martes, 22 de enero de 2008

Dos anécdotas cotidianas y cuatro citas de imperios y crepúsculos

Paseaba yo despistado -permitidme los que me conocéis el pleonasmo- por Sevilla, circunstancia que me condujo frente a una parada de autobús de esas que los chicos pintarrajean o destrozan en saludable ejercicio de protesta cívica -así diría una concejala políticamente correcta [1]-, cuando hete aquí que doy con un cartel publicitario de un programa de televisión de la cadena Cuatro: Fama, su nombre. Ocupan la parte central del cartel un chico con sombrero Fedora sobre el rasurado cuero cabelludo y una chica con camiseta de tirantes y pantalones bombachos que se cimbrean en lo que entiendo que es una animada coreografía (aunque -es justo decirlo- más semeja las contorsiones de una pareja de epilépticos o de hipotecados -o ambas cosas al tiempo-). Abajo y a babor, una buena -aunque semianoréxica- moza, armada con una contundente caja de dientes, sonríe -con desproporción: no veo dónde está el motivo- a quien contempla el cartel buscando su escote en vano. Ocupa al fin la franja inferior, junto a indicaciones horarias, el lema del programa:

20 concursantes peleando a muerte por conseguir la fama.

Esta misma tarde he comido -contra mi costumbre- en el salón, frente al aparato televisivo [2]. En un programa presentado por un plumífero viperino y otra buena moza -ésta sí, de obsequioso escote-, me entero de que una tal Tamara, hija de una tal Isabel Preysler [3], se presenta a una entrevista donde "tras llegar con una hora de retraso, cambiarse siete veces de ropa y alargar hasta el desmayo una sesión de posados imposibles" -cito al entrevistador de memoria-, la chica se somete, entre otras, a esta pregunta:

"¿A qué inquietud aún no le has encontrado respuesta?"
Su contestación:

"A cómo mantenerme en forma sin hacer esfuerzo".

***

Hasta aquí el relato de mis humildes aventuras domésticas.

No he podido ver hoy la competición de futuribles famosos -coincidía con el programa chismoso-. Me interesa, sin embargo, el reclamo al telespectador: "20 concursantes peleando a muerte para conseguir la fama".

Piensa en ello, lector: peleando a muerte por conseguir la fama (uno ignora si la fama se deberá al desnudo hecho de pretender alcanzarla mediante el asesinato mediático). Piénsalo bien y pon este proyecto en relación con la frase de la señorita Tamara. Reflexiona con tranquilad.

Piensa ahora en el Imperio Romano:

Los romanos, con sus anfiteatros, sus peleas de animales, sus juegos de lucha a muerte y sus espectáculos de ejecución, tenían montada una red de medios para el entretenimiento de masas más exitosa del mundo antiguo. En los rugientes estadios de toda el área mediteránea, el desinhibido Homo inhumanus lo pasaba tan a lo grande como casi nunca antes y raras veces después. Durante la época del imperio, la provisión de fascinaciones embrutecedoras a las masas romanas había llegado a ser una técnica imprescindible de gobierno cuya estructura se ampliaba y se perfeccionaba de manera rutinaria: algo que gracias a la jovial fórmula de "pan y circo" se ha mantenido hoy en la mente de todos. Sólo puede entenderse el humanismo antiguo si también se lo comprende como la toma de partido en un conflicto de medios, es decir, como la resistencia del libro frente al anfiteatro, y como la oposición de las lecturas filosóficas, humanizadoras, apaciguadoras y generadoras de sensatez, contra el deshumanizador, efervescente y exaltado magnetismo de sensaciones y embriaguez que ejercían los estadios. Eso que los romanos eruditos llamaron humanitas sería impensable sin la exigencia de abstenerse de consumir la cultura de masas en los teatros de la brutalidad. Si alguna vez hasta el propio humanista se pierde por error en la multitud vociferante, ello sólo sirve para constatar que también él es un ser humano y, en consecuencia, puede verse infectado por el embrutecimiento. Retorna el humanista entonces del teatro a casa, avergonzado por su involuntaria participación en contagiosas sensaciones, y casi está tentado de reconocer que nada humano le es ajeno.

Eso dice Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano [4].

Los antiguos historiadores romanos cifraban la decadencia del imperio en la entrega social al lujo y a esa mezcla fatal de autoritarismo y libertinaje. Salustio, con dos milenios de antelación, apostilla así a Sloterdijk:

Cuando han irrumpido en lugar del trabajo la desidia, en lugar de la continencia y de la equidad el placer y la soberbia, la fortuna se muda al compás de las costumbres. [5]

Y Cioran concluye, en cita ya conocida y con retórica al mismo tiempo superfetatoria y concisa:

La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!

