De todos los clásicos es quizá Epicuro quien mejor ha sabido despreciar a la muchedumbre. Otro motivo más para celebrarlo. ¡Qué idea la mía de haber admirado tanto a un payaso como Diógenes! Lo que yo debería haber frecuentado es el jardín del sabio y no el ágora y menos aun el tonel...
E.M. Cioran. Ese maldito yo.
Perdonadme, utopistas. Lo que sigue no os va a gustar. El desprecio de las masas, ensayo de Peter Sloterdijk, será la materia prima inspiradora que, con dosis similares de paciencia e impaciencia, iré maleando hasta darle forma. Intentará ser a la vez un retrato de la masa y de mí mismo temiéndola, execrándola, combatiéndola.
Los hombres del siglo XX nos vimos obligados a constatar:
La preocupación de que todo poder y todas las formas legítimas de expresión proceden de las mayorías.
El poder, de forma directa o indirecta (por acción, por omisión, por imposición, por delegación, por sumisión), ha estado y estará siempre en manos de las masas. Antes, Dios, los dioses y sus delegados en la tierra (los patriarcas, las iglesias, las monarquías de origen divino y la nobleza, los chamanes) parecían dominar la escena. ¿Quién podría negar su brillantez, su estudiada elocuencia para representar ese papel? Pero los que manejaban en la sombra a estos diligentes y vistosos títeres acabaron cansándose. Tras la muerte de Dios, sus deudos -que seguían vagando por el escenario con la mirada vacía, perdida y estupefacta de los ciegos de Brueghel- fueron barridos cuando el titiritero decidió salir de bambalinas y romper la ilusión escénica: un nuevo personaje coral reclamaba el protagonismo que siempre había secretamente tenido: "Nada se había anunciado, nada se esperaba. Mas, de repente, todo está lleno de gente" (Canetti). Pero la masa, todavía balbuceante, necesitaba un delegado que hablara en su nombre: un Aarón que pronunciara la palabra que le faltaba.
El fascismo constituye (...), probablemente, una fase relativa y no inevitable, dentro de la aplicación del programa del desarrollo de la masa como sujeto -por la razón tan compleja como comprensible de que las masas en acción y en busca de descarga pueden proyectar de manera imaginaria en sus líderes su propia subjetividad incompleta como completa. (...) Las masas (...) se entregaron a la idea de que su yo ideal se presentaba bajo la forma visiblemente encarnada del Führer.
En su constitución como sujeto, la masa eligió -su condición no admitía otro camino- la representatividad especular en un caudillo. Su propia naturaleza adocenada y autorreferencial exigía un individuo (...) capaz de representar la existencia de la masa de un modo tan rotundo que pueda convertirse en núcleo del tumulto.
A través de su caudillo, la masa sólo toma conciencia de sí misma para regodearse en su propio poder, del que no había sido consciente durante milenios; pero, en su proceso de constitución, las masas han evolucionado. Ya no es necesario que se reúnan. ¿Para qué? Llevamos la masa en el corazón del corazón de lo que somos. La masa es la sustancia de que estamos hechos.
Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, posmodernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades famosas. Es este punto donde el individualismo de masas propio de nuestra época tiene su fundamento sistémico. (...) La masa posmoderna es (...) una suma de microorganismos y soledades que apenas recuerdan ya la época en la que ella-excitada y conducida hacia sí misma a través de sus portavoces y secretarios generales- debía y quería hacer historia en virtud de su condición de colectivo preñado de expresividad (...) Su estado es comparable al de un compuesto gaseoso, cuyas partículas, respectivamente separadas entre sí y cargadas de deseo y negatividad prepolítica, oscilan en sus espacios propios, mientras, inmóviles ante sus aparatos receptores de programación, consagran individualmente sus fuerzas una y otra vez a la solitaria tentativa de exaltarse o de divertirse.
