jueves, 14 de febrero de 2008

Terapia

En mi instituto, donde los chicos enferman a diario, donde hay que llamar constantemente a los padres para que vengan a llevárselos a casa, hoy no he visto asomarse a ninguno por la sala de profesores. Nunca nuestro improvisado sanatorio estuvo tan desierto. Como el dolor agudo que esconde los pequeños achaques consuetudinarios, el amor es -agradezcámosle eso al menos- esa preocupación, esa enfermedad que ataja las asechanzas de todas las demás.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Al amor se le suelen achacar padecimientos que, en esencia, no son sino intentos fallidos por vivirlo.

Con premisas erróneas, por lógicas que parezcan, es improbable llegar a conclusiones verdaderas sobre el amor.

Anónimo dijo...

Dicen que el amor es como una enfermedad cuyos síntomas se reconocen a quilómetros de distancia.

Según García Márquez, los enfermos de amor presentan los mismos síntomas que los enfermos de cólera.

Tal vez ayer, todos los enfermos se quedarán en casa agazapados, temerosos de no encontrar el amor en la esquina de una clase, o dibujado en una pizarra.

Anónimo dijo...

quilometro o kilometro?

Anónimo dijo...

Ninguna de las dos: Kilómetro

Francisco Sianes dijo...

Amanda,

El amor nace siempre de la necesidad, sea esta urgente y apremiante o sutil. Y una necesidad conlleva inevitablemente padecimientos. Un amor químicamente puro (esto es, sin ninguna necesidad) sería algo muy parecido -aceptando que sea siquiera imaginable- a la indiferencia.

Un abrazo.

***

Peor sería, Carol, quedarse agazapado en casa y encontrarse con que uno no ama aquello que le devuelve la mirada con estupefacción en el espejo.

Bienvenida.

***

Anónimo,

Me alegro de que haya encontrado solución a sus inquietudes ortográficas.

Un saludo.

Anónimo dijo...

"El amor nace siempre de la necesidad."
La necesidad afectiva no es amor, sino una prueba harto reveladora de la necesidad profunda que tenemos de él. Y como tal necesidad, conlleva padecimientos cuando no se ve satisfecha.

"Un amor químicamente puro (esto es, sin ninguna necesidad) sería algo muy parecido a la indiferencia."
El amor incondicional a uno mismo, además de liberarnos de la necesidad adictiva y convertirla en simple y libre preferencia, facilita la extensión graciosa del sentimiento a otros. Y desde luego no produce ninguna indiferencia, sino un goce íntimo extraordinario que al darlo nos trasciende.

Otro abrazo.

Francisco Sianes dijo...

Aunque no me veo yo en el papel de "doctor amor", le confesaré, Amanda, que no entiendo bien su réplica.

No sostengo que el amor sea exclusivamente una necesidad "afectiva", sino que nace siempre de la necesidad de los otros (o "del otro", por ponerme estupendo). Me resulta difícil (imposible) concebir un sentimiento amoroso que no responda a ninguna necesidad psíquica o física (si es que pueden distinguirse).

Tampoco sé muy bien qué es eso del amor "incondicional" a uno mismo; ni creo que el afecto a los otros pueda ser cuestión de libres preferencias. Me temo que el afecto es algo que no podemos elegir (aunque no niego que sería una solución definitiva para los padecimientos del corazón): surge en nosotros a veces como una bendición, a veces como una condena.

Sin duda que quererse a uno mismo es un magnífico punto de partida para querer a los demás; pero el contento o descontento con uno mismo es, como bien sabía Lacan, un reflejo del contento o descontento que provocamos a los demás.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Afirmaste que el amor nace siempre de la necesidad afectiva y repliqué que esta necesidad surge por la ausencia de amor incondicional hacia uno mismo. Por eso quererse a sí, no es sólo un magnífico punto de partida, sino el primero y decisivo si deseamos amar de veras a otros.

Lo que sí nace de la necesidad amorosa y definitivamente viene a complicarlo todo mucho es el “tráfico” de afectos con el que, consciente o inconscientemente, negociamos los intercambios afectivos y formamos una consciencia de la escasez de lo amoroso.

El amor incondicional a uno mismo es, como su propio apellido indica, un amor que no atiende a condiciones y que no descalifica el ser que somos sólo por cometer errores.

Mi mención a la preferencia no se refiere al afecto que podamos sentir por los otros. Se trata de que la ausencia o la insuficiencia de amor a uno mismo es la que acentúa la necesidad afectiva hasta convertirla en adictiva. Cuando no hay adicción que condicione nuestras elecciones la preferencia es lo que queda. Y la preferencia no condiciona la intensidad y gratuidad de la manifestación amorosa que demos a otros.

El contento o el descontento con uno mismo guarda íntima relación con el amor o el desamor que se profese uno mismo, y necesariamente se verá reflejado en el que provocamos en los demás. En última instancia, lo que sientan los demás que les provocamos, tendrá mucho menos que ver con nosotros que con ellos mismos.

Siguiendo la racha de abrazos, otro.

Anónimo dijo...

Creo que andamos por distintos caminos argumentativos y, como me canso enseguida de lo teórico y lo desencarnado, abandono mi sendero para cruzarme en el suyo y recibir ese abrazo.

annabel dijo...

Ser indiferente al amor, es el amor más puro.
Hay sentimientos sin expectativas, y esto conlleva una ausencia de frustración.
No hay necesidad y por ese camino se llega a la libertad y dentro de la misma... compartimos hasta dónde nos de la real gana.
Pero esto son sólo frasecillas, al final lo repito, somos todos unos simples estereotipados que soltamos verborrea sin sentido para autoconvencernos, ó lo que es peor, para hacer piruetas y llamar la atención del otro.

En fin... ¡Vivan los piratas!