martes, 5 de octubre de 2010

¡Ojo!

Clamar contra la idolatría a un artista, a una idea, a un duce, a un amado (sobre todo: a un ombligo). Nada más pertinente. Pero cuidado, iconoclastas: vuestra desautorización de los idólatras no justifica necesariamente la del idolatrado.

(No niega la fe ciega la ciencia de la luz.)

2 comentarios:

J. dijo...

Bueno, mi estimado Sianes, no me tenga por un iconoclasta integrado. Ocurre que a mí estas diatribas me resultan graciosas. Sólo eso. Con el transcurrir del tiempo he perdido mi capacidad de indignación, que dejo para la ubicua tribu de los tertulianos televisivos y radiofónicos (suerte tiene vd. de no tener televisor; le recomiendo que prescinda también de la radio). Todo esto que dice Mendoza confirma que, vistos de cerca, nuestros “maestros antiguos” están llenos de defectos. En eso Bernhard tenía razón. La exquisitez, como ve, es privativa de los “aprendices modernos”.

Francisco Sianes dijo...

¿A usted, querido J.?

Líbreme Dios de reducirlo a un estereotipo.

Este comentario iba dirigido a los iconoclastas que -como hace en parte Mendoza- extienden al artista (o no artista) idolatrado su justísima recusación de los idólatras.

Pocos habrá menos mitómanos que yo; pero comprendo que Nietzsche no es culpable de la beatería de los nietzscheanos, ni Leonardo responsable del histerismo "giocondero".

Dicho esto: en el ámbito artístico, me divierte mucho más el denuesto que el halago, la polémica que el compadreo. Por su propia naturaleza, las controversias críticas son como las mujeres al teléfono: entretenidas e inagotables.

Y descuide: la antena de la mi equipo de música está jodida. Amigo: siempre nos quedará internet...