lunes, 11 de enero de 2010

Un jirón (1)

A ti, que fuiste real por ser imaginaria.

Levanto la vista del libro y la encuentro ante mí. Tiene el pelo castaño, levemente ondulado; cuerpo menudo, atlético. Sus ojos son dos almendras redondas. Los labios dibujan su hambre. Sus manos y pies, tan pequeños. Sobre su rostro, una constelación de pecas. Qué dolorosa juventud. ¿Peruana? Tiene la luz y la penumbra en las que al fin me siento deseando.

No es infrecuente que, cruzando la ciudad en metro, atravesando el campo en tren, el cielo en un avión, se nos acerque una mujer desconocida a la que, tras un cruce de miradas (a veces ni siquiera llegan a cruzarse), desearemos mientras permanecemos junto a ella (y a veces esa permanencia se prolonga el curso entero de una vida, tan sólo en el recuerdo). Sólo mirándola, adivinándola con detenimiento, uno podría conjeturar (y conjetura) cómo será su olor, cómo su abrazo y sus ansiosos besos, cómo su espalda contra nuestro pecho, su mano entre las nuestras, cómo su despertar, cómo su sueño. No es fácil olvidar a esas mujeres (a veces es un rostro, un ademán; otras, tan sólo la palpitación; con eso basta), aun cuando se acercaron a nosotros sólo un breve instante, como emergiendo del azar en sombra, para volver a oscurecerse luego; mujeres a quienes rescatamos tenuemente del cerco de la inexistencia, sin acogerlas en el ámbito de lo tangible, hasta que al fin nos despedimos de ellas agradeciéndoles la vida conjetural y deseable que no compartiremos.

Sucede, pues, que renunciamos casi siempre a hacer real lo que prefiguramos; renuncia uno así a las palabras, a los gestos y silencios crueles y tenaces con los que dañará y será dañado (así acontece siempre, no se engaña). Y así sucede porque a uno ya no lo deslumbran los principios y teme los finales; teme el revés en sombra del deseo, su corolario (y el tránsito al dolor también lo teme).

Pero no es sólo miedo al sufrimiento lo que nos previene contra el curso de la realidad. También nos mueve el desengaño. Aquello que emprendemos está contaminado siempre por la insuficiencia. Hacer es elegir y elegir descartar. Cada elección es una garra que, cuando atrapa, obtura el hontanar de lo posible. ¿Qué hay que merezca ser salvado a costa de sacrificarlo todo? También sabemos que hay un poso de tristeza en todo lo que de verdad sucede, que nunca se hace nada a fondo, a corazón abierto, sin coraza. Incluso allí donde prevalecimos, algo susurra que nos nos ofrecimos por entero, que nuestra acción, por honda y luminosa que se precie, nunca deja de ser parcial y es siempre injusta, que no hay caricia sin dolor ni entrega sin herida. Tenemos nuestra historia por testigo.

Atravesando la ciudad en metro, miro a la chica que se ha sentado frente a mí y cierro el libro donde tal vez leía: No es el amor, sino sus alrededores, lo que vale la pena... La represión del amor ilumina sus propios fenómenos con mucha más claridad que la experiencia misma. Hay virginidades con un alto grado de conocimiento.

¿Qué resistencia, qué miedo, qué sordo rencor contra la vida impide que mis manos acompañen a mis ojos y mi pensamiento y que te busquen hasta darle alcance? ¿Qué me encadena a la constante y lenta rumia de lo que nunca ha sucedido ni sucederá jamás? ¿Qué instinto me previene contra descorrer el velo que te oculta en la penumbra de lo no vivido? Miro a la chica, que también me mira. Bastaría un gesto para descorrer el velo y alcanzarla. Bastaría; pero no lo hago.

Bellamente, me sonríe y vuelve al libro en el que acaso lee: Te lo he comunicado por carta no enviada. Has tenido tiempo para no llegar a la hora prevista. El tren entra por la vía tres. Se apea mucha gente. La ausencia de mi persona sigue a la multitud hacia la salida. De prisa entre tanta prisa varias mujeres ocupan mi vacío.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

jejeje, el metro es un peligro para estas cosas.
este relato me ha recordado a un corto, no sé si lo has visto, te lo recomiendo:
http://www.youtube.com/watch?v=0iM1alyOR8w

Francisco Sianes dijo...

Pues no lo he visto ni puedo verlo ahora, que ando fatal de tiempo, Angelita de mis entretelas. Ya le echaré un vistazo.

Por cierto, el jueves hay cabaret humorístico en la sala Ekeko. Pásate, si te apetece.

[Nota mental en voz alta: no es una cita galante; voy con amigos.]

J. dijo...

De eso se trata, amigo Sianes, de ser virginalmente impuros, así ni siquiera hacemos visible lo que dañamos y hasta lo descartado parece aún posible. Sobre encuentros fugaces se construye la mejor de nuestras historias, las otras tienen grandeza, pero también arrastran momentos irrisorios, con ellos el tiempo nos estafa.
Aún así, no se me pase de estoico.
Un abrazo (sin jirones).

Anónimo dijo...

hoy jueves tengo una reunión de trabajo a las 20.00 cerca de la ronda, si no se alarga demasiado me alargo al ekeko :-)

[ninguna nota mental]

Francisco Sianes dijo...

Amigo J.,

Como sabrá mejor que nadie, la escritura es puro exorcismo; aunque yo sospecho que tiene más de homeopatía. A veces, es preciso inocularse algo de melancolía para mejor sanarla. Por lo demás, de estoico tengo poco. Quizá algo más de epicúreo "moderno" (porque sabe Dios que el viejo Epicuro recomendaba darse pocas alegrías...).

Más abrazos para usted.

Anónimo dijo...

En el metro puede uno encontrarse cualquier cosa, a veces, me encuentro conmigo misma y pienso....¿de dónde vendré a estas horas?

[Nota mental: pero El Sianes tiene amigos?...y lo llevan al cabaret?...]

Anónima que no lo es tanto

Francisco Sianes dijo...

¿Y nunca te preguntas "adónde voy"?

[El Sianes tiene, ¡oh tribulación!, incluso enemigos. Y se deja llevar (claro que sólo donde quiere ir)]

Abrazos, L.