Nunca soñé que podría tomar posesión de su cuerpo. Tantas veces lo había perseguido en vano. Ahora se me había entregado sin reservas y yo lo tomaría sin reservas. Era mío. Mío: su cuerpo quedaba desprotegido ante la invasión de esa palabra.
Estaba desnuda ante mí: el pelo esparcido, su vientre inerme, las piernas y la boca entreabiertas (tantas veces esas piernas se me habían alejado; tantas veces las palabras y los silencios de esa boca me habían sido esquivos). Al fin podría penetrar, profanar sus secretos sagrados, traspasar el umbral de la confianza, de la entrega final.
Oscuramente comprendí que nuestro encuentro no se repetiría. Vencí mis reticencias últimas, mis últimos temores. Me acerqué a ella en silencio, apreté el bisturí entre las manos (eso siempre me ha dado valor) y comencé la autopsia.
3 comentarios:
Me encanto!!!! Me ha dado mucho en lo que pensar...
Gracias, y continua escribiendo. Me encanta leerte.
Felicidad, querido amigo.
Hormiga Guerrera,
Gracias por tus amables palabras y bienvenido o bienvenida.
Un cordial saludo.
***
Felicidad: saber que ronda por aquí, querida Ana.
Un abrazo.
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