Una vez que ya ha sido reconocida (y autorreconocida) como agente y poder absoluto de la historia, la masa exige -por encima de cualquier otra cosa- ser ininterrumpidamente exaltada y divertida. Su implacable narcisismo la empuja a un histérico e insaciable apetito de reconocerse como lo que ya es: "diminutas partículas elementales, de una vulgaridad invisible" que "se abandonan precisamente a aquellos programas generales en los que ya se presupone de antemano su condición masiva y vulgar". Industria del entretenimiento. Telebasura. Metástasis sexual.
Política. Sí: la masa actual ya no sólo exige líderes que la reflejen y halaguen: necesita líderes que la diviertan. Es ahí donde aparece el duce showman, el caudillo pop, el Führer mediático.
Pero comencemos por el principio. La masa no exige un líder numinoso y reverencial -el tiempo de los títeres áureos ha pasado-: exige un pelele verborreico y mimetizable.
Allí donde se venera de este modo, el objeto de la idolatría no se busca en un plano vertical: puede encontrarse vis à vis a la misma altura. (...) Para ningún culto a la persona en este siglo resulta esta fórmula de la idealización horizontal más pertinente que para la hitlermanía, la cual, en lo esencial, nunca fue otra cosa que la autoidolatría de una ávida mediocridad apoyada por la figura del Führer como medio de culto público.
¿Qué podía encontrar la masa al mirarse en el espejo de los grandes hombres sino su propio embrutecimiento irrebasable y su atroz vulgaridad? [1]
La específica adecuación del papel desempeñado por Hitler dentro del psicodrama alemán no estriba en sus extraordinarias aptitudes o en su incomprensible y evidente vulgaridad, por no hablar de su disposición a vociferar sin rebozo delante de grandes multitudes. Hitler parecía llevar de nuevo a los suyos a una época en la que gritar todavía servía para algo. Desde este punto de vista, fue el artista de la acción más exitoso del siglo.
Sin embargo, Sloterdijk olvida algo esencial: gritar servía y sigue sirviendo. El grito es el canto de sirena con que la masa se embelesa a sí misma: el acicate que la anima (como si se transmutara en tifosi de sí misma) en la perpetración de sus sevicias. El caudillo grita porque la masa quiere ver su propio aullido animal narcisistamente celebrado en el epifonema que constituye el duce.
Pero la masa se hastía pronto de sus propias figuraciones. Necesita más, siempre más. Esa insaciabilidad la calman hoy los caudillos mediáticos, de quien Hitler fue el genial precedente [2].
Es en este plano horizontal de resonancia ya apuntado donde se asienta la continuidad funcional existente entre el culto al líder de las masas encaminadas a la descarga durante la primera mitad de nuestro siglo y el culto al estrellato de las masas ansiosas de entretenimiento que surge en la segunda mitad. El misterio que envuelve tanto al antiguo líder como a las estrellas de nuestra actualidad reside presisamente en el hecho de ser tan similares entre sí y sus embotados admiradores.
Los consumidores de telebasura, los ultras deportivos de hoy, serán respectivamente los turiferarios y los brazos ejecutores de los movimientos totalitarios (sean etiquetados de tiranías o democracias) de mañana. Lo son ya. Lo han sido siempre: "una mayoría que se deja dominar tanto por los movimientos totalitarios como por los medios de entretenimiento totales" (Hanna Arendt).
En lo que concierne a las actitudes de Adolf Hitler, el diagnóstico es claro. Mientras cumplió sus labores como Führer, no actuó en absoluto como la ensalzada contrafigura de una masa guiada por él mismo, sino como su delegado y catalizador. En todo momento adoptó el mandato imperativo de la vulgaridad. No alcanzó el poder gracias a algún tipo de aptitudes excepcionales, sino merced a su inequívoca grosería y a su manifiesta trivialidad (...) Hans Pfitzner ha analizado de un modo concluyente el fenómeno de Hitler al definir a vuela pluma al Führer como un "plebeyo desencadenado" -una expresión en la que el affaire de las masas con su héroe recibe un título adecuado, definitivo y suficientemente cómico-. En realidad, Hitler no fue sino el producto inconfundible de una figura inventada según un modelo de proyección horizontal y mediático-masivo.
