En los tiempos del mito y la prevalencia de la sangre, los hombres -vinculados por la soberbia auroral y la lengua común- edificaron la torre, antes de que la envidia divina los separase y confundiese. Tres milenios después, huérfanos a la sombra del Padre muerto, volvieron a reunirse en las espléndidas ciudades. Sin embargo, ninguna noticia de auroras: su astillado lenguaje era el crepúsculo.
A veces, en la secreta página de un libro, en el alba agotada de una alcoba, en el tortuoso laberinto de una plegaria creían descubrir una palabra perdida del lenguaje común, una señal del antiguo vínculo, fugaz y esquiva como la dicha.
Despertado por rumores lejanos que no entiendes o por el silencio intolerable, también hoy te asomas a la ventana que se abre a la noche y acechas el cielo que tus antepasados quisieron alcanzar en Babel. Y encuentras otra vez las nuevas torres, las pequeñas estrellas cuadradas que desaparecen una a una, gota a gota, en lo oscuro.
Y tú, respetando uno de las pocos gestos que te vincula aún con tus semejantes, apagas la luz y vuelves a la cama entre sombras.
A veces, en la secreta página de un libro, en el alba agotada de una alcoba, en el tortuoso laberinto de una plegaria creían descubrir una palabra perdida del lenguaje común, una señal del antiguo vínculo, fugaz y esquiva como la dicha.
Despertado por rumores lejanos que no entiendes o por el silencio intolerable, también hoy te asomas a la ventana que se abre a la noche y acechas el cielo que tus antepasados quisieron alcanzar en Babel. Y encuentras otra vez las nuevas torres, las pequeñas estrellas cuadradas que desaparecen una a una, gota a gota, en lo oscuro.
Y tú, respetando uno de las pocos gestos que te vincula aún con tus semejantes, apagas la luz y vuelves a la cama entre sombras.
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