Basta que lo terrible se repita para que comencemos a aceptarlo; basta con que se vuelva una costumbre para que propendamos a justificarlo. Tomamos lo azaroso (una patria, un amor, el propio rostro) como algo destinado y como tal lo amamos. Del mismo modo, despreciamos el fruto en mano por aquel que de la rama pende y nos reclama, el sí entregado por un esquivo acaso. Vértice del conformismo y de la ingratitud con el ahora, el hombre es el ser que santifica lo acontecido contingente como mitología y el porvenir conjetural como utopía.
viernes, 20 de julio de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Genial. En mi país hay mucha terriblidad y la gente empieza a acostumbrarse de la misma manera que aman la patria. Saludos!
¿De dónde es, Ericktng?
Publicar un comentario