La masa, como la Catherine de Cumbres borrascosas respecto a Heathcliff, podía decir: "Yo soy Hitler" (de hecho, el propio Hitler decía -con razón- que él era Alemania).
Él era la encarnación de un deseo de reconocimiento que se había convertido en enfermizo. Sin embargo, dado que masas psíquicamente hambrientas y las partes lábiles de las elites sintieron ante este hombre público su propio yo más manifiesto; dado que no era necesario venerarlo para exprimirlo; porque bastaba con relacionar su propia vulgaridad encolerizada y la engreída incapacidad vital a la misma altura que las suyas para encumbrarlo y creerse uno mismo elevado hacia su propia gloria; porque él no era ningún señor, sino alguien procedente de las amplias masas; puesto que era un delegado horizontal, un accionista, un gran maestro de ceremonias del odio, el experto vocero de aquí al lado, que se ofrecía como contenedor de las frustraciones de las masas, sólo por eso -decimos-, porque él no era demasiado diferente ni superior ni alguien realmente bien dotado ni bien parecido, así como porque él, sobre todo, no actuaba con buenos modales, pudo asegurarse la aprobación de la mayoría para cumplir sus directrices y medidas, para desarrollar su biología pendenciera y su croar en torno a la crueldad y la grandeza [3].
Como los enjambres de moscas alrededor de las heces, las masas sienten la atracción irreprimible de la sangre. Pues el "ser de masa", semejante al niño que, antes que erigir el suyo propio, prefiere destruir el castillo de arena que otro morosa y amorosamente ha edificado, elegirá siempre el placer de pisotear la sangre del enemigo que la deferente complacencia de derramar la sangre de la compañera que ha sido por primera vez amada. Eso ofrecía Hitler: no el amor, la sangre. [4] Nihil novum sub sole. Pero Hitler -como hacen hoy los lobotomizados presentadores de las teletiendas- supo ofrecerlo de forma espectacular, estentórea, vendible, gozosamente consumible.
Y es precisamente a la luz de este rasgo característico (...) donde nos queda reconocer su figura como portadora de una función que también ha seguido subsistiendo de un modo particular después de que la antigua descarga política volviera a encauzarse por otros medios: por las vías del entretenimiento apolítico orientado a la disposición afectiva de las democracias liberales de masas.
El individuo que se ha configurado como tal se aburre si se entanca en un nivel de profundidad que ya ha superado. Necesita siempre más hondura. El "ser de masa", incapaz de orientarse en el eje vertical, sustituye la exploración por el impacto: necesita descargas sucesivamente más fuertes: de ahí que tanto en la industria del entretenimiento como en la política exija siempre un extra de histrionismo, de truculencia [5].
En este último ámbito, Hitler, como estrella pop de la política espectáculo, ha alumbrado una vasta -una basta- progenie, que hoy domina el mundo. Caudillos especulares y espectaculares a caballo entre el duce, el showman y la estrella pop. Berlusconi (el tonadillero italiano), Nicolas Sarkozy (el Don Juan o Casanova francés), ZP (el caballero andante o superhéroe ontológico español) el inefable Hugo Chávez [6]... cuyo epítome lo constituye quizá la larmoyante Evita Perón o, más específicamente, la estrella pop Madonna en su papel de Evita cantando a las masas: escena cinematográfica que es, acaso, la culminación simbólica y artística del caudillo especular.
Perdonadme, utopistas: éste es nuestro mundo.
