Pienso en El año pasado en Marienbad. Un grupo de hombres y mujeres sin nombre, satisfechos, sombríos, impotentes, languidecen en un hotel de lujo elegante y frío como una necrópolis. Condenados al eterno retorno de lo insípido, no tienen memoria; tampoco porvenir. Uno de ellos, sin embargo, ama a una mujer. Se promete algo: escapar de allí, con ella. A lo largo de los días (un mismo día repetido y vano como un lamento), con la delizadeza del que ama, teje y desteje para ella un tapiz pespunteado de pasión y de paciencia: recuerda para ella, inventa para ella, un pasado compartido, un amor logrado. Ella, al principio, sólo escucha. No recuerda. No imagina. Infatigablemente, el hombre devana su historia; le arrima su imaginación hasta que ella atrapa (urde) un recuerdo compartido (también imaginado). La imaginación consigue convertir lo que deseamos en venero de promesas, asemejándonos a un enamorado al que su amor lo persuadió de que podía esperarlo todo. Es un caudal con el que los pioneros del futuro formulan mundos habitables (por ellos, por quienes los escuchan). Nuestra imaginación contagia vida.
Decía Aristóteles que el alma es todo lo que ella conoce. Contagiada por la imaginación ajena, la mujer -recuerdo la promesa de Pablo- deja de ver su imagen confirmada eternamente en el espejo de los días; ahora abre una ventana al norte para verse con su amado, cara a cara; aprende ahora a conocerse como por él ha sido conocida, amada.
El parque del hotel era un jardín de estilo francés; sin árboles, sin flores, sin vegetación alguna. La grava, la piedra, el mármol, la línea recta creaban espacios precisos, superficies sin misterio. A primera vista, parecía imposible perderse. A primera vista… A lo largo de los paseos rectilíneos, entre las estatuas de ademanes congelados y las losas de granito, por los que usted, ahora, estaría ya perdiéndose para siempre, en la noche tranquila, sola, conmigo.
***
Pienso ahora en mis compañeros de viaje. La pareja de jóvenes descansa, el uno junto al otro, ya calmados. A mi lado, entre sueños, la chica aprieta el móvil, entre las manos. El silencio es absoluto. Todos duermen. Al frente, miro la carretera por la que avanzamos, entre tinieblas. La sombra no me pesa. Te recuerdo. Miro de nuevo hacia adelante, allá donde el camino se prolonga. Avanzo un poco más. A veces duele; pero salva. A lo lejos, la noche acontece. Silencio, viento, oscuridad. El mundo me hace señas y no las desatiendo. Estoy en paz con mis promesas. Cuando nuestro deseo sea un hambre, nuestra imaginación será alimento. No viajo solo. (Te recuerdo) Mientras seamos viajeros, habrá tierra prometida.
Decía Aristóteles que el alma es todo lo que ella conoce. Contagiada por la imaginación ajena, la mujer -recuerdo la promesa de Pablo- deja de ver su imagen confirmada eternamente en el espejo de los días; ahora abre una ventana al norte para verse con su amado, cara a cara; aprende ahora a conocerse como por él ha sido conocida, amada.
El parque del hotel era un jardín de estilo francés; sin árboles, sin flores, sin vegetación alguna. La grava, la piedra, el mármol, la línea recta creaban espacios precisos, superficies sin misterio. A primera vista, parecía imposible perderse. A primera vista… A lo largo de los paseos rectilíneos, entre las estatuas de ademanes congelados y las losas de granito, por los que usted, ahora, estaría ya perdiéndose para siempre, en la noche tranquila, sola, conmigo.
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Pienso ahora en mis compañeros de viaje. La pareja de jóvenes descansa, el uno junto al otro, ya calmados. A mi lado, entre sueños, la chica aprieta el móvil, entre las manos. El silencio es absoluto. Todos duermen. Al frente, miro la carretera por la que avanzamos, entre tinieblas. La sombra no me pesa. Te recuerdo. Miro de nuevo hacia adelante, allá donde el camino se prolonga. Avanzo un poco más. A veces duele; pero salva. A lo lejos, la noche acontece. Silencio, viento, oscuridad. El mundo me hace señas y no las desatiendo. Estoy en paz con mis promesas. Cuando nuestro deseo sea un hambre, nuestra imaginación será alimento. No viajo solo. (Te recuerdo) Mientras seamos viajeros, habrá tierra prometida.
7 comentarios:
Sí, yo también iba en ese viaje. Lo recuerdo. Recuerdo ese autobús, la chica, los dos jóvenes, la pareja, el móvil, el niñito, a sus padres, las conversaciones…
Si, lo recuerdo todo.
Recuerdo que allí estaba yo junto a ti, por fin, amándote.
(...)
Es maravilloso todo el texto, Fran.
Que afortunada me siento de poder leer(lo/te) una y otra vez y sentir que no se acaba nunca.
Gracias y gracias.
:-)
(Qué bien que te guste...)
No sé, yo lo que te tengo es envidia, o más bien admiración.
¿Admirada envidia?
Que bien escribes, oiga usted :)
Lo bueno de los blogs, milady, es que también aquí encuentra uno gente de la que aprender y que le anima a uno a ser siendo más que a ser sido. Otro día tocará hablar de eso.
Un abrazo cariñoso. :-)
Me enternece su documentada y ben trovata digresión. Una lectura reconfortante.
Le insto a que no pierda su fe en la promesa.
Pues si he conseguido enternecerle (a usted, hombre de understatement irreprochable), amigo J., es para confiar, paulinamente, en ciertas promesas. :-)
Un abrazo.
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