domingo, 25 de septiembre de 2022

Eterno joven Marías

«Cuán poco va quedando de cada individuo en el tiempo inútil como la nieve resbaladiza, de qué poco hay constancia, y de ese poco tanto se calla, y de lo que no se calla se recuerda después tan sólo una mínima parte, y durante poco tiempo: mientras viajamos hacia nuestra difuminación lentamente para transitar tan sólo por la espalda o revés de ese tiempo, donde uno no puede seguir pensando ni se puede seguir despidiendo: 'Adiós risas y adiós agravios. No os veré más, ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos'.» (Mañana en la batalla piensa en mí)

Leí Corazón tan blanco en mis años de instituto. Y, en poco tiempo, casi todo lo que Javier Marías había escrito hasta entonces. Con el atolondramiento de quien se lanza a ciudades extranjeras en busca de joyas que desprecia en la propia, yo creía que en España hacía mucho que no se escribían novelas como las de Centroeuropa, Hispanoamérica o los países anglosajones.

La lectura de Marías modificó mi horizonte lector y me libró del sesgo xenófilo. Se podría objetar que fue una rectificación dudosa, pues el propio Marías (tachado por muchos de extranjerizante y de «angloaburrido» por Francisco Umbral) tenía por referentes a escritores como Shakespeare, Sterne, James, Conrad, Proust, Faulkner y Nabokov, entre otros; y al divergente y polémico Juan Benet como maestro. Idolatrado fuera de España, fue estentóreamente cuestionado en su patria («El peor escritor de todos los tiempos y lugares», afirmó de él un crítico atrabiliario. «Lo que no carece de mérito», replicó Marías con elegancia british).

Hasta el más grande de los escritores recurre a fórmulas estilísticas no siempre elevadas por la inspiración (es lo que se conoce como 'oficio', el colaborador modesto e irremplazable del talento). Sin embargo, resulta difícil negar la excelencia y el legado de novelas como Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí que, a mi juicio, constituyen —quizá incluso por encima de Tu rostro mañana— su cumbre creativa.

Quedarán —me atrevo a presumir— su técnica de recurrencia temática (mediante la que recupera, una y otra vez, una serie de temas que se van entrelazando y enriqueciendo a medida que se despliega la trama), la indagación existencial de la etimología, sus sinuosos y límpidos arcos sintácticos, el borbotón lírico, la digresión exploratoria y envolvente, la orfebrería de una intertextualidad con la que otros enmascaran el plagio y de la que Marías encuentra su función: desplegar las potencialidades no actualizadas en los maestros antiguos; también, su olfato para titular («Los dominios del lobo», «Todas las almas», «Corazón tan blanco», «Negra espalda del tiempo», «Tu rostro mañana»).

Sus novelas transitaban sobre la riesgosa línea de la extrañeza sugerente (verbigracia, el episodio caribeño con que comienza Corazón tan blanco), a la que sería justo aplicar el dictum borgeano: «He dicho asombro donde otros solamente dicen costumbre». Y es que Marías escribía con escasa planificación («erraba con brújula», según sus propias palabras), elección que condena casi fatalmente a la irregularidad y la dispersión, y que sólo dominan los escritores más intuitivos y talentosos.

Fue, como sus grandes maestros, un estilista. He aquí otro peligro: la degeneración de las fórmulas inspiradas en formulismo. «El hábito —advertía Proust— determina tanto el estilo del escritor cuanto el carácter del hombre, y el autor que se ha conformado en varias ocasiones con alcanzar, al expresar lo que piensa, una forma un tanto grata, está asentando así para siempre los límites de su talento». Y es cierto. Pero Marías ha sido uno de los pocos novelistas contemporáneos que han encarnado otro principio proustiano: «el estilo es una cualidad de la visión». Nos regaló una nueva manera de mirar, porque encontró una nueva manera de decir. Como todo autor merecedor de ese nombre, hizo nítidamente visible lo que hasta entonces sólo entreveíamos.

