martes, 16 de septiembre de 2008

Consejos a un escritor novel (que no Nobel)

No sé si a ustedes les pasa o es sólo cosa mía; pero, últimamente, tres de cada cuatro personas que conozco -en edad de merecer y no necesariamente con título universitario- han sido, son o piensan ser escritores. Lo más estremecedor del caso es que tres de cada cuatro de ellos, efectivamente, han publicado algún libro. La sociedad letrada (si el oxímoron es tolerable) corre el albur de convertirse en una comunidad en la que cada uno de sus miembros (y miembras) acabe convertido en lector exclusivo de sí mismo (la exposición pública de este blog me obliga a lamentar tal posibilidad).

Ahora que los treinta años se acercan, amenazantes, he decidido conjurar mi más que probable crisis cultivando tendencias filantrópicas. Mi contribución a la felicidad humana no será, empero, de índole crematística -soy profesor y no me sobran los cuartos-, sino una paritaria redistribución de mi sabiduría.

Dispuesto a evitar que la hipertrofia de la publicación vuelva redundante la aparición de cualquier libro, dejaré aquí a los escritores noveles unos sensatos y contrastados consejos para que su futura novela (o colección de cuentos, que es como suelen estrenarse los novatos) sea todo un éxito:

1) Título (porque una novela, pasado el sarpullido del experimentalismo y la psicodelia setentera, debe tener un título). Amigos, olvidaos de títulos poéticos o rebuscados. Lo primero (Yo he de amar una piedra, Tu rostro mañana) sólo pueden permitírselo escritores de calidad certificada por organismos oficiales o monarcas de reinos imaginarios; lo segundo (Matando dinosaurios con tirachinas), se lo permitió Pedro Maestre, con el éxito esperable (si te has preguntado "¿Quién diablos es Pedro Maestre?", no haces sino confirmar mi hipótesis [1]).

Lo que hoy triunfa es el sintagma clásico: artículo, sustantivo y complemento preposicional. Eso sí, hay que procurar rellenar este juicioso patrón sintáctico con cierta extravagancia u onirismo: La oreja de Van Gogh, El sueño de Morfeo, La pistola de mi hermano..., o -en su versión cultureta- El río de Heráclito (ya veis que predico con el ejemplo).

[1] Justo es reconocer que mezclar un gerundio, un tirachinas y un dinosaurio en el título de una novela es una de las propuestas más audaces y arriesgadas de la historia de la literatura.

2) Contraportada. Aquí los tiros van por el mismo lado: debéis respetarme el patrón sintáctico y retórico. Supongamos una novela amorosa (esto es, sexual); ejemplo de contraportada al canto: "Dos destinos tejidos por el azar, dos náufragos cuya deriva los arrastra a encontrarse en su desencuentro, una última apuesta para burlar el hastío, una pasión que asfixia aquello que ama, una... etc." ¿Lo pilláis? Antítesis a gogó ("destino-azar", "encuentro-desencuentro", "matrimonio-sexo"...) y enumeraciones a espuertas (ojo con que no se os vaya la mano, que el texto tiene que caber en la contraportada). Como veis, la sintaxis lo es todo; el contenido ha de circunscribirse, eso sí, a un campo semántico new age o de místico tronío...

Tras la sinopsis, conviene rematar las reticencias del comprador con un contundente gancho comercial. Nuestro libro debe ser una propuesta arriesgada (porque si el autor no se arriesga: ¿con qué justificación hurtará el lector 20 euros al pago de su hipoteca? [2]). El golpe de gracia ha de ser un breve eslogan que pondere, comparativamente, las virtudes del autor: esto es -descartados negros literarios- vosotros. A modo de ejemplo: "El rompedor debut narrativo de una de las jóvenes novelistas más prometedoras de la cordillera Penibética" o "La opera prima del cuentista más talentoso del último lustro" (ojo: esta última propuesta puede alentar las más vitriólicas réplicas de exnovias malquistadas).

[2] Obsérvese que ya no hay artista contemporáneo -torero, actor, especulador inmobiliario, cocinero- que pueda sustraerse del discurso del riesgo: "Lo arriesgué todo en aquella corrida", dicen. "En aquel papel", dicen. "En aquella concejalía", dicen. "En aquella empanadilla", dicen. Y así sucesivamente. La retórica de la audacia es un irresistible entretenimiento para gentes sencillas como los niños, los televidentes y las folclóricas.

