[Apuntes en tiempos apresurados para un artículo futuro. La lección de un maestro que ya lo dijo todo hace siglo y medio.]
Ante todo: la importancia capital del bachillerato como institución vertebradora de la cultura de una sociedad:
Los dos conocemos el instituto de bachillerato: ¿también con respecto a esa institución educativa, por ejemplo, cree usted que se podría acabar con las antiguas y tenaces costumbres, con ayuda. de la honradez, y de ideas buenas y nuevas? En mi opinión, en este caso, a los arietes de un asalto no se opone una dura muralla, sino la más fastidiosa rigidez e inasibilidad de todos los principios. El asaltante no debe destruir a un adversario visible y sólido: antes bien, dicho adversario está disfrazado, puede transformarse en cien figuras, y en una de éstas puede escapar a la garra que lo atrape, confundiendo siempre al asaltante con una vil concesión o con un movimiento de retroceso. Precisamente el instituto de bachillerato ha sido el que me ha impulsado a huir desalentado a la soledad, precisamente porque opino que, si en ese campo no concluye la lucha con una victoria, todas las demás instituciones de la cultura deberán ceder, y que, si alguien se desanima con respecto a eso, deberá desanimarse. también con respecto a las cuestiones pedagógicas más serias. Así, pues, le ruego, maestro, que me instruya en relación con el instituto de bachillerato: ¿qué decadencia podemos esperar de él, y qué renacimiento?»
«También yo», dijo el filósofo, «atribuyo al instituto de bachillerato, como tú, una importancia enorme: todas las demás instituciones deben valorarse con el criterio de los fines culturales a que se aspira mediante el instituto; cuando las tendencias de éste sufren desviaciones, todas las demás instituciones sufren las consecuencias de ello, y, mediante la depuración y la renovación del instituto, se depuran y renuevan igualmente las demás instituciones educativas. Ni siquiera la universidad puede pretender ahora tener semejante importancia de fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede considerarse simplemente -al menos, en un aspecto esencial- como el remate de la tendencia existente en el instituto de bachillerato.
Ante todo: la importancia capital del bachillerato como institución vertebradora de la cultura de una sociedad:
Los dos conocemos el instituto de bachillerato: ¿también con respecto a esa institución educativa, por ejemplo, cree usted que se podría acabar con las antiguas y tenaces costumbres, con ayuda. de la honradez, y de ideas buenas y nuevas? En mi opinión, en este caso, a los arietes de un asalto no se opone una dura muralla, sino la más fastidiosa rigidez e inasibilidad de todos los principios. El asaltante no debe destruir a un adversario visible y sólido: antes bien, dicho adversario está disfrazado, puede transformarse en cien figuras, y en una de éstas puede escapar a la garra que lo atrape, confundiendo siempre al asaltante con una vil concesión o con un movimiento de retroceso. Precisamente el instituto de bachillerato ha sido el que me ha impulsado a huir desalentado a la soledad, precisamente porque opino que, si en ese campo no concluye la lucha con una victoria, todas las demás instituciones de la cultura deberán ceder, y que, si alguien se desanima con respecto a eso, deberá desanimarse. también con respecto a las cuestiones pedagógicas más serias. Así, pues, le ruego, maestro, que me instruya en relación con el instituto de bachillerato: ¿qué decadencia podemos esperar de él, y qué renacimiento?»
«También yo», dijo el filósofo, «atribuyo al instituto de bachillerato, como tú, una importancia enorme: todas las demás instituciones deben valorarse con el criterio de los fines culturales a que se aspira mediante el instituto; cuando las tendencias de éste sufren desviaciones, todas las demás instituciones sufren las consecuencias de ello, y, mediante la depuración y la renovación del instituto, se depuran y renuevan igualmente las demás instituciones educativas. Ni siquiera la universidad puede pretender ahora tener semejante importancia de fulcro motor. La universidad, en su estructura actual, puede considerarse simplemente -al menos, en un aspecto esencial- como el remate de la tendencia existente en el instituto de bachillerato.