Ermitaño y comprometido, su labor como columnista que navegaba entre la Escila de la actualidad y la Caribdis de la polémica se equilibraba con su querencia por el beatus ille: una vida retirada entre cigarrillos, películas antiguas, libros y objetos de coleccionista, resistencia analógica y lealtad a la memoria de su padre. Rescató a escritores cuasi olvidados y revisó con ironía y cariño a los consagrados. Creó —supremo ejercicio de autoficción— su propia monarquía y corte literarias y una editorial exquisita e intempestiva. Fue, en suma, un raro con éxito. Pero, más allá de sus peculiaridades personales y de su impacto artístico, para mí es el escritor español coetáneo que me fascinó e inspiró en la adolescencia. Y, conmigo, a tantos otros. 

Se va Javier Marías, el literario rey Xavier I, acompañado por la reina del país que tanto amó; queda nuestra gratitud, esa dimensión de la felicidad.

Marías ha muerto. ¡Viva Marías!

#JavierMarías

(Fotografía. Santi Burgos)


viernes, 17 de mayo de 2013

Sólo sé...

Siempre somos injustos y fatuos al pontificar sobre lo que ignoramos (que es casi todo); un defecto que, al menos, nos da la oportunidad de ser corregidos.

lunes, 13 de mayo de 2013

Elogios

"Eres el mejor amante que he tenido", "No hay nadie más inteligente que tú", "No se puede estar más bueno...". Elogios que uno habría recibido encantado en su primera juventud. Hoy, sin embargo, en su vida íntima, uno aspira a manifestaciones como: "Tu sensatez no tiene límites", "Imposible ser más coherente" o esta alabanza, que puede justificar una vida: "Eres la persona menos molesta que conozco".   

lunes, 29 de abril de 2013

¿Pares o nones?

Para las personas exigentes, la vida en pareja es, a la vez, angustiante e instructiva: angustiante porque hace a uno consciente de sus carencias y de sus insuficiencias; instructiva porque lo hace consciente de sus insuficiencias y de sus carencias. La soltería propende a la inercia autocomplaciente o resignada, a la autosatisfecha o átona rutina. Acaso, lo contrario es también cierto; pero, en las matemáticas sociales, el par es más operable que el non. Lo difícil no es cambiar de pareja: es cambiar de uno.  

miércoles, 27 de febrero de 2013

Por qué lo llaman vocación cuando quieren decir "aprueba"

Los neopedagogos -lo aclaro para quienes, felices, desconozcan esta casta- son aquellos expertos en educación que orientan a los profesores de enseñanza primaria, secundaria y universitaria. Muchos no han pisado un aula de colegio o instituto en sus vidas. La experiencia es la madre de la ciencia; pero no de la nueva pedagogía.

En los últimos años, nuestra consejería de educación ha recrudecido la presión pedagógica sobre maestros y profesores. Los pedagogos y los políticos, en los media, y los inspectores, en colegios e institutos, corean su cantinela: "los profesores que mucho suspenden no motivan a sus alumnos y carecen de vocación". Muchos profesores, vecinos de la calle de la Amargura, se ven obligados a redactar informes autoinculpatorios, en un ingenuo intento de sortear el desahucio. Hablo de los profesores que suspenden "demasiado", claro; a los que aprueban a destajo se les concede la presunción de veracidad, la capacidad de motivación y la vocación de la que presuntamente carecen aquellos.

Pero, ¿qué se esconde bajo esta pedagógica llamada a la "vocación"?

Como toda secta, la neopedagogía es, organizativamente, una mafia; e, ideológicamente, una religión. De ahí que, muy religiosamente, los neopedagogos anatemicen la objetividad y autoproclamen su infalible autoridad.

Empecemos, como es buena costumbre, por el principio.

Anatemización de la objetividad

Los neopedagogos exigen a los profesores, literalmente, que crean en sus planteamientos y obvien las refutaciones de los hechos; que tengan fe en sus axiomas y desestimen las lecciones de la propia experiencia. Por ello, fundamentan sus críticas a los profesores en dos principios: la falta de vocación propia y la incapacidad de motivación ajena.

Se puede demostrar objetivamente si un profesor cumple o no con sus obligaciones profesionales; como se puede demostrar objetivamente si un alumno ha aprendido o no determinados contenidos o habilidades. Sin embargo, demostrar objetivamente si un profesor tiene vocación o carece de ella es tan imposible como demostrar si un alumno ha adquirido o no unas "competencias" que no han sido cuidadosamente concretadas [para conocimiento de los legos, los profesores debemos evaluar ahora "por competencias": autonomía personal, competencia en aprender a aprender, competencia en conocimiento e interacción con el medio, competencia social y ciudadana, etc. Sí: también yo ignoro el significado de tan tremebundos sintagmas...].

