domingo, 31 de agosto de 2008

Alianza de civilizaciones (cuentos chinos)



Podría mentir hablando de meditadas lecturas, iluminadores retiros a templos o exóticas experiencias sexuales; pero mis más memorables contactos con la cultura oriental han sido los restaurantes chinos.

No ha mucho tiempo, la pequeña Rupi y yo estuvimos almorzando en uno; a nuestra vuelta a casa, la pequeña Rupi se percató de que había olvidado el monedero sobre la mesa. Consulté el almanaque enrollable que nos habían regalado tras la comida y -entre todo tipo de grullas, pelícanos, carritos de mano y chinos deslomados y, empero, sonrientes- encontré el número de teléfono. Así que llamo y, al instante, me responde la apresurada voz de una chica.

- Qué dilección pedidooo...
- No, no, si yo he comido ya... Verá, es que he estado en el restaurante con una amiga y se ha dejado olvidado sobre la mesa un monedero rojo. ¿Lo han visto allí?
- Lojo... -contesta ella, autómata e imperturbable.
- Sí, se ha dejado en la mesa un monedero rojo. ¿Lo han encontrado?
- Lojo... -obtengo por toda respuesta.
- Sí, sí, que es rojo. ¿Lo tienen entonces o no?
- Lojo...
- (...)

Total, que volvemos al restaurante. Me acerco a la barra y, ante el rostro indescifrable de una jovencita china, recito, ominoso:

- Lojo...

Ella agosta aun más la mirada esquiva y extiende ante mí una mano menudísima sobre la que brilla, náufrago rescatado de la incomunicación y el olvido, el monedero rojo.

Pero venía todo esto a que ayer, tomados por sorpresa sin comida en casa de la fiel Rupina, decidimos pedir comida al mismo restaurante -no hubo que desenrollar el almanaque en este caso, ni abrir un abanico donde campan los bambúes y los osos panda e innúmeros asiáticos con sombreros y coletas en los arrozales; el teléfono venía en la hojilla del menú publicitario-. Y hete aquí que se presenta un joven con los tuppers de los tallarines, el pato a la naranja, los rollitos, una bolsa con una suerte de cortezas dizque con sabor a gambas... Pero al chino se le había olvidado traer el cacharrito con la salsa agridulce. La Rupi se lo indica y el asiático suplica, dolorido:

- Pero ahora no puedo traerla... ¡He venido andando desde el restaurante! -que, ciertamente, está a un paseo.

La fiel Rupina y el que escribe miran de hito en hito al joven chino, cuya testa se nos muestra coronada por el casco inapelable de la moto.

8 comentarios:

Idea dijo...

Jaja, Francisco, temo que el cuento chino es el mismo en uruguayo, en español y en cualquier idioma en que dé mejores resultados parecer tonto que serlo de verdad.
La próxima vez, ya sabés, tu repetí: salsa, salsa y pone cara de occidental.

Francisco Sianes dijo...

Yo lo que usted mande, elocuente amiga.

¡Saaaaaaaalsa!

Idea dijo...

Mensaje para el repartidor:
Allí va, con su desvelo, a buscar la salsa de la derrota, empujando con su alma la moto que se ha quedado en el repecho. Tranquilo muchacho, el ingenio se agudiza con la experiencia, la próxima vez, si no alcanza con hacerse el ciego/sordo/mudo, lo serás si rinde dividendos.

Francisco Sianes dijo...

Estoy a tris de nombrarla mi probadora de venenos... :-O

Idea dijo...

Jaja, es que francamente, si no nos divertimos es porque nos empecinamos en ser tristes. Avise contiempo para ir buscando los antídotos.

Rocío dijo...

Querido Fran, dicen que los restaurantes japoneses tampoco están mal... Tendremos que ir probando.
Mua!!!!
Rupi.

sandmann dijo...

Estimado señor Rupi,

aquí en Chile se vive una desaforada (y aún no explicada salvo como producto del azar o de la proximidad vía Pacífico) pasión por los restaurantes japoneses. Los hay más que McDonalds, y créeme cuando te digo que no es una exageración.

La cosa es que uno, que en las cosas del comer siempre tuvo un estómago delicado (herencia de una madre que comía más bien poco de más bien pocas cosas), nunca había estado antes en un japonés en Sevilla, y era de esos que creían que el sushi es esa-corta-que-si-se-corta-mal-te-envenenas-y-te-mueres.

Resulta que el sushi son rollitos de arroz con lo que sea, y que no sólo están exquisitos, sino que son sumamente fáciles de preparar (eso sí, una vez que le pierdes el miedo a comprar ingredientes de colores estrambóticos y de los que con esos caracteres frikis, no entiendes, ¡válgame Dios!, ni siquiera la fecha de caducidad), así que añade a mi lista-de-cosas-que-hago-para-epatar la devoción en la preparación de este arte culinario.

Junto a los susodichos sushis (de los que te podría hacer una tesis: los hay tempura -que son como frititos-, con palta -un clásico en Chile, que es nuestro aguacate de to la vida-, fríos y calientes, con y sin alga, etc. En fin, toda una plétora que ¡ni las tapas de los coloniales!), está el sashimi, que eso si es pescado crudo cortado finito, y que crea una cierta adición de tal manera que ahora cada vez que hago pescado me reservo un trocito crudo para tomarlo con salsa de soja (y, todo sea dicho, con cierto riesgo de contraer numerosas enfermedades...).

La cosa es que si a esas mamonaditas le sumas los preparados teriyaki, sopas delicious, y algunas exquisiteces más, te vas a encontrar como yo, que tengo la lengua nadando en agua sólo de pensar en esto y que, cual católico de la santa madre iglesia del sushi, no falto a mi cita semanal con este nuevo Dios.

Todo esto, para quitarte de la cabeza la idea de probarlo, ¡que esto engancha más que las cosquillitas, señor Rupi!

Te mando un besito invernal!

Francisco Sianes dijo...

Como siga a este paso, S., le veo componiendo haikus o proyectando jardines zen. Su deriva ético-estética me tiene en ascuas...

Quizá algún día cuente algo que me pasó en un restaurante japonés con una trapecista de cuyo nombre no quiero acordarme.

Y deje de ligar con la diminuta Rupi delante de mis narices, que yo sí que le voy a comer crudo...

Besos y abrazos, empero, cariñosos.