Lo dijo Cioran:
La época de la perfección en la plenitud está terminada. ¿La materia de los poemas? Extenuada. ¿Amar? Hasta la chusma repudia el "sentimiento". ¿La piedad? Visitad las catedrales: ya no se arrodillan en ellas más que los ineptos. ¿Quién desea aún combatir? El héroe está superado; únicamente la carnicería impersonal sigue de moda. Somos fantoches clarividentes, ya sólo capaces de hacer muecas ante lo irremediable. ¿Occidente? Una posibilidad sin futuro. Cuando Roma replegaba sus legiones, ignoraba la Historia y las lecciones de los crepúsculos. No es ése nuestro caso. ¡Qué terrible Mesías nos aguarda...!
Esto es lo que queda del pasado, perdido e hipócrita ideal. Restos del naufragio ya irreconocibles, pecios de sombra.
Con el "ser de masas":
El proceso de subjetivización constituido a través de la exaltación de los otros se presenta como una interrupción de la auténtica comprensión de uno mismo (...) Bajo este signo se inicia un proceso de desjerarquización cuya ambivalencia se desarrolla de manera creciente en el experimento de la Modernidad.
No dudes ni por un segundo, amigo y abrumado lector, que voy a seguir temiendo, execrando, combatiendo ese cáncer.
***
[1] Todavía los antiguos amos necesitaban una iconografía justificatoria que, si bien hipócrita y enmascaradora, exhortaba a la transfiguración personal. Como delegados divinos en el mundo, representaban y a la vez alentaban la ascesis religiosa, la configuración de un yo ideal y un arte sublime. Hoy, los caudillos mediáticos nos solicitan sólo aquello para lo que les hemos permitido ocupar su puesto: nos exhortan a ser lo que ya somos y nos agasajan por ello.
[2] De ahí el ascendente, la larga sombra que, aun hoy, mantiene su figura. Es la impericia, la insulsez mediática de Stalin -en modo alguno su apocalíptica protervia-, la que ha convertido en inoperante su modelo. Para la masa, Stalin -al contrario que Hitler- ha cometido un solo pecado: no ser fashion.
[3] Las masas vieron en el armígero y tonante Hitler la puesta en abismo de su sanguinaria perfidia. Un frágil tópico biempensante imputa a la avidez crematística, al pragmatismo mercantil, la compulsión bélica de las masas. Alessandro Baricco, en Next, lo cifra así: Sea lo que sea lo que os hayan dicho sobre la guerra, lo que hay siempre detrás es el dinero. Rafael Sánchez Ferlosio, sin haber leído al italiano, le responde: Otras armas mucho más fuertes harían falta contra el mito que las del optimismo desmitificador de un estrecho racionalismo economicista que pretende luchar contra el mito simplemente negando su poder real incluso en el pasado, y cuya manifestación historiográfica es suprimir, por anecdótica, la narración de las batallas. Entre tanto, han logrado que la racionalidad utilitaria se vuelva la ideología enmascaradora de los antiguos demonios renacientes. Y remata, con la encendida retórica de quien se sabe a punto de apresar una verdad esquiva: Pero mientras la estrella del Yo no desaparezca del horizonte humano, la batalla seguirá siendo el acontecimiento histórico por excelencia, el hecho capital en la vida de los hombres y los pueblos. Y Niké, la victoria, se reirá infinitamente de la mala gracia, de la poca malicia, de la ninguna agudeza, las míseras artes, desvirtuados hechizos e inhábiles poderes de Venus Afrodita para la seducción de los humanos, para los cuales una sola ondulación de un pliegue de la orla del vestido en la levísima brisa levantada por el paso flotante de Niké tiene todo el arrebato de una tempestad infinitamente más irresistible que lo que la entera belleza de Afrodita, ofrecida en el máximo esplendor de las espumas marinas que la entregaron a la playa, soñó jamás en provocar.
[4] Preguntados por mí acerca de sus motivaciones, unos chicos que se divertían pisoteando hormigas en fuga me respondieron: "Mola ver cómo intentan escapar y no pueden". "Pero ¿por qué?". "Porque sí".