Asimismo, identificar la vocación con la profesionalidad es tan lógico como identificar el deseo de realizar algo con la capacidad de realizarlo. Todos somos, vocacionalmente, Isaac Newton y John Holmes. Pero muy pocos estamos bajo la manzana adecuada y sobre los atributos pertinentes.

Sigamos, ordenadamente, con el segundo punto.

Presupuesto de autoridad

Ya que el principio de la objetividad en la enseñanza hace colosalmente inútil la función del neopedagogo, este se ve obligado a desestimar esa objetividad, tildándola de tecnocrática y clasista (cuando no de facha). La alternativa estratégica es subjetivizar la función docente. Un profesor no es bueno cuando cumple rigurosamente con unas obligaciones y funciones objetivamente establecidas y objetivamente evaluables. Un profesor es bueno cuando tiene vocación y motiva a sus alumnos. Y tiene vocación y motiva a sus alumnos cuando se pliega a las instrucciones y pretensiones del neopedagogo, el inspector, el político o la familia (es decir, cuando los aprueba). 

Por todo ello, es comprensible la histérica aversión de neopedagogos, inspectores, políticos y (muchas) familias por cualquier medida que tienda a la objetivización de la función docente (estatuto docente, exámenes, reválidas externas, etc.). Cuanto más precisos y objetivos son los métodos de evaluación de profesores (y alumnos), más difícil es manipular esa evaluación en el sentido que convenga. 

Se entiende, también, que neopedagogos, inspectores, políticos y (muchas) familias desprecien las disciplinas concretas del saber. La cuestión no es que los alumnos aprendan matemáticas, inglés o química, pues ese aprendizaje sólo puede facilitarlo y evaluarlo el profesional de esas materias; la cuestión es que los alumnos y los profesores sean "competentes". ¿En qué, para qué y cómo? Según convenga a esos grupos de poder.

En suma: en la enseñanza, la profesionalidad (objetivamente evaluable) ha sido sustituida por la vocación y la motivación (necesariamente subjetivas e indemostrables). Y, en cuanto subjetivas e indemostrables, ¿quién es el Sumo Pontífice, el délfico Oráculo que dictamina quién posee o no esa vocación? Los neopedagogos, los inspectores, los políticos y las familias afectas quienes, investidos de una humptydumptiana autoridad religiosa, discriminarán a los fieles de los herejes. A los salvados de los condenados. A los que mucho aprueban de los que mucho suspenden.

Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso– quiere decir lo que yo quiero que diga… Ni más ni menos.
–La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
–La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda… Eso es todo.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Iguales

Antaño, se trataba al "superior" (el médico, el juez, el político) con el debido respeto y se trataba al "inferior" (el obrero, el campesino, la mujer) con impasible desprecio. Hoy, hemos acabado con el problema: tratamos al juez como antaño al tabernero; al arzobispo, como al hereje; a la profesora, como a la fulana. El igualitarismo no nos ha elevado hasta el mutuo respeto: nos ha hecho a todos, al fin, iguales en el desprecio.  

lunes, 17 de diciembre de 2012

Entropología

El antropólogo Lévi-Strauss escribió sus Tristes trópicos. La antropología, dijo, es una entropología: una constatación de la entropía. Nosotros, ciudadanos españoles, escribimos a diario nuestro Triste tópico: "en política, tenemos lo que nos merecemos". Ni una queja de nuestros políticos. Son como somos. Y sólo cambiarán cuando cambiemos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Yakarta o Cai?

