Día a día asisto al imparable hundimiento, a la agonía imperiosa del sistema educativo. Siempre ha habido generaciones que (errada o acertadamente) se han considerado inferiores a las precedentes; pero los individuos que las conformaban sentían esta devaluación como una deshonrosa mácula. Desde la admiración, el honorable deseo de emulación, hasta el decoroso avergonzamiento ante la conciencia de la falta, se tensaba el hilo que unía a una generación con su mitificada predecesora. La nuestra es, sin embargo, la primera generación en siglos (quizá en toda la historia de Occidente) que no sólo reconoce su inferioridad inabrogable, sino que la asume con indiferencia, cuando no con complacencia jactanciosa. Nietzsche se equivocaba: trasvalorados todos los valores, situada la existencia más allá del bien y del mal, la humanidad no ha alumbrado al superhombre, sino al infrahombre. En el triunfo y la apoteosis del espíritu de masa, el hombre es -al fin- la medida de todas las cosas pequeñas.
viernes, 24 de octubre de 2008
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3 comentarios:
Francisco, ¿en qué hondonadas te habrás sumergido para volver con tanta fuerza? Magnífica reflexión, igual que ¿Qué tiempo es éste?
Un beso grande
Asistir al hundimiento de un sistema, (a veces una desgracia, otras suerte, según observador, es como asistir a la muerte.
Al apagar la máquina del respirador artificial, solo queda decir adiós a aquello que de forma natural y espontanea ya no se sostiene.
Sin embargo, el hilo conductor, la vida, sigue su cauce.
La masa, como todo fondo, continuará haciendo emerger figuras que (tarde o temprano) volverán al fondo. Quién enriquece a quién es como jugar al juego del huevo y la gallina, así que habrá que empezar por cultivar lo que esté más al alcance.
Título demasiado glorioso para un proceso de degeneración tan vulgar, ¿no crees?
Un beso, queridísimo.
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