sábado, 1 de septiembre de 2007

La escuela de la esperanza

Dedicado a mis compañeros de trabajo.


Los profesores sabemos conjugar los verbos del desaliento.

Ahora que comienza un nuevo curso, quiero recordar las palabras, la consoladora lucidez de uno de los grandes maestros vivos. Reproduzco algunas reflexiones de George Steiner sobre la educación y la labor del profesor. Son parte de una conversación que mantuvo con Antoine Spire en radio France-Culture (los franceses y su amor por la palabra), publicada en España por el Taller de Mario Muchnik.

La primera -como advierte el alarmado entrevistador- sería anatemizada por los ideólogos y turiferarios de nuestros sistema educativo. Contraponer estas palabras a la jerga psicopédagógica que infesta los institutos españoles es como asistir, tras la tormenta, al rompimiento de gloria.

ANTOINE SPIRE: Dice usted que nació minusválido de la mano y del brazo derechos, y que cierta dosis de voluntarismo de sus padres... porque hay un voluntarismo cultural (del que acabamos de hablar) y se necesita un asombroso voluntarismo para forzarlo a escribir con la mano derecha minusválida. Creo que le ataban la mano izquierda a la espalda, para obligarlo a escribir con la derecha. ¡Sería incomprensible hoy día!

GEORGE STEINER: Pues verá: ¡lo siento por hoy! Una vez que aprendido el hecho de que un pequeño hándicap es, al contrario, un gran privilegio, es decir una escuela de esperanza, una escuela de voluntad donde se califica cada progreso, el hecho de que para atarse los lazos de los zapatos uno necesite un año de ejercicio (cuando ya existían los cierres de cremallera)... es de eso precisamente de lo que estamos hablando: o sea, en lugar de decirle al niño "Pobrecito te facilitaremos las cosas", se le dice: "¡Qué suerte tienes, te las haremos más difíciles!" Sin caer en la más mínima presunción, créame, comprendí muy muy pronto una de las máximas preferidas de mi padre (es de Spinoza), que dice que "la cosa excelente ha de ser muy difícil" ¡Que sí, es exacto! Para nada se trata de castigar. Hoy, cuando todas son terapias de facilidad, creo que es mucho más difícil crecer con alegría -y subrayo alegría. La lucha por resolver los problemas cotidianos: tuve la suerte inmensa de tener padres que lo habían comprendido. No había nada sádico ni de siniestro: cuando llega el éxito es una risotada de alegría.
Pero la cultura no es un don, es una conquista. Y hemos decidido que la alegría del saber es una conquista demasiado costosa: siempre una victoria pírrica contra la barbarie. ¿Para qué esforzarse?

Freud creyó que (...) jamás la cultura, la civilización podrían resistir a las pulsiones profundas de destrucción y sadismo. Me doy cuenta otra vez, a mi edad, al cabo de cuarenta y cinco años de enseñanza, que también en la enseñanza hay una parte, a veces, de sadismo, de dominación. La palabra inglesa es muy bella, viene del latín praepotens: intentar imponer el propio conocimiento. La cultura es algo de elite, y dice Goethe: "La verdad pertenece a muy pocos". Sucede que en este planeta el noventa y nueve por ciento de los seres humanos prefiere, y están en su derecho, la televisión más idiota, la lotería, el Tour de Francia, el fútbol, el bingo antes que Esquilo o Platón. Durante toda la vida uno espera equivocarse y cambiar el porcentaje mediante la enseñanza, la diseminación de museos, el sueño de Malraux, las casas de la cultura. ¡Pero no! El animal humano es muy perezoso, probablemente de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que exige. Aprender una lengua, aprender a resolver una función elíptica no es nada divertido. Es con el sudor del alma como se aprenden estas cosas. La mayoría dice: "Pero por qué? ¿Qué gano con ello?" Las luces decían: "Poco a poco, gracias a la escolarización, el porcentaje cambiará". Ya no lo creo o, al menos, ya no estoy convencido de ello.
Nos lo reconozcamos o no, es algo que todos sabemos. Pero, ante este conocimiento, podemos tomar dos caminos: la lucha o la rendición. Conocemos la respuesta de la mayoría de los políticos, padres y pedagogos y (lo más estremecedor) de buena parte de los profesores. Ante las dificultades de la auténtica formación, la anestesia de la voluntad y del raciocinio. Los valores del esfuerzo y la disciplina han sido devorados por lo lúdico: hemos convertido nuestros hogares en guarderías; nuestros centros educativos, en clubes sociales; nuestra sociedad, en un gigantesco parque de atracciones para cuyo acceso sólo es necesario el pago de la costosa entrada.