Escucho a un gaditano definir a los indonesios: "El que no está tumbao está dejao caé". ¡Digo!

jueves, 8 de noviembre de 2012

Meritocracia

Hace unos días, frente a un café, conversaba con otros profesores sobre los apocalípticos y los integrados culturales. Conversación que, como suele suceder en tiempos de hiperpolitización perezosa, acabó degradándose en asignación de etiquetas. Tras arriesgar yo un par de intervenciones, una chica me tildó de "elitista". [Nota a pie de vida: tiene alma de psicólogo quien te convierte en una relación de síntomas. Tiene alma de puta quien te convierte en un puñado de dólares. Tiene alma de poeta quien te convierte en un cúmulo de metáforas. Dime a qué conjunto me reduces y te diré qué eres.] Me coloqué mi etiqueta encantado y traté de argumentar lo que aquí sigue:
En tiempos pasados, muchos individuos cultos (en el sentido de poseedores de una "cultura académica") despreciaban la "cultura popular", al tiempo que veneraban acríticamente su propio universo cultural. Aquello no era ninguna forma de elitismo: era, aparte de miopía intelectual y espiritual, la máscara de una ideología clasista. Hoy, la tendencia general es la inversa: son los defensores de la cultura popular quienes desprecian a los cultos ("académicos"), idolatrando su particular Weltanschauung. Se trata de un clasismo a la inversa: un encono de ese resentimiento social y cultural que ya diseccionó Nietzsche con su enfática agudeza. La propensión cultural de nuestro tiempo -sostenía yo ante mi ojiplática e inabordable interlocutora- no es aquel clasismo "académico", sino este clasismo populista. Ello no implica que el primero haya desaparecido; pero es obvio que ha sido sistemáticamente preterido por el segundo, más conforme con la cultura de las democracias de masas.

Intenté, a continuación, justificar mi apego al elitismo. No hubo manera. Se enfrió el café, pagamos la cuenta y nos despedimos etiquetados e irreconciliables.  

Me arriesgaré una vez más, esta tarde, a amargarles el café con otra reflexión apocalíptica que aspira a ser integradora. Pensaba, tras la susodicha conversación, que este clasismo populista se manifiesta con especial virulencia en la ideología igualitarista -que no debe ser confundida con la defensa de la igualdad de oportunidades-: esa ingeniería totalitaria de igualación social, sistemáticamente impuesta en las dictaduras de todo pelaje. En nuestras democracias, la ideología igualitarista se insemina y desarrolla con especial peligro y virulencia en el sistema educativo. Basta asomarse a la enseñanza primaria, secundaria y universitaria -especialmente tras el plan Bolonia- para hacerse una idea de ese planificado proceso de degradación cultural. 

No se engañen. No es que se haya adaptado el nivel de exigencia para aquellos alumnos incapaces alcanzar los estándares anteriores: se ha rebajado el nivel para todos los alumnos. Una procustiana igualación a la baja que persigue, entre otros objetivos, el generalizado entontecimiento de los alumnos -futuros ciudadanos aborregados- y una uniformización en la ignorancia a mayor gloria y beneficio de la enseñanza privada y las oligarquías dominantes. Consecuencias: no sólo el nivel general de conocimientos está por los suelos, sino que casi ha desaparecido el grupo de alumnos "excelentes" (como demuestran los informes PISA: vean y vean).

En otras palabras: bajo la máscara ideológica de la "democratización de la cultura", del "antielitismo", se ha alcanzado el objetivo propuesto: guillotinar la posibilidad de que la sociedad se regule por la meritocracia del talento. Porque el elitismo bien entendido es un sistema orientado a que, en cada ámbito profesional, sean los aristoi, los mejores, los más talentosos -provengan de la clase social que provengan- quienes desempeñen los cargos de mayor responsabilidad. Y esa meritocracia del talento, exige -como ya sabía Condorcet- una estricta política de igualdad de oportunidades.

Decía Ortega que resulta absurdo plantearse si es mejor o peor que una sociedad sea dirigida por las elites, pues una sociedad sin elites no puede existir. Precisemos: una sociedad que no está dirigida por sus elites -por sus aristoi- está condenada a la decadencia y la corrupción. Aclaro: no hablo sólo de elites políticas. Es preciso que, en todos los ámbitos sociales, sean las elites las que ocupen los puestos preeminentes (que los mejores cirujanos, los mejores mecánicos, los mejores profesores, los mejores jueces... desempeñen su labor en los puestos acordes con su mayor talento).

Uno de los problemas más graves a los que nos enfrentamos hoy es -discúlpenme el oxímoron- el populismo democrático: esa corriente de resentimiento dirigida contra los más talentosos. Un resentimiento en el que coindicen los oligarcas en el poder y el populacho, los dos actores de la servidumbre subvencionada. Unos y otros, por razones a la vez distintas y complementarias, tienen algo en común: el odio a la meritocracia del talento.