Te pido ahora, lector, que traces mentalmente las palas del arco que une una cuerda tensada por dos milenios de sabiduría y dolor. La palas del antiguo y del nuevo imperio de Occidente. Piensa en los orgullosos relieves de los arcos triunfales, dorados por un sol a quien cantan poetas que reniegan del polvo, y piensa después en el casco que el bárbaro pisa y en la espada teñida por la sangre romana y un sol en ocaso. Piensa en las altas torres que acarician un cielo al fin habitado por altivos mortales y piensa después en las dos torres que se derrumban en fuego, alarido y ceniza. Piensa en la virtud de Marcia, "la perennemente pura", y piensa después en el vicio de Mesalina, "la de entrañas de acero". Piensa en la joven de Delacroix que, desnuda y pobre, enardece y orienta a un pueblo indomable y piensa después en la chica de hoy, que en su lujo alienante no encuentra respuestas. Piensa en la gloria pasada y presente. Piensa en su fin. Coloca la flecha en el punto de encoque y apunta al ayer, que será el mañana.

¿Haremos diana, lector, pensando así? [6]


***

[1] Uso transgresoramente el femenino como género no marcado, para evitar las arrobas y las fastidiosas y mareantes barras "o/a" que prescribe la corrección política.

[2] Poseo un aparato televisivo cuya evidente antigüedad me siento incapaz de calcular -se acciona con botones insertos en la carcasa y sólo tras golpearlo reciamente en el costado izquierdo-, que recibí de mi vecina Cuqui cuando -Dios la tenga en Su Gloria- falleció su anciana madre (me cuenta Cuqui, pedagógica y acaso con coquetería -es soltera-, que la señora manipulaba el aparato desde su sillón, ayudándose con el palo de una escoba).

[3] Confieso que he consultado en Google, para no errar en la trascripción de tan singular apellido.

[4] Opúsculo al que, si el tiempo y la pereza me lo permiten, hincaré el diente antes o después.

[5] Te ruego, lector, que compruebes en alta voz qué grado de dignidad comporta despotricar en lengua latina: Verum ubi pro labore desidia, pro continentia et aequitate lubido atque superbia invasere, fortuna simul cum moribus immutatur.

[6] Pienso ahora en Borges, que dejó estas palabras para burlar la ceniza de que está hecho el olvido:

¿Es un Imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

6 comentarios:

Luis T dijo...

Fantástico, Francisco.

He trazado las palas y tensado el arco mentalmente. Me has hecho recrear (aunque no lo dijeras) una historia en la que cada momento son surgires y colapsos imperiales...

Me gusta cuando te lo curras. Disfruto viéndote sudar la camiseta. ("Venden los dioses lo que dan", que dijo Pessoa y escribió al respecto Saramago)

Te daba por perdido. Te seguiré leyendo.

Anónimo dijo...

Desolador panorama el que se nos presenta. Pelear a muerte por conseguir la efímera fama de las ondas; obtener los éxitos sin nigún sacrificio... Quizás el consuelo que nos queda es que esta situación tan terrible de lugar a una reacción opuesta... Un abrazo.
P.D. Te seguiremos la pista, aunque nos hayas abandonado...

Francisco Sianes dijo...

¡Don Luis!

Yo sudando la camiseta y tú vagueando en tu página. ¿Es que tengo que ser yo siempre quien "tire del carro"? Odio -salvo en circunstancias que el decoro calla- ir "sudado"...

Los dioses, me temo, se resguardan en un cielo impasible. La venta y la compra es siempre cosa de insensatos mortales.

Perdido ando a menudo, amigo. Me alegro de tenerte aquí.

Francisco Sianes dijo...

Bvarcimboldi,

¿Cómo estás, amigo? No seré yo quien defienda la mitología del sacrificio (sí la del trabajo bien hecho); pero en esas estamos: a la espera de un nuevo Calígula (si es que no hay un Calígula larvado en cada uno de nosotros).

El fin del mundo es un proceso en el que nos embarcamos el día del Génesis. A ver si al menos nos dejan conformar nuestras humildes "microutopías": disfrutar con nuestras Evas o Adanes en un Paraíso sin serpientes.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Poliédrico Francisco:

Me encanta mirar el hermoso tapiz que hila usted con las palabras. Me enamora -no me malinterprete- su verbo.

Lo leo a usted -cuando hace de chico formal, cuando "se lo curra", como acaba de decir algún contertulio- por el gusto de paladear ese bocado que usted acaba de preparar. Fíjese que el contenido, lo nutritivo, de sus escritos, es, siendo importante y enriquecedor, lo que menos me atrae a su blog, precisamente porque coincidimos en la forma de ver muchos de los temas que usted trata aquí. Digamos que extraigo poco provecho -en términos de placer- de los contenidos, pero me enriquezco, ¡y de qué forma!, recorriendo, pausadamente, línea tras línea, sus escritos.

Le reconozco mi admiración -desde mi ignorancia- hacia usted como un gran maestro de humanidades. Con su permiso, seguiré libando de su néctar.

[Del tema del hombre-masa, del hombre-cosa, ¡qué comentar que usted no haya dicho!, ¡qué explicar que la Historia no haya explicado!]

Un abrazo.

Francisco Sianes dijo...

Amigo Insipiente,

¡Qué contento estaría yo si fuera alguna vez merecedor de sus halagos!

Escribir para otros es -además de alimento de la vanidad y pavoneo- hacer de anfitrión de los amigos: es ofrecerles alimento amorosamente preparado; servido en la mejor vajilla, con la mejor cubertería y sobre el mantel más blanco, más inmaculado.

En esta casa hay siempre -lo sabe- un puesto de honor reservado para usted.

Un abrazo.