Enumerativamente, confesaré que no me acostumbro a los ritmos de hoy: en los restaurantes, tengo la sensación (acertada) de que mastico más lento que nadie; leo siempre subrayando, anotando, copiando o memorizando los pasajes que me incumben; en la cama, las mujeres se me antojan casi siempre ansiosas, desalentadoramente imperativas; en el cine, atornillado en mi butaca, me he acostumbrado a recibir la mirada impaciente de aquellos a los que obstaculizo el paso cuando salen disparados ya antes del fundido en negro; de viaje, me gusta parar cada pocos minutos a contemplar el paisaje desde improvisados miradores o a tomar un café en pueblos atravesados al azar; nunca me impaciento cuando las mujeres "se arreglan"; al contrario: siento un placer tan lánguido y embelesador observándolas que me molestaría que dejaran sin repasar la más recóndita parte de su anatomía, vestuario o complementos. Sintéticamente, confesaré que a veces me siento como un reloj de arena en un mundo de relojes digitales.
Pero si hay un ámbito en que este apresuramiento me irrita es el de las relaciones personales. Hace unas semanas entré en un chat de contactos. Sentía curiosidad por conocer los nuevos códigos con los que hoy se corteja. Nada más entrar, el desconcierto: conversaciones erráticas, descoyuntadas; iconos de caritas con muecas amarillentas; apodos semipornográficos; onomatopeyas por doquier; ventanitas emergentes de lo que sólo al cabo del tiempo descubrí que eran mensajes privados. Quizá los que conversan en chats manejan un complejo código que yo no he aprendido a decodificar; pero todo aquello me transmitía una impresión de desgarradora trivialidad: la angustia de necesitar comunicarse y no poseer recursos para hacerlo [1].
Ya he explicado en otro artículo mis aprensiones ante los riesgos de la escritura en foros y en blogs (sintomáticamente, la primera variante está siendo fagocitada por la segunda: de lo orgiástico a lo masturbatorio). En uno de sus ensayos, William Hazlitt hace referencia a la correspondencia del Barón von Grimm, donde el prologuista incluye esta reflexión sobre los salones del siglo XVIII:
Allí donde hay una amplia comunidad de personas cuya única ocupación consiste en hallar entretenimiento, brotará inevitablemente la agudeza del intelecto, el refinamiento en los modos y el buen gusto en la conversación; y, con la misma seguridad, se descartarán el pensamiento profundo y la pasión seria.
La multitud de personas y cosas que, en tal caso, fuerzan sobre ellas la atención, así como la rapidez con que se suceden unas a otras antes de desaparecer, impiden que ninguna de ellas deje una impresión profunda ni duradera. Y la mente, que nunca ha tenido que emplearse en un método aplicado, y que desde hace mucho tiempo se ha habituado a esa vivaracha sucesión de objetos, al final termina por exigir la excitación que provoca el cambio permanente; de tal modo que encontrar una multiplicidad de amigos le parece tan indispensable como tener una multiplicidad de diversiones. Así, las características de esta amplia sociedad se reducen casi forzosamente al ingenio y la crueldad, a la agudeza y la mofa perpetuas.
La misma impaciencia hacia la uniformidad y la misma pasión por la variedad que tanta gracia confieren a sus conversaciones -aquellas que evitan el tedio y las disputas pertinaces- les hacen incapaces de detenerse siquiera durante unos minutos en los sentimientos y las preocupaciones de un individuo; al mismo tiempo, su búsqueda constante de gratificaciones insignificantes y su débil miedo hacia las sensaciones molestas les convierten en enemigos de la comprensión exacta y el pensamiento profundo.
Al mundo roto entré, tras las huellas fantasmas
del amor, y su voz -¿dónde sonó, terrible?-
ardió en desesperadas, elegidas imágenes
un instante en el viento sin que pudiese asirlas.
[1] Mi límite lo marcó una breve conversación (privada y -doy mi palabra- real) que intentaré reproducir fielmente, conservando la idiosincrasia ortográfica de mi interlocutora:
wapa_sevilla: ola
Francisco Sianes: Hola.
w_s: de donde eres
F.S.: Soy sevillano.
w_s: yo tb
F.S.: Sí: lo había deducido por tu apodo.
w_s: ajjajajajj eres mu gracioso [?]
w_s: quieres sexo?