Una democracia digna de ese nombre debe defender radicalmente dos principios: la igualdad (de oportunidades) y la meritocracia (el elitismo bien entendido). Sencillamente, no podemos desaprovechar el capital social que constituyen las elites. Vuelvo a Ortega: la diferencia esencial entre el individuo noble y el plebeyo no es la sangre o la cuenta corriente, sino que el noble se sabe imperfecto y se impone voluntariamente un camino de perfectibilidad, mientras que el plebleyo se considera ya perfecto. Y es una tarea inexcusable preservar sin matices esa tendencia a la perfección presente en tantos hombres y mujeres. Tendencia que el populismo y el igualitarismo intentan ahogar; y que tantas veces consiguen ahogar.

Postular la meritocracia no es defender los privilegios de una clase ya establecida: es abogar por una política de supervivencia, justicia y perfeccionamiento social; es proponer a los mejores -sea cual sea el criterio con que definamos esa areté- como modelos ejemplares.

Malos tiempos para la pedagogía de la excelencia y las deudas de admiración. 

jueves, 4 de octubre de 2012

Inocencia

El adolescente que fuiste amaba a las mujeres con inocencia. (Inocencia: ese deslumbramiento ante la belleza parejo a la torpeza para acercarse a ella.) Sobrecogido, ensimismado practicante de la vida no vivida, las observabas desde la distancia de tu timidez y tu ensimismamiento. Pero ha pasado el tiempo. Desde hace años, has tenido a todas las mujeres que has querido. En vano buscas sus caricias, sin embargo; en vano sus declives y sus brazos. No te corresponden. Son para aquel chico con el corazón henchido y los abrazos vacíos. 

martes, 2 de octubre de 2012

Retrato

Era una persona con sentido del humor y sin resentimiento.

Eso no lo es todo. Pero es muchísimo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Vaivén

Vaivén entre el fantaseo y la insatisfacción: trágica pauta de las amas de casa y los esclavos de la soledad.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Ars longa, vita brevis. Una verdad que no merece tu ansiedad. No es posible agotar el arte y la literatura; pero tampoco es necesario. Una obra verdaderamente grande acoge toda la sabiduría humana o a ella nos orienta. ¿Por qué atender entonces a más de un libro, cuadro o melodía? Porque, como sucede en el amor y su mecánica, buscar lo mismo en lo distinto es ese rito que a diario nos confirma y nos engendra siempre por primera vez. 

martes, 11 de septiembre de 2012

Espejo

Serás, póstumo hermano,
imagen y relato en el recuerdo.
Tu historia de relámpago
no la barbota, tartamudo, el trueno;
ni emborronará el olvido, ajeno,
tu efigie dibujada por el rayo.
Zigzag de luz será tu monumento.

La voz de un hombre bueno se ha apagado,
no su eco.
Vives para nosotros como espejo
que nos refleja siempre inacabados.

jueves, 30 de agosto de 2012

Nostalgia

Ave que vuela vuelta hacia el pasado
cantando la pureza del ayer impuro,
harás de cada instante despreciado
refugio de nostalgia en el futuro.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Á

Diciendo que te amo
cometo una exageración
que siempre se me queda corta.

viernes, 20 de julio de 2012

Vértice

Basta que lo terrible se repita para que comencemos a aceptarlo; basta con que se vuelva una costumbre para que propendamos a justificarlo. Tomamos lo azaroso (una patria, un amor, el propio rostro) como algo destinado y como tal lo amamos. Del mismo modo, despreciamos el fruto en mano por aquel que de la rama pende y nos reclama, el sí entregado por un esquivo acaso. Vértice del conformismo y de la ingratitud con el ahora, el hombre es el ser que santifica lo acontecido contingente como mitología y el porvenir conjetural como utopía.

jueves, 19 de julio de 2012

Ahorro

Los profesores podemos ahorrarnos años de torturada especulación teológica y metafísica: impartir una clase en la ESO es una prueba irrefutable de la inexistencia del alma.

lunes, 9 de julio de 2012

Crédito

¡Ay de los cheques en blanco que la pereza extiende a la ignorancia!

jueves, 5 de julio de 2012

Sexímil

El sexo con ella es como lanzar una carga de caballería en un callejón sin salida.

