lunes, 18 de abril de 2011

Invulnerable

Él aprendió a mostrarse invulnerable. Sabe también que, desde entonces, puede engendrar admiración, mas nunca verdadero amor. Tan sólo amamos en verdad (de ahí la culpabilidad, la desazón y la melancolía íntima que escoltan al latido enamorado) a aquel a quien podemos hacer daño. De ahí también que sólo amemos arrebatadoramente cuando nos hemos presagiado (lengua que hiende, mano, respuesta que no llega, mirada que desprecia y que desgarra) haciendo daño.

7 comentarios:

Aury dijo...

Depende. A los que tienden hacia el masoquismo les sucede justo lo contrario. Aman a quien no pueden herir porque admiran -su amor precisa admiración- esa invulnerabilidad y saben que el sujeto adorado sí tiene el poder de hacerles daño. Es la compasión hacia uno mismo -no hacia el otro, como describe su texto- lo que en verdad les arrebata.

Francisco Sianes dijo...

Será que él tiene su punto sádico...

Al hilo de lo que escribe: siempre he pensado el masoquismo no existe. Se me antoja un delirio conceptual. Si el masoquista disfruta con el "dolor", la "humillación" y el "sufrimiento", en realidad no sufre: goza. Sólo la víctima (involuntaria) de un sádico sufre realmente. El masoquista promueve la violencia (ritualizada) que ejercerán sobre él; se trata, pues, de una agresión autoinfligida a través de la mediación de otro; un otro instrumentalizado. El masoquista es, en realidad, un hedonista disfrazado de víctima. El sádico, por su parte, sólo puede existir desvinculándose del masoquista; sádico es aquel que goza con el sufrimiento ajeno: un goce que desaparecería si sospechara que el masoquista es su cómplice (más aun: su instrumentalizador). El "sádico" de la relación sadomasoquista es un hedonista que juega a ser verdugo. El verdadero sádico sólo puede disfrutar causando humillación y dolor verdaderos a otro que, en consideración a este sufrimiento auténtico e indeseado, ya no puede ser masoquista, sino víctima.

Supongo que, más que el auténtico sádico, imperan los individuos dominantes.

Allí donde alguien lamenta su imposibilidad de controlar el mundo, de someterlo a su voluntad y a sus caprichos, encontramos a un dominante psicosexual. Acostumbrado desde el origen a penetrar (o a desearlo) en un mundo que no ofrece resistencia, el dominante acaba por convertirse en un alumno particularmente inhábil en el arte del intercambio. Es (o desea ser) un mimado por la vida que, desde el principio, asumió que la aquiescencia del otro a sus deseos es un derecho incuestionable. Ha aprendido a esperar que la existencia le ofrezca siempre una respuesta afirmativa a peticiones que apenas han sido insinuadas. Actúa, pues, como si supusiera que el mundo está ahí para refrendar la omnipotencia de su ego. Catastróficamente, esto convertirá al dominante en un megalómano, un ego de obesidad morbosa incapacitado para sobreponerse a la creciente e inevitable resistencia del mundo y para convertir esa resistencia en una oportunidad de progreso (de adelgazamiento) espiritual.

[Por ello, no extraña constatar la cantidad de dominantes que fueron niños mimados ayer y son hoy individuos vertiginosamente controladores y resentidos. Tampoco extraña constatar que muchos "amos" en el ámbito sexual son modelos prototípicos de juanlanas en los demás ámbitos de su vida: una antítesis andante de megalomanía y apocamiento.]

El dominante se presenta, tras una coraza de control intimidatorio de la espontaneidad (propia y ajena), como un modelo particularmente severo de poderío mental. Mera apariencia, sin embargo. Es, en realidad, incapaz de superar su negativa fundacional a ser limitado por el otro. Su terror íntimo: ser sobrepasado por la otredad, que percibe siempre como una realidad pegajosa, amenazante, disolvente. Su respuesta sintomática y compensatoria: una sumisión extrema de su ser a la objetualización y la negación del otro; pues el otro sólo es otro en tanto que nos ofrece resistencia, nos limita (y con ello nos redefine).

Francisco Sianes dijo...

Esta dinámica sumerge inevitablemente al individuo mimado (o aspirante a mimado) por la vida en una existencia trágica. Su condena: verse obligado a deambular entre el resentimiento y la resignación. Cuando se resiente, acaba convertido en un sádico. Cuando se resigna, acaba representando el papel de dominante. Porque el dominante sabe que sólo interpreta un papel: sabe (cómo podría no saberlo) que su control del otro es meramente imaginario. Como el masoquismo, la relación de dominio y sumisión es una ficción improbable: ni el dominante domina ni el sumiso se somete. Su vínculo está tan tipificado como un matrimonio o un crédito hipotecario. Todo lo que sucede entre ellos es consensuado (explícita o implícitamente). El "sumiso" no hará nada que no desee hacer. El "dominante" se ve así reducido al papel de atleta de la persuasión (no muy distinto de un político en campaña o un vendedor de enciclopedias a domicilio).