F.S.: Mujer: no sé qué decirte... Así, en frío, en plena digestión...
w_s: yo vivo en nervion y tu? puedo ir a tu casa, si kieres
F.S.: Oye: ¿no te parece un poco precipitado?
w_s: no te gusta follar? eres marikita?
F.S.: Pero ¿esto qué es? ¿Una encuesta de Durex? Bueno... No sé bien qué decirte. Estoy algo desconcertado. ¿Qué te gusta hacer?
w_s: me gusta chupar, el sexo anal y el spanking
F.S.: Lo primero y lo segundo me suenan; pero, ¿qué es el spanking?
w_s: azotes en el culo
F.S.: Ah... Y aparte del sputnik ese: ¿qué más te gusta?
w_s: k m agarren del pelo, k m den fuerte y una propina de 200 euros
10 comentarios:
Algún día, si tengo ocasión, te explicaré cómo Newton ha provocado que desemboque en tu blog.
Está claro que no acertaste al elegir ese chat pero te aseguro que entre chats, foros y blogs uno puede encontrar a personas variopintas que, sin dedicarse al arte de las letras, son capaces de transmitirte las más fascinantes ideas, las más descabelladas teorías y las más bellas cadenas de palabras. Entre tantos iconos, faltas de ortografías y peticiones de propinas te topas con "nicks" cuya perspectiva de ver las cosas te hace replantearte otras muchas o incluso meditar sobre algo que nunca antes lo habías hecho, aunque sea sólo el significado de una palabra que llega a cobrar en uno mismo un matiz distinto sólo por el contexto en el que ese "nick" lo ha introducido.
Pertenecemos a una generación acostumbrada a que las relaciones personales vayan cobrando forma poco a poco, en las que el contacto humano es imprescindible para poder darle forma a esa "ilusión" que aparece intermitente a lo largo de los años, y en las que, si no percibimos que existe un desarrollo pausado, con sus luces y sombras, éstas no llegan nunca a cobrar sentido alguno para nosotros.
Ni defiendo ni me opongo a los chats, foros, etc. Sencillamente es una herramienta más de comunicación, yo hago uso de ella y, a veces, esa herramienta resulta trabajosa e incómoda pero para muchos internautas es un canal que les facilita sobremanera el transmitir esos momentos en los que uno siente que está inmerso en alguna función creadora (y si conoces a alguien que satisfaga tus inquietudes "no mentales" mucho mejor -piensan la mayoría-).
Como puedes leer, ya me he enredado y mi claridad no es precisamente la de un "libro abierto", pero como he llegado al arte de crear, te escribo unos versos de Borges ya que haces referencia de él en otro escrito:
"A veces en las tardes una cara/nos mira desde el fondo de un espejo;/el arte debe ser como ese espejo/que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,/lloró de amor al divisar su Itaca/verde y humilde. El arte es esa Itaca/de verde eternidad, no de prodigios."
Respecto a las notas de viajes del 5 de Septiembre he de felicitarte por tus descripciones y al imaginarte observando a esas muchachas salidas de un pseudo-sueño americano mi mente recuerda unas palabras de Huxley en su novela "Contrapunto": "Lo mejor que se podía decir de ella era que distraía su espíritu de cavilaciones y mataba el tiempo. Sin saberlo, sin pretenderlo..."
Y ya me despido. Casi nunca dejo comentarios en los blogs que leo (tampoco espero que los dejen en los míos) pero esta vez he querido hacerlo. Si eres quien creo, te felicito por tus palabras y te transmito mi alegría de haber encontrado este blog y, si no lo eres, te sigo felicitando...
Un saludo.
