Y, sin embargo, la renuncia no siempre es una capitulación; es también una táctica. Necesitamos descansar de lo efectivo, salir de la trayectoria donde el deseo fue convertido en una inercia y donde el corazón es una roca. A medida que avanzamos en el tiempo, se va agotando el remanente de experiencias no vividas. Buscarlas con precipitación es quemarlas y quemarse en ellas. La renuncia es una calma, un alto desde el que inventamos qué vivir de nuevo, la escuela del deseo y su oportunidad. Allí podemos vislumbrar, en la penumbra del deseo apagado, la luz de lo que desearemos ser. Para aprender a desear (y a desear también se aprende), necesitamos esa calma.
Igual que en el verano descubrimos la piel que se ha ocultado en el invierno, liberamos en la imaginación y damos curso a los deseos que en lo efectivo se resguardan. Del mismo modo, hay notas sostenidas (hay susurros) que sólo podemos atacar (y desnudar), anticipándolas en el silencio. ¿O es que podemos besar a corazón abierto sin cerrar los ojos?
Nuestra imaginación es la hermana de la noche: en su ámbito, todo brilla tenuemente pero sin aristas. Necesitamos esa noche de recogimiento para cobijar nuestra desilusión y nuestro hastío. En ella, no justificaremos nuestro desapego, no cultivaremos la inacción; bajo su manto de penumbra, en su calma redentora, ofreceremos aliento a los renovados deseos, despejaremos el camino que conduce a la región de las promesas del porvenir. La soledad es una gran maestra. También la pérdida. En la renuncia, reaprenderemos el arte de comenzar de nuevo.
Bellamente, la chica me sonríe anulando las distancias; y yo tenuemente le sonrío sintiendo el desgarrón de mis deseos, sintiendo que deseo su tibieza presentida, sus leves manos que no me alcanzarán, los labios que dibujan esa hambre que nunca saciaré, esa constelación de pecas que no descifraré (y nuestro permanecer -aquí mi mano, allá mi hombro, mi regazo- y nuestra fiebre fiel y nuestro cómplice memorizarnos).
Hay quienes lamentan sus amores imposibles. Sólo el desalojado por el hábito de la conquista y su epílogo de sombras alaba los amores truncados; sabe que sólo en ellos es aún, siempre será, todo posible. Necesitamos lo que pudo ser pero no fue para que un día sea.
La chica sigue junto a mí hasta que, sabedora de que ha llegado a su destino o fatigada de esperarlo en vano, me dirige una mirada última y cierra el libro que hace tiempo yo cerré y en el que quizá leíamos: cuando nada quede de ti y de mí habrá agua y sol y un día que abra las puertas más secretas más oscuras más tristes y ventanas vivas como grandes ojos despiertos sobre la dicha y no habrá sido en vano que tú y yo sólo hayamos pensado lo que otros hacen porque alguien tiene que pensar la vida. Y yo sigo mirándola cuando se levanta al fin y al fin se aleja (relámpago fugaz que vuelve a la avaricia de la inexistencia), llevándose con ella la vida que ya no compartiremos. Pero, en el momento último, me tienta traicionarme, alzar la mano en ademán que ya no es una despedida, sino que busca retenerla. Bastaría ese gesto para descorrer el velo y alcanzarla. Bastaría; pero no lo hago.
Sé que mi imaginación hoy rompe contra una costa que nunca habitaremos. La vida no vivida y la vivida discurren sin cesar en paralelo; y no podemos renunciar a ellas. A ninguna. Y, misteriosamente, nada nos pertenece tanto como lo no vivido.
Adiós, amada imaginaria. Se han perdido en el mundo demasiadas cosas valiosas. La memoria las conserva más hermosas, más edificantes. No es imposible que tú y yo nos ganemos perdiéndonos. Aferrándome a la renuncia necesaria para avanzar, mantengo mi lugar entre los que aguardan. Huérfana de nosotros, mi mano vuelve junto a mi otra mano y yo preservo este jirón de vida no vivida entre mis dedos.
Igual que en el verano descubrimos la piel que se ha ocultado en el invierno, liberamos en la imaginación y damos curso a los deseos que en lo efectivo se resguardan. Del mismo modo, hay notas sostenidas (hay susurros) que sólo podemos atacar (y desnudar), anticipándolas en el silencio. ¿O es que podemos besar a corazón abierto sin cerrar los ojos?
Nuestra imaginación es la hermana de la noche: en su ámbito, todo brilla tenuemente pero sin aristas. Necesitamos esa noche de recogimiento para cobijar nuestra desilusión y nuestro hastío. En ella, no justificaremos nuestro desapego, no cultivaremos la inacción; bajo su manto de penumbra, en su calma redentora, ofreceremos aliento a los renovados deseos, despejaremos el camino que conduce a la región de las promesas del porvenir. La soledad es una gran maestra. También la pérdida. En la renuncia, reaprenderemos el arte de comenzar de nuevo.
Bellamente, la chica me sonríe anulando las distancias; y yo tenuemente le sonrío sintiendo el desgarrón de mis deseos, sintiendo que deseo su tibieza presentida, sus leves manos que no me alcanzarán, los labios que dibujan esa hambre que nunca saciaré, esa constelación de pecas que no descifraré (y nuestro permanecer -aquí mi mano, allá mi hombro, mi regazo- y nuestra fiebre fiel y nuestro cómplice memorizarnos).
Hay quienes lamentan sus amores imposibles. Sólo el desalojado por el hábito de la conquista y su epílogo de sombras alaba los amores truncados; sabe que sólo en ellos es aún, siempre será, todo posible. Necesitamos lo que pudo ser pero no fue para que un día sea.
La chica sigue junto a mí hasta que, sabedora de que ha llegado a su destino o fatigada de esperarlo en vano, me dirige una mirada última y cierra el libro que hace tiempo yo cerré y en el que quizá leíamos: cuando nada quede de ti y de mí habrá agua y sol y un día que abra las puertas más secretas más oscuras más tristes y ventanas vivas como grandes ojos despiertos sobre la dicha y no habrá sido en vano que tú y yo sólo hayamos pensado lo que otros hacen porque alguien tiene que pensar la vida. Y yo sigo mirándola cuando se levanta al fin y al fin se aleja (relámpago fugaz que vuelve a la avaricia de la inexistencia), llevándose con ella la vida que ya no compartiremos. Pero, en el momento último, me tienta traicionarme, alzar la mano en ademán que ya no es una despedida, sino que busca retenerla. Bastaría ese gesto para descorrer el velo y alcanzarla. Bastaría; pero no lo hago.
Sé que mi imaginación hoy rompe contra una costa que nunca habitaremos. La vida no vivida y la vivida discurren sin cesar en paralelo; y no podemos renunciar a ellas. A ninguna. Y, misteriosamente, nada nos pertenece tanto como lo no vivido.
Adiós, amada imaginaria. Se han perdido en el mundo demasiadas cosas valiosas. La memoria las conserva más hermosas, más edificantes. No es imposible que tú y yo nos ganemos perdiéndonos. Aferrándome a la renuncia necesaria para avanzar, mantengo mi lugar entre los que aguardan. Huérfana de nosotros, mi mano vuelve junto a mi otra mano y yo preservo este jirón de vida no vivida entre mis dedos.
6 comentarios:
"nada nos pertenece tanto como lo no vivido"... me acuno en tus palabras esta mañana lluviosa a fuerza de real y viene a mi memoria "Manuscrito hallado en un bolsillo", de Cortázar. Quizá necesitas un juego, un engranaje que te permita darle la vuelta a lo no vivido, como un guante, como una puerta a lo desconocido. Mientras tanto seguiremos -y quién no- acumulando jirones de vida imaginarios donde todo es posible, no llueve y esa muchacha es algo parecido a la felicidad. Un abrazo desde el asiento de enfrente
Querida Alicia,
Lo que necesito (o mejor: lo que quiero) es un receso, una pausa, un punto y seguido (no un punto y aparte) para intentar una nueva página. Pasar página no siempre es adentrarse en otra cosa; a veces es vencer las resistencias, continuar con entusiasmo renovado. Cuando no suponen una rendición estoica frente a la tiranía de lo real, la renuncia y lo imaginario pueden ser el terreno de la maduración y de la oportunidad.
Un gesto cómplice, aquí enfrente.
La vida está ahí afuera...¡pero tan lejos!
Usted sí que estaba afuera, amigo. ¡Cómo me alegro de verlo de nuevo por aquí! Espero que todo le vaya bien.
Aunque no se lo crea, algunos le somos fieles y le seguimos, aunque no le saludemos en el metro.
Pues salude usted, hombre, salude usted, aunque me vea con cara trasnochada y a contramano. A las 6 y media de la mañana, dirigiéndome hacia ese lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, no se imagina cómo se agradecen un saludo y una fidelidad. ;-)
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