3. Foto. ¿Bigote y barba? A ver, yo no lo recomiendo; mayo del 69 [sic] está siendo recusado hasta por Sarkozy (en el caso de que seas mujer, esta opción es vertiginosamente desaconsejable). La perilla es otra cosa: nos convierte en individuos sofisticados e implacables, cualidades en modo alguno desdeñables en el mundillo literario (en el mundillo, a secas). Se recomienda la barbita de chivo si publicáis en editoriales alternativas. El bigote sólo es (irónicamente) admisible en el caso de que nuestros protagonistas sean guardias civiles (sobre la conveniencia de que comparezca el tricornio no nos pronunciaremos). La mirada ha de ser lánguida y perdida (hombres), o bien coqueta y acaparadora (mujeres). Procura parecer guapo y evita a toda costa ser gordo. El sobrepeso convertirá vuestro libro, inapelablemente, en una simpática novela de gordito. Hacedme caso; importa poco que en ella impugnéis el universo y sus primaveras; si la foto os muestra mórbidamente rollizos, vuestras páginas sólo serán leídas en el contexto de una simpática novela de gordito. En el embarazoso [3] caso de que seais incapaces de moderar la ingestión diaria de bollería industrial y cerveza, extrapolad vuestra gula al título del libro (como hizo, con magro éxito, el gordo Pablo Tusset en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán) o incluso a vuestro propio nombre (como ha hecho, con éxito más que cuestionable, el gordo Joan Barril).

[3] Doble sentido.

4. Ambientacion. Es imprescindible que la acción no se desarrolle en España. Cierto es que los últimos éxitos deportivos han redimido parcialmente la catetez congénita del ADN hispánico; pero las cosas de palacio van despacio. Con el pan de los hijos no se juega. No obstante, si os embarga el furor ibérico, podéis ambientar la novela -bajo vuestra cuenta y riesgo- en Barcelona (está por determinar que pertenezca todavía a España) o Ibiza (cuya manifiesta inverosimilitud como lugar real y humanamente habitable la exime de connotaciones cañíes). Queda terminantemente desaconsejado ambientar vuestra obra en la España profunda, salvo que deseéis postularos como legatarios de Cela o Miguel Delibes (un comercial y telúrico suicidio). Pero conviene que escarmentéis con ejemplos. Imaginad el comienzo de una novela, tal que así: "Paseaba yo bajo el eléctrico atardecer de Manhattan..." o bien "Al fin había llegado a Tokio...". Permutad Tokio y Manhattan por Cuenca y Albacete y vuestra odisea cosmopolita se trocará en francachela digna de un electricista andariego y ocioso o de un Paco Martínez Soria redivivo.

5. Personajes. Ante todo, olvidaos de negros, inmigrantes o gitanos. Eso precipitaría vuestra obra en el abismo iconográfico de la novela social (una ruina). No es en absoluto inconveniente que la protagonista sea una jovencita de moral equívoca (lo que viene siendo ligerita de cascos); las infinitas variantes de la prostitución han cotizado siempre al alza. Eso sí: puta, pero letrada. La pava debe tener conocimiento (no carnal) de Nietzsche (¡incluso declararse nihilista!) y soñar con retirarse como empresaria o broker (no cabe duda de que lo conseguirá). Si pertenecéis a autonomías "históricas", amigos, tenéis una bicoca: vuestros personajes pueden (deben) ser -pongamos- andaluces o -pongamos- "ejercer" de vascos (la subvención o premio de vuestra consejería están garantizados). Pero, en el caso de que -ambiciosos o infortunadamente ahistóricos- persigáis un éxito literario no subvencionado, vuestros personajes habrán de ser arrogantemente sexuados, económicamente solventes y blancos (como mucho, mulatos o asiáticos con clase, tipo Obama o el Fary).

