miércoles, 3 de noviembre de 2010

Ardides

para convertirse en un autor de culto: morir joven (aun mejor si acontece en circunstancias trágicas), precipitarse a una existencia desaforada o guarecerse en una invisible. El mercado literario sólo tolera tres operaciones con la divisa de la vida: el sacrificio, la sobreexposición y el sfumato.

5 comentarios:

Francisco Sianes dijo...

Lorca, Hemingway, Pynchon.

(Por ejemplo)

***

La locura: el ardid de los ardides.

J. dijo...

Si puedo escoger me quedo con el sfumato. Eso, la invisibilidad, ya la traemos de serie ¿No le parece, pues, un poco ridículo eso de tener que mostrarse primero para luego desaparecer, para volver al lugar del cual venimos? Un pasito p'alante, un pasito p'atras...

¿Y qué me dice de vd., amigo Sianes, un embaucador de "mujeres inverosímiles"? ¿No le da vergüenza convertirse en autor de culto aprovechándose de seres adictos a la ficción?

Reciba vd. un pynchoniano abrazo...

Francisco Sianes dijo...

A ciertas edades, no se sale impune de la temeridad: uno está ya más para velar que para exponer sus vergüenzas (incluido el ego).

¿Embaucador yo, autor de culto? (Le dijo la sartén al cazo...) Sepa usted, amigo J., que mis ficciones extienden cheques que mis hechos no pueden pagar. Y eso lo acabo pagando. ;-)

Un abrazo cómplice.

J. dijo...

Ah, pero eso nos ocurre a todos, estimado Fran, la fuente de nuestra insolvencia está en nuestras mejores palabras.

Francisco Sianes dijo...

Para las adictas (criaturas ávidas, insaciables), las insuficiencias genéricas nunca disculparán las insuficiencias particulares...

(Ay)