lunes, 27 de febrero de 2012

El intelectual melancólico (1)

Leo El intelectual melancólico, un panfleto de Jordi Gracia que ha generado un cierto debate sobre algunos pecados intelectuales. Para quienes no lo hayan leído (háganlo), les dejo aquí una entrevista al autor, donde expone las líneas maestras de su librito:



Gracia presenta su ensayo como el diagnóstico (yo diría el psicoanálisis) de una "tipología moral" de intelectual cuyas críticas "catastrofistas" están motivadas "por el propio perfil psicológico del intelectual más que por los datos objetivos de su análisis". Irónicamente, el interés fundamental del panfleto es que se trata de un ejemplo paradigmático de la miopía que diagnostica.

El panfletista no identifica a los intelectuales melancólicos; pero es evidente -el propio Gracia lo reconoce en la entrevista- que el modelo diseccionado es su colega Jordi Llovet, tal como se presenta en sus memorias Adiós a la universidad (cuya lectura también les recomiendo). Este emborronamiento de los criticados no es una aplicación elegante del "se dice el pecado, no el pecador" sino -así lo afirma Gracia- una estrategia para no fajarse con lo anecdótico dejando intacta la categoría.

En realidad, estamos ante una "falacia del hombre de paja" de manual. No es que el autor cubra con un manto de piadosa sombra los modelos reales, es que se desentiende de cualquier modelo real. Obviando las declaraciones concretas (y contextualizadas) de intelectuales concretos, Gracia puede permitirse caricaturizar el discurso alarmista de forma que este ofrezca su perfil más fácilmente recusable.

Si el objetivo de El intelectual melancólico es proveernos de argumentos para combatir los excesos del catastrofismo intelectual, bien está; pero lo instructivo habría sido realizar el análisis de críticas concretas sobre la decadencia del sistema educativo, la autoridad intelectual y las humanidades e impugnarlas con los argumentos y “datos” que el autor reclama a los presuntos "melancólicos".

Sostenía antes que, más que un diagnóstico, Gracia realiza un psicoanálisis, pues incurre en la extendida y perniciosa tendencia de psicologizar un problema social sistémico. Gracia no para mientes en la jibarización de los programas educativos y, pese a ello, el crecimiento del fracaso escolar (desde la enseñanza primaria a la universitaria); ni en la conversión en guardería de la enseñanza primaria (… y secundaria); tampoco en el aumento de los niveles de ruido, indisciplina y violencia en las aulas (incluso las universitarias); ni el provincianismo antiilustrado y cavernario fomentado por los nacionalismos; ni la cuasi desaparición de las disciplinas humanísticas en los institutos (pérdida de horas de literatura y filosofía; marginación del latín y el griego…); tampoco en el fraude esperpéntico de las pruebas de acceso a la universidad; ni en los “cursos cero”; ni en el infantilismo de los programas boloñeses; ni en el paripé sonrojante de los estudios de postgrado; tampoco en el descenso de nivel de exigencia en las oposiciones de acceso a la enseñanza primaria y secundaria (las últimas se han regalado de facto a los profesores interinos); ni en la perpetuación del sistema mafioso y nepotista de selección del profesorado universitario. Aquí tenía el panfletista críticas concretísimas sobre la decadencia de las humanidades y del sistema de enseñanza español que habría sido instructivo rebatir con datos, números e interpretaciones alternativos. Una oportunidad perdida.

Pero su arsenal dialéctico tiene la mira puesta en otros objetivos. Gracia encuentra en el fondo de la alarma crítica “la frustración en el límite de la edad productiva, el desengaño ante las mutaciones sociales imprevistas, la herida abierta de una vanidad nunca estabilizada” de unos intelectuales cuya genealogía altoburguesa y temperamento elitista procura subrayar; intelectuales cuyo discurso apocalíptico “es un disfraz elegante de una nostalgia por la trascendencia que, en España al menos, no osa pronunciar su estirpe católica”. Sí: estamos ante “idealistas desengañados, porque el cristianismo es a menudo un idealismo perfecto para fabricar resentidos de por vida”. Permítanme la guasa: hemos pasado de la conspiración judeomasónica a la frustración pijocatólica. ¡Con la iglesia (progre) hemos topado!

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