6. Estilo y argumento (last and least). Los diálogos serán dinámicos (esto es, breves); las descripciones (si es que os empeñáis en incluirlas), funcionales y/o líricas (esto es, breves); las reflexiones introspectivas y las digresiones, también breves. En suma: vuestra obra debe ser, ante todo, breve; entre las impacientes manos de hoy, el grosor de vuestros volúmenes sería tan operativo como la angostura bajo vuestros calzoncillos. Sólo las escenas sexuales pueden (deben) alargarse. Conviene incluir algún que otro taco, algún que otro anglicismo y algún que otro dato científico sensacionalistamente tergiversado (estos tres últimos extremos pueden mezclarse). Trufaremos aquí y acá nuestra narración con frases sentenciosas: aparentemente profundas y crípticas, mas sustancialmente redundantes ("La memoria es un músico que toca de oído". Traducción: "La memoria es un músico que toca de memoria". Y así sucesivamente.). Picotearemos citas de allá y acullá (llegado el caso de que seáis reconvenidos por ello, lo llamaréis "intertextualidad"; os daréis cierto tonillo de posmodernos y no os perseguirá la SGAE).

Y, ante todo -y esto es imprescindible-, vuestra novela debe transmitir la inequívoca sensación de que sois tediosamente infelices (lo típico: vacío, desorientación, ennui a tope; ¡pero on the rocks!). La obra debe dramatizar vuestra disconformidad y conflicto con la sociedad, con occidente, con el universo, con vuestra suegra. Imaginad que pilláis por banda al lector y le confesáis: "Oiga, mi salud es estupenda, follo mucho y mamá me lava la ropa los fines de semana y me prepara tupperweres". El lector, justificadamente escandalizado y envidioso, no querrá sino replicaros: "Entonces, mamón, ¿para qué coño escribes?"


Lo dejaré, de momento, aquí. Estos consejos son -creedme- el camino más corto hacia el éxito literario (y de los más placenteros para gozar de una jubilación decente).

Y, sin embargo, ¡oh sin embargo!, si todavía tenéis la ingenuidad, el tesón, la desvergüenza, el coraje para sortear en vuestras líneas los cantos de sirena de los pragmáticos y las trampas del cinismo, si aún creéis que una secuencia afortunada de palabras es un azar que merece los trabajos y los días de una vida humana, sumergíos -con la sola guía de vuestra esperanza y vuestra desesperación- en las verdades del corazón y la incandescencia del verbo. Por ese camino, amigos, no puedo ya guiaros.

Sea como fuere, manos a la obra. Os deseo suerte.

7 comentarios:

Idea dijo...

jaja, Francisco, unas pocas palabras más de relleno y ya tendrías un libro pronto para editar. Eso sí, de la búsqueda del aventurado editor nada has dicho. Si me inspiro, seguiré tu rumbo y escribiré a propósito de la segunda etapa, que aunque menos artística o intelectual no es en absoluto desdeñable.
Un beso, que se te extrañaba.

Francisco Sianes dijo...

No lo descarto, amiga, no lo descarto.

Estoy un poco (más) errático porque ando a la gresca con una patulea de compañías telefónicas (una de cuyas más incómodas consecuencias es que no tengo conexión a internet).

Te animo a seguir mi rastro; pero cuidadito con las fieras.

Abrazos cariñosos.

doscontratres dijo...

Su primer párrafo es un plagio (intertextual) de una idea de Kundera: Todo el mundo está deseando contar su vida, su historia, su milonga. Porque todo el mundo considera que tiene una vida apasionante, una historia interesantísima, y unas milongas dignas de pasar a la posteridad. Pero nadie está dispuesto a perder un minuto en escuchar al otro. Conozco escribidores que lo último que han leído es el manual para sacar el carnet de conducir. Como dijo el otro, estoy más orgulloso de mis lecturas que de mis libros.
Si publica usted algo, no dude en comunicarlo, que algunos lo leeremos con fruición.

Anónimo dijo...

Me interesa lo de la "paritOria distribución" de tu sabiduría :-)
Beso con manzanas...

Francisco Sianes dijo...

Doscontratres,

Como dijo otro otro, lo que no es tradición es plagio. También decía Kundera aquello de que cada quien, acaso sin saberlo, organiza cada instante de su vida conforme a su criterio de la belleza

¡Qué mal gusto tenemos, vive Dios!

Un abrazo.

***

Ana,
´
En efecto, no pierdo ocasión para distribuir mis paridas. ;)

Un beso sin pecado.

Rocío dijo...

jajajaja,
Fran, me parto de risa con este artículo. Ahora que pensaba escribir mi primera novela, me será útil.
¡¡¡besos!!!
Rupi.

Francisco Sianes dijo...

Qué alegría tenerte por aquí, pequeña Rupi... :)