Comparto su opinión, Francisco. La promiscuidad, virtual o real, no obedece tanto a una persecución del placer como a una huida del propio vacío que nos invade. La progresiva deshumanización en las relaciones personales, el estrépito de estimulos con que nos bombardea la sociedad actual y la celeridad con que se suceden las cosas hoy día hacen que, ansiosos por tener un seno donde resguardarnos, cada vez nos refugiemos más en el narcisismo. Y esto se extiende a cualquier ámbito, incluido el sexual, donde a menudo el acto íntimo, más que un ritual amoroso, parece un ejercicio de voyeurismo en el que el observado es el propio observador regodeándose en su apremiante e insaciable acumulación de "conquistas".
Es el triunfo de la superficialidad y la inconstancia sobre la profundidad y la dedicación. Sobre todo en las relaciones sociales. Y, como bien muestra usted mismo, el chat es un claro ejemplo de ello. Permítame que le cuente algo que ilustra este tema.
A mí nunca se me había ocurrido entrar en un chat hasta que hace como cosa de un año, por esas tremendas casualidades que a veces ocurren en la vida, descubrí que mi pareja frecuentaba una sala de contactos. Ni corta ni perezosa, me registre en la página para ver que tipo de conversaciones se cocían en aquel lugar donde mi ahora ya "ex" entraba todas las tardes.
Lo que me encontré me sorprendió enormemente. Sobre todo el primer día cuando, inocente de mí, entré en la "sala de filosofía", creo recordar que era, y vi que allí se hablaba de todo menos de metafísica. Nada más aparecer mi nick en pantalla, y eso que no era muy sugerente que digamos, se me abrían quince o veinte mensajes privados, muchos de los cuales saludaban con frases como: "Ola, tienes las tetas grandes?"; "hey, mami, te gusta chuparla?"; "ola, wapa, kdamos xa fo.llar?," y cositas por el estilo. Algunos, más prácticos, se ahorraban los saludos e iban directamente a la cuestión primordial: "Tienes webcam?" Sobra decir por qué.
Recuerdo, sin embargo, que en una de aquellas tardes en las que me encontraba en aquel ciberantro ejerciendo mi labor detectivesca, conocí a un chico que desde el primer instante llamó mi atención (tal vez porque fue el único en cuyo saludo no encontré faltas de ortografía). No sé cómo fue que a los pocos minutos de la charla empezó a parafrasear (o eso aseguro él, quizá intuyendo la credulidad de mi mala memoria) el comienzo de uno de mis libros favoritos, "La montaña mágica", lo que me alentó a seguir con la conversación. Si he de ser sincera diré que, en un principio, el chico me resultó algo pedante pues no llevábamos ni diez minutos chateando y ya me había soltado no sé cuantas citas de autores célebres. Incluso llegué a pensar que tal vez yo me había equivocado y la nomenclatura de las salas del chat si se ajustaba a lo que en cada una de ellas se hablaba, de ahí que en la sala donde estábamos, "sala de citas", el chico secundara cada argumento con una: "Porque Wittgenstein consideraba que bla,bla,bla, (...) porque como dijo Nabokov: bla,bla,bla, (...) porque Heidegger decía que: bla,bla, bla y más bla". Vamos, que a mí me dieron ganas de soltarle: "Pues Baltasar Gracian dijo que: El primer paso de la ignoracia es presumir de saber..." Pero lo cierto es que el tipo me resutaba simpático y, al contrario que los demás que encontré por allí, parecía pensar con algo más que el escroto, así pues, como esa tarde yo me sentía muy triste por el resultado de mis pesquisas y necesitaba hablar con alguien, lejos de ponerle en evidencia, decidí darle mi Messenger. Total, igual la pena no me la quitaba pero seguro que con su charla aprendía algo; unas cuantas "citas", fijo.
Como ya he dicho, en el chat llamó mi atención desde el primer momento, pero cuando a través del Messenger me habló de sus gustos y descubrí, para mi sorpesa, que coincidían enteramente con los míos, despertó más mi curiosidad. No es frecuente encontrar, por lo menos en mi entorno, un hombre joven que entienda de literatura, aprecie una pintura de Vermeer, le guste escuchar tanto a Hildegard von Bingen como a Coldplay, se exprese con elocuencia y además sea medianamente ingenioso.
