Como no renunciaba a la esperanza de volver alguna vez a la universidad, me dedidí a preparar mi tesis pese a la enorme pereza que me daba. Escogí como tema el pensamiento de Cioran, que yo conocía bastante bien y el resto de la academia española nada en absoluto. Además podía leerle en su idioma original (en aquel entonces Cioran no quería saber nada de sus libros en rumano) y la bibliografía a consultar era bastante corta, porque casi nadie le había estudiado todavía. De modo que podía ser exhaustivo sin quedarme eshausto. Como director de tesis opté por José Luis Pinillos, catedrático de Psicología con quien siempre me había llevado razonablemente bien. Pinillos fue un director de tesis nada entrometido, cooperativo y tolerante, pero creo que tuvo ocasión de maldecir más de una vez la hora en que se le ocurrió aceptar mi encargo. Y es que enseguida empezaron los problemas. No en vano yo tenía ya una fama bien asentada de perturbador levemente perturbado (mi último tropiezo fue verme expulsado de un curso de doctorado algo aburrido por haberme dedicado sin recato a meter mano a una exuberante compañera, tan aburrida o más que yo). La primera alarma fue el rumor, no menos disparatado que halagador, de que Cioran era un invento mío, un heterónimo para publicar mis chifladuras y que la pretendida tesis sobre tal fantasma no pretendía ser sino una sofisticada burla a la academia. Yo me lo tomé a broma, pero Pinillos pareció algo preocupado y me aconsejó que recabase del autor una carta respaldando mi trabajo, que serviría además como prueba de su existencia. De modo que le escribí: "Cioran, dicen que usted no existe". Me contestó a vuelta de correo: "Por favor, no les desmienta". Pero me envió una especie de carta-prólogo para la tesis, en la que aseguraba que él de ningún modo era un filósofo y que el único miembro de este gremio que conocía actualmente era un clochard parisino que solía pedirle de vez en cuando dinero mientras abominaba de los sinsabores de la vida. Francamente, no sé si la misiva contribuyó a mejorar las cosas: ya nadie dudó de que Cioran existiese, pero todos pensaron que éramos desdichadamente tal para cual.
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4 comentarios:
Fernando Savater. "Mira por dónde. Autobiografía razonada".
Jajajaja, cómo no este texto tenía que ser del ínclito Savater, jajajaja. ¡¡Ahora entiendo porque votas al PPD!! Me encantó lo de "Ciorán, dicen que usted no existe", y la respuesta algo asó como "No lo desmientas!", jajaja.
Un abrazo divertido, hermano.
P.D.: ¿Y habrá algo más progre-melancólico que ese clochard parisino? Ay hermano hermano... es usted un saudático incurable!
¡Tendré yo culpa de que Cioran alternara con vagabundos!
Ya sabes lo que decía el rumano: "En un mundo sin melancolía, los ruiseñores se pondrían a eructar".
(Sobre esto último, más -cuando tenga tiempo-)
Abrazos, zascandil.
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