sábado, 14 de febrero de 2009

La biblioteca está en llamas (4)

De igual manera que los niños alargan a tientas las manos hacia las cosas cuando desde el interior de sus ojos la luz se vuelve hacia fuera, así buscaba yo palabras e imágenes capaces de aprehender aquel brillo nuevo de las cosas, que me cegaba. Nunca antes había sospechado yo que hablar pudiera causar tales tormentos; y, sin embargo, no deseaba volver a la vida de antes, más despreocupada. Si nos hacemos la ilusión de que un día podremos llegar a volar, a partir de ese instante preferimos el torpe salto a la seguridad del andar por caminos ya recorridos. Eso es sin duda lo que explica la sensación de vértigo que con frecuencia me sobrecogía en tales actos.

Fácilmente ocurre que la mesura nos abandona cuando recorremos caminos desconocidos. Fue una suerte que en ellos me acompañase mi hermano Otón y que adelantase con prudencia el pie a mi lado. Muchas veces, cuando yo había llegado al fondo de una palabra, corría con la pluma en la mano al piso de abajo para comunicarle mi hallazgo, y otras veces era él, a la inversa, quien subía al herbario portando igual mensaje. Nos gustaba realizar construcciones que llamábamos "módulos". En una papeletita escribíamos en versos sencillos tres o cuatro frases, en las cuales tratábamos de engastar un pequeño fragmento del mosaico del mundo, a la manera como se engastan piedras en metales. También al construir aquellos módulos empezamos por las plantas, y siguiendo aquel camino llegamos cada vez más lejos. Describíamos de ese modo las cosas y sus metamorfosis, desde el grano de arena hasta los acantilados de mármol y desde el segundo fugaz hasta las estaciones del año. Al atardecer nos pasábamos el uno al otro las papeletas y,una vez leídas, las arrojábamos al fuego que ardía en la chimenea.

Pronto notamos que la vida nos era propicia y que una seguridad nueva iba apoderándose de nosotros. Reina y maga es al mismo tiempo la palabra. Nosotros partíamos del excelso ejemplo dado por Linneo, quien penetró en el caos del reino animal y vegetal llevando en su mano el bastón de mariscal que es la palabra. El dominio de Linneo, un dominio más duradero y maravilloso que todos los imperios conquistados con la espada, perdura sobre los prados de flores y sobre las legiones de gusanos.

1 comentario:

Francisco Sianes dijo...

(Ernst Jünger. "Sobre los acantilados de mármol")