[5] Este recrudecimiento es paradigmáticamente ostensible en la industria del porno. Arrumbadas las películas desenfadadamente sexuales que están en el origen del género y que predominan hasta los años 60 del siglo pasado, la sociedad ha asistido impertérrita y complacida, en los últimos cuarenta años, a una pavorosa ascensión en la crueldad a la que se somete a los cuerpos y las almas. De la mera exposición (estilizada) de la intimidad sexual, se ha pasado a la despiadada representación de abusos, maltratos, violaciones apenas enmascaradas (incluso de mujeres ancianas, embarazadas o que simulan ser -o son- menores). Sabemos muy bien cuál es el final del trayecto: el crimen real, filmado e inmisericorde: la snuff movie.
[6] Todos ellos con atributos comunes: una verborrea incansable y machacona, una insaciable avidez mediática y una ensimismada y cancerosa egolatría. Tan profundo es el cambio de paradigma que estos caciques ocupan ya todos los puestos socialmente relevantes. Piensen en el deporte: líderes como Manuel Ruiz de Lopera (don Manué) o Jesús Gil (que, semejante al Dios uno y trino, presenta la triple condición de jeque deportivo, cacique político y protagonista de un programa televisivo -Noches de tal y tal- anunciado con el más pegajoso e infame de los estribillos, que me avergüenzo de no haber olvidado, al tiempo que lo considero la más abrumadoramente genial condensación del espíritu del caudillo especular: Gil y tal y tal, Gil y tal. Y Gil y tal y tal: Gil superstar).
11 comentarios:
Creo que una parte de mi inocencia quedó interrumpida tras esta lectura. Aún desconcertada,lamento no poder alegrarme.
Enhorabuena por sus siempre interesantes palabras, Sr. Sianes.
No sé si contestarle, Lara, cuánto lo celebro o cuánto lo lamento.
Eso sí, sea bienvenida. Y enhorabuena a usted, por la paciencia.
Excelente artículo.
Quedaré a la espera de la segunda- o las siguientes- partes...
un abrazo.
Pd: Sobre Sarko, mucha tinta después de la pregunta de Laurent Joffrin -director del periódico Libération- en la conferencia de prensa de la semana pasada (Uno de los pocos periodistas que no preguntó sobre la boda del Casanova y sobre otros asuntos sin importancia). Allí le dejo el video de la pregunta y de la respuesta. Desgracidamente, no he encontrado una versión con subtítulos :( Así que le regalo la traducción de las primeras frases.
Pregunta
¿No estaría Ud preparando un poder personal, una monarquía electiva?
Respuesta
¡Monarquía y elecciones... esto no puede ir juntos!
http://le-bouzin.com/nicolas-sarkozy-et-la-monarchie-elective/
Estimado señor Sianes:
Le felicito por su artículo y por su Torre.
Permítame que le plantee una cuestión: ¿no cree que el problema de "la masa" posee sobre todo una raíz política? Desde el auge de los totalitarismos -citado por usted- hasta el posterior statu quo de las partidocracias europeas -concebidas como regímenes donde la sociedad civil, como tal, deja de estar representada en los parlamentos y pasa a ser considerada "masa" que ha de integrarse, vía partidos políticos, en el Estado-, "la masa" se ha constituido como única categoría de lo social.
Por otro lado, y al hilo de sus reflexiones, me viene a la mente el hermos distingo de Arendt: el poder, efectivamente, siempre ha sido exclusivo de "la masa" -"potestas in populo"-; la violencia, del individuo.
En fin, como ya nos tiene acostumbrados a sus habituales visitantes, el tema que trata hoy es interesante y se lo agradezco.
Un saludo.
Antes de nada...
Lara,
¿Nos conocemos personalmente? Se lo pregunto porque yo conozco a una Lara de mis tiempos de estudiante (o, para ser más justos, de los tiempos en los que presuntamente estudiaba) que, me consta, tiene bitácora en Blogger.