De ahí la sensación de vergüenza ajena que uno experimenta en presencia de un "dominante" en ejercicio; una sensación provocada por la confrontación entre una retórica y una gestualidad de omnipotencia que trasiega anhelante tras las reacciones aquiescentes y el permiso implícito del (presunto) sumiso. De ahí la conmiseración que uno experimenta cuando vislumbra que sus placeres son placeres tristes (los de quien se conforma con el sucedáneo de un poder perdido o codiciado), cuando vislumbra que el dominante sólo es el huérfano de unas expectativas excesivas y desorientadas y que su decepción inconsolable es la de aquel a quien le ha sido prometido todo (en vano). El amo: ese menesteroso demiurgo.

[La cuestión última sería: ¿existe alguna relación allende las fronteras de las relaciones de poder? ¿Es eso el "amor"?]

Bienvenida, Aury, y disculpe la incómoda extensión de mi respuesta.

Aury dijo...

El masoquista es, en realidad, un hedonista disfrazado de víctima.


Estoy de acuerdo. Aunque, puestos así, también podríamos tildar de egoísta al filántropo que en su deseo de ayudar al prójimo pretende, en el fondo, satisfacer su ego sabiéndose altruista y benévolo.

Quizá no haya que ser tan radical. Porque cómo saber si el masoquista disfruta en verdad con su pesar o es solo una víctima que se aferra a su dolor, porque supone que es la opción más soportable por el momento. Tal vez, es un ingenuo que tiene la esperanza de que tanto sufrimiento le reportará alguna recompensa. O un pesimista pragmático al que le pesa menos la desdicha conocida que la que está por conocer.

En fin, lo que a mí me pesa ahora no es la extensión de su respuesta, que una siempre disfruta de su retórica, sino el no disponer de tiempo en este momento para disertar sobre ella como me gustaría.

Eso sí, antes de despedirme, contestaré su cuestión última intentando no enrollarme. Sí creo -o quiero creer- que es después de ese juego de poder, preámbulo a veces indispensable y alentador, cuando el amor comienza. De hecho, lo veo como una actitud de intención y una aptitud –difícil- de dejarse llevar. Únicamente después de que uno se atreva a ser el otro –qué cambio de papeles tan sugestivo y redentor- y compruebe que el verdadero triunfo es haberse dejado subyugar; cuando se de cuenta de que realmente sólo acaricia el poder y el dominio cuando los desdeña, será libre para amar como Dios manda (o sea, bajo el yugo del anillo y la hipoteca. ;P).

De todos modos, tal como va el mundo, vislumbro un futuro plagado de "amos sexuales" sin tener a quien dominar. Los niños mimados de hoy: sádicos en masa autoflagelándose. Y ya nadie necesitará a nadie porque todos seremos dueños y esclavos de nuestra omnipresente onfaloscopia. ;)

En fin, ha sido un placer charlar este ratito. Seguiré paseando sigilosa por la orilla de su fecundo río, como siempre.

Un saludo.


[Me ha hecho gracia lo de los "juanlanas", jeje. ¡Qué razón tiene!]

Francisco Sianes dijo...

Acabo de aterrizar (literalmente) y me paso sólo para felicitarme a mí mismo de tenerla de nuevo, "de cuerpo presente", por aquí, lady O.

[Ya podrías escribirme un correo o llamarme y contarme qué es de tu vida...] ;-)

[No es que no quiera hacerlo yo: es que he perdido los tuyos (teléfono y correo).]

Lady O. dijo...

Aiss, sabía que la "onfaloscopia" me delataría... ;P

Me alegra que te alegre mi vuelta, aunque en realidad nunca hice "mutis por el foro", solo "mutis".

En mi caso no es que hubiera perdido tu teléfono y correo, sino que estaba esperando a jubilarme para darte la noticia. Pero nada, quillo, que la buena nueva no llega, cachis... (Aunque no pierdo la esperanza, así que el día menos pensado te invito a un cafelito con lo que me quede de pensión).

¡Un abrazo!

Francisco Sianes dijo...

Yo diría que te delatan otras cosas; pero bueno...

Y déjame tu mail, "xoxo", o nos vamos a tomar ese café cuando me jubile yo...