(... de momento.)
Las ideas de que es capaz la mente humana son avaramente limitadas; los sentimientos que nos agitan caben incluso en el corazón más pequeño. No es, pues, extraño que el tiempo sea un carrusel en el que giran ajadas e incesantes criaturas que ora se esfuman y ora comparecen en un ciclo tras otro, y otro tras otro, haciendo aparecer de nuevo lo que no es ni fue ni será nunca nuevo.
El avatar del carrusel nos hace hoy vivir en el imperio de lo efímero. Las relaciones se han distendido en contactos, los caprichos dilapidan la herencia minuciosa del deseo, el amor eterno dejó de ser el alimento de la lírica para convertirse en pasto del cinismo, el chiste, la ironía. Ya ni siquiera existe esa figura cándida de los comprometidos (tan poca eternidad cobijan las promesas). Pero esto no conlleva que todo lo sintamos como perecedero. Hoy nada pasa nunca totalmente, ni por tanto nada deja de pasar del todo. Las cosas se resignan a su cotidiano acabamiento en el horizonte no de un fin, sino de un continuará en donde lo que ya ha cesado queda cautelosamente abierto. Hasta la muerte y el olvido parecen tener fecha de caducidad: hoy nadie dice ni a nada se le dice adiós, sino tan sólo un tímido hasta luego.
Este terror ante lo terminal, lo radical, lo imperativo se refleja, por supuesto, en el lenguaje. Palabras como compromiso, gloria, ley, destino; y tradición, deber, raíces; verdad, mentira; bien y mal y nunca y siempre y nada y todo afrontan su silenciosa desaparición. No extraña, pues, que lo directo, la expresión tajante y sin matices, también padezca su callado acabamiento. Entre la realidad y las palabras que la designan, la línea recta es hoy el único camino que nos ha sido vedado: navegamos los meandros del circunloquio, como si la luz demasiado violenta de determinadas palabras nos dañara los ojos: ya no hay gente malvada (tan sólo complicada o disruptiva) que deba recibir castigo y escarmiento (porque es que no hay castigo, sino a lo sumo pedagógica sanción); no hay tontos (que nunca son hoy tontos, sino especiales o tal vez idiosincrásicos) que esparzan su irritante e incansable estupidez en torno; ni hay -ni mucho menos- individuos nobles, ejemplares y modélicos (la virtud y la excelencia no son modelos, sino incómodos recordatorios de lo que podemos ser pero no somos). Ya no hay siquiera gordas (hoy son llamadas rellenitas) a las que uno anhele achuchar -no sin lujuria- sus lorzas cimbreantes o de las que tema -no sin sensatez- su precipitación grasienta y sicalíptica sobre nuestro escuálido esqueleto.
Es un desinflamiento semántico (que no dietético; otro fantasma recorre hoy Europa: los obesos) en el que se disuelven y confunden las ideas y los sueños de que estamos hechos. No se tolera ya lo desigual, lo distintivo, lo señero; no hay ya cenit ni hay nadir: todo se abisma en una sorda igualación de mediodía sin orillas. Cada concepto encuentra su fatiga antes que el pensamiento alcance a recorrerlo hasta su extremo. Porque es bien cierto que hoy no hay nada, ni nadie hay que sea malo o bueno; ni Pepe es ya mejor que Juan, ni es la Angustias peor que la Consuelo; tampoco hay especimen que sea macho o hembra. Todo se quiere medianito, ni fu ni fa y, en la alcoba, epiceno.
