Una absorbente voracidad lectora (espoleada por la astenia otoñal), no sé qué ternuras íntimas y, last but not least, mi penúltima trifulca con la inefable compañía Telefónica, me tienen alejado de estas páginas (nunca de ustedes, amigos lectores). Mientras persevero -con una languidez que no desalienta pero refrena a la perseverancia- en unos indecisos borradores que no se resuelven a convertirse en artículos, les dejo unas reflexiones orteguianas sobre el enamoramiento, "ese candoroso despilfarro de entrañas desconcertantes, desconcertadas" ;). Un abrazo muy cariñoso a cada uno de ustedes.
-(...) Después de todo, ¿qué razón hay para que un hombre inteligente se enamore de una mujer inteligente? Si se tratase de fundar una industria, un partido político o una escuela científica, se comprende que un espíritu claro intente sumarse otros claros espíritus; pero el menester amoroso -aun dejando de lado la dimensión sexual- no tiene nada que ver con eso; es precisamente lo opuesto a toda ocupación racional. (...) Los hombres se enamoran de las corzas, de lo que hay de corza en la mujer. Yo no diría esto delante de las damas, porque éstas fingirían un grande enojo, aunque en el fondo por nada se sentirían más halagadas.
-Entonces , para usted, el talento de la mujer, su capacidad de sacrificio, su nobleza, son cualidades sin importancia...
-No, no; tienen mucha importancia, son maravillosas, estimabilísimas -las buscamos y enaltecemos en la madre, la esposa, la hermana, la hija; pero ¿qué quiere usted?-; cuando se trata, estrictamente hablando, de enamorarse, se enamora uno de la corza emboscada que hay en la mujer.
-¡Diablo, qué me dice usted!
-El varón, cuanto más lo sea, más lleno está, hasta los bordes, de racionalidad. Todo lo que hace y obtiene lo hace y obtiene por razones, sobre todo por razones utilitarias. El amor de una mujer, esa divina entrega de su persona ultraíntima que ejecuta la mujer apasionada, es tal vez la única cosa que no se logra por razones. El centro del alma femenina, por muy inteligente que sea la mujer, está ocupado por un poder irracional. Si el varón es la persona racional, es la fémina la persona irracional. ¡Y ésta es la suprema delicia que en ella encontramos! El animal es también irracional, pero no es persona; es incapaz de darse cuenta de sí mismo y de respondernos, de darse cuenta de nosotros. No cabe trato, intimidad con él. La mujer ofrece al hombre la mágica ocasión de tratar a otro ser sin razones, de influir en él, de dominarlo, de entregarse a él, sin que ninguna razón intervenga. Créalo usted: si los pájaros tuviesen el mínimo de personalidad necesario para poder respondernos, nos enamoraríamos de los pájaros y no de la mujer. Y, viceversa, si el varón normal no se enamora de otro varón, es porque ve el alma de éste hecha toda de racionalidad, de lógica, de matemática, de poesía, de industria, de economía. Lo que desde el punto de vista varonil llamamos absurdo y capricho de la mujer es precisamente lo que nos atrae. (...)
-¡Es usted estupefaciente, amigo Olmedo!
-La idea, pues, de que el hombre valioso tiene que enamorarse de una mujer valiosa, en sentido racional, es pura geometría. El hombre inteligente siente un poco de repugnancia por la mujer talentuda, como no sea que en ella se compense el exceso de razón con un exceso de sinrazón. La mujer demasiado racional le huele a hombre, y, en vez de amor, siente hacia ella amistad y admiración. Tan falso es suponer que al varón egregio le atrae la mujer "muy lista" como la otra idea que las mujeres mismas insinceramente propagan, según la cual, ante todo, buscarían en el hombre la belleza. El hombre feo, pero inteligente, sabe muy bien que, a la postre, tiene que curar a las mujeres del aburrimiento contraído en sus "amores con hombres guapos". Las ve refluir, una tras otra, de arribada forzosa, infinitamente hastiadas de su excursión por el paisaje de la belleza masculina.
-(...) Después de todo, ¿qué razón hay para que un hombre inteligente se enamore de una mujer inteligente? Si se tratase de fundar una industria, un partido político o una escuela científica, se comprende que un espíritu claro intente sumarse otros claros espíritus; pero el menester amoroso -aun dejando de lado la dimensión sexual- no tiene nada que ver con eso; es precisamente lo opuesto a toda ocupación racional. (...) Los hombres se enamoran de las corzas, de lo que hay de corza en la mujer. Yo no diría esto delante de las damas, porque éstas fingirían un grande enojo, aunque en el fondo por nada se sentirían más halagadas.
