Hay tardes enteras que ha pasado hojeando -sin apenas leer, por el entrañable placer de acariciarlos, olerlos, tenerlos cerca- los manoseados volúmenes de sus estanterías. Rara es la semana que ha dejado pasar sin escribir a mano una carta a un antiguo maestro, al que un día temió y hoy aprecia. Alguna vez, algún vecino curioso podría descubrirlo en ensimismada contemplación tras la ventana; podría acaso pensar que alguna melancolía lo aturde o acosa: él sólo escucha una música lejana o el calmado discurrir de sus ritmos interiores. Nunca un café se alargó como aquel que compartía con ella las soleadas e infinitas mañanas de domingo, a la sombra del árbol que plantara su abuelo. Nadie encontrará con más facilidad una excusa para interrumpir sus paseos por la playa en penumbra, tal como los interrumpía con ella, ahora que ella le falta. Jamás un latido ha durado tanto. Sin duda, observadores imparciales que nada saben ni quieren saber de él dictaminarían, con justicia, que ha perdido el tiempo. Él, si tuviera el valor de contestar, sin exigirles comprensión y con no menos justicia, sostendría que ha ganado una vida.
5 comentarios:
¿Como es posible morir de no decir eso que sin decir ya nos decimos?
Estimado Sianes:
Agradezco su comentario y sus deseos, que traigo aquí renovados. Se los dejo como "brotes verdes" (sin connotaciones zapateriles).
Lo dicho: felicidad, comienzos y regresos. No es una mala Trinidad.
ecc,
No lo sé; pero es posible.
Y esa muerte silenciosa no siempre es una muerte sombría. El silencio es, muchas veces, una pudorosa ofrenda.
Un beso.
***
J.,
Sólo le queda persuadirme (zapaterilmente) de que todo puede solucionarse con una sonrisa. ;-)
Ahora en serio: gracias. Espero su regreso.
Un abrazo.
lindo
Me alegra verte por aquí después de tanto tiempo, Ale. :-)
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