viernes, 1 de junio de 2007

La ética de lo esencial

Borges, Calvino, Steiner... Estos monstruos de la lectura coinciden: aquel que no siente una apremiante ansiedad ante la llamada desoída, ante el mudo reproche de los libros que permanecerán cerrados para siempre en nuestra biblioteca no es un verdadero lector.

Y sin embargo... Me siento cada vez más cerca de genios indolentes y pausados como Flaubert y Lichtenberg. Recojo una frase del primero:

¡Qué sabios seríamos si sólo conociéramos bien cinco o seis libros!

¿Cuántos leemos hoy en profundidad? ¿Cuántos memorizamos las páginas que "nos han leído" -la frase es de Steiner- profundamente? ¿Se puede decir que uno ha leído de corazón El Quijote o Los hermanos Karamázov sin haber hecho varias relecturas? El propio Borges confesaba que sólo leía por ser ésta la condición indispensable para poder releer.

La bulimia propia de lectores como Harold Bloom me suscita una profunda desconfianza. Sintomáticamente, sólo me persuaden sus lecturas de Shakespeare y de algún otro autor anglosajón; es decir, de aquellos escritores que ha releído una y otra vez.

Horrorizado por la vacua erudición, por la "docta barbarie" de los intelectuales de su tiempo, Lichtenberg escribió:

Resulta asombroso constatar cuán poco solemos hacer aquello que, sin embargo, consideramos útil y además sería fácil hacer. El ansia de querer saber mucho en poco tiempo impide, a menudo, investigar con precisión. Pero incluso al hombre que sabe esto le es muy difícil verificar algo con exactitud, aunque sepa que, si no verifica, tampoco alcanzará su objetivo final de aprender mucho.


El elogio de la lentitud y la precisión. Juan de Mairena imaginaba un pueblo inteligente, fino, sensible, de artesanos que saben su oficio y para quienes hacer bien las cosas es, como para el artista, mucho más importantes que hacerlas. Uno sueña con la existencia de una comunidad de lectores similar.

Acabaré esta nota (pedantemente contradictoria) con una anécdota extraída del ensayo El telón, de Milan Kundera. El escritor checo recomienda a un amigo francés que lea a Gombrowicz. Éste lee una obra menor y queda decepcionado. Kundera lo reconviene y lo emplaza a probar suerte con una de sus obras maestras. La respuesta del francés se me antoja admirable:
Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis de tiempo que tenía guardada para tu autor.
Éste (y no la adolescente pasión competitiva de Bloom) es el profundo sentido del canon literario. Rescatar los libros esenciales del incendio del tiempo. El propio Kundera lo llama: la ética de lo esencial. Es la humilde propuesta de estas páginas.

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