Amigos, tomo un tren en unas horas. Nos vemos en otoño.
Les deseo amores y viajes.
Viajeros (René Char. Fragmentos)
Una vez desaparecido el tren, la estación sale riendo en busca del viajero.
Camarada, he aquí tu salvoconducto para dirigirte a donde quieras -y para sufrir allí.
La sombra de la vida interviene a tiempo para preservar el lugar que le debemos en nosotros. Cuanto más altas son las montañas, mayor derecho asiste a los clarividentes de llevar el rayo de las cumbres en su bastón.
Construyeron una barca con la espuma del mar a fin de apoderarse de la orilla más distante. Esta cadena de arrecifes son ellos.
Nuestro presente se ha inflamado tanto que invocarlo es alabárselo al viento.
Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.