Así lo dicta el avatar de nuestro tiempo. Ya gira el carrusel y aquello que estaba aquí tan familiar, tan firme, tan a la mano, tan imperecedero -la eternidad, el alma, el ardor que no se apaga, la continuidad de los anhelos- desapareció sin remisión hasta que en otro giro vuelva (aunque ese giro acaso ya no lo veremos). Y sin embargo, aún quedan remanentes de naufragio: escucha a veces uno un jamás inapelable, un sí que resplandece, un para siempre que circula inexorable desde unos labios susurrantes hasta un oído atento: esas palabras que -como aquel miembro que quedó marchito y que sentimos que aún escuece aunque nos fue amputado ya- se arrastran en la noche cual fantasmas por el hogar de una generación que ya no cree en ellos. Porque ¿qué fue lo que decía amar aquél y cómo le correspondieron? ¿Dejaste alguna huella o fue tu paso sólo pasajero? ¿Qué fue lo que nos hizo arder y consumirnos? ¿Ha sido todo aquello realidad o sueño? ¿Qué diferencia hay? ¿Importa acaso? Pasemos página... ¿Qué hay de nuevo (aunque no es nunca nada nuevo)?
"Así vivimos, siempre despidiéndonos", escribió Rilke. Pero eso fue en un tiempo en el que aún era posible decirle a algo adiós y no en el nuestro, en el que no podemos despedirnos ya del todo, ni hay ya siempre, ni aun podríamos convencernos de que eso que una vez llamamos vida ha sido algo más que aquel lejano redoble de campanas que no sabemos si inventamos o si es que aconteció de cierto. La vida aconteció sin duda; pero eso fue en otro azar del carrusel del tiempo.
Las ideas de que es capaz la mente humana son avaramente limitadas; los sentimientos que nos agitan caben incluso en el corazón más pequeño. No es, pues, extraño que el tiempo sea un carrusel en el que giran ajadas e incesantes criaturas que ora se esfuman y ora comparecen en un ciclo tras otro, y otro tras otro, haciendo aparecer de nuevo lo que no es ni fue ni será nunca nuevo.
El avatar del carrusel nos hace hoy vivir en el imperio de lo efímero. Las relaciones se han distendido en contactos, los caprichos dilapidan la herencia minuciosa del deseo, el amor eterno dejó de ser el alimento de la lírica para convertirse en pasto del cinismo, el chiste, la ironía. Ya ni siquiera existe esa figura cándida de los comprometidos (tan poca eternidad cobijan las promesas). Pero esto no conlleva que todo lo sintamos como perecedero. Hoy nada pasa nunca totalmente, ni por tanto nada deja de pasar del todo. Las cosas se resignan a su cotidiano acabamiento en el horizonte no de un fin, sino de un continuará en donde lo que ya ha cesado queda cautelosamente abierto. Hasta la muerte y el olvido parecen tener fecha de caducidad: hoy nadie dice ni a nada se le dice adiós, sino tan sólo un tímido hasta luego.
Este terror ante lo terminal, lo radical, lo imperativo se refleja, por supuesto, en el lenguaje. Palabras como compromiso, gloria, ley, destino; y tradición, deber, raíces; verdad, mentira; bien y mal y nunca y siempre y nada y todo afrontan su silenciosa desaparición. No extraña, pues, que lo directo, la expresión tajante y sin matices, también padezca su callado acabamiento. Entre la realidad y las palabras que la designan, la línea recta es hoy el único camino que nos ha sido vedado: navegamos los meandros del circunloquio, como si la luz demasiado violenta de determinadas palabras nos dañara los ojos: ya no hay gente malvada (tan sólo complicada o disruptiva) que deba recibir castigo y escarmiento (porque es que no hay castigo, sino a lo sumo pedagógica sanción); no hay tontos (que nunca son hoy tontos, sino especiales o tal vez idiosincrásicos) que esparzan su irritante e incansable estupidez en torno; ni hay -ni mucho menos- individuos nobles, ejemplares y modélicos (la virtud y la excelencia no son modelos, sino incómodos recordatorios de lo que podemos ser pero no somos). Ya no hay siquiera gordas (hoy son llamadas rellenitas) a las que uno anhele achuchar -no sin lujuria- sus lorzas cimbreantes o de las que tema -no sin sensatez- su precipitación grasienta y sicalíptica sobre nuestro escuálido esqueleto.
