¿Qué amamos en el otro en un principio, qué amaba yo de ti sino tu cuerpo trenzado a un porvenir insinuante, a una proyección prometedora? Fuimos más adelante el corazón que da pasos en falso, hacia arriba, y llega a su latido con retraso (y tempestad y calma, tempestad), la réplica precisa de la piel tras la interrogación de la caricia. Hay un vivir y un haber vivido (y calma y tempestad, y luego calma); y, en ese vértice que los separa, resguardo del olvido que seremos nuestra mitología temblorosa.
martes, 6 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Dice bien, amigo Sianes: lo único que le queda a la nostalgia es el mito. El memorioso resguarda su pasión en la irrealidad.
Un saludo desde la tempestad calmada.
Amigo J.,
No acusaré de irrealidad a la memoria. Le contesto justo arriba.
Saludos desde el vórtice.
Publicar un comentario