A finales del s. XVI, Caravaggio recibió el encargo de realizar varios trabajos para decorar la capilla Contarelli en la Iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma. Uno de ellos, San Mateo y el ángel (cuyo motivo es la redacción del Evangelio, inspirada por el Espíritu) fue rechazado. Caravaggio pintó entonces una segunda obra con el mismo motivo, pero de ejecución radicalmente distinta. Éstas son las dos versiones:
En la obra original, Caravaggio presenta a Mateo como un anciano vestido con ropa ligera, basta, oscura; remangado como un campesino, su mano izquierda sujeta el evangelio sin delicadeza, con el gesto incómodo y culpable del analfabeto que nunca ha sostenido un libro entre sus manos. En el segundo cuadro, su atuendo es más sofisticado: viste una delicada túnica naranja y una manta del mismo tono; su mano izquierda está sobre el evangelio: apoya sólo el canto, con la autoridad de quien domina el texto y como quien ha aprendido a cuidar los libros tras un prolongado trato. La incomodidad del Mateo original está acentuada por la postura que adopta al escribir: apoya el libro sobre las piernas, que cruza con la rigidez y la necesidad de protección con que lo hacemos en la silla de una sala de espera: todo en él transmite provisionalidad. En el otro cuadro, el libro descansa sobre la mesa; Mateo está de pie y apoya una rodilla resueltamente sobre un banco: transmite la seguridad de quien defiende una costumbre. En el original, el ángel (con gesto de sensual capricho y entrelazado con Mateo) sostiene y guía la mano del evangelista que, pasivo y obediente, escribe lo que traza el ángel. En el segundo, el ángel (serio y minucioso, separado del evangelista) dicta instrucciones precisas, a las que Mateo atiende esquivo. La ausencia de aureola sobre la cabeza del primero manifiesta lo que ya se nos había hecho evidente: estamos ante un hombre. Mateo, un judío. El segundo se nos presenta con su aureola: estamos ante un santo. San Mateo, evangelista.
¿Por qué fue rechazado el cuadro original de Caravaggio?
Sus compradores se negaron a exhibir la desmitificada imagen de san Mateo. Consideraron irreverente mostrar al evangelista desmañado, inhábil, asistido, un pobre hombre sobrepasado por misterios que no entiende: humano demasiado humano, en suma. Pero hay algo más.
El primer cuadro fue rechazado por la pertinencia con que representa la sumisión del hombre a su destino: algo que niega el libre albedrío de los católicos y la convicción de libertad del ser humano. La mano del ángel guía a Mateo, que no entiende lo que escribe ni por qué lo escribe, como nosotros ignoramos la razón de lo que pasa y no podemos controlar lo que nos pasa. No somos como el san Mateo que escucha al ángel con prevención y dándole la espalda, celoso de la libertad de lo que escribe; somos el Mateo que se deja llevar por lo que no controla.
Así como la imagen estudiada y tensa que mostramos en las fotos en las que posamos es contradicha por la imagen vulnerable que mostramos en las fotos que nos han robado (fotos que nos incomodan porque exhiben nuestra desnudez y dejan adivinar lo que ocultamos), el cuadro original refleja lo que somos y desnuda al tiempo la hipocresía del segundo cuadro, que nos muestra en el enaltacedor espejo de lo que deseamos ser. La inspiración, la pasión, las fuerzas creadoras y destructoras de la vida son (como el ángel del cuadro primero) jovenes, irresponsables, caprichosas: no las entendemos ni las controlamos, nos manejan como a niños desvalidos e inermes y -como Mateo y el propio Caravaggio- nos dejamos arrastrar por ellas. Y sin embargo, contamos el relato de lo que la vida ha sido como si fuéramos guionistas y no actores.
Esclavos de un destino que creemos escribir mientras somos escritos, los hombres somos instrumentos en manos del misterio. Es ese descontrol lo que tememos. Pero sin entrega a lo desconocido y al peligro ya no hay vida. Y pienso entristecido que puede más el miedo que el valor entre los hombres.
Esclavos de un destino que creemos escribir mientras somos escritos, los hombres somos instrumentos en manos del misterio. Es ese descontrol lo que tememos. Pero sin entrega a lo desconocido y al peligro ya no hay vida. Y pienso entristecido que puede más el miedo que el valor entre los hombres.
Como un escándalo familiar que la vergüenza oculta, el censurado cuadro original acabó destruido en el Berlín bombardeado del Tercer Reich: ceniza dispersada bajo escombros; la venganza del hombre contra lo que tememos ser y que en el fondo somos.
Miras esta noche el cuadro que hoy es polvo y sientes como quienes lo dieron al olvido.
No elegiste aquella tarde de agosto de 1979 para venir entre los vivos, ni elegirás la fecha ignota y ya preescrita para volver entre los muertos; no elegiste tu lengua ni tu nombre: Francisco de Asís, que loaba a Dios por nuestra hermana muerte; no elegiste tu rostro que, cambiante y uno, en el tiempo fluye como el río de Heráclito; no elegiste la muerte de tu abuelo entre acero, asfalto y sangre ni, con la suya, la presentida muerte propia aún siendo niño; no elegiste el amor, que conociste y perdiste como se pierde el rocío, ni elegiste no amar a las mujeres que no eligieron amarte; no has elegido la emoción de un Gloria en las catedrales de cristal y luz de Monteverdi, ni la pasión del mar, que descubriste en el ocaso azul de Portugal, donde termina Europa; no elegiste tus miedos, que te educaron y te educarán en los rigores del valor, ni elegirás las afrentas y los dones del tiempo, que te harán sentir, al cabo del camino, que has vivido. No has elegido las dudas, los deseos, la esperanza, los recuerdos que son hoy tu vida y que mañana marcharán contigo a no ser más que un eco de tu polvo.
