[Reducción fenomenológica: presentamos los hechos en la obligada generalidad del concepto, marginando las consabidas excepciones y los casos de rampante crapulismo que emborronarían las conclusiones.]
Hay dos tipos de amante. Aquellos que, empujados a la profecía, conjeturan más probable la infidelidad de su pareja y aquellos que apostarían antes por su propia infidelidad.
En el primer caso, esta convicción no procede tanto de la conciencia de la propia lealtad ni de la desconfianza en el otro como de la inseguridad en uno mismo (Es lógico que pase y que acabe descartándome... Pronto se cansará de mí). En el segundo caso, la convicción no nace tanto de la confianza en el compromiso ajeno ni de la presunción de la propia deshonestidad como del orgullo (¡Cómo podría descartarme y hacerme esto a mí! Es inimaginable. ¡A mí!).
En cuestiones de pareja, el miedo y la despreocupación no responden a criterios de objetividad ni acatan los dictámenes de la experiencia: son corolarios de la deflación y la inflación del ego, como la circunspección y la locura son, en el varón, efecto de la deflación y la inflación del bajovientre.
4 comentarios:
completamente de acuerdo, es más, es cierto.
Y ambos, perdidos en sus torpes divagaciones, no se percatan de que matan lo que les interesaba.
Ya me contarás, An, a qué categoría perteneces.
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Ana, con venir llegando a fin de mes (y no hablo sólo de asuntos pecuniarios), yo me conformo.
Ya sabe que la eternidad dura cada vez menos.
pertenezco a ambos y a veces a ninguno.
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