Es un desinflamiento semántico (que no dietético; otro fantasma recorre hoy Europa: los obesos) en el que se disuelven y confunden las ideas y los sueños de que estamos hechos. No se tolera ya lo desigual, lo distintivo, lo señero; no hay ya cenit ni hay nadir: todo se abisma en una sorda igualación de mediodía sin orillas. Cada concepto encuentra su fatiga antes que el pensamiento alcance a recorrerlo hasta su extremo. Porque es bien cierto que hoy no hay nada, ni nadie hay que sea malo o bueno; ni Pepe es ya mejor que Juan, ni es la Angustias peor que la Consuelo; tampoco hay especimen que sea macho o hembra. Todo se quiere medianito, ni fu ni fa y, en la alcoba, epiceno.
Así lo dicta el avatar de nuestro tiempo. Ya gira el carrusel y aquello que estaba aquí tan familiar, tan firme, tan a la mano, tan imperecedero -la eternidad, el alma, el ardor que no se apaga, la continuidad de los anhelos- desapareció sin remisión hasta que en otro giro vuelva (aunque ese giro acaso ya no lo veremos). Y sin embargo, aún quedan remanentes de naufragio: escucha a veces uno un jamás inapelable, un sí que resplandece, un para siempre que circula inexorable desde unos labios susurrantes hasta un oído atento: esas palabras que -como aquel miembro que quedó marchito y que sentimos que aún escuece aunque nos fue amputado ya- se arrastran en la noche cual fantasmas por el hogar de una generación que ya no cree en ellos. Porque ¿qué fue lo que decía amar aquél y cómo le correspondieron? ¿Dejaste alguna huella o fue tu paso sólo pasajero? ¿Qué fue lo que nos hizo arder y consumirnos? ¿Ha sido todo aquello realidad o sueño? ¿Qué diferencia hay? ¿Importa acaso? Pasemos página... ¿Qué hay de nuevo (aunque no es nunca nada nuevo)?
"Así vivimos, siempre despidiéndonos", escribió Rilke. Pero eso fue en un tiempo en el que aún era posible decirle a algo adiós y no en el nuestro, en el que no podemos despedirnos ya del todo, ni hay ya siempre, ni aun podríamos convencernos de que eso que una vez llamamos vida ha sido algo más que aquel lejano redoble de campanas que no sabemos si inventamos o si es que aconteció de cierto. La vida aconteció sin duda; pero eso fue en otro azar del carrusel del tiempo.
Adiós, por tanto, adiós. O es quizá mejor decir no adiós sino hasta luego.
14 comentarios:
Francisco, sólo decirte que este es uno de los mejores textos (en mi opinión) que he leído de tu mano. Comentar, agregar o confirmar sería tan vano como repetitivo.
Un beso grande y gracias.
¡Genial!
Así, clarito y contundente.
Te admiro, un placer haberte encontrado, una suerte.
Las palabras nunca dicen adiós.
:)
Comparto el comentario de Idea. Creo que rara vez te he leído un texto más perfecto, más completo, y sobre todo con el que pueda estar más de acuerdo. Comentarlo sería ensuciarlo. Sólo queda agradecerte un nuevo lugar común. Un beso.
yo pienso que siempre es mejor decir hasta luego........
Es levemente abusivo el uso de "hasta luego".
Me lo dice mi compañero de Lengua al salir del Instituto el viernes.
Espero no verlo hasta el lunes!
Me lo dice mi vecinita a las 22h en el ascensor y no sé si es una proposición que rebasa los límites del saludo protocolario.
No soy profesor de Lengua sino de Matemáticas. Quizá ni profesor ya.
Francisco,
Este articulo me ha recordado a un comentario que hiciste en una de las clases.
Recuerdo que comentabas lo ‘’políticamente correcto’’, si una persona es negra, ¿Por qué hay que llamarla de color? Yo soy blanco y no me ofendo por que me digan que lo soy-decías-.