Gracias y un cariñoso saludo, si es usted (eres tú) la conocida Lara. Y si no también, claro.
Gaëlle,
La situación política de Francia es casi tan lastimosa como la española. Sarkozy se presentó como un nuevo humanista y ha acabado convertido en una vedette -oh tempra, oh mores!-. Claro que, cuando uno vuelva la vista a la alternativa, se queda frío.
Sigo echando de menos que un político europeo relevante asuma que la educación es el pilar sobre el que "debería" edificarse una sociedad. Y que actúe en consecuencia, claro.
Mi francés no me da para muchas virguerías. A ver si me das unas clases particulares (dicho sea, créeme, en el más inocente y didáctico de los sentidos).
Un abrazo.
Aquiles,
Voy a resumir brutalmente (y, por tanto, a pervertir) mis argumentos.
El problema de la masa tiene una raíz política y -perdone la pedantería- ontológica. La masa no sólo se genera políticamente: la masa es.
La cuestión no es que los políticos, los líderes, traten a las mayorías como masa: la cuestión es que esos líderes lo son en virtud de la aquiescencia de la masa (sea porque han sido elegidos y mantenidos por ella, sea porque han sido aceptados con entusiasmo o resignación).
La mayoría de los seres humanos somos perezosos y egoístas, cuando no perversos y sanguinarios. ¿Qué sistema social se puede edificar con esos materiales? Rousseau me daría la razón; pero añadiría que es el "sistema" quien nos ha pervertido. Se trata de un tópico biempensante y "buenista" muy extendido. Como aquellos que afirman: "Esto (el consumismo, la telebasura, el cuasianalfabetismo...) es culpa del sistema", como si el sistema fuera algo que se nos impone desde arriba por decreto divino. No. El sistema lo conformamos todos. ¿Cómo podría funcionar un sistema social sin la aquiescencia de la mayoría que lo conforma?
Estos biempensantes dividen el mundo en malos (los líderes, los políticos, los dictadores, los empresarios..., esto es, los "poderosos") y buenos (los ciudadanos comunes, en especial, los pobres). La historia sería el desarrollo cambiante y sostenido de la opresión de los poderosos sobre los débiles. No lo niego. Ahora bien: ¿quiénes son los poderosos y quiénes los débiles? El poder, insisto, ha estado siempre -directamente o por delagación- en la masa. Incluso la mayoría de los humillados y ofendidos, una vez liberados, han sumado su poder al de la masa.
¿O es que bombardeamos Irak (es un ejemplo), compramos Nike, comemos en McDonald y nos burlamos del "sudaca" por imposición del "sistema"?
Sigo en otro momento.
Un cordial saludo y bienvenido.
Estimado Francisco,
Lamentando mucho decepcionarle (o decepcionarte, si se me permite tutearle), debo decir que no soy yo aquella Lara. Aunque me alegro de haberle hecho recordar sus tiempos, quizá lejanos, de estudiante.
Un saludo cordial y cariñoso también para usted, pues ya sabemos que siempre se agradecen en las frías noches de invierno.
Lara,
No se lamente usted, que no creo yo en aquello de "más vale Lara conocida que Lara por conocer".
Mis tiempos de estudiante, más que lejanos -me alarma que mis fotos puedan inducirla a considerarme ya provecto-, fueron inexistentes. Nunca ha sido uno muy aplicado. Aunque, como todos, en ellos sigo.
Un abrazo y no se me resfríe usted.
Francisco,
Ruego me pueda disculpar si mi comentario sobre su edad fue mal expresado, pues no me refería a sus fotografías sino a cuantas palabras hay escritas bajo ellas.
Otro abrazo para usted.
Sólo era una broma, Lara... Puede usted enumerar todas las arrugas que desee: habla con alguien que tiene un -quizá exagerado- culto por la vejez.
Un abrazo.
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