Ni milagro ni ridículo. Sólo la fuerza arrolladora de la belleza en una escena intensa, mágica. El impulso que nos mueve, que alienta el cambio, siempre es en blanco y negro. Un beso.
Yo, no obstante mi admiración por Dreyer, no puedo evitar sentir una cierta vergüenza ajena ante los subrayados (arados, diría) de la escena.
No deja de admirarme el valor de enfrentarse, sin elipsis ni escamoteos, a una resurrección. Decía Cioran que es imposible crear nada grande con miedo al ridículo. Y es cierto. Pero no es menos cierto que decir las cosas de más es tan inhábil como decirlas de menos (Borges).
Dreyer cae aquí (o así lo siento) en la "hybris" artística. Trata de forzar el milagro sin percatarse de que ya lo había logrado al comienzo de la película al mostrarnos unas sencillas sábanas azotadas por el viento.
Más humilde, más sutil, más auténtica, más humana en suma me resulta la resurrección de Murnau. Diré más: me resulta emocionante pese a los facilones simbolismos.
También la escena que cuelgo arriba, para ustedes, Ana y Amanda.
Mi admirado Francisco. Compartimos devoción por Dreyer, y así me extraña que no acabe de calarle la belleza de esa escena de resurrección. No pienso que la elocuencia de las sábanas azotadas por el viento sea suficiente para arropar -acallar- el discuso del amigo Carl Theodor. Entre otras cosas, porque Dreyer no es Tarkovski, aunque de algún modo se parecen, Bergman mediante. En Dreyer el propósito es tan intenso como los elementos que lo rodean, mientras que en Tarkovski es justamente al revés (véase "El espejo" o "Sacrificio"). Me parece interesante lo que apunta sobre la 'hybris', porque en efecto la escena es puramente griega. Lo que, en verdad, podría haber sido un absoluto ridículo -la resurrección en sí misma- es aquí una obra de arte intensa y contenida, subrayada por la pureza de los planos. Y ese blanco y negro irrepetible, por supuesto. No hay aspavientos. Todo es natural. La capacidad arrolladora de la fe -la tesis de Dreyer, claro- se muestra con la fortaleza que sólo aporta la serenidad. Si en "Gertrud" el lema es "Amor Omnia", en "La palabra" es "Fides Omnia". En Murnau todo es más fácil, más gráfico... Gracias por su bello regalo. Un beso.
Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
5 comentarios:
Ni milagro ni ridículo. Sólo la fuerza arrolladora de la belleza en una escena intensa, mágica. El impulso que nos mueve, que alienta el cambio, siempre es en blanco y negro.
Un beso.
La fuerza arrolladora de la belleza es un milagro. Incluso en el corazón de una escena intensa y mágica.
Yo, no obstante mi admiración por Dreyer, no puedo evitar sentir una cierta vergüenza ajena ante los subrayados (arados, diría) de la escena.
No deja de admirarme el valor de enfrentarse, sin elipsis ni escamoteos, a una resurrección. Decía Cioran que es imposible crear nada grande con miedo al ridículo. Y es cierto. Pero no es menos cierto que decir las cosas de más es tan inhábil como decirlas de menos (Borges).
Dreyer cae aquí (o así lo siento) en la "hybris" artística. Trata de forzar el milagro sin percatarse de que ya lo había logrado al comienzo de la película al mostrarnos unas sencillas sábanas azotadas por el viento.
Más humilde, más sutil, más auténtica, más humana en suma me resulta la resurrección de Murnau. Diré más: me resulta emocionante pese a los facilones simbolismos.
También la escena que cuelgo arriba, para ustedes, Ana y Amanda.
Un beso y un beso (y bienvenida).
Mi admirado Francisco. Compartimos devoción por Dreyer, y así me extraña que no acabe de calarle la belleza de esa escena de resurrección. No pienso que la elocuencia de las sábanas azotadas por el viento sea suficiente para arropar -acallar- el discuso del amigo Carl Theodor. Entre otras cosas, porque Dreyer no es Tarkovski, aunque de algún modo se parecen, Bergman mediante. En Dreyer el propósito es tan intenso como los elementos que lo rodean, mientras que en Tarkovski es justamente al revés (véase "El espejo" o "Sacrificio").
Me parece interesante lo que apunta sobre la 'hybris', porque en efecto la escena es puramente griega. Lo que, en verdad, podría haber sido un absoluto ridículo -la resurrección en sí misma- es aquí una obra de arte intensa y contenida, subrayada por la pureza de los planos. Y ese blanco y negro irrepetible, por supuesto. No hay aspavientos. Todo es natural. La capacidad arrolladora de la fe -la tesis de Dreyer, claro- se muestra con la fortaleza que sólo aporta la serenidad. Si en "Gertrud" el lema es "Amor Omnia", en "La palabra" es "Fides Omnia".
En Murnau todo es más fácil, más gráfico...
Gracias por su bello regalo.
Un beso.
Publicar un comentario