viernes, 23 de enero de 2009

Querer saber si llueve (y 2)

No quiero ser apocalíptico. Leo a Ortega:
Lo de menos es que el lenguaje sirva también para mentir. La mentira sería imposible si el hablar primario y normal no fuese sincero. La moneda falsa circula sostenida por la moneda sana. A la postre, el engaño resulta ser un humilde parásito de la ingenuidad.
No quiero ser ingenuo. Contemplo el mundo: el mentiroso es aquel que pretende obtener el mayor beneficio con la menor inversión de sinceridad. Esta dinámica, convertida en valor de cambio, extrapolada a todos los órdenes, sostenida por todos los individuos, genera una economía social especulativa e inflacionaria que, inexorablemente, acaba colapsando el sistema. La vida se ha convertido, como los créditos hipotecarios y el matrimonio, en un fraude institucionalizado.

Mentimos porque hemos aprendido que es más fácil engañarnos que arrostrar los hechos. Si logramos convencer y convencernos de que somos como deseamos ser, de que deben ser las cosas como son, nos exoneramos de la ingrata y ardua tarea de cambiar el mundo y de cambiarnos. Un mundo feliz, perfecto, no precisa que lo transformemos. El emperador, todos, vamos desnudos; pero hemos alcanzado un pacto tácito para disimulárnoslo. Aquel que nos obliga a reparar en nuestra desnudez es declarado loco o convertido en mártir.

Pero ¿qué sucede cuando el oxígeno de la caverna se ha agotado, cuando los presos nos vemos obligados a salir a la despiadada y heridora luz de lo real? Somos cegados por la intensidad de la desilusión. En Norteamérica, profecía encarnada de Europa, los ciudadanos pasan el 90% de su tiempo libre frente a una pantalla; el 30% es dependiente de los antidepresivos. ¿No escuchamos exigir a nuestras almas más Prozac y menos Platón? En el laberinto de los días enmascarados, para los ciegos voluntarios, el hilo de la verdad acaba conduciendo fatalmente a la morada de Asterión.

¿Dónde está la verdad? Antaño se disimulaba, retorcida, en la profecía y en el oráculo. Se ocultaba bajo siete sellos esperando su apocalipsis, su revelación. Hoy se guarece en los archivos de nuestros ordenadores, en el vientre hinchado de los celulares, en las susurradas confidencias telefónicas, en desnudos a la luz forense de nuestras webcam.

Parece absurdo y, sin embargo, es la pura verdad que, puesto que todo lo real es una nada, la única realidad y la única sustancia del mundo consiste en las ilusiones. (Leopardi) ¿Hay una realidad al norte de la desilusión? La hay. Aquella que desvela el arte, esa cosa trémula y precisa. Así nos la describe Samuel Beckett:
Pero he terminado por comprender su lenguaje. Lo he comprendido, lo comprendo, quizás erróneamente. No es ése el problema. ¿Es decir, que ahora soy más libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces entré en casa y escribí Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía.
En su capacidad para decir lo que no es se cifra la miseria y la grandeza del verbo: sus laberintos enmarañados y su claro abierto al cielo; engaño y epifanía. La mentira y la poesía son hermanas que, como Caín y Abel, están emparentadas por el sacrificio y por la sangre: no pueden habitar la misma tierra; pero han de hacerlo. La mentira es el pecado original porque enturbia la limpieza y la claridad del mundo: tergiversa el pasado y engatusa al futuro. La poesía es un relámpago que resquebraja la más densa niebla: ilumina lo real, es presente continuo. La poesía nos libra del mandamiento único del engaño: haz de la verdad, que no existe, una mentira mejor que ella. El poeta (y quién puede serlo siempre; y quién no lo es alguna vez) está comprometido con la lluvia. Pero, para desear que llueva, es preciso saber (querer saber) que no llueve.

Pienso en la figura de Marichalar, disimulada en su cerúlea fiesta taurina. Y la imagino contemplando, a través de los vacíos e interminables pasillos del museo, las sombras de la familia real de la que fue arrancada (por qué el adiós; quizá tan sólo fue mi sombra la que acompañó a sus cotidianas sombras); contemplando más allá, a través de los inalcanzables ventanales, fugitivos pájaros al otro lado de todas las distancias; contemplando la lluvia inútil que azota los cristales y que cae interminablemente sobre el mundo (de qué manera cobijarme, de qué manera deshacerme bajo su invisible manto) con sus abiertos ojos ciegos.

7 comentarios:

doscontratres dijo...

"Hay una época de la existencia en que uno decide ser sólo sus sueños, y el surrealismo es una adolescencia en cuanto que quiere alimentarse de sueños. Hay una madurez, un clasicismo —a cualquier edad de la vida— en que optamos por nuestra razón, por nuestro rigor, por nuestra estatura."
Francisco Umbral, en el comienzo de "Mortal y Rosa".
Porque no podemos asumir todas las verdades ni todas las mentiras, elegimos las nuestras y cargamos con ellas. Y las que no asumimos permanecen en sombra mientras nos dejan vivir. El mundo pesa mucho cargado a la espalda.
Un abrazo de verdad.

Rocío dijo...

Precioso artículo, Fran. Sigues siendo mi ídolo.
Besos,
Rocío.

Francisco Sianes dijo...

Habrá que colocar el mundo en otro sitio (como mínimo, a la altura de los ojos).Todos somos Marichalar.

Un abrazo, querido amigo.

***

Amo a ve, amo a veeee... que estás más perdíaaa...

Ay, mi pequeña Rupi, ¡tú sí que eres mi "ídola"!

¡Guapa y más guapa!

Elena dijo...

“A penas he lanzado una mirada… y ya me ha crecido una pierna o un ala”

Tú, que con tus palabras, con tu cuerpo, me despiertas en en mitad de la noche arrojándome al mundo, a la luz del manto de lluvia, vencedora y vencida. Miénteme, te lo ruego, dame algo donde cobijarme de esta ausencia.

Abrazo emocionado.

Francisco Sianes dijo...

Elena,

("¡Miénteme, Pinocho, miénteme!")

No proyectan sombra los cuerpos que se han vencido, que se han ganado. Es preciso que sus corazones latan al compás de una ternura, de un deseo entrevisto, pero aún no experimentado.

Arrumacos para ti.

Elena dijo...

Ups! ¿Quién dijo victoria?
No, no fui yo… ¡Debió ser una de mis 49 hermanas!


Besos en la penumbra.

Francisco Sianes dijo...

Elena,

(...)

Y, por si no te queda claro, más

(...)

:'-)