No llevábamos mucho rato conversando cuando me expuso su opinión sobre la impaciencia y superficialidad en las relaciones personales actuales de las que usted habla en su artículo. Concluyó su criterio dedicándome unos versos que hablaban de aprender la calma. Animada de ver que, además de un mismo punto de vista, compartíamos también el gusto por la poesía, me lance a escribirle un poema de Victor Botas y he aquí que él, el joven intelectual de sensibilidad exquisita, de repente, me dijo: "Bueno, nena, dejémonos de versitos y hablemos de sexo, que ahora son más horas de follar que de poesía. ¿Tienes webcam?"
Y entonces yo, aún perpleja por el repentino cambio de aquel retórico orador cuyo discurso, momentos antes, había defendido a ultranza la paciencia y la delicadeza, dibujé en mi cara una resignada sonrisa y desde el otro lado de la pantalla, imitando a mi interlocutor, murmuré: "En fin, como dijo Bertold Brech: Malos tiempos para lírica..."
http://es.youtube.com/watch?v=ZKGxfGtI9iA
"Pedro",
Sólo conozco a una persona que esté leyendo "Contrapunto" en estos momentos. Si eres quien creo que eres, soy quien crees que soy. Gracias por tus amables palabras.
"Amiga de Pedro el chino",
Si mi olfato para el estilo no me falla, juraría que es la autora de varios comentarios con diferentes apodos. Ignoro cuáles son sus motivaciones; pero le confieso que empieza a darme un poco de miedo...
También yo he sido muy paciente, y muy lenta, sí. Oceánica, casi. Me deslizo entre la multitud con mi música, pisando muy fuerte, ya lo suficientemente segura, y guapa, como para creer que soy yo la que elegiré, y decidiré y sabré dónde poner mi atención, y dónde me dejaré ver por los demás. Porque eso sí, buscar y saber reconocer quién o qué no es infierno (tú ya sabes, Calvino) se me da bastante bien. Y cuando veo algo que no lo es, procuro darle tiempo, y darle espacio (del resultado de todo esto, ya hablamos otro día, :D). Y esto se puede hacer aquí en internet y en la calle, en igual medida. Las herramientas son el teclado y el monitor, un cable, y el escenario por el que caminar con tu música, infinitas pantallas, una, otra, una, otra. Pues navega, mira, selecciona, no pierdas el espíritu crítico, a ser posible, la ingenuidad, y a sacar cosas (positivas y negativas, claro) de todo esto.
No creo en la decadencia del medio, así, por sistema. Sé que esto es una torre de babel, desquiciante en ocasiones, y que nos corresponde a nosotros aprovecharla. Pues se coge uno de las riendas y alehop…
:- )
Tiene razón:
El medio no está en decadencia; quizá el que está en decadencia soy yo.
Sea como sea, me cuesta andar aquí y allá con la seguridad de la mujer que convierte en templo todo lo que pisa.
Que tiene usted muchas tablas, Faustine...
Muchas, sí, :-)
(No se repita frases como ésas de "el que está en decadencia soy yo". Se las acaba uno creyendo, y normalmente, se fastidia, se fastidia, :D, no son verdad.)
Descuide Faustine: no es más que presunción a la inversa.
Aunque le haré caso; no conviene hablar demasido mal de nosotros mismos: podrían acabar por creernos.
Que tenga un feliz fin de semana.
Curiosas experiencias. Como la vida misma.
Una vez entré en una de esas páginas para conocer gente, parecida a la que comentas. En la descripción de mi perfil puse "Escribo sin faltas de ortografía". Me lo rechazaron por "Inadecuado y ofensivo".
XD
Enrique,
Para experiencia curiosa (y escalofriante), la ocasión en que un amigo me rogó que lo sustituyera una noche como telefonista de una línea erótica. Quizá un día me anime a contarlo.
Adrián,
¿Es que no te enseñó la LOGSE que los errores ortográficos no son tales, sino muestras de libertad y creatividad lingüística?
Ahora en serio. Descubrí tu blog hace unos meses. Aprovecho tu visita para recomendarlo (a los que sean profesores y a los que no). Desborda ingenio en todas sus cuartillas.
Un cordial saludo a los dos.
Publicar un comentario