Y sin embargo, los profesores:

Debemos enseñar -no, eso es demasiado arrogante: debemos dar el ejemplo. Lo dije en la Sorbona, en París: somos invitados de la vida. ¡En este pequeño planeta en peligro debemos ser huéspedes! El francés tienes un término milagroso casi intraducible: la palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. ¡Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró. Creo que es nuestra misión, nuestra tarea. Sé que es pomposo hablar de misión -no encuentro la palabra adecuada-, es nuestra vocación, nuestra llamada al viaje con los seres humanos, a ser siempre los peregrinos de lo posible. Y eso excita a los demás a la vez admiración y odio, simpatía y miedo.
La admiración y la simpatía de los menos. El odio y el miedo de los más. Es de justicia decirlo.

Y sin embargo:

Hay una bellísima costumbre talmúdica (...): al final de un largo diálogo sobre problemas demasiado difíciles uno puede permitirse la anécdota. Y espero que usted me lo permita, porque contando historias es como uno intenta comprender. Bajo Brezhnev -que no era lo peor, era grave pero no era Stalin- había una joven rusa en una universidad, especialista en literatura romántica inglesa. La metieron en un calabozo, sin luz, sin papel, sin lápiz, a causa de una delación idiota y completamente falsa, ni falta hace aclararlo. Conocía de memoria el Don Juan de Byron (treinta mil versos, o más). En la oscuridad lo traducía mentalmente en rimas rusas. Sale de la prisión habiendo perdido la vista, dicta la traducción a una amiga y ésa es ahora la gran traducción rusa de Byron. Ante ello, me digo varias cosas. En primer lugar, que la mente humana es totalmente indestructible. En segundo lugar, que la poesía puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible. En tercer lugar, que una traducción, incluso con la imperfección humana, traduce lo que traduce, lo cual es otra manera de decir que hay una relación entre lenguaje y realidad. Y en cuarto lugar, me digo que debemos ser muy felices.
Los profesores sabemos también conjugar los verbos de la esperanza de esa lengua al norte del futuro en la que Steiner nos habla desde hace años. Para ser buenos maestros debemos ser también buenos alumnos. Quiero escuchar a uno de mis maestros: "La poesía puede salvar al hombre". Así que cedo la palabra a los poetas. Paul Valéry escribió: La esperanza es la resistencia del ser ante las previsiones de su mente. Y, aun cuando esa resistencia acaba en derrota, Claudio Rodríguez, otro poeta, responde: Estamos en derrota, nunca en doma.

Los verdaderos maestros, peregrinos de lo posible, saben que es una batalla que merece la pena librar. Una batalla que merece la pena ganar. Que incluso merece la pena perder.

4 comentarios:

Luis Inclán García-Robés dijo...

Acabo de descubrir tu blog y te felicito por la iniciativa. He leído, sobre todo, las entradas referentes a educación. Me han gustado mucho 'La arquitectura del ocaso' y esta última. Si me lo permites, pienso hacer una referencia breve en mi blog. Aunque centrado en la antigüedad clásica, de vez en cuando escribo algo sobre temas educativos más generales.
Enhorabuena por el acierto y la seriedad de cuanto escribes.
Un cordial saludo.
Luis.

Francisco Sianes dijo...

Por supuesto, Luis. Puedes citar o reproducir cualquier artículo de este blog cuando y donde desees.

Mañana pasaré por el tuyo. Muchas gracias por tus amables palabras.

Un saludo cordial.

VCD dijo...

Quizás demasiadas veces los maestros piensen al terminar el día que lo único que han conseguido en sus alumnos es demorar una derrota más. Pero, te aseguro (y bastante emocionada) que son inolvidables las satisfacciones e incontables los triunfos que nos habéis descubierto y acercado a muchos, muchísimos alumnos (a veces, alumnos que quieren serlo siempre).

Un saludo

Francisco Sianes dijo...

Te lo agradezco mucho, Edelweiss.

Son palabras como las tuyas las que hacen que merezca la pena.