Últimamente, me cuesta dormir. Cada noche me desvisto, me cubro con el edredón y siento cómo el cansancio acumulado durante el día -alojado en un punto indeterminable entre el colchón y mi piel- me atrae y sujeta contra la cama. Y sin embargo, cuando me deslizo ya hacia lo oscuro, hacia el horizonte lejano del sueño entre el velamen de las sábanas, comienzan los ruidos. Al principio son casi imperceptibles: apenas el lejano tintineo de unas copas, el lento arrastrar de unas sillas, los velados rumores de las primeras conversaciones. Con los ojos muy abiertos en la oscuridad, como si pudiera así retener más tiempo las palabras que se escapan apenas me rozan, escucho. Escucho la risa limpia de mi amigo Pedro (hacía tanto que no escuchaba esa risa), los cariñosos reproches que se dedican mis padres (cartografiados en mi memoria con la rotundidad de un epitafio), la voz susurrante de Marcela (que llega hasta mis oídos esquivando los oscuros y altos muebles, los libros cubiertos de polvo, las puertas entrecerradas de mi casa: esa voz siempre encontraba el camino hasta mí); tantas voces... Durante las interminables horas de la noche, escucho.
Por la mañana, con el desconcierto de haber sido arrancado de un breve y frágil sueño, bajo las escaleras que separan mi dormitorio del salón. Inútilmente busco una colilla olvidada en un cenicero o sobre la alfombra. Inútilmente una copa sucia o fuera de lugar (me observan limpias y ordenadas desde sus vitrinas con el mudo desconcierto de quien no sabe por qué es interrogado). El espejo del baño brilla intacto con la luz del alba. Las camas del cuarto de invitados siguen como las dejé: estiradas, inmaculadas. Ningún rastro.
La noche llega pronto. Y yo me desvisto, me cubro con el edredón y siento cómo el cansancio acumulado durante el día me atrae y me sujeta contra la cama. Entonces comienzan los ruidos. Como cada noche, me propongo bajar y unirme a la fiesta. Y, como cada noche, sigo aquí. ¿Adónde bajar exactamente? ¿Cómo llegar hasta allí? ¿Qué decirles entonces?
Inmumerables son los escalones que me separan de ellos. ¡Qué cercanas, qué vívidas, qué recuperables sus voces desde la oscuridad y la distancia!
4 comentarios:
Enorme Francisco:
Si, buceando en sus noches de insomnio, hace usted aflorar a su blog, de una en una, estas hermosas perlas, quizá le sirva de consuelo saber que a muchos de los que le seguimos aquí, con ellas, nos hace conciliar un agradable sueño.
Buenas noches.
Querido amigo,
Mis noches de insomnio estarán ocupadas en adelante -al menos hasta que me despida de los Reyes Magos- por exámenes, notas e informes y -los dioses me las concedan pronto- las emociones del viaje.
Un abrazo.
Como te gusta/interesa Heráclito, te recomiendo leer el poema "panta rei" de Héctor Alvarez Castillo
Le agradezco la recomendación, amigo anónimo.
Por cierto: ¿cómo es que ha dado con este blog y con este artículo antiguo?
Un cordial saludo.
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