Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
jueves, 17 de enero de 2008
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5 comentarios:
¡Bravo!
Aquí he venido desde tu otro blog a perder el tiempo con tus interesantes entradas.
Un abrazo, amigo.
Hoy me quedo con estas palabras que me han hecho parar, por un instante, en mi carrera diaria: "Jamás un latido ha durado tanto".
Espero que siga regalándonos un poquito de su tiempo, ya sea perdido o no. Una vez más, enhorabuena.
La arena no discurre igual en todos los relojes. Ni en todas las manos.
Un beso, querido amigo.
Edelweiss,
[Reverencia]
***
Elefante blanco,
¡Qué alegría verte por aquí, amigo!
Sé bienvenido y un fuerte abrazo.
***
Últimamente, tengo poco tiempo para poder perderlo, Lara.
Procuraré encontrarlo: merece la pena dedicarlo a lectores como vosotros.
***
Como sucede a todos los hombres, todos los granos de arena de mi tiempo, Ana, son únicos. Cómo no advertirlo cuando tú compareces, envuelta en las arenas del tiempo...
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