11 comentarios:
Querido Frankly, o Francisco de Asís, que suena más serio y aquí no estamos solos... Precioso tu artículo. Aprendo mucho leyendo tus hermosos textos, porque es como leer buena literatura en dosis pequeñas. El final es entrañable para mí, y te agradezco, una vez más, este regalo. Un abrazo, la Rupi.
(perdonen los demás de que me haya apropiado del artículo; en cualquier caso, es un capricho al alcance de todos)
Esta Rupi......
Anda, que me tienes abandonaíto.
Ya ves: disculparte por apropiarte un artículo. ¡Tú! Que eres capaz de sacarle la manteca al Tío Gilito.
Un beso, mademoiselle "Fondito".
Hola, Francisco.
Usted me conoce en la red como "Profesor Insipiente".
Como no entiendo mucho de esto de los blogs e internet, y también me da pereza aprender, no me he complicado a la hora de elegir el camino más directo, hoy, para ponerme en contacto con usted mediante la vía "anónimo".
Su blog, o como se diga, me resulta emocionante. Muchas veces he comenzado a escribirle un comentario, pero siento la vergüenza al acercarme a usted que sentiría un niño pequeño ante alguna persona mayor que para él supone autoridad, y a la que teme defraudar.
Usted trabaja aquí a dos "palos": el desenfadado y el serio. El primero me resulta divertido y agudo. El segundo me emociona, repito.
Con sus descripciones y análisis de las obras pictóricas me ha hecho sentir que estaba ciego. Pero el "Mateo con el ángel" ha sido algo "demasiado fuerte". La pintura original, la perdida, la auténtica, la basta, tiene la fuerza, efectivamente, de lo salvaje, la belleza de lo basto, incluso de lo bruto, sin pulir, sin artificiales remilgos.
Usted ha hecho hoy que me reconozca en ese Mateo, el de verdad. Y por ello -disculpe-, me he atrevido a escribirle.
Me alegra mucho verlo por aquí, "Profesor Insipiente".
Borges aseguraba enorgullecerse más de lo que había leído que de lo que había escrito. En mi caso, más allá del placer onfaloscópico que hay en la escritura, no publicaría nada si no tuviera lectores atentos, inteligentes y generosos como usted. Gusta especialmente saber que emociona lo que con especial emoción ha escrito uno.
No dude en escribir aquí siempre que le apetezca, amigo.
Un abrazo.
Paso por aquí a devolverle su amable visita y me encuentro con una bitácora interesantísima. He leído seis o siete entradas y en todas ellas he detectado elegancia y buen hacer; algo que me reconcilia con unos tiempos en que, según aquella mordaz expresión de Gobineau, no parece que vengamos del mono, sino que vamos hacia él. Probablemente no precise usted de mis adulaciones, pero me apetece poner de manifiesto la grata sensación que he sentido al leer textos tan correctos y jugosos. Le añadiré a mis enlaces y procuraré leerle a menudo. Un cordial saludo.
Ana,
La excluiré a usted por prudencia y cortesía; pero me temo que todos vamos hacia el mono: sólo que algunos nos damos más prisa que otros.
También me temo que uno se sacia de casi todo menos de halagos. Intentaré llevar sus amables palabras con discreción.
Le devolveré sus visitas procurando no abusar de su hospitalidad.
Un cordial saludo.
Coño, esto ha tomado velocidad de crucero. A ver si me pongo al día.
Caravaggio...
Aún cuando en la segunda obra a cada personaje le da "su lugar", él deja ver algunos detalles con los que insiste en representar "su Mateo hombre" como por ejemplo el sustituir el asiento en el que estaba sentado cómodamente en la primera versión por un austero banco de madera, o también podríamos fijarnos en el intrumento con el que escribe Mateo en la segunda versión, un frágil objeto a punto de quebrarse entre los crudos y campechanos dedos de aquél que es dictado.
Nota 1: criticaban a Caravaggio por el hecho de no saber representar el vuelo de un ángel, ya que en sus obras aparecen como acróbatas más que como cuerpos divinos.
Nota 2: las oscuras alas del ángel se repiten en varias obras, como por ejemplo en "Amor victorioso". Estas alas no pertenecen a su imaginación o invención, sino que son un regalo que le hicieron.
Hablando de invención, espero que la memoria no me haya fallado y que estas puntualizaciones no sean una ilusión mía...
Un saludo
Ignacio,
Habremos de tener cuidado para no naufragar como el "Gneisenau".
Un cordial saludo.
Edelweiss,
Gracias por tus puntualizaciones. ¡Tengo que pasarme por tu blog de pintura!
Un abrazo.
El cuadro en el que el ángel le guía la mano siempre me ha resultado especialmente bonito. En clase, nos hablaban de "convencer conmoviendo", de Ribera, de Murillo, y al lado, Pontormo, con sus ángeles de puntillas. Y entonces entendía.
Un saludo, Teresa
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