Ésta es mi casa. En torno a mí -desconcertantes, precipitadamente ajados-, lo que he sido, lo que aún soy, lo que temo seguir siendo. Frente a mí, esta ventana clausurada que otras antes de ti han intentado abrir. En vano. Mis manos, sobre la huella de sus manos impotentes, ya comprenden que sólo a mí me corresponde abrirla; sentir que las recorre -permitirlo- el empuje del caballo del judío Saulo en el camino de Damasco. Abrirla y contemplarte -mirarte abriendo al fin los ojos y no tan sólo con ellos abiertos-, contemplándome.
jueves, 4 de septiembre de 2008
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3 comentarios:
Hay ventanas que nadie puede abrir por nosotros. Qué increíble satisfacción se siente cuando uno lo logra: es el primer paso para poder aceptarse a uno mismo, y por ende, aceptar a aquellos que eligen estar a nuestro lado.
Me gustó mucho.
Besos.
Es bonito pensar que la intimidad es mucho más que un cajón. Hay veces que pienso que se nos oculta hasta a nosotros mismos :).
Me gustó mucho tu comentario, pero no quería dar a entender que los recuerdos fuesen peores por su condición de recuerdos, solo diferentes, elaborados por cada uno...Un saludo
Me alegro, Eugenia. Es grato estar al otro lado de tu ventana.
Un beso.
***
Y yo espero que tus nuevas pinturas acudan pronto a mi hospitalaria memoria, sonsín.
Abrazos.
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