Hoy en día,- en mi modesta opinión-, nunca se llaman las cosas por su nombre, sentimos miedo, quizás miedo a dañar con palabras, y se prefiere dañar con los actos...
Nada es blanco o negro, solo gris. Quizás estemos presos entre el ‘’siempre’’y el ‘’adiós’’.
Me sumo a los comentarios que opinan que es uno de los mejores artículos que he leído en este blog.
Aunque un poco tarde, felicidades, ‘’San Francisco’’.
Idea, Annabel, Silvia, Sandmann,
Gracias, amigas y hermano. :-)
***
Anónimo,
Espero que sus próximas trevesías en ascensor con su vecinita tengan la duración exacta que usted desee.
A los profesores quieren convertirnos en psicólogos, guarderos, trabajadores sociales, animadores culturales, enfermeros, comisarios políticos, sparrings... En realidad, no somos más que certificadores de mentiras (garantes, vía aprobado, de que sigue existiendo eso que se llamó cultura humanística y científica).
Suerte.
***
Muchas gracias, Cristina.
A mí me han llamado de todo. Y no siempre sin razón. Incluso me han llamado santo (De la justicia o injusticia de ese calificativo no seré yo quien se pronuncie).
¿De esas cosas hablaba yo en clase? Yo debería haber hablado de Shakespeare...
(Ya me contarás cómo te va este curso con tus nuevos profesores)
***
"Hasta luego" a todos.
Fran, tienen razón ellos: el texto es impactante. Usas la prosa con rima y el ritmo de la música. Pero como en toda teoría, existen las excepciones,y yo puedo decirte alto, sernamente y claro, que sí, para siempre.
Besos.
(saludo a Sandmann desde aquí, y a Elena).
la rupi!!!!!!
rupi, yo sólo añadiré algo: para siempre mi cuñadísima!!!
Ayyyy, mi pequeño Antonio, tan lejos y tan cerca...!
Cuñaoooo, pronto nos veremos!!!
Mua!
Rupina.
Saludos Francisco,
¿He leído bien?,¿Te han llamado santo? Me temo que la persona que te lo dijo o te ve con muy buenos ojos o es familiar tuyo, lo mío no iba mas haya de una felicitación y un toque de ironía...aunque bueno algún que otro milagro si que has tenido que hacer...o que aguantar.
Si, si señor, de lo políticamente correcto andabas hablando, parecía aquello un mitin mas que una clase de lenguaje y literatura, de Shakespeare, que yo recuerde, no te he oído hablar...
Con respecto a mis nuevos profesores, no es demasiado apropiado comentártelos por aquí, escaseo de comentarios, por esto estoy pensando en hacer comentarios críticos sobre tus artículos y después puedes corregírmelos.... es broma,¡no te asustes!.
Acabo de estar ojeando un blog de un escritor gaditano, José Antonio Benítez Ariza quizás te guste navegar por sus letras: http://benitezariza.blogspot.com/
Un abrazo.
Lo que daría yo por volver a aquellos mítines...
Abrazo nostálgico.
Lo que daría yo por volver a aquellos mítines...
Abrazo nostálgico.
R.
Querido Sandmann y pequeña Rupi,
Ni siquiera el peso de vuestro cariño y vuestra nostalgia conseguiría convertirme en un hombre casado.
Un abrazo enorrrrrrrrrrme.
***
Te juro, Cristina, que me estoy reformando. Ahora hablo de Macbeth y del rey Lear y he dejado de despotricar: me entrego a mis pasiones y abandono, ay, mis anatemas. :-P
Me gusta mucho el blog que me recomiendas. Di con él, precisamente, mariposeando una mañana en un ordenador del instituto.
(No se lo digas a nadie; pero una amiga profesora les ha pasado algunos de mis textos a sus alumnos. ¡Qué experiencia leer sus comentarios!)
Gracias por tu recomendación y un abrazo.
***
Otro abrazo para ti, R.
Espero que el camino sea ya más fácil de recorrer (para ello no sólo es preciso el restableciento de los pies; también del corazón) :)
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