Filántropo

Abriéndose la gabardina con chulería, el exhibicionista ofrecía la altiva erección de su alma.

Con el corazón en la mano

Tiempos modernos: culto a la autenticidad, a la desnudez; desconfianza del artificio, del ornato, del juego. Paralelamente: tiranía de la pasión, apoteosis del sentimiento (sentimentalismo), religión del corazón; anatemización de la racionalidad, de la ironía, de la reserva.

Guillotinamos cabezas con el corazón en la mano.

domingo, 1 de julio de 2012

Apocalipse now

Es cierto: Teresa de Jesús creía ver a Dios entre los pucheros. Pero esto... ¡Esto ya es demasiado! Queridos lectores: el fin del mundo está cerca. ¡¡¡PENITENCIAGITE!!!

sábado, 30 de junio de 2012

La blancura y la savia

Lo más importante es no perder la esperanza. No hagamos demasiado caso a los que anuncian el fin del mundo. Las civilizaciones no mueren con tanta facilidad, y, aun suponiendo que este mundo tuviera que derrumbarse, lo haría después que otros. Es muy cierto que estamos en una época trágica. Pero mucha gente confunde lo trágico con la desesperación. «Lo trágico —decía Lawrence— debería ser una inmensa patada que se le pega a la desdicha.» He aquí un pensamiento sano e inmediatamente aplicable. Hay muchas cosas hoy en día que merecen esa patada.

Cuando vivía en Argel, esperaba siempre pacientemente durante el invierno, porque sabía que en una noche, en una sola noche fría y pura de febrero, los almendros del valle des Consuls se cubrirían de flores blancas. Después me maravillaba al ver cómo esa nieve frágil resistía todas las lluvias y el viento del mar. Sin embargo, todos los años resistía lo suficiente para preparar el fruto.

No es un símbolo. No ganaremos nuestra felicidad a fuerza de símbolos. Hace falta algo más serio. Quiero decir tan sólo que, a veces, cuando el peso de la vida se vuelve excesivo en esta Europa todavía colmada de su propia desdicha, me vuelvo hacia esos países restallantes donde quedan aún tantas fuerzas intactas. Los conozco demasiado como para no saber que son la tierra elegida donde la contemplación y el valor pueden equilibrarse. Meditar acerca de su ejemplo me enseña que, si se quiere salvar la inteligencia, es necesario ignorar sus dotes para la queja y exaltar su fuerza y su prestigio. Este mundo está envenenado de desdichas y parece complacerse en ellas. Está entregado por completo a ese mal que Nietzsche llamaba espíritu de torpeza. No le tendamos la mano. Es inútil llorar sobre el espíritu, basta con trabajar por él.

Pero, ¿dónde están las virtudes conquistadoras del espíritu? El propio Nietzsche las ha enumerado como enemigos mortales del espíritu de torpeza. Según él, son: la fuerza de carácter, el gusto, el «mundo», la felicidad clásica, el duro orgullo, la fría frugalidad del sabio. Tales virtudes son necesarias más que nunca y cada cual puede elegir la que le convenga. Ante la enorme magnitud de la partida en juego, que no se olvide en todo caso la fuerza de carácter. No hablo de esa a la que en las tribunas electorales acompañan los fruncimientos de cejas y las amenazas. Sino de la que resiste todos los vientos del mar en virtud de la blancura y de la savia. Esa es la que, en el invierno del mundo, preparará el fruto.

(Albert Camus. El verano.)

jueves, 14 de junio de 2012

Besugo

Comer besugo era para él un acto de autofagia.

lunes, 4 de junio de 2012

Paronomasia

Todo iría mujer en un mundo de mejores.

martes, 29 de mayo de 2012

La nave del Estado

Un barco a la deriva bajo la dirección de "tontos útiles" y por la sumisión de listos inútiles. 

Lesbos

En Lesbos, las mujeres prefieren hacer el amor en púbico.

Lepra

Ruina económica y política, miseria cívica y educativa... mierda que infecta todas la esquinas. El vertedero crece ahí, ante nuestros ojos; hijo de nuestra corrupción, nuestra irresponsabilidad, nuestra frenética apatía: tengámoslo por una de las grandes creaciones colectivas del presente. ¿Qué mano lavará esta lepra?

Recomendaciones literarias

Best seller para analfaburros: La coz a ti debida.