Sobre la imposibilidad de compatibilizar la excelencia intelectual y el igualitarismo (no de derechos, sino de resultados) y cómo esto deviene en la dictadura del "ser de masa", que el Estado fomenta:
En el momento actual, nuestras escuelas están dominadas por dos corrientes aparentemente contrarias, pero de acción igualmente destructiva, y cuyos resultados confluyen, en definitiva: por un lado, la tendencia a ampliar y a difundir lo más posible la cultura, y, por otro lado, la tendencia a restringir y a debilitar la misma cultura. Por diversas razones, la cultura debe extenderse al círculo más amplio posible: eso es lo que exige la primera tendencia. En cambio, la segunda exige a la propia cultura que abandone sus pretensiones más altas, más nobles y más sublimes, y se ponga al servicio de otra forma de vida cualquiera, por ejemplo, del Estado.
¿Por qué esta subordinación de la instrucción pública a los intereses del Estado? La recaudación de servidumbre asistida:
Ahora bien, este último fenómeno debería volverlos perplejos, debería recordarles, por ejemplo, esa tendencia afín, comprendida poco a poco, de una filosofía favorecida tiempo atrás por el Estado y destinada a promover los fines del Estado, o sea, la tendencia de la filosofía hegeliana; más aun: quizá no fuera exagerado sostener que Prusia, al subordinar todos los esfuerzos culturales a los fines del Estado, se ha apropiado con éxito de la parte en que la herencia de la filosofía hegeliana es prácticamente utilizable: la apoteosis del Estado, por obra de dicha filosofía llega a su apogeo indudablemente en esa subordinación.»
«Pero, ¿qué fin puede tener el Estado», preguntó el acompañante, «al sostener una tendencia tan inquietante? Que se trata de fines políticos resulta ya evidente del hecho de que otros Estados admiran, consideran ponderadamente y aquí y allá imitan semejante reglamento escolar de Prusia. Evidentemente, esos otros Estados suponen que eso beneficia a la estabilidad y a la fuerza de un Estado, como ocurre con esa famosa conscripción general, que ha llegado a ser tan popular. Cuando se ve que todos llevan periódicamente y con orgullo el uniforme militar, cuando se ve que casi todos han recibido en los institutos de bachillerato una cultura nivelada de Estado, se puede hablar entonces, con exageración, casi de un reglamento digno de la antigüedad, de una omnipotencia del Estado alcanzada sólo en la antigüedad, y que el instituto y la educación estimulan a los jóvenes a considerar semejante Estado como la cima y el fin supremo de la existencia humana.»
¿Por qué necesita el Estado ese número excesivo de escuelas y de profesores? ¿Con qué objeto esa cultura popular y esa educación popular, tan ampliamente difundidas? Porque se odia al espíritu alemán auténtico, porque se teme la naturaleza aristocrática de la cultura auténtica, porque propagando y alimentando las, pretensiones culturales en la multitud se quiere incitar a los grandes individuos a buscar un exilio voluntario, porque se intenta escapar a la severa y dura disciplina de los grandes guías, haciendo creer a la masa que encontrará por sí sola el camino, guiada por el Estado, auténtica estrella polar. ¡Ahí tenemos un fenómeno nuevo! ¡El Estado como estrella polar de la cultura! No obstante, hay una cosa que me consuela: ese espíritu alemán, que se ve combatido hasta ese punto, que ha sido substituido por un vicario cargado de decoraciones variopintas, ese espíritu -digo- es valiente: luchando, conseguirá salvarse, abrirse camino hacia una época más pura, y conservará -siendo como es noble y consiguiendo como conseguirá la victoria- cierto sentido de compasión hacia el Estado, y lo excusará de su alianza con semejante pseudocultura, ya que la situación del Estado es extraordinariamente penosa y embarazosa. Efectivamente, ¿quién puede hacerse idea, en definitiva, de lo difícil que es la misión de gobernar a los hombres, es decir, de conservar la ley, el orden, la tranquilidad y la paz, entre muchos millones de individuos, pertenecientes a una casta que en su inmensa mayoría es descomedida, egoísta, injusta, irracional, inmoral, envidiosa, malvada y, por si fuera poco, bastante limitada y extravagante, y, además, defender continuamente, contra vecinos codiciosos y bandidos insidiosos, las posesiones que el Estado ha conseguido adquirir? Un Estado en condiciones tan tristes se une a cualquier aliado: y, cuando un aliado se ofrece espontáneamente, con frases pomposas, cuando, como ha hecho Hegel por ejemplo, lo llama "organismo ético absolutamente perfecto", y establece como misión de la cultura que cada cual encuentre el lugar y la situación en que pueda servir del modo mejor al Estado, ¿quién va a tener derecho a asombrarse en tal caso de que el Estado salte al instante al cuello de semejante aliado espontáneo, y lo salude con plena convicción y con su profunda voz barbárica: "¡Eso es! ¡Tú eres la cultura, tú eres la civilización!"
