lunes, 17 de diciembre de 2007

Infierno. Canto IV. Resplandores

El espolón de un valle era a mi cuenta:
sima abismal do suena dolorosa
cual ayes infinitos la tormenta.
Tan honda era la sima nebulosa
que, aunque clavé la vista en lo profundo,
no pude distinguir ninguna cosa.
"Bajemos a este tenebroso mundo",
el poeta empezó, empalidecido;
yo bajaré el primero, tú el segundo".
Cuando su palidez hube advertido,
dije: "¿Y quieres que baje, cuando sientes
miedo tú, que mi fuerza siempre has sido?"
Y él repuso: "Es la angustia de estas gentes
que sufren ahí abajo quien me inspira
esta piedad que es pánico en tus mientes.
La vía es larga y de nosotros tira."

***

Cuando la voz quedó callada y quieta,
vi cuatro sombras por el lado nuestro,
grandes, ni alegre o triste su etiqueta.
Según llegaban, me explicó el maestro:
"En cabeza del grupo, espada en mano,
marcha el que a todos superó con su estro.
Es Homero, poeta soberano;
sigue Horacio, el satírico; el tercero
viene Ovidio y el último es Lucano.
Todos merecen, como yo, el señero
nombre con que me honró su cantinela;
así, al honrarme, se honran por entero."
Vi congregarse así la bella escuela
de aquel señor del eminente canto
que, águila excelsa, sobre el resto vuela.
Después que hubieron conversado un tanto,
volviéronse hacia mí con dulce gesto
y mi maestro sonrió entre tanto.
Su gentileza no acabó con esto,
pues que pasé a engrosar su compañía,
y así entre tanto genio fui yo el sexto.
Juntos nos fuimos do la luz fulgía,
tratando cosas de que no es sencillo
tratar hoy, cual lo fuera en aquel día.

***

Tras vadear por él con pie seguro,
siete puertas cruce con el conclave,
hasta llegar de un prado al verde puro.
Había gentes de mirada grave,
rostro sereno, autoritarias frentes
y un sosegado hablar en voz süave.
Nos retiramos luego de estas gentes
a un sitio abierto, luminoso y alto
del que ver se podía a los presentes.
Sobre el esmalte verde, allí en resalto,
vi de pie a los espíritus señeros
ante cuya visión aún hoy me exalto.

[Traducción de Abilio Echevarría]

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