especular.
Perdonadme, utopistas: éste es nuestro mundo.
Lo dijo Cioran:
La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!
Esto es lo que queda del pasado, perdido e hipócrita ideal. Restos del naufragio ya irreconocibles, pecios de sombra.
Con el "ser de masas":
El proceso de subjetivización constituido a través de la exaltación de los otros se presenta como una interrupción de la auténtica comprensión de uno mismo (...) Bajo este signo se inicia un proceso de desjerarquización cuya ambivalencia se desarrolla de manera creciente en el experimento de la Modernidad.
No dudes ni por un segundo, amigo y abrumado lector, que voy a seguir temiendo, execrando, combatiendo ese cáncer.
***
[1] Todavía los antiguos amos necesitaban una iconografía justificatoria que, si bien hipócrita y enmascaradora, exhortaba a la transfiguración personal. Como delegados divinos en el mundo, representaban y a la vez alentaban la ascesis religiosa, la configuración de un yo ideal y un arte sublime. Hoy, los caudillos mediáticos nos solicitan sólo aquello para lo que les hemos permitido ocupar su puesto: nos exhortan a ser lo que ya somos y nos agasajan por ello.
[2] De ahí el ascendente, la larga sombra que, aun hoy, mantiene su figura. Es la impericia, la insulsez mediática de Stalin -en modo alguno su apocalíptica protervia-, la que ha convertido en inoperante su modelo. Para la masa, Stalin -al contrario que Hitler- ha cometido un solo pecado: no ser fashion.
[3] Las masas vieron en el armígero y tonante Hitler la puesta en abismo de su sanguinaria perfidia. Un frágil tópico biempensante imputa a la avidez crematística, al pragmatismo mercantil, la compulsión bélica de las masas. Alessandro Baricco, en Next, lo cifra así: Sea lo que sea lo que os hayan dicho sobre la guerra, lo que hay siempre detrás es el dinero. Rafael Sánchez Ferlosio, sin haber leído al italiano, le responde: Otras armas mucho más fuertes harían falta contra el mito que las del optimismo desmitificador de un estrecho racionalismo economicista que pretende luchar contra el mito simplemente negando su poder real incluso en el pasado, y cuya manifestación historiográfica es suprimir, por anecdótica, la narración de las batallas. Entre tanto, han logrado que la racionalidad utilitaria se vuelva la ideología enmascaradora de los antiguos demonios renacientes. Y remata, con la encendida retórica de quien se sabe a punto de apresar una verdad esquiva: Pero mientras la estrella del Yo no desaparezca del horizonte humano, la batalla seguirá siendo el acontecimiento histórico por excelencia, el hecho capital en la vida de los hombres y los pueblos. Y Niké, la victoria, se reirá infinitamente de la mala gracia, de la poca malicia, de la ninguna agudeza, las míseras artes, desvirtuados hechizos e inhábiles poderes de Venus Afrodita para la seducción de los humanos, para los cuales una sola ondulación de un pliegue de la orla del vestido en la levísima brisa levantada por el paso flotante de Niké tiene todo el arrebato de una tempestad infinitamente más irresistible que lo que la entera belleza de Afrodita, ofrecida en el máximo esplendor de las espumas marinas que la entregaron a la playa, soñó jamás en provocar.
[4] Preguntados por mí acerca de sus motivaciones, unos chicos que se divertían pisoteando hormigas en fuga me respondieron: "Mola ver cómo intentan escapar y no pueden". "Pero ¿por qué?". "Porque sí".
[5] Este recrudecimiento es paradigmáticamente ostensible en la industria del porno. Arrumbadas las películas desenfadadamente sexuales que están en el origen del género y que predominan hasta los años 60 del siglo pasado, la sociedad ha asistido impertérrita y complacida, en los últimos cuarenta años, a una pavorosa ascensión en la crueldad a la que se somete a los cuerpos y las almas. De la mera exposición (estilizada) de la intimidad sexual, se ha pasado a la despiadada representación de abusos, maltratos, violaciones apenas enmascaradas (incluso de mujeres ancianas, embarazadas o que simulan ser -o son- menores). Sabemos muy bien cuál es el final del trayecto: el crimen real, filmado e inmisericorde: la snuff movie.
[6] Todos ellos con atributos comunes: una verborrea incansable y machacona, una insaciable avidez mediática y una ensimismada y cancerosa egolatría. Tan profundo es el cambio de paradigma que estos caciques ocupan ya todos los puestos socialmente relevantes. Piensen en el deporte: líderes como Manuel Ruiz de Lopera (don Manué) o Jesús Gil (que, semejante al Dios uno y trino, presenta la triple condición de jeque deportivo, cacique político y protagonista de un programa televisivo -Noches de tal y tal- anunciado con el más pegajoso e infame de los estribillos, que me avergüenzo de no haber olvidado, al tiempo que lo considero la más abrumadoramente genial condensación del espíritu del caudillo especular: Gil y tal y tal, Gil y tal. Y Gil y tal y tal: Gil superstar).
martes, 15 de enero de 2008
La transparencia es todo lo que queda
Rafael Sánchez Ferlosio. Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.