Este modelo "comprensivo" y estatocrático sólo puede sostenerse, por supuesto, sobre otra masa: la que conforman los profesores mediocres al servicio del tontalitarismo igualitario del Estado:
Lo mismo se puede decir también con respecto a los profesores. Precisamente los mejores, los que en general, según un criterio superior, son dignos de ese nombre honorífico, quizá sean los menos aptos, en el estado actual del bachillerato, para educar a esta juventud no selecta, escogida, amontonada, y, más que nada, deben ocultarle, en cierto modo, lo mejor que podrían ofrecer. Por el contrario, la inmensa mayoría de los profesores se siente en su ambiente en esas escuelas, ya que sus dotes están en cierta relación armónica con el bajo nivel y la insuficiencia de esos escolares. Esa mayoría exige ruidosa e insistentemente la fundación de nuevos institutos y nuevos centros superiores: vivimos en una época en que con esas continuas exigencias, que resuenan con un ritmo ensordecedor, provoca indudablemente la impresión de que hoy una necesidad desmesurada de cultura intenta afanosamente satisfacerse. Pero precisamente ésta es la ocasión en que hay que saber entender bien, en que hay que mirar a la cara -sin dejarse turbar por el efecto pomposo de las palabras culturales- a quienes hablan tan incansablemente de la necesidad cultural de su época. Se experimentará entonces una extraña decepción, la misma que nosotros, mi querido amigo, hemos experimentado con tanta frecuencia: de repente esos chillones heraldos de la necesidad cultural se transformarán, si los miramos seriamente y de cerca, en adversarios ardientes -o, mejor, fanáticos- de la cultura auténtica, es decir, de la que es partidaria de la naturaleza aristocrática del espíritu.
No, queridos estudiantes de bachillerato, la Venus de Milo no os importa para nada; pero igualmente poco importa a vuestros profesores, y ésa es la desgracia, y ése es el secreto del bachillerato actual. ¿Quién podrá conduciros hasta la patria de la cultura, si vuestros guías están ciegos, aunque se hagan pasar todavía por videntes? Ninguno de vosotros conseguirá llegar a disponer de un auténtico sentido de la sagrada seriedad del arte, ya que se os enseña con mal método a balbucear con independencia, cuando, en realidad, habría que enseñaros a hablar; se os enseña a ensayar la crítica estética de modo independiente, cuando, en realidad, se os debería infundir un respeto hacia la obra de arte; se os habitúa a filosofar de modo independiente, cuando, en realidad, habría que obligaros a escuchar a los grandes pensadores. El resultado de todo eso es que permaneceréis para siempre alejados de la antigüedad, y os convertiréis en los servidores de la moda.
Frente a ello, la defensa de la excelencia cultural:
Así, pues, nuestro objetivo no puede ser la cultura de la masa, sino la cultura de los individuos, de hombres escogidos, equipados para obras grandes y duraderas: nosotros sabemos ahora que una posteridad equitativa juzgará el estado cultural de conjunto de un pueblo únicamente en función de los grandes héroes de una época, que avanzan en solitario, y dará su veredicto según que dichos héroes hayan sido reconocidos, ayudados, honrados, o bien segregados, marginados, maltratados, aniquilados.
[Continuará.]
2 comentarios:
Lo olvidé con las prisas: el autor de los fragmentos es Nietzsche.
Y, acabando con las aclaraciones, dejo de marear al personal con tanto cambio de foto. Me quedo ya con "el" Monet. Algunos ya sabéis por qué. :-)
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