Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
2 comentarios:
He leído por ahí:
Hay quién ha venido al mundo para enamorarse de una sola y determinada persona y, consecuentemente no es probable que tropiece con ella.
Toda perfección es inútil, cuando uno se da de lleno en toda la jeta, con esa persona.
Volveré con otro navío.
Besos a vos y a la bella damisela :)
Querida piratilla,
Quien ha venido al mundo para amar sólo a una persona ha venido a no amar nada (esto puede -debe- leerse a la inversa).
Un abrazo muy cariñoso.
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Y disculpad todos por no responder a vuestros comentarios. Sin internet, entro siempre para publicar a toda prisa algún suspirillo lírico.
Pero amenazo con volver en plena posesión de mis poderes.
Abrazos inmoderadamente sentimentales.
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