-Entonces , para usted, el talento de la mujer, su capacidad de sacrificio, su nobleza, son cualidades sin importancia...
-No, no; tienen mucha importancia, son maravillosas, estimabilísimas -las buscamos y enaltecemos en la madre, la esposa, la hermana, la hija; pero ¿qué quiere usted?-; cuando se trata, estrictamente hablando, de enamorarse, se enamora uno de la corza emboscada que hay en la mujer.
-¡Diablo, qué me dice usted!
-El varón, cuanto más lo sea, más lleno está, hasta los bordes, de racionalidad. Todo lo que hace y obtiene lo hace y obtiene por razones, sobre todo por razones utilitarias. El amor de una mujer, esa divina entrega de su persona ultraíntima que ejecuta la mujer apasionada, es tal vez la única cosa que no se logra por razones. El centro del alma femenina, por muy inteligente que sea la mujer, está ocupado por un poder irracional. Si el varón es la persona racional, es la fémina la persona irracional. ¡Y ésta es la suprema delicia que en ella encontramos! El animal es también irracional, pero no es persona; es incapaz de darse cuenta de sí mismo y de respondernos, de darse cuenta de nosotros. No cabe trato, intimidad con él. La mujer ofrece al hombre la mágica ocasión de tratar a otro ser sin razones, de influir en él, de dominarlo, de entregarse a él, sin que ninguna razón intervenga. Créalo usted: si los pájaros tuviesen el mínimo de personalidad necesario para poder respondernos, nos enamoraríamos de los pájaros y no de la mujer. Y, viceversa, si el varón normal no se enamora de otro varón, es porque ve el alma de éste hecha toda de racionalidad, de lógica, de matemática, de poesía, de industria, de economía. Lo que desde el punto de vista varonil llamamos absurdo y capricho de la mujer es precisamente lo que nos atrae. (...)
-¡Es usted estupefaciente, amigo Olmedo!
-La idea, pues, de que el hombre valioso tiene que enamorarse de una mujer valiosa, en sentido racional, es pura geometría. El hombre inteligente siente un poco de repugnancia por la mujer talentuda, como no sea que en ella se compense el exceso de razón con un exceso de sinrazón. La mujer demasiado racional le huele a hombre, y, en vez de amor, siente hacia ella amistad y admiración. Tan falso es suponer que al varón egregio le atrae la mujer "muy lista" como la otra idea que las mujeres mismas insinceramente propagan, según la cual, ante todo, buscarían en el hombre la belleza. El hombre feo, pero inteligente, sabe muy bien que, a la postre, tiene que curar a las mujeres del aburrimiento contraído en sus "amores con hombres guapos". Las ve refluir, una tras otra, de arribada forzosa, infinitamente hastiadas de su excursión por el paisaje de la belleza masculina.
("Paisaje con una corza al fondo", Teoría de Andalucía y otros ensayos. José Ortega y Gasset)
4 comentarios:
Para más información:
http://es.geocities.com/scaladren
/cinegetica/archivos/corzo003.jpg
Besos “corceros “
Uf, qué conjunto de topicones orteguianos :-) Lo de la "corza" del destino me ha llegado al alma...
"La mujer antes que cualquier otra cosa, ha de parecer al hombre, como Veleda, un hada, una mágica esencia. La ilusión podrá vivir un instante o no morir nunca: breve o perdurada es la ocasión de infuencia máxima sobre el hombre que a la mujer se ofrece". (Estudios sobre el amor, de J. Ortega y Gasset).
... lo de "la costilla de adán" se me atraganta siempre a la altura de la 2ª costilla. esa metáfora o "pseudónimo de un genérico" creía que estaba en peligro de extinción.
... corza... lo digiero bien.
Los seres humanos tenemos la obligación moral de vivir y de manifestar lo que uno ha aprendido en el descenso o ascenso al YO salvaje ( Jung)
"Mujeres que corren con Lobos".
Clarissa Pinkola Estés.
Ni idea si tiene algo que ver con la entrada, pero por si acaso.
Pues yo no tengo problemas de conexión, pero hasta el gorro estoy de internet y eso.
Auuuuuu (de lobezna, y de